Puede que parezca que Jesús está perdiendo la batalla, como me decía un amigo mío; y que, en efecto, así sea realmente. Pero está escrito que "de Dios nadie se ríe" (Gal 6, 7). Y Dios no miente. ¿Cómo puede ser esto, entonces, cuando estamos viendo que sí, que hay gente -y mucha- que se ríe de Dios, impunemente? La solución se encuentra en el dicho popular, tan conocido de siempre por todos, pero que hoy, como tantas otras cosas, se ha olvidado. Y es que "quien ríe el último, ríe mejor". La gran carcajada, la carcajada final, no será del mundo sino de Dios ... por más que ahora parezca otra cosa.
[Cuando Jesús pronuncia estas palabras es evidente que se refiere a Sí mismo en cuanto que, como verdadero hombre que es, además de ser Dios, no era su misión la de dar a conocer cuándo tendría lugar ese día. Y por eso no lo hizo. En ese sentido se dice que "no lo sabe"; en cuanto que es Dios, verdadero Dios, en todo igual al Padre, excepto en que es Hijo, nada le puede ser desconocido. Por supuesto que conocía perfectamente, al igual que el Padre, el día y la hora]
En todo caso, lo que está claro -y de ello no hay la menor duda- es que la segunda venida del Señor tendrá lugar justamente cuando menos se piense en ella: "El día del Señor vendrá como el ladrón en la noche. Así pues, cuando clamen: 'Paz y seguridad', entonces, de repente, se precipitará sobre ellos la ruina ... sin que puedan escapar" (1 Tes 5, 3). Además, "igual que el relámpago sale de oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre" (Mt 24, 27). "Aquel día caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra" (Lc 21, 35)
¿Debemos de vivir, por lo tanto, atemorizados? No es eso lo que Jesús quiere que hagamos. Todo lo contrario: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra Redención" (Lc 21, 28). Y el apóstol san Pablo también nos tranquiliza también: "Vosotros, hermanos, en cambio, no estáis en tinieblas de modo que ese día os sorprenda como un ladrón; pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas" (1 Tes 5, 4-5).
[El apóstol entiende por día el estado de gracia y por noche y tinieblas, la situación de pecado y alejamiento de Dios]
Aunque todo esto es cierto, sin embargo no podemos ni debemos olvidar que, para poder reaccionar así, con esa serenidad y con esa paz interior en el alma, es necesario que en nuestra vida procedamos conforme a los consejos del Señor, para que realmente seamos hijos de la luz: "Velad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24, 42) "Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24, 44). "Vigilad para que vuestros corazones no se obcequen por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga de improviso aquel día sobre vosotros" (Lc 21, 34). Y también san Pablo: "... no durmamos como los otros, sino vigilemos y seamos sobrios" (1 Tes 5, 6) ... "revestidos con la coraza de la fe y de la caridad, y con el yelmo de la esperanza de salvación" (1 Tes 5,8).
Y, por supuesto, siguen siendo ciertas aquellas palabras que el Señor pronunció: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5): sólo la unión efectiva con Él nos puede salvar. De manera que es más urgente que nunca que hagamos oración, que leamos con fe el Evangelio; ahí encontraremos siempre palabras de consuelo y de esperanza. Por ejemplo, cuando dice: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 24).
Los ejemplos pueden multiplicarse. Todo el Nuevo Testamento es un Mensaje de Alegría, puesto que es un Mensaje de Amor, del amor más grande que puede darse jamás ... que tuvo lugar en un momento dado de la Historia, cuando Jesús dio su Vida por nosotros, pues "nadie tiene amor más grande que el´que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Esta realidad se renueva, se hace presente, sin repetirse, todos los días, a todas horas, en todas las partes del mundo, en la Santa Misa, que es el mismo Sacrificio de Cristo en la Cruz. En cada Misa, misteriosa, pero realmente se hace presente, aquí y ahora, lo que ocurrió allí y entonces, es decir, el Sacrificio de Cristo en la Cruz, mediante el cual tenemos la posiblidad de poder ser salvos.
[Bien es verdad que en la Santa Misa este Sacrificio ocurre de manera incruenta, sin derramamiento de sangre, pues "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte no tiene ya dominio sobre Él" (Rom 6, 9); pero se trata del mismo sacrificio. No es un sacrificio nuevo. Gracias a él podemos salvarnos si usamos de los medios que pone a nuestra disposición. Este carácter sacrificial de la Misa es esencial. Y es algo que no se predica, o se predica muy poco; hasta el punto de que nos encontramos con muchísimos que se llaman a sí mismos cristianos, católicos, ..., y desconocen, sin embargo, este misterio fundamental de nuestra fe]
Tampoco debemos extrañarnos, en realidad, de lo que está ocurriendo, ni escandalizarnos por ello: "Bienaventurado aquél que no se escandalice de Mí" (Mt 11, 6). Él ya nos lo advirtió: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de la palabra que os dije: 'No es el siervo más que su Señor' " (Jn 15, 18-20). Y dice más adelante: "Esto os lo he dicho para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas [ahora habría que decir, "de las Iglesias"]. Más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios" (Jn 16, 1-2). "Os digo esto para que cuando llegue la hora os acordéis de ello, de que ya os lo anuncié" (Jn 16, 4a)
No sabemos exactamente cuándo vendrá el Señor, pero debemos de estar siempre preparados como si ese día fuese hoy mismo ... una preparación que consiste, básicamente, en vivir y actuar como a Él le gustaría que viviéramos y actuáramos; y hacerlo así (¡y esto es muy importante!) porque lo queremos y porque queremos parecernos a Él y vivir su misma Vida en nosotros ... porque lo necesitamos y estamos enamorados de Él al igual que Él lo está de nosotros, de cada uno, en perfecta reciprocidad de amor.
Éste es nuestro anhelo, nuestro único anhelo y lo que da sentido a nuestra vida: Vivir con la esperanza de poder escuchar algún día, de labios de Jesús, esas hermosas palabras salidas de su boca dirigidas a los que son suyos y se lo han jugado todo por Él: "Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, Yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25, 23)
Cuando sólo Tú cuentes,
porque haya mi cáliz apurado,
sentiré como sientes.
Y, en tus ojos mirado,
veré mi cuerpo todo iluminado.