Son muchos -por desgracia- los disparates, a los que ya nos tiene acostumbrados el Papa Francisco; aunque -la verdad sea dicha- siempre nos asombra con algo nuevo -no necesariamente bueno. En este caso, es su ignorancia de la Historia de América que le lleva a condenar injustamente a España, diciendo auténticas barbaridades y mentiras que no resisten el mínimo de rigor histórico ... De nuevo vuelve a hablar de cosas mundanas, en las que no está especializado, dada su condición de Sumo Pontífice y vicario de Cristo en la Tierra. Habla de lo que desconoce.
Hay infinidad de artículos que se han escrito ya a este propósito. Yo trasladaré algunos a este blog algunos de los que considero más significativos; en otros, introduciré sólo un link al original. En esta entrada concreta, copio un artículo de Eduardo García Serrano, que me ha parecido especialmente interesante. Parece que el Papa Francisco aún desconoce que la "leyenda" negra sobre España es un mito, sin consistencia histórica.
Guerras de Independencia Hispanoamericana |
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El Papa Francisco, jesuita argentino, olvida -o ignora- en
su homilía sobre la independencia americana que fue España la que liberó con el Evangelio a los
nativos hispanoamericanos. Gracias a España hoy la Iglesia tiene un
papa argentino.
El Papa Francisco,
en la misa celebrada en el Parque del
Bicentenario de Quito, en su visita oficial a Ecuador, ha
evidenciado en sus palabras que, en su concepción de España y de
la Conquista y Evangelización de América, él también es una víctima de la Leyenda Negra y
que su visión de los sucesivos procesos históricos de independencia de las
diferentes naciones hispanoamericanas está contaminada por la propaganda
masónica, pues fueron precisamente los
criollos masones los que lideraron aquellos procesos independentistas,
contrarios a la voluntad de las poblaciones indígenas, a las que el Papa tan
amorosamente defiende, que identificaban, con razón, en su permanencia en
la Mater Hispania la garantía de sus libertades frente a las élites y
la oligarquía criolla que el Papa Francisco denuncia.
Multisecular paradoja de la que finalmente surge la doctrina herética de la Teología de
la Liberación, que ensalza el indigenismo como
lo que nunca fue: el motor de la independencia hispanoamericana, poniéndole
a Cristo el rostro del Che Guevara y vistiendo a los
sacerdotes de coronel tapioca.
El Papa Francisco,
apelando en su homilía a “ese susurro de Jesús en la Última Cena” [¿?] ensalza “el Bicentenario de aquel
grito de independencia de Hispanoamérica. Ese fue un grito nacido de la conciencia
de falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a
conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”.
En esa frase de Su Santidad reside todo el
galimatías histórico cultural de un papa argentino que parece ignorar que lo
es, además de por la inapelable decisión del Espíritu Santo, gracias a que
España evangelizó el continente en el
que el vino al mundo, en la misma medida que su antecesor en la Silla
de Pedro, Benedicto XVI, llegó al papado gracias a que España se desangró
en los Países Bajos y en Alemania para que el catolicismo
no fuera expulsado del norte de Europa por
la Reforma protestante.
Si alguna deuda tiene la Iglesia Católica con
España es precisamente la de la Universalidad territorial y espiritual de la
única Religión verdadera.
Los Reyes
Católicos crearon ese corpus legal que son las Leyes de Indias en las que se reconoce la filiación divina de los
habitantes de los territorios descubiertos más allá del Atlántico, se conmina a los españoles a tratarlos como
hermanos en la Fe, a pagarles un
salario justo por su trabajo y se
advierte de las duras penas que aguardan a aquellos españoles que
maltraten o den muerte a los nativos.
La diferencia entre la conquista española y la anglosajona
es que, cuando los españoles llegaban a un nuevo territorio, lo primero que
construían era una iglesia, una escuela y una universidad para los nativos.
Cuando eran los anglosajones los primeros en llegar a un nuevo territorio, sus
primeras edificaciones eran un Banco y una lonja de esclavos.
En el siglo XIX, Santidad, los masones de las lonjas de
esclavos y los bancos expulsaron de Hispanoamérica, en contra de la voluntad de
los nativos, a quienes defendieron, con el Evangelio en la mano y en sus actos a los indígenas que veían a España como a la madre protectora de sus libertades y de su
dignidad.
Santidad, “de ese grito nacido de la conciencia de falta de libertad de los
oprimidos, saqueados y exprimidos”, al que apela en su homilía, surgió precisamente la liberación que
España y el Evangelio les llevaron para romper las cadenas que esclavizaban a
los nativos americanos a los atroces ritos y dioses paganos a los que eran
sacrificados.
Del mismo modo, Santidad, en el que Cristo expulsó a
latigazos a los mercaderes del Templo, Hernán Cortés trepó a la cúspide de las pirámides aztecas para
evitar que les arrancasen en vivo el corazón a las víctimas propiciatorias que
ofrecían a sus dioses oscuros y sanguinarios. Lo hizo con la espada, sí,
tal y como Cristo lo hizo con el látigo. Y donde antes solo había horror y barbarie, Hernán Cortés puso
a la Virgen de Guadalupe.
Con todo respeto, Santidad, España no saqueó a los nativos americanos, los hizo libres con
la Luz del Evangelio y dignificó sus vidas alfabetizándoles y
haciéndoles hermanos y compatriotas de una misma nación, pues España
jamás tuvo colonias, sino provincias del ultramar de tal manera que un indio andino, amazónico o de
la Pampa, era tan español como un nativo de Soria. La esclavitud para todos ellos vino después,
precisamente con los procesos de
independencia liderados por los masones. Al ensalzarlos, Santidad, menosprecia la Verdad y la Libertad
que España y la Iglesia Católica, de la que usted es la cabeza visible,
llevaron al Nuevo Mundo.