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No. No se crean para nada que el lenguaje es secundario y que en definitiva usar una palabra o alguno de sus sinónimos no tiene mayor importancia. La tiene hasta el punto que basta un pequeño cambio de lenguaje para convertir lo peor en una obra de caridad.
Como me supongo que mis lectores son adultos, me permitiré colocar algunos ejemplos. Qué mal suena fornicar o copular ¿verdad? Pero si lo que se hace es “el amor” hasta queda bonito y poético. Designan lo mismo, pero se pasa de un horror a prácticamente a un mandato evangélico.
Piensen en algo tan atroz como el aborto. Abortar suena mal. Una interrupción voluntaria del embarazo es algo más llevadero. Optar porque vengan los hijos tan solo cuando son deseados suena incluso a madurez emocional, y evitar sufrimientos futuros a un ser que llegará a este mundo con graves deficiencias es casi para entregar la medalla a la solidaridad. ¡Y ESTAMOS HABLANDO DE LO MISMO!
¿Y el adulterio? Jo, qué palabra… Pues nada, en lugar de adulterio se habla de relación de pareja madura, abierta, no acaparadora, en libertad y respeto. ¡Leche, hemos convertido el adulterio casi en un bien social!
No les digo nada con la familia. Esa que hemos tenido ustedes y yo, con un padre y una madre, hermanos, tíos, primos y abuelos. Pues nada, se le añade el adjetivo “tradicional” o conservadora” y a partir de ahí deja la normalidad para venir a ser paradigma de todas las desdichas. A partir de ese momento se lanza otra idea de familia “renovada”, “abierta”, “del siglo XXI” y ya tenemos lo que se quiera: dos hombres, dos mujeres, hombre o mujer solos, con hijos o sin ellos, por el método que sea hasta llegar al caso, siempre singular, de la persona que decide casarse con ella misma. Eso sí, estamos superando la familia tradicional y conservadora.
Vamos con un par de ejemplos de cosas de la fe. Parece igual pero no es lo mismo. Decir o escribir Cristo el Señor, y encima con mayúsculas, es profesión de fe en la divinidad de Jesucristo. Referirse a Él como “el nazareno”, “Jesús de Nazaret”, “el carpintero”, queda más bonito porque no compromete a nada, pero lo hemos rebajado a pura humanidad, disimulada con nombrarle “hombre excepcional”. Sí, excepcional, pero HOMBRE.
En mi último post salía lo de cristiano y católico. Ahora, en algunos ambientes, lo que se lleva es que todos somos cristianos, como si el adjetivo posterior no significara nada. Pues es justo lo que “califica” el tipo de cristianismo. Porque sí, todos cristianos ... pero un católico se parece a un autodenominado “testigo cristiano de Jehová” en lo que un huevo a una castaña y me he levantado generoso. Católicos y además romanos, para que no haya duda de dónde se ubica cada uno.
Copular, aborto, adulterio, familia, Cristo, católico. No gusta. Pues no pasa nada: hacer el amor, interrupción del embarazo, pareja abierta, el carpintero, cristianos. Queda chachi guay y todos tan felices.
Jorge, de profesión cura