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domingo, 15 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (20) [Tentación 3ª-Engaño]

Como se puede observar hay un rechazo del mundo con relación a Jesús [Los que le recibieron, que fueron los menos, éstos ya no son "mundo" en sentido bíblico: desde el momento en que creyeron en Él son "nacidos de Dios" (1 Jn 13). Y "todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo" (1 Jn 5, 4a). "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4b)]. 

Ante ese rechazo, Dios sigue sin abandonar al hombre, aunque haciendo uso de unos criterios que el mundo no ha comprendido ni puede comprender. Y es que ante la infidelidad del hombre para con Dios, y su negativa a servirle, Dios no lo dejó solo. Humanamente hablando es imposible de imaginar la respuesta de Dios, que fue -nada menos- que  "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). 

No cabe en mente humana, por mucha creatividad que posea, la idea de que Dios, el Creador de todo cuanto existe (inmenso, infinito, todopoderoso, etc), se haya rebajado, por amor, haciéndose un hombre en todo igual a nosotros, menos en el pecado. 

Y actuó así por dos razones: primero, para que pudiéramos salvarnos; y segundo, para que pudiéramos quererlo como Él nos quiere, lo que nos era completamente imposible antes de la venida de Jesucristo, pues Dios es Espíritu. Y "a Dios nadie lo ha visto jamás" (1 Jn 4, 12). Fue su Hijo Unigénito quien, "teniendo la forma de Dios, no consideró una presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres" (Fil 2, 7).  Además de ser Dios, como perfecto hombre que también es (mediante su Encarnación en el vientre de la Virgen María) Jesucristo ha hecho posible no sólo que podamos salvarnos, sino también que podamos conocer a Dios, ser sus amigos y enamorarnos de Él: "Felipe, el que me ve a Mí, ve al Padre" (Jn 14, 9). 

Incomprensible y misterioso, sin lugar a dudas; pero absolutamente cierto. Lo sabemos por la fe, que es "seguridad de las cosas que se esperan" (Heb 11, 1), una fe que podremos tener si se la pedimos a Dios: "Pedid y se os dará" (Mt 7, 7) con insistencia. Dice el apóstol Santiago que "si a alguno le falta sabiduría, que la pida a Dios y se la dará, pues a todos da abundantemente y sin echarlo en cara" (Sant 1, 5). [La sabiduría es un don del Espíritu Santo, que nos lleva a conocer y amar con prontitud las cosas divinas]. Sabemos que en Jesucristo, y sólo en Él, podemos encontrar a Dios y conocerlo, pues Él mismo es Dios, además de ser hombre.


Como sabemos, en todo amor verdadero debe de existir reciprocidad entre los que se aman; de lo contrario no puede hablarse de amor. Esto es especialmente cierto cuando nos referimos a la relación de Amor que tiene lugar entre Dios y el hombre. Por otra parte -y esto es fundamental- sin libertad no puede haber tampoco amor, pues el amor es esencialmente libertad. En lo que se refiere a la relación amorosa del hombre con Dios, éste es tremendamente respetuoso con nuestra libertad. De modo que, aun siendo todopoderoso, como lo es, Dios no puede obligar a nadie a que lo quiera. Precisamente porque nos quiere Dios nos creó libres ... ¡libres de verdad! ... para que nuestro amor hacia Él pudiese ser verdadero, como verdadero es su amor por cada uno de nosotros ...el máximo amor posible, pues por todos dio su Vida y "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).


Esto es algo que el mundo no acepta, ni entiende ni, en realidad, puede entender, pues no cree en el amor ... el amor entendido tal y como Dios lo entiende (esto es, como donación libre, total y recíproca entre los amantes) pues así es el verdadero amor. Para el mundo, en cambio, hablar de amor es hablar de pasárselo bien dos personas estando una junto a la otra, pero sin que exista un compromiso de por vida entre ellas; y admitiendo, de entrada, la posibilidad de una vuelta atrás, cuando surjan problemas. Se asocia el amor solamente con el placer. Falso amor. Ésta es, en realidad, la razón principal, por no decir la única, por la que el matrimonio va hoy a la deriva: la mayoría de los jóvenes ya no se casan. Tienen miedo a comprometerse. No se fían. No quieren atarse. Entienden esa atadura como algo negativo. Por eso viven juntos, sin más, pero siempre con la puerta abierta a una posible salida por ella, si la relación no funciona. 


El verdadero amor conlleva la disposición, completa y definitiva, a entregarse recíprocamente el uno al otro y el otro al uno, venciendo cualquier tipo de dificultades; lo que supondrá, con frecuencia, sacrificio, dolor y sufrimiento; la cruz, en otras palabras. El mundo no entiende la felicidad si no va unida al placer. Y sin embargo, no es al placer sino al amor verdadero a lo que la felicidad va siempre unida; en definitiva, la felicidad va unida a la cruz. Si al amor le quitamos la cruz, no hay tal amor ... y hacen su aparición la tristeza, el vacío y el aburrimiento. 




Se teme cualquier contrariedad o contratiempo. Se odia cualquier tipo de dificultad. Y, sin embargo, éstas forman parte de la vida. Desde que Adán y Eva pecaron nuestra naturaleza es una naturaleza caída y (aunque redimida por Jesucristo, al morir en la Cruz por amor a nosotros) lleva aparejados el dolor, las enfermedades, el sufrimiento y la muerte. Por todo ello pasó el Señor, como verdadero hombre que era y es.

Lo verdaderamente increíble es que, siendo como somos, Dios haya querido elevarnos a la categoría de amigos suyos, aunque para ello haya tenido que hacerse uno de nosotros, pues los amigos lo comparten todo, en un plano de igualdad. Por contra, a nosotros nos asusta el compromiso, apostar nuestra vida por Dios, "perderla" ... ¡lo que es un engaño del Diablo! ... pues, según decía Jesús: "El que quiera salvar su vida, la perderá; mas el que pierda su vida por Mí, la encontrará" (Mt 16, 25). No debemos tener miedo: merece la pena dar el salto y apostar por Jesucristo:  "Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 12, 29-30).


Junto al Señor la cruz ya no es pesada y tiene un sentido muy bien definido: el de compartir su propia Vida puesto que Él ha querido compartir primero la nuestra. Se trata de un intercambio de vidas. Y, desde luego, salimos ganando en el trueque. Le damos nuestra vida (la cual "perdemos") y Él, a cambio, nos da la Suya (la cual "ganamos"). Este intercambio de vidas (entre el hombre y Dios) ... que en eso consiste el amor, es el que da sentido a toda nuestra existencia. No estamos solos

Pienso que queda suficientemente claro, a la luz de lo dicho, que entre Dios y el mundo la incompatibilidad es absoluta. Por si aún nos queda alguna duda leamos algunos  pasajes evangélicos: Cuando Jesús, en la oración sacerdotal de la última Cena, pedía a su Padre por sus discípulos, le decía: "Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como Yo no soy del mundo" (Jn 17, 14.16). Con relación a los judíos (aquellos que no aceptaban su mensaje) no se andaba con contemplaciones cuando les hablaba:  "Vosotros sois de este mundo. Yo no soy de este mundo" (Jn 8, 23). El apóstol Santiago insiste en esta misma idea: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? ... Quien desee hacerse amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (Sant 4, 4). 


Se pueden encontrar muchísimos más pasajes del Nuevo Testamento referentes al mismo tema. Si después de estas lecturas nos encontramos con que todavía no nos queda suficientemente claro la incompatibilidad entre Dios y el mundo ... una de dos: o bien  el concepto de "mundo", usado en sentido bíblico, no lo acabamos de entender [Téngase en cuenta que la palabra mundo, en términos peyorativos, se usa al referirnos a todo aquello que hay en el mundo real (que en sí mismo es bueno) en tanto en cuanto nos separe de Dios. Sobre este tema se ha escrito ya algo en una entrada anterior] o bien hemos optado por hacer nuestra la actitud del avestruz, que consiste en cerrar los ojos para no ver lo que, en el mejor de los casos, es una ingenuidad; o tal vez se trate de querer acallar la propia conciencia, según el conocido refrán: "Ojos que no ven, corazón que no siente".  De momento no se me ocurre otra posibilidad, aunque no la descarto.


Preferir las riquezas del mundo, el camino fácil y cómodo, el aplauso de las gentes, el dinero, la fama, el poder, la exaltación del propio yo, etc... supone adorar a satanás, como nuestro señor; y dejar a Dios de lado. Esta opción de entrar por la puerta ancha y espaciosa, según Jesucristo "conduce a la perdición y son muchos los que entran por ella"  (Mt 7, 13). Queda claro que, según estas palabras del Señor, son muchos los que se pierden por optar libremente por lo cómodo y rechazar la puerta estrecha, es decir, la cruz. Éste es el gran engaño en el que cae el mundo; y en el que, a poco que nos descuidemos, podemos caer también nosotros. De manera que se hace preciso y necesario "vigilar y orar para no caer en la tentación" (Mt 26, 41).  

Optar por la puerta ancha es el gran engaño en el que, voluntariamente, incurrimos los hombres, para perdición nuestra. En el fondo de esa adoración al Diablo, lo que pretende el hombre es ocupar el puesto de Dios (de un "dios" fabricado por él mismo, claro está) para decidir, sin que nadie decida por él, lo que son las cosas, lo que es bueno y lo que es malo, etc. Se cambia el significado de las grandes y hermosas palabras, comenzando por el de la palabra amor. 




Ya estamos viendo, en la sociedad, los resultados de esta actitud de soberbia del hombre frente a Dios. Se comienza actuando como si Dios no existiera, se le ignora, se le desprecia como un "residuo" de la ignorancia del pasado, como algo obsoleto y al final se le persigue y se quiere erradicar su Nombre de la faz de la tierra, matando a los cristianos, si es preciso: esto está ocurriendo hoy, en este mundo de "progreso", que se jacta de su poder. 

Hasta ese extremo llega el odio al Dios encarnado en Jesucristo, el Único Dios que se presenta como Verdad Absoluta. Y esto el hombre no lo admite. No consiente que haya nada a lo que tenga que estar sometido, como si debiera a él mismo su propia existencia. Se cae en el absurdo y en lo irracional. Y, en esta negación de Dios, que es la negación del Amor, el hombre pierde su "humanidad"  para con los demás. El resultado es desolador, desde cualquier punto de vista que se mire; no sólo el aspecto religioso, sino también el moral, el social, el político, el económico, etc...aspectos por los que se rige una nación; y sin los cuales va abocada a un desastre irremediable. 

El Diablo, "que es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44)  está consiguiendo su propósito, que es el de separar a los hombres de Dios; y, en concreto, de Jesucristo, su gran Enemigo, engañándoles y haciendo que se crean sus propias mentiras. Sería lamentable que nosotros cayéramos también en estas mentiras diabólicas, cuyo objeto es el de conducirnos a la desgracia y a la infelicidad ..., cerrándonos los ojos para no ver y los oídos para no oir. ¡Y todo ello por un simple plato de lentejas! 

¿De veras merece la pena apostar por el mundo y por el Diablo? Mi sentido común, rectamente ejercido, me dice que no. Sólo el amor a la verdad, y sobre todo, el amor a la Verdad (con mayúsculas) que es Jesucristo, nos puede librar de este abismo al que estamos abocados. 


(Continuará)