Hay un libro titulado "Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental" de Thomas E. Woods (editorial Ciudadela, 2007) de 276 páginas, que podría ser una buena lectura para este verano de 2015. Se puede acceder también a él, en formato pdf, pinchando aquí
Escribo a continuación una selección de algunos párrafos de dicho libro, relacionados, en principio, con el caso Galileo, que abordamos muy someramente en el post anterior:
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Jerome Langford, uno de los expertos en la materia mas sensatos de la actualidad, proporciona un resumen muy útil sobre la postura de Galileo:
"No es del todo
cierto retratar a Galileo como una víctima inocente de la ignorancia y los
prejuicios. Los acontecimientos que siguieron son, en parte, imputables al
propio Galileo, que se negó al consenso, entró a debatir sin disponer de
pruebas suficientes y se metió en el terreno de los teólogos"
(Jerome J. Langford, O.P., Galileo, Science and the Church, Desclée, Nueva York, 1966).
(Jerome J. Langford, O.P., Galileo, Science and the Church, Desclée, Nueva York, 1966).
(...) Es famosa, en
este sentido, la observación que, en su momento, realizó el cardenal Robert Bellarmino:
"Si hubiera una
prueba real de que el Sol ocupa el centro del Universo, de que la Tierra se
encuentra en el tercer cielo, y de que el Sol no gira alrededor de la Tierra,
sino que es ésta la que gira alrededor del Sol, deberíamos proceder con suma cautela
a la hora de explicar determinados pasajes de las Escrituras que parecen
apuntar a lo contrario y admitir que no supimos comprenderlos, antes de
proclamar como falsa una opinión que ha demostrado ser verdadera. Por lo que a
mí respecta no creeré en la existencia de dichas pruebas hasta que me sean
presentadas"
(James Brodrick, The Life and Work of Blessed Robert Francis Cardinal Bellarmine, S.J, 1542- 1621, vol 2 Burns, Oates and Washbourne, Londres, 1928, p. 359)
(James Brodrick, The Life and Work of Blessed Robert Francis Cardinal Bellarmine, S.J, 1542- 1621, vol 2 Burns, Oates and Washbourne, Londres, 1928, p. 359)
(...) Santo Tomás de Aquino también había advertido sobre las
consecuencias de aferrarse a una particular interpretación de las escrituras,
una vez se dispusiera de bases sólidas para creer que dicha interpretación no
era la correcta:
En primer lugar, la
verdad de las Escrituras ha de mantenerse inviolable. En segundo lugar, cuando
existan distintos modos de interpretar un texto de las Escrituras, ninguna
explicación en particular debe postularse con rigidez tal que, caso de hallarse
argumentos convincentes que demuestren su falsedad, alguien se atreva a
insistir que otro sigue siendo el sentido definitivo del texto. De lo
contrario, los no creyentes despreciarán las Sagradas Escrituras y el camino a
la fe quedará cerrado para ellos.
(Edward
Grant, "Science ant Theology in the Middle Ages", en God and Nature:
Historical Essays on the Encounter Between Christianity and Science, David C.
Lindberg and Ronald L., University of California Press, Berkeley, 1986, p. 63)
La condena de Galileo, aun cuando se
comprenda en su debido contexto, lejos de las crónicas exageradas y
sensacionalistas tan comunes en los medios de comunicación, fue ciertamente un tropiezo de la Iglesia
[por el que ha pedido perdón]
y ello contribuyó a establecer el mito de su hostilidad hacia la ciencia.
[un mito que ha pasado a ser una "creencia" (falsa) de la gente, con relación a la Iglesia, pues es justo todo lo contrario: en modo alguno existe tal hostilidad como podemos comprobar si seguimos leyendo; y mejor aún si leemos el libro]
[por el que ha pedido perdón]
y ello contribuyó a establecer el mito de su hostilidad hacia la ciencia.
[un mito que ha pasado a ser una "creencia" (falsa) de la gente, con relación a la Iglesia, pues es justo todo lo contrario: en modo alguno existe tal hostilidad como podemos comprobar si seguimos leyendo; y mejor aún si leemos el libro]
(...) Santo Tomás de
Aquino demostró que fe y razón son complementarias y no se contradicen
mutuamente. Cualquier contradicción aparente debe atribuírse a nuestra
incapacidad para comprender bien la religión o bien la filosofía.
(...) Es relativamente
sencillo demostrar que muchos grandes hombres de ciencia, como Louis Pasteur,
han sido católicos. Más revelador, sin embargo, es el asombroso número de
sacerdotes católicos que han desarrollado una amplia y destacada labor
científica (...) Su curiosidad insaciable por el universo creado por Dios y su
compromiso con la investigación científica, revelan, mucho más que
cualquier discusión teórica, que la relación entre Iglesia y ciencia es
amistosa y natural, y se encuentra muy alejada del antagonismo y del recelo.
(...) Tal como señala
J. L. Heilbron, de la Universidad de California - Berkeley, el hecho sigue
siendo que:
"La Iglesia católico-romana aportó más ayuda social y financiera al estudio de la astronomía a lo largo de seis siglos -desde la recuperación del saber de la Antigüedad, en las postrimerías de la Edad Media, hasta el advenimiento de la Ilustración- que ninguna institución, y acaso más que el resto de las instituciones en su conjunto"
"La Iglesia católico-romana aportó más ayuda social y financiera al estudio de la astronomía a lo largo de seis siglos -desde la recuperación del saber de la Antigüedad, en las postrimerías de la Edad Media, hasta el advenimiento de la Ilustración- que ninguna institución, y acaso más que el resto de las instituciones en su conjunto"
Y la contribución de
la Iglesia católica a la ciencia va mucho más allá de la astronomía. Las
creencias teológicas de los católicos sentaron, en primera instancia, las bases
para el progreso científico. Los pensadores medievales establecieron algunos de
los principios fundamentales de la ciencia moderna, mientras que los sacerdotes
católicos, leales hijos de la Iglesia, mostraban un interés infatigable por el
desarrollo de la ciencia en el terreno de las matemáticas, la geometría, la
óptica, la biología, la astronomía, la sismología y muchas otras áreas.
¿Cuánto se sabe, en general, al respecto, y cuántos textos occidentales siquiera lo mencionan? La respuesta está implícita en la propia pregunta. Sin embargo, gracias a la reciente y meritoria labor de algunos historiadores de la ciencia cada vez más dispuestos a reconocer los méritos de la Iglesia, ningún intelectual riguroso volverá a repetir el mito del antagonismo entre religión y ciencia.
[Ojalá que fuera así: considero muy optimista al autor, porque el mundo en el que vivimos niega lo evidente; de ahí que haya subrayado en rojo la palabra riguroso].
(...) El hecho de que la ciencia moderna surgiera en el entorno católico de Europa occidental no fue mera coincidencia.
¿Cuánto se sabe, en general, al respecto, y cuántos textos occidentales siquiera lo mencionan? La respuesta está implícita en la propia pregunta. Sin embargo, gracias a la reciente y meritoria labor de algunos historiadores de la ciencia cada vez más dispuestos a reconocer los méritos de la Iglesia, ningún intelectual riguroso volverá a repetir el mito del antagonismo entre religión y ciencia.
[Ojalá que fuera así: considero muy optimista al autor, porque el mundo en el que vivimos niega lo evidente; de ahí que haya subrayado en rojo la palabra riguroso].
(...) El hecho de que la ciencia moderna surgiera en el entorno católico de Europa occidental no fue mera coincidencia.