El mundo ha alcanzado su mayor esplendor y su mayor progreso cuando ha procedido conforme al Mensaje de Jesucristo. Y esto en todos los niveles: personal, cultural, social, científico y religioso.
No es la Iglesia la que debe inclinarse ante el mundo, sino el mundo el que debe aprender de Cristo y de su Iglesia [la verdadera Iglesia, que es la Católica, la que se mantiene fiel al Mensaje recibido]. El mundo necesita convertirse a Dios, encarnado en la Persona de Jesucristo. Sólo los que así lo hagan alcanzarán la máxima felicidad que es posible conseguir en este mundo, que consiste en la amistad íntima con Jesús; una felicidad que subsiste aun en medio del dolor y de las contrariedades de esta vida terrena (una vida que pasa); y que será el anticipo de aquella otra vida celestial (y eterna) que Jesús tiene reservada para quienes lo aman en este mundo y han perseverado hasta el fin en su fidelidad a Él y a la Iglesia que Él fundó.
Quienes digan otra cosa están engañando al pueblo cristiano ... y apareciendo como pastores no lo son, en realidad. Son falsos pastores o falsos profetas [que viene a ser lo mismo], que pretenden medrar y escalar puestos en el mundo, aunque para ello haya que traicionar el Mensaje recibido. No se puede adulterar y cambiar el Evangelio, pero se está haciendo, de hecho. De ahí la inmensa responsabilidad que tienen ante Dios aquellos que han sido llamados por Él al sacerdocio, comenzando por los simples sacerdotes pero, sobre todo, los obispos, arzobispos y cardenales ... hasta llegar al propio Papa. Todos ellos tienen la obligación de estar muy atentos para no consentir tal "cambio" en el Evangelio: un "cambio" que, de hacerse efectivo, cambiaría la Iglesia en "otra cosa" pero, desde luego, no sería ya la Iglesia fundada por Jesucristo. Si la Jerarquía Eclesiástica pasa por alto los errores -que son herejías, en su mayoría- y callan ... con su su silencio son cómplices de tal engaño al pueblo cristiano y Dios les pedirá cuentas por no haber cumplido con su misión de pastorear a las ovejas que les han sido encomendadas.
El Pastor por excelencia, el buen Pastor, es Jesucristo, el fundador de la Iglesia. Él nombró a Pedro como primer Papa y todos los sucesores de Pedro, es decir, los Papas, tienen la gravísima obligación de mantener íntegra la doctrina recibida de su Maestro. Y hay más todavía: suponiendo (y es más que una suposición) que alguno de los miembros de la Jerarquía hubiera perdido la fe, se impone un mínimo de honradez intelectual, puesto que la Verdad que predican no les pertenece. No pueden aparecer ante el pueblo cristiano como portadores de una Verdad en la que ya no creen; y enseñar, en cambio, ideas mundanas. Su misión es, fundamentalmente, la de ser transmisores de lo que han recibido. Y lo que se busca en un transmisor es que sea fiel al mensaje original y que no se invente su propia doctrina, diciéndole a la gente lo que la gente quiere oir.
Actuando así traicionan la confianza que Dios depositó en ellos cuando fueron ordenados al sagrado ministerio del sacerdocio. Una traición que tiene tanta mayor trascendencia cuanto mayor sea el puesto que ocupen en la Jerarquía Eclesiástica. Su misión principal es la de procurar, por todos los medios legítimos a su alcance, que el rebaño que les ha sido encomendado no se disperse y se mantenga fiel a la fe recibida. Los cristianos deben de tener muy claro aquellas palabras que dirigió el apóstol san Pablo a los Gálatas: "Aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8).
De manera que ni siquiera el Papa (ni, por supuesto, cualquier obispo o cardenal) puede inventarse otra doctrina distinta de la que ya está dada de una vez para siempre (sin añadir ni quitar nada). En el libro del Apocalipsis, son puestas en boca de Jesús las siguientes palabras: "Yo aseguro a todo el que oiga las palabras de la profecía de este libro que si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la Vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19).
Por supuesto; y a mí no me cabe la menor duda, de que los que adulteran el Evangelio, se justificarán y defenderán su manera de proceder como la correcta y la que está en conformidad con los signos de los tiempos. De manera que, sacando pecho incluso, esgrimirán que lo que les lleva a actuar así son razones de tipo pastoral y que ese es el único modo de llegar a la gente. Tal excusa (porque no es otra cosa) es falsa y mentirosa, por una razón muy sencilla: la pastoral más importante que necesitan los cristianos de hoy es la de conocer su fe. ¡Son innumerables los cristianos que desconocen su doctrina, pues no se les predica! ¡ Esto es sumamente grave! A causa de ello se ha llegado en el mundo a una situación de apostasía generalizada; de olvido, desprecio o indiferencia en el mejor de los casos, con relación al contenido sublime del Cristianismo, del que se ha eliminado toda referencia a lo sobrenatural; y al que se quiere reducir a unas consignas meramente humanas, lo que supondría la destrucción de la Iglesia (aunque ésta no puede ocurrir porque "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18) sin embargo, sí puede quedar reducida, como de hecho está ocurriendo, a un estado catacumbal, como en tiempo de los primeros cristianos.
Fue un mandato explícito el que dio Jesús a sus apóstoles, antes de subir a los cielos: "Id y enseñad a todas las gentes ..." (Mt 28, 19). No fue un simple deseo. No hay más que observar que el verbo ir está en imperativo. ¿Qué es lo que deben enseñar? "... a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 20). Por lo tanto, su primera obligación es la de ir por todo el mundo y no quedarse para sí solos la hermosa Noticia y la inmensa Alegría que han recibido de parte de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Y, en segundo lugar ... no pueden enseñar cualquier cosa que se vayan inventando sobre la marcha sino sólo, única y exclusivamente la Doctrina que han recibido, la cual queda reflejada en las Sagradas Escrituras (en especial en el Nuevo Testamento), así como en la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, aquélla que se ha mantenido fiel al Mensaje inicial de Jesucristo, fundador de la Iglesia.
El Evangelio ya está dado de una vez por todas y para siempre. No nos podemos inventar la doctrina y la fe "transmitida a los santos de una vez para siempre" (Jd, 3) ¡Qué poco han entendido los que piensan que la religión es algo subjetivo y que debe reservarse para la esfera privada, sin imponerla a los demás, aquellos que van en contra del apostolado y del proselitismo! ¡Es cierto que la Religión católica no se puede imponer a nadie! ¿Por qué? Pues porque tal es la voluntad de Jesús, quien "decía a todos: 'Si alguno quiere venir en pos de Mí ..." (Lc 9,23): Jesús usa del máximo respeto hacia la libertad de cada persona: "Si alguno quiere..." [pues el amor que Él tiene a la gente, a cada uno, sólo puede ser correspondido en libertad ; de lo contrario no podría hablarse de amor]. Pese a lo cual, es una obligación para los discípulos de Jesús predicar su Doctrina a todos los hombres, hacer todo cuanto esté en su mano para que a todos llegue su Mensaje. La Religión católica, por su propia esencia, no es para que se quede en el ámbito privado, sino que es una verdad que es para todos los hombres: Todos están llamados a la máxima felicidad posible, y ésta sólo tiene lugar en el seno de la Iglesia Católica. La predicación es, para un sacerdote, un deber, una obligación grave: "¡Ay de mí si no predicara!" (1 Cor 9, 16) -decía san Pablo. Eso sí: se trata de predica el auténtico Mensaje de Jesús, no las propias ideas, teniendo presente y muy claro, tanto en la mente como en el corazón, que las palabras de Jesús son siempre actuales. Jesús nunca se queda obsoleto.
Las personas que rigen la Iglesia, es decir, la Jerarquía, con el Papa a la Cabeza, no son los fundadores de la Iglesia, sino meros delegados, cuya misión es la de conservar el depósito de la fe (1 Tim 6, 20), que fue dada de una vez para siempre. "Te ordeno que conserves el mandamiento, sin tacha ni reproche, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 14). ¿O es que vamos nosotros a inventar ahora la Iglesia? Pretender fundar una "nueva religión", una "nueva Iglesia", que ya no es la Católica, y seguir llamándola Iglesia católica, es algo muy grave. Y "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7).
Se pretende sustituir la "Religión de Dios" por la "Religión del Hombre". Dios sustituido por el Hombre, que pasa a ser el "nuevo dios" ... un "dios", ciertamente ciego y engañado, debido a su vanidad, soberbia y avaricia, pues "el dios de este mundo" (2 Cor 4, 4) no es él, sino el Diablo, que se regocija -si eso fuera posible en él- de su triunfo y de su engaño magistral, al hacerle creer al hombre que el mundo es suyo, siendo así -y esto es la pura realidad- que es a él, al Diablo, a quien adoran: éste, hábilmente, les ha hecho creer que no existe y que es una leyenda que sólo cree la gente ignorante y anclada en el pasado. De este modo se oculta, permaneciendo invisible y como un mero producto de imaginaciones enfermizas y supersticiosas, para que su engaño no resulte manifiesto ... ¡hasta el final! ... cuando ya no haya remedio y cada cosa sea llamada por su nombre, esto es, cuando llegue el fin de los tiempos.
(Continuará)