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miércoles, 18 de marzo de 2015

Cuidado con los falsos profetas (y 22) [Seguridad]

Hoy abundan los falsos profetas"Surgirán muchos falsos profetas -dice Jesús- que engañarán a muchos" (Mt 24, 11). El falso profeta piensa como el mundo y es escuchado por el mundo"Ellos son del mundo: por eso hablan cosas mundanas, y el mundo los escucha" (1 Jn 4, 5). ¿Cómo podemos distinguir un falso profeta de un verdadero profeta? Pues, como siempre, fijándonos y meditando en las palabras de Jesús. De los falsos profetas dice: Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así se comportaron sus padres con los falsos profetas" (Lc 6, 26). Un apóstol de Jesucristo debería de tener muy en cuenta esta exhortación: si todo el mundo habla bien de él, es señal inequívoca de que algo está fallando; y de que su enseñanza no está siendo la que Jesús nos enseñó.  

De ahí la necesidad de estar prevenidos y no fiarnos de todos. Así dice Jesús: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapacesPor sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 15-16b). No en las palabras, sino en los frutos en donde debemos fijarnos "El que permanece en Mí y Yo en Él ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). De manera que los frutos a los que se refiere el Señor, para que no nos llamemos a engaño, consisten en permanecer en Él. No habla de los demás, sino de permanecer unidos a Él mediante un amor auténtico ... Ciertamente, ello redundará -pero siempre como consecuencia y en segundo lugar- en un amor verdadero hacia el prójimo: éste no se concibe si no está primero de por medio el Amor a Dios. Esto es muy importante, pues sólo así podremos discernir entre la verdad y la mentira con respecto a lo que el Señor entiende por "frutos".


A mí, en particular, sin entrar en juicios de ningún tipo, pero sí señalando hechos reales y contrastables, me preocupa, con relación al papa Francisco, el hecho concreto de que prácticamente todo el mundo hable bien de él ... pues vienen a mi mente -sin que pueda evitarlo- las palabras del Señor, señaladas más arriba: Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así se comportaron sus padres con los falsos profetas" (Lc 6, 26). Pues, además, quienes mejor hablan del Papa son los enemigos declarados de la Iglesia: ateos, masones, agnósticos, etc.... Podemos verlo en abundantes entradas de este blog ( por ejemplo, aquí, aquí, aquí y  aquí ):  ¡Éste es el Papa que la Iglesia necesitaba! -dicen. ¡Ya iba siendo hora! ... Hora, ... ¿de qué? ... Pues, según ellos, hora de que la Iglesia se adapte ya, de una vez, al mundo en el que vive y de que no siga anclada en el pasado. De manera que las "verdades" que el mundo entiende como tales deben ser aceptadas por la Iglesia ... ¡ y sólo entonces se podrá decir que estamos ante una Iglesia moderna, una Iglesia que evoluciona teniendo en cuenta los "signos de los tiempos"! ¡Y ya no será tan perseguida!. En otras palabras: la Iglesia debe dejarse de mandangas y dedicarse sólo a los problemas de este mundo, que son los auténticos y los únicos, puesto que -en realidad- no hay otro mundo ... Todo eso de Dios y de Jesucristo, son "teorías" ya superadas, anticuadas y obsoletas, "cuentos" para viejas, que deben dejar paso a lo nuevo, al verdadero "progreso" que es el que el mundo le ofrece. Así la Iglesia se llenará de "fieles"; de lo contrario se irá quedando cada vez más sola. 

Pero, claro está: si la Iglesia se confunde con el mundo pierde su propia identidad ¿y qué novedades puede aportarle ya al mundo? Si el centro pasara a ser el hombre y su autonomía y Dios quedara relegado a un segundo o tercer plano (o incluso reducido al silencio o a la devoción privada) ... si esto ocurriera ... podríamos estar seguros de que tendríamos ante nosotros "otra realidad" que no tendría nada que ver con la verdadera Iglesia, aquella que Cristo fundó y de la que dijo que "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Seguirá manteniendo -eso sí- el mismo nombre de Iglesia, para confusión de muchos cristianos- pero eso no sería ya la Iglesia de Cristo, en quien habría dejado de creer como verdadero Dios y verdadero hombre.   


El hombre ha estado empeñado, desde siempre, en sustituir a Dios y en ser "dios" él mismo, ser él -y no Dios- quien dictamine acerca de todo, de lo bueno y de lo malo. Es más: ser él el único "dios". Tal ocurrió ya con nuestros primeros padres, que cayeron en la tentación diabólica del "seréis como Dios" (Gen 3, 4). Y los hombres de hoy siguen con este mismo empeño de destronar a Dios y de ocupar ellos su lugar, dejándolo relegado al olvido o a la leyenda. ¿Cómo conseguirlo?
A mi entender, el modo "sui generis" de proceder del hombre "moderno" de hoy consiste en fabricar un "dios" humanizado que sea inteligible para el hombre, que no tenga secretos, ..., un dios de todos, que abarque a toda la humanidad ... hasta el punto de que dé lo mismo tener una religión u otra (judíos, protestantes, musulmanes, hindúes, budistas, etc ... todos estarían metidos en el mismo saco) o incluso no tener ninguna (En realidad, esto sería algo secundario porque -en realidad, de verdad- cada hombre es dios para sí mismo y, como autónomo, se dicta sus propias normas). 

Se habría llegado así una religión universal, sólo para este mundo, en la que todos seríamos "hermanos" [extraña hermandad, pues si cada uno tiene su "dios" que -en definitiva- es él mismo ¿cómo puede hablarse de un padre común a todos?]. La única verdad sería la que cada uno decidiera para sí, una "verdad" cambiante con el tiempo y que no tendría por qué coincidir con la "verdad" que los demás decidieran para ellos [Un auténtico desastre intelectual y humano, en donde el diálogo entre personas sería imposible, dado que cada palabra significaría una cosa diferente para las diferentes personas que intentan comunicarse: ¡de locura, vamos! ... Esto es todo lo que el hombre puede dar de sí cuando se dedica a jugar a ser dios. La catástrofe está asegurada al 100%]. En esta "nueva religión" -si es que se le puede llamar así- la salvación estaría asegurada para todos ... en el supuesto caso (improbable) de que tuviese algún sentido hablar de salvación, en ese nuevo modo de pensar, según el cual no existe otro mundo que éste y todo acaba con la muerte.




La norma suprema a la que tendrían que atenerse todos los miembros de esta "nueva religión" (es decir, todos los hombres) sería la de que ninguno de ellos podría pretender jamás tener, él solo, la verdad absoluta. Solamente al relativismo se le puede atribuir ese carácter de absoluto. La única verdad absoluta es que la verdad absoluta no existe se afirma aquello mismo que se niega, cayendo así en una manifiesta contradicción] 


Si bien se piensa no cabe descartar que (en el fondo y en la superficie) la verdadera razón  por la que la Iglesia Católica es tan perseguida es el hecho de que se presenta a sí misma como poseyendo toda la verdad ... algo que el mundo no le perdona, ni le perdonará nunca: ninguno está dispuesto a aceptar que le digan lo que tiene que hacer. Cualquier influencia externa es considerada como un ataque a la libertad, entendida ésta como autonomía e independencia: nadie tiene derecho a meterse en la conciencia de los demás, que es la que dictamina acerca de lo bueno y de lo malo. 


Ésta podría ser, a mi entender, una de las causas por las que la Iglesia es odiada y perseguida por el mundo, el cual hará uso de todos sus poderes -y más, si los hubiera- al objeto de destruir esa influencia "nefasta y perniciosa" (según ellos) de la Religión católica, dado que es ésta la única que se atribuye a sí misma la posesión de la verdad absoluta, lo cual es cierto. De todos modos, no deja de ser curioso el hecho comprobado de que la seguridad de un católico acerca de la verdad de su fe no es ninguna petulancia; el católico, que lo sea de verdad, no presume de nada, porque es consciente de que todo cuanto tiene le ha sido concedido como un don.

La Religión católica no es ningún invento humano. La fundación de la Iglesia no es obra de hombre, sino que es obra de Dios, encarnado en la Persona de su Hijo (Jesucristo). El origen de la Iglesia católica es divino: no hay ningún ser humano que pueda atribuirse a sí mismo el origen de la Iglesia. Tan solo Cristo es el único fundador de la Iglesia ... pero Jesucristo no es un mero hombre, sino que es hombre y es también Dios

La Resurrección de Jesucristo, por su propio poder, es prueba y garantía de su divinidad ... Esta verdad es esencial al catolicismo, hasta el punto de que si fuese negada, éste no tendría ya ningún sentido. Y podríamos decir, con san Pablo: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, aún estamos en nuestros pecados" (1 Cor 15, 17). "Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres" (1 Cor 15, 19). 


Lo que ciertamente es así: ¿Qué sentido tiene jugarse la vida, y estar dispuestos a morir -si fuese preciso- por algo que es falso y que es, simplemente, producto de la invención o de la imaginación de un simple hombre como nosotros?  Desde luego, que sería completamente absurdo. Nadie se juega su vida por una utopía inexistente o por una leyenda.

Por eso la Iglesia católica no tiene parangón con el resto de religiones. En éstas el hombre se construye sus propios "dioses" (en los que realmente no cree, puesto que son obra suya). No ocurre así con la religión judía y mucho menos con la religión católica, pues en estos casos el hombre no se inventa nada. En particular, en el segundo caso, que es el que ahora nos ocupa, sucede que es Dios mismo, el Señor de todo lo creado, quien tomando nuestra "carne" se hace hombre, sin dejar de ser Dios, en la Persona Divina de Jesucristo, que asume, como propia, nuestra naturaleza humana. Aquí se aprecia, sin ninguna duda, la diferencia sustancial de la Religión católica con el resto de religiones (excepción hecha de la religión judía)  


Ya, desde sus comienzos, la Iglesia no hubiera tenido ningún "problema" (difamaciones, calumnias, injurias, persecuciones, martirios, ...) si Jesucristo hubiese entrado a formar parte del panteón de los dioses, como un dios más entre ellos. Pero no fue así. Esto es cierto también para el pueblo judío: "No tendrás otro Dios fuera de Mí" (Ex 20, 3). Pero es que ese Dios al que se hace referencia en el Antiguo Testamento es el mismo que Jesucristo anunció a los judíos, a quienes dijo: "No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirla, sino a darle cumplimiento" (Mt 5, 15). 


De ahí que el Antiguo Testamento sólo pueda entenderse bien a la luz del Nuevo Testamento. En ambos casos hablamos de un único Dios; pero ese Dios invisible se manifestó en un determinado momento de la historia, mostrándonos su Amor al tomar "carne" en la Persona de su Hijo, Jesucristo quien, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre. Y por eso pudo decir de sí mismo: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 14, 30), proclamando así su divinidad, la cual atestiguó con su Resurrección real en cuerpo y alma. Jesucristo nos dio a conocer a ese único Dios como Trinidad de Personas (y eso es algo que el pueblo judío no acepta). 


En otro momento de su existencia histórica dijo Jesús: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). Pues bien, resulta que es esta Verdad -verdad absoluta- que se identifica con el mismo Jesucristo, la que anunciaron los primeros cristianos. Hasta tal punto estaban ellos convencidos y seguros de la divinidad de Jesús -como también de su humanidad- que se sentían orgullosos y contentos de ser perseguidos e incluso de dar su vida antes que renegar de Jesucristo. Los Apóstoles, por ejemplo, a quienes se azotó por hablar en el nombre de Jesucristo, una vez que fueron soltados "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa de su Nombre" (Hech 5, 41).



Otro punto importante a tener en cuenta es el que se refiere al discurso del Pan de Vida. Después de hablar Jesús la mayoría de sus discípulos lo abandonaron. Y se quedaron solos, Él y los Doce. Entonces los interpeló y les dijo: "¿También vosotros os queréis marchar?" (Jn 6, 67). Pero Pedro le respondió:  "¿A quién iremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios." (Jn 6, 68-69). 


Este conocimiento de Jesús es el que, después de la venida del Espíritu Santo, les dio fuerzas a los Apóstoles para poder entregar su vida antes que renegar de Aquél a quien amaban, un Espíritu que transmitieron a todos los que se iban convirtiendo al Cristianismo. Y así continúa siendo, al día de hoy, con aquellos cristianos -¡que sigue habiéndolos todavía!- que se mantienen fieles a Jesucristo, en quien creen firmemente (¡con la seguridad absoluta que les viene de la fe que han recibido de Dios!) pese al inmenso número de dificultades y de obstáculos, de todo tipo, que tienen que afrontar.

El mundo considera como una locura esta seguridad que tiene el cristiano en Jesucristo. Pero, si a un cristiano se le priva de Jesucristo, que es su Amigo del alma y el Dios que lo ha creado, ¿qué sentido tendría su vida? El Amor en este mundo -y también en el otro- está ligado a Jesús quien, siendo Dios es también un hombre como nosotros. Si eliminamos de la vida el Amor, que es Dios encarnado en Jesucristo, ¿qué nos queda? Esta vida sería átona y gris, triste hasta el extremo; y sin ningún sentido. Eso es lo que nos quedaría si nos quitan a Jesús. Y eso es, por desgracia, lo que hoy se pretende y se está consiguiendo ya en muchos lugares del mundo.


No debemos llamarnos a engaño: la lucha actual que el mundo ha entablado contra Dios es, en realidad, una lucha contra el Amor.  "Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor(1 Jn 4, 8). Ese Amor del que tan necesitados estamos sólo se encuentra en Jesucristo. Son muchos los enemigos de Dios, los hijos del Diablo. Y, en palabras de Jesús "los hijos de este mundo son más sagaces para sus cosas que los hijos de la luz" (Lc 16, 8). Son muchos los falsos profetas que se presentan como verdaderos, pero niegan a Jesucristo, en quien no creen. Contra ellos nos previene el Señor, como ya hemos citado más arriba: "Guardaos de los falsos profetas ..." (Mt 7, 15). Lo propio del falso profeta es que ha dejado de amar a Dios, si es que pudiera decirse que alguna vez lo haya amado de verdad ... ha optado por este mundo y ha rechazado el Amor, sustituyéndolo por sucedáneos, que no son amor. Esta bella palabra "amor" se ha degradado y ha quedado reducida a sexo. Así lo entiende el mundo. Y por eso son desgraciados; pues tal amor no es búsqueda del otro, sino de sí mismo, de modo egoísta. Conduce a la soledad y al hastío de la vida. Todo lo contrario que el verdadero amor que Jesucristo vino a traernos, pero que nosotros no hemos querido aceptar.


Este mundo sólo pueden salvarlo los santos, de los cuales tan necesitado se encuentra. Por eso debemos pedir insistentemente al Señor que nos envíe esos santos que salven a su Iglesia y al mundo ... pues de lo contrario estamos perdidos. Si Él permite lo que está ocurriendo no cabe duda de que tendrá sus planes y no debemos de perder nunca nuestro amor, nuestra confianza y nuestra fe en El. Sabemos que "de Dios nadie se burla" (Gal 6, 7) y sigue siendo cierto que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). Por lo tanto, podemos estar tranquilos en ese sentido, siempre que no nos durmamos, porque "nuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar" (1 Pet 5, 8). 

Puesto que "la victoria que vence al mundo es nuestra fe" (1 Jn 5, 4), es preciso estar vigilantes y orar para que el Señor nos la conceda, conscientes de que nos la concederá si se lo pedimos, pues sabe que la necesitamos; y nos quiere. Nunca nos dejará solos. Y su amor por cada uno de nosotros es seguro.

Ojalá que pudiéramos decir con el apóstol san Pablo : "Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8, 38-39).
FIN