"Después lo condujo el Diablo a un lugar elevado, le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: 'Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque me ha sido entregado y lo doy a quien quiero. Por tanto, si me adoras, todo será tuyo'. Jesús respondió: Escrito está: 'Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás' " (Lc 4, 5-8).
El "arrodillamiento de la Iglesia ante el mundo", una expresión que se debe al filósofo Jacques Maritain (y que usa en su libro El campesino del Garona, pags. 89 a 100, edición de 1967, hace ya casi cincuenta años) es de una actualidad impresionante. Se vuelve a hablar de "aggiornamento", o sea, de puesta al día: la Iglesia tiene que hacerse al mundo moderno (¿?) para poder ser comprendida por él. Frente a este enfoque de la nueva pastoral nos encontramos con lo que decía el apóstol san Pablo: "¿Busco yo el aplauso de los hombres o de Dios? ¿O es que deseo agradar a los hombres? Si aún tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gal 1, 10). ¿Con qué nos quedamos? ¿Valen más los pensamientos de los hombres y la manera de pensar del mundo o las enseñanzas de Jesucristo, contenidas en las Escrituras, que son palabra de Dios? ¿Es que la Iglesia tiene que pensar igual que el mundo, siendo así que son esencialmente incompatibles? : "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 19). Ésta es la condición normal para un cristiano: " Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" ( 2 Tim 3, 12). ¿Vale la pena adoptar los mismos criterios que el mundo si eso nos separa de Dios? ¿Dónde queda el progreso, rectamente entendido?
Pondré un ejemplo que ilustre lo que quiero decir. Pensemos en la encuesta universal que se realizó a finales del año 2013, con vistas al primer Sínodo sobre la familia previsto para octubre de 2014, fecha en la que se celebró finalmente (pinchar aquí, aquí y aquí ). El mero hecho de tal encuesta, en sí mismo, no sólo podría confundir al pueblo cristiano como -de hecho- así ha sucedido sino que, además, podría dar la sensación - aunque esto será negado- de que la Iglesia se estuviera planteando la posibilidad de cambiar su doctrina en algunos puntos, en función de los resultados que salieran de la encuesta ... De no ser así, ¿qué sentido tendría la encuesta? ... ¿Por qué realizar preguntas acerca de algo que se sabe, de antemano, que no se va a cambiar, pues no puede ser cambiado ... dado que la Iglesia no tiene potestad para realizar ningún tipo de cambios en la Doctrina recibida de Jesucristo? La misión de la Iglesia es la de mantener vivo el depósito de la fe que ha recibido y transmitirlo con fidelidad de generación en generación, pues la Verdad que transmite es siempre válida, independientemente del momento histórico en el que el hombre se encuentre.
[Se impone ser muy cautos porque, cuando llegue el momento, lo que se llamarán cambios pastorales -si tal ocurriera- es bastante más que probable que encubran, de manera muy sutil, pero real, cambios fundamentales en la Doctrina cristiana ... Si así ocurriera- Dios no lo quiera- ello podría traer, como consecuencia, un cisma en el seno de la Iglesia ... aunque, no sé por qué, me da la impresión -justificada- de que dicho cisma ya existe, de hecho. Léase, si no, el siguiente artículo, con las declaraciones del Cardenal Marx acerca del Sínodo de octubre de 2015]
La Iglesia no es una institución humana más, comparable a otras, ni se regula conforme a la opinión mayoritaria de los miembros que la componen: su origen es divino y su estructura es Jerárquica ... No es una democracia. Y si esto es así -como lo es- se hace muy difícil entender que, otra vez más, el papa Francisco haya enviado un nuevo cuestionario que aborda temas tales -entre otros- como la homosexualidad o la comunión para los divorciados vueltos a casar. Éstos serán debatidos en el próximo Sínodo de octubre de 2015. Y de nuevo la misma pregunta: ¿Tiene algún sentido debatir sobre algo que ya está definido doctrinalmente, que no depende del contexto histórico en que ocurrió y que, por lo tanto, no se puede cambiar? ¿Se podría debatir sobre si dos y dos son cuatro? La realización de estas encuestas es absurda y supone, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo y de dinero innecesarios por más que, para justificarlas, se hable y se aduzcan razones pastorales, que son necesarias ante los nuevos retos que plantea el mundo actual, con problemas que antes no existían.
Una pastoral católica que vaya contra el propio núcleo de la doctrina católica es una contradicción, un imposible metafísico. No habría tal pastoral: lo que se dijera y nada serían la misma cosa, desde el punto de vista de Dios, que es el único que realmente cuenta. Oponerse a la ley de Dios, usando para ello el nombre de Dios, es una estafa al pueblo cristiano, un engaño; pues, en el fondo, lo que se pretende es sustituir la adoración de Dios por la adoración del hombre; de manera que, en adelante, ya no sea Dios, sino el hombre, el que haga y deshaga, el que decida lo que es bueno y lo que es malo: "Si me adoras, todo será tuyo" (Lc 4, 7). Se habría caído así en la peor de las tentaciones, que es la idolatría, la tentación diabólica por excelencia, aquélla en la que cayeron nuestros primeros padres: "Seréis como Dios" (Gen 3, 4).
Esta sensación de libertad, de autonomía, es ficticia; tan solo pura soberbia y mentira radical. Se niega que el ser humano sea una criatura, un ser creado por Dios; a Dios se le considera como una amenaza para la libertad del hombre. Si Dios existe, el hombre es dependiente de Dios y de sus Leyes. Esto no lo puede consentir. De manera que se niega su existencia. De ese modo el hombre pasa a ser "independiente" y "autónomo". Ya no necesita de Dios y es él mismo quien se dicta sus propias leyes. El hombre se instala así en la mentira. Y se piensa libre. El engaño del Diablo ha surtido efecto porque, además, le ha hecho creer que tampoco existe lo que la gente llama el Diablo. Son quimeras propias de gente sin cultura e irracional. A este respecto aconsejo la lectura del libro: "Cartas del diablo a su sobrino", de C. S. Lewis. Es un libro de una finura exquisita, que no tiene desperdicio y nos lleva a conocer cómo es, en realidad, ese personaje al que llamamos Diablo, cuya mayor victoria (o una de sus mayores victorias) ha sido la de hacerle creer a la gente su no existencia. De ese modo, campa a sus anchas: la gente hace lo que el Diablo quiere que haga y todos piensan que son ellos los que lo hacen libremente, sin que haya nadie que se lo imponga ... cuando, en realidad, de verdad, son esclavos del Diablo, que es su señor, y a quien obedecen sin saberlo.
[No por ello dejan de ser responsables, pues han hecho su opción por la mentira desde el principio, negando a Dios, y se siguen manteniendo en ella, conscientes de la decisión que tomaron y de la que no se arrepienten]
La gran pena y la gran desgracia es que el Diablo se haya infiltrado también en la Iglesia, de manera que algunos de sus miembros aparecen como pastores cuando ya no lo son; son del mundo. Y como "buenos" hijos del Diablo saben disfrazar la mentira con astucia, y hacerla pasar como verdad ante el conjunto de la gente, revistiéndola con varias capas de humanidad y grandes dosis de "misericordina" y de comprensión para con todos. Así consiguen ser aceptados por el mundo, aunque para ello hayan tenido que renegar de Dios y engañar a los fieles que les han sido encomendados.
Como digo, "arrodillamiento ante el mundo" y aceptación de sus ideas como propias para ser así oídos por este mundo, diciendo a la gente lo que la gente quiere oír: todo pura farsa, montaje y mentira, ..., como si el hombre, centrado en sí mismo y egoísta, fuese capaz de ser más comprensivo y más misericordioso que el propio Dios: "Ellos son del mundo. -decía Jesús- Por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los escucha" (1 Jn 4, 5). Y al decir ellos Jesús se está refiriendo también a aquellos miembros de la Jerarquía Eclesiástica que han perdido la fe en lo sobrenatural y que, como consecuencia, están confundiendo y engañando al pueblo cristiano, no enseñándoles la sana Doctrina, sino prácticamente lo mismo que el mundo acepta como "normal", aunque ello se oponga a la Ley de Dios: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31).
¿Por qué actúan así estos "pastores"? Pues muy sencillo: una vez que han renegado de su fe en Jesucristo, en quien ya no creen como verdadero Dios y como verdadero hombre, no son realmente pastores, sino falsos pastores y falsos profetas, a quienes no les importan las ovejas; y viven acomplejados ante un mundo - del que ellos mismos han pasado a forman parte, para no quedarse atrás- y ante el que se inclinan y adoran como a su único dios (aunque no le llamen así), pues es a ese mundo al que sirven y al que quieren tener contento y no tenerlo como enemigo. En definitiva, sirven al Diablo, que es el "Príncipe de este mundo"(Jn 16, 11)
(Continuará)