En la Biblia la palabra "mundo" puede tener dos significados completamente diferentes. Normalmente el contexto en el que aparecen permite diferenciarlos con facilidad. Por una parte, está el mundo creado por Dios, que es bueno: "Vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno" (Gen 1, 31). El hombre es capaz de remontarse desde el conocimiento del mundo hasta el conocimiento de Dios, como dice san Pablo: "Lo invisible de Dios es conocido desde la creación del mundo mediante las criaturas: su eterno poder y divinidad, de modo que son inexcusables los que habiendo conocido a Dios, ni lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se ofuscaron en sus vanos razonamientos y se oscureció su corazón insensato. Presumiendo de sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen semejante a la de hombre corruptible" (Rom 1, 20-23).
De donde se deduce, en primer lugar, que la finalidad de la creación es la de conducir a la criatura hasta su Creador. Existe un cierto orden en la naturaleza, por el que todo hace referencia a Dios; suele hablarse de carácter referencial de las cosas. Cuando se consideran las cosas de este modo, se las trata conforme a lo que son, se está en la verdad; en estos casos, por lo tanto, la palabra "mundo" tiene una connotación positiva y resplandece la bondad del mundo. Un ejemplo lo tenemos en la siguiente lectura, sacada de los Salmos: "Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Sal 19, 2)
Sin embargo, a causa del pecado, este orden ha sido trastocado e invertido. Es lo cierto que, por lo general, el hombre no refiere el mundo a Dios; e incluso suele ser él mismo quien establece las normas acerca de lo que es bueno y de lo que es malo, atribuyéndose un papel que no le corresponde y volviendo a caer en la vieja tentación del "seréis como Dios" (Gen 3, 5), en la que ya cayeron nuestros primeros padres. La soberbia es el pecado que mejor define al Diablo y a los suyos, es decir, a aquellos que se oponen a la soberanía de Dios en el mundo.
Este modo de "pensar" acerca del mundo, en el que se prescinde de Dios por completo, es lo que hace del "mundo", así concebido, algo malo. Y es a este mundo, separado de Dios a causa del pecado, al que se refiere el apóstol Santiago, cuando dice: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? Por tanto, quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4, 4). Y el apóstol san Juan: "No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn 2, 15).
El sentido usado para la palabra "mundo" en estos pasajes bíblicos se refiere al mundo en tanto en cuanto puede separarnos de Dios; y es, por lo tanto, un sentido claramente peyorativo. Si se consiente esta mentira radical acerca del mundo visible, al que se considera como la única realidad existente; si el mundo se "endiosa" y sustituye a Dios en nuestra vida, entonces deja de ser bueno "para nosotros" y se transforma en malo, en un enemigo a combatir; y es que, al alejarnos de Dios hacemos del mundo nuestro "dios" ... ¡y eso no nos hace más felices, sino que produce en nosotros un vacío indescriptible, pues sólo Dios puede colmar las aspiraciones del corazón humano!
Es nuestra visión perversa del mundo la que lo "hace" malo. Es la maldad del hombre la que transforma en malas cosas que inicialmente fueron buenas. Aunque en realidad, de verdad, la maldad no se encuentra en el mundo ni en las cosas, sino en el corazón del hombre; que es lo que ocurre, precisamente, cuando se considera el mundo como un fin, en sí mismo. Tal consideración lleva al olvido y al rechazo de Dios e incluso a la negación de su existencia. Pero si miramos el mundo con mirada limpia y corazón puro, si lo vemos tal y como es, como una criatura más salida de las manos de Dios; y que nos puede conducir, además, hasta Él, entonces el mundo se transforma en bueno, en lo que realmente es para Dios. Toda la confusión que hoy existe así como el conjunto de males que aquejan a la humanidad tienen su origen y única causa en el pecado, el auténtico mal.
Tal vez podamos entender ahora un poco mejor a san Pablo cuando dice que "la creación entera espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19); o cuando dice de esta creación que "sufre y gime con dolores de parto hasta el momento presente" (Rom 8, 22). Y es que el estado de naturaleza caída, consecuencia del pecado, ha afectado también -de alguna manera- a toda la Creación y no sólo a los seres humanos.
Olvidado el carácter referencial de las cosas, cuya misión es la de conducir a Dios, el hombre diviniza el mundo; aunque expresado con más exactitud habría que decir que se hace esclavo del mundo. Una vez eliminado Dios de la vida del hombre ésta deja de tener sentido para él y se convierte en una "pasión inútil" (usando las palabras del existencialista Sartre) que acaba en la nada. Las palabras de Jesús, en cambio -y como siempre- además de alegrarnos el corazón, nos devuelven al mundo real, nos sitúan en la verdad: "Todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Y también: "Quien quiera salvar su vida, la perderá; mas quien pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25)
(Continuará)