Como veníamos diciendo, en la Iglesia Católica, que es la Única verdadera y fundada por Jesucristo, no pueden coexistir dos Magisterios diferentes. Eso no tiene ningún sentido, es absurdo ... ¡en teoría! ... pero de hecho nos encontramos con discrepancias notorias entre algunos puntos de doctrina magisteriales postconciliares que son contrarios a otros, también magisteriales, pero preconciliares.
No se puede negar lo que es evidente: algo está fallando en la labor de Evangelización de la Iglesia ... y algo muy importante. Como siempre las palabras de Jesús, nuestro Maestro, están ahí para avisarnos e indicarnos el camino a seguir, de modo que sepamos discernir la verdad del error, el sentido común del disparate: "Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado; y cae casa sobre casa" (Lc 11, 17).
Esta advertencia de nuestro Señor es muy importante. Y no podemos pasarla por alto, como nada de lo que Él dijo. No cabe duda de que existe división en el seno de la Iglesia (en el Reino de Cristo en la tierra). Da una pena inmensa de que así sea, pero la verdad debe primar siempre sobre nuestros deseos y sobre nuestros sentimientos: lo que un cristiano no debe (¡no debería!) de hacer nunca es adoptar la postura del avestruz y proceder como si nada ocurriera ... ¡porque no estaría en la verdad! ... Sí ocurre. Y lo que ocurre es, además, muy grave.
Fue providencial que el Concilio Vaticano II se proclamara a sí mismo como meramente pastoral, insistiendo en que la doctrina católica de siempre, definida dogmáticamente en los concilios anteriores, no se iba a tocar (¡no se podía tocar!). El sentido que se le dio a este Concilio fue solamente de tipo pastoral, con vistas a que el Mensaje del Evangelio llegara al mayor número de personas de una manera más inteligible: al menos eso fue lo que se dijo en su momento. Otra cosa muy diferente son los frutos que se recogieron -y se siguen recogiendo- a consecuencia de la puesta en práctica de las recomendaciones que surgen en la aplicación de algunos documentos de este Concilio; habiendo algunos puntos concretos del mismo que podrían afectar, incluso, a la misma Doctrina. Todo ello está en estudio.
Pero, en fin: si se tiene en cuenta esta consideración, el cristiano de a pie no tiene por qué preocuparse ni, mucho menos, angustiarse. Todo aquello que se vea que contradice el Magisterio anterior (de alguna manera) es descartado: con ello no se desobedece al Magisterio actual por la sencilla razón de que éste ha declinado la prerrogativa de infalible. El Magisterio anterior, en cambio, sí hizo uso, explícitamente, de esta prerrogativa de infalibilidad. De manera que, en caso de duda, el cristiano que lo sea de veras no tiene más que acudir a las verdades de siempre, a aquellas que han sido definidas de modo infalible por el Magisterio de la Iglesia.
Debemos de tener presente que el Magisterio actual en ningún momento ha declarado nada nuevo con ese distintivo de infalibilidad. Los fieles quedan así libres para prestar su asentimiento obligatorio sólo a aquellas enseñanzas del Magisterio que coincidan con las del Magisterio anterior. De este modo (siempre que se mire todo con los ojos de la fe) resulta que no cabe ninguna oposición entre Magisterios, como no podía ser de otra manera: Existe un único Magisterio, que es el de la Iglesia de siempre, al que debemos fidelidad todos los católicos: una fidelidad que, debemos recordar, es a los principios de la sana doctrina, contenida en las Sagradas Escrituras, enseñados por la Tradición y confirmados por el legítimo Magisterio de la Iglesia.
Siendo esto así, es fundamental el conocimiento de ese Magisterio, pues se corre el peligro -real- de que dicho Magisterio se difumine, debido -sobre todo- a la influencia de las corrientes modernistas, que se han infiltrado en la Iglesia y que amenazan con destruirla, si ello fuera posible.
El modernismo ataca sistemáticamente -o pone en duda, que viene a ser lo mismo- todo lo que en la Iglesia católica "huela" a sobrenatural. Son puestas en tela de juicio verdades intocables, que pertenecen al depósito de la Fe. Tales son, por poner algún ejemplo, la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía e incluso la realidad histórica de la Persona de Jesucristo. Se niegan los milagros, a los que se considera como leyendas propias de gente del pasado e incultas (sin aportar ningún documento en contra de esos milagros, puesto que nada pueden aportar). Se niegan todas las verdades de fe: la existencia del pecado original, el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María así como su Asunción, en cuerpo y alma, a los cielos. Se niega que María fuese virgen y madre. Se niega la divinidad de Jesús y, por supuesto, su Resurrección y Ascensión, en cuerpo y alma, a los cielos, etc...
El objetivo del modernismo, condenado por el papa san Pío X, en su encíclica Pascendi, como la suma de todas las herejías, es la destrucción de la Iglesia. Y, lo peor de todo, es que el pensamiento modernista está muy infiltrado en la Iglesia (a niveles de las más altas Jerarquías eclesiásticas).
De ahí la enorme y acuciante necesidad de pastores santos que tiene la Iglesia para sobrevivir. Como cristianos de a pie nuestra misión es la de "rogar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38), pues "la mies es mucha, pero los obreros son pocos" (Mt 9, 37). Es importante señalar que estas expresiones anteriores, salidas de la boca del Señor, vienen inmediatamente después de este comentario de San Mateo, refiriéndose a Jesús: "Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9, 36)
El mundo de hoy necesita de estos pastores: pastores que hagan suya la vida de Jesucristo, que sean el mismo Cristo para las ovejas; y que esto lo hagan porque se han enamorado de Él hasta tal punto que han renunciado a vivir su propia vida.
Aunque el propio papa Francisco haya pedido a los sacerdotes que sean pastores con olor a oveja y, dando por supuesto, que en las intenciones del santo Padre debe darse por sentado que el sentido de esa expresión es el de que los sacerdotes deben de estar en contacto con las ovejas para conocerlas mejor ... sin embargo existe el peligro -que es, además, una realidad contrastada por la experiencia- de que el pastor (el sacerdote) se confunda con el resto de las ovejas y aparezca ante ellas como una oveja más, no diferenciándose de ellas en nada.
¿Qué mensaje les van a dar, entonces? En su afán de aproximarse al mundo y de agradar al mundo, suelen acabar -casi siempre, y por desgracia- diciéndole al mundo lo que el mundo quiere oír ... ¡pero eso ya no sería el mensaje de Jesucristo, sino otra cosa! ... Se cumplirían en ellos aquellas palabras de la Biblia: "Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo, y el mundo los escucha" (1 Jn 4, 5). Y esto es muy grave, pues así dice el apóstol Santiago: "¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, el que desee hacerse amigo de este mundo, se hace enemigo de Dios" (Sant 4, 4)
La consecuencia de esta "aproximación", de este "oler a ovejas", es que las ovejas van a seguir su camino, el mismo que seguían antes; y el sacerdote en cuestión, mezclado con ellas, va a ser considerado como una oveja más. Nada les ha dicho que ellas no supieran ya. Su presencia -eso sí- puede haberles servido, no para cambiar su estado de vida, sino para "tranquilizar" sus conciencias ..., falsa tranquilidad pues no se corresponde con la verdad. En realidad esas ovejas concretas que lo escuchan, no pretenden cambiar su modus vivendi. Son ovejas que están fuera del redil y desean permanecer así. No ocurre lo mismo con las ovejas del redil, aquellas que han escuchado alguna vez al buen Pastor. Éstas lo considerarán como un extraño: "Y ... huirán de él porque no conocen la voz de los extraños" (Jn 10, 5).
¿Cómo debe actuar, entonces, un sacerdote? ¿Cómo puede llevar a las almas a Dios? San Pablo nos da una respuesta en la que se deja ver, con toda claridad, que un sacerdote, para anunciar al Dios verdadero, al Único, no tiene más remedio -si no quiere adulterar la palabra de Dios- que hablar en Cristo, viviendo en sí mismo la vida de Jesús; y esto debe de hacerlo siempre, caiga quien caiga, pues la doctrina que predica no es suya. Por eso dice: "Somos para Dios el buen olor de Cristo, entre los que se salvan y entre los que se pierden; para unos olor de muerte para la muerte, para otros olor de vida para la vida" (2 Cor 2, 15-16)
[El texto es más completo si se lee 2 Cor 2, 14-17]
El sacerdote no debe mezclarse con las ovejas como una oveja más ... sencillamente porque no lo es. Su oficio es el de pastor; y lo que las ovejas necesitan de sus pastores es que éstos les hablen de Jesucristo, que sean para ellas el mismo Cristo y que perciban, de alguna manera, que son importantes para ellos y que estarían dispuestos, incluso, a "dar su vida por ellas" (Jn 10, 15), si fuese preciso. Si tal cosa ocurre, entonces "las ovejas les seguirán, porque ahora conocen su voz" (Jn 10, 4) que no es otra que la voz del mismo Jesucristo, a quien representan, el cual "ha venido para que éstas tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
Para apacentar bien a las ovejas hay que quererlas del modo y manera en que Jesucristo las quiere, es decir, hasta dar la vida por ellas, si se presentase la ocasión (Jn 13, 1). Esta condición es necesaria para que el pastor sea un buen pastor (cfr Jn 21, 15-17). De lo contrario no será sino un extraño para las ovejas; y éstas no oirán su voz sino que huirán de él (Jn 10, 5).
(Continuará)