[Se ha hecho mucho daño al poner sobre el tapete cuestiones ya resueltas de modo definitivo. Como ya se ha dicho en un post anterior se trata de algo absurdo y sin sentido: ¿Cómo se puede someter a votación la palabra de Dios, aduciendo que se ha quedado obsoleta y que los tiempos actuales requieren un cambio en la doctrina, aunque no se exprese tan crudamente, con estas palabras? Pero eso es lo que hay]
Si recordamos, se le acercaron a Jesús unos fariseos, con intención de tentarle, y le preguntaron si le estaba permitido al marido repudiar a su mujer; y se apoyaron, para ello, en las palabras de Moisés, quien sí que permitió que el marido escribiera un libelo de repudio a su mujer y la despidiera. Y Jesús les contestó: "Por la dureza de vuestro corazón os escribió [Moisés] este precepto, pero al principio no fue así. El Creador los hizo VARÓN y HEMBRA y dijo: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán dos en una sola carne. De manera que ya no son dos sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mc 10, 4-9; Mt 19, 4-8). Y luego a sus discípulos, que le preguntaron también sobre el misto tema, les dijo: "Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 11-12) . Más claro, agua.
Nadie tiene poder para cambiar esta realidad. La Iglesia Jerárquica, fundada por Jesucristo, con el Papa a la cabeza, tiene la obligación grave de transmitir esta verdad a todas las generaciones. Lo que Dios ha unido, el hombre no puede separarlo. Y así se refleja, además, como no podía ser de otra manera, en la página web del Vaticano, donde se encuentran aprobadas treinta tesis "in forma specifica" por la Comisión Teológica Internacional en lo que podríamos llamar Doctrina católica sobre el matrimonio. Y se puede leer lo siguiente:
"Fiel al radicalismo del Evangelio, la Iglesia no puede dirigirse a sus fieles con otro lenguaje que el del apóstol Pablo: «A aquellos que están casados les mando, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe de su marido —y si se separa de él, que no vuelva a casarse o que se reconcilie con su marido— y que el marido no despida a su mujer» (1 Cor 7, 10-11). Síguese de ahí que las nuevas uniones, después de un divorcio obtenido según la ley civil, no son ni regulares ni legítimas". . ...." Esta severa ley es un testimonio profético que se da de la fidelidad definitiva del amor que une a Cristo con la Iglesia, y demuestra también que el amor de los esposos está asumido en la caridad misma de Cristo (Ef 5, 23-32).
"Los maridos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. Quien ama a su esposa a sí mismo se ama, pues nadie aborrece nunca su propia carne, sino que la alimenta y la cuida, como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su Cuerpo" (Ef 5, 28-30). Vuelve a repetir otra vez san Pablo las palabras de Jesús: "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne" (Ef 5, 31). Y añade: "Gran misterio es éste, pero yo lo digo referido a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 32)
De manera que la unión conyugal entre un hombre y una mujer en el matrimonio es una expresión, lo más aproximada posible, de la unión que tiene lugar entre Cristo y la Iglesia, unión amorosa hasta dar la vida. Se equipara el amor entre los esposos al amor de Cristo a su Iglesia. El matrimonio, por eso, está elevado a la categoría de sacramento. De ahí se sigue la imposibilidad de que los "divorciados vueltos a casar" puedan recibir, en la sagrada Eucaristía, el cuerpo de Cristo, pues su situación objetiva es de adulterio. Nadie, en estado de pecado mortal, puede recibir el cuerpo de Cristo, pues cometería un nuevo pecado, que se añadiría a los que ya tienen, cual es el pecado de sacrilegio. Continuemos leyendo:
El acceso a la comunión eucarística no puede pasar sino por la penitencia, la que implica el «dolor y detestación del pecado cometido, y el propósito de no pecar en adelante» Todos los cristianos deben recordar las palabras del Apóstol: «...quienquiera que coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será culpable con respecto al Cuerpo y a la Sangre del Señor. Que cada uno se examine, pues, y que así coma este pan y beba este cáliz; porque el que los come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación, no haciendo discernimiento del Cuerpo» (1 Cor 11, 27-29).
Esto no significa ningún tipo de discriminación o que la Iglesia no sea misericordiosa para con ellos. Es justo lo contrario. La obligación de los pastores hacia sus ovejas es la de conducirlas hacia la verdad, encaminarlas hacia Jesús. La misericordia no se opone a la verdad. Y no se les puede engañar hablándoles de la misericordia de Dios en unos términos que, en realidad, lo que indican es un abuso de esa misericordia, pues no se corresponden con la verdad. Dios es misericordioso y es justo. Ambas cosas. Sigamos:
Tambien hay que decir que, con relación a la pastoral de los divorciados vueltos a casar, los cristianos que se encuentran en esta situación, aunque tal situación es ilegítima y no permite vivir en plena comunión con la Iglesia no están excluidos de la acción de la gracia de Dios, ni de la vinculación con la Iglesia [Como decía el papa Francisco no están excomulgados y en eso tiene razón]. No deben de ser privados de la solicitud de los pastores. Numerosos deberes que derivan del bautismo cristiano permanecen aún para ellos en vigor. Deben velar por la educación religiosa de sus hijos. La oración cristiana, tanto pública como privada, la penitencia y ciertas actividades apostólicas permanecen siendo para ellos caminos de vida cristiana. No deben ser despreciados, sino ayudados, como deben serlo todos los cristianos que, con la ayuda de la gracia de Cristo, se esfuerzan por librarse del pecado.
De manera que, una vez arrepentidos y habiendo hecho uso adecuado del sacramento de la confesión, entonces sí que podrían acercarse a recibir el cuerpo del Señor ... pero no antes. Y no sin haber cumplido esas condiciones. Así es como se manifiesta la misericordia de Dios, en la verdad, la cual supone el reconocimiento y el arrepentimiento del pecado por parte de aquel que lo ha cometido. Ante la humildad y el reconocimiento de la propia indigencia y la propia miseria, Dios se vuelca y nos perdona ... porque es nuestro Padre y nos ama con amor de Padre. Pero nos trata como a personas y respeta nuestra libertad. De ahí que se requiera ese arrepentimiento por nuestra parte, sin el cual le atamos las manos a Dios y le impedimos que derrame su misericordia sobre nosotros .
La Iglesia no tiene poder para bendecir una segunda unión nupcial puesto que, por esencia, y así está establecido por Dios, el matrimonio lo es de uno con una y para siempre, hasta que la muerte los separe. Cuando se habla del matrimonio no se está hablando de una ley humana sino de una ley divina. Y ésta no puede conculcarse nunca sin culpabilidad.
Pienso que un buen modo -el más didáctico, al menos- de ilustrar lo que se quiere explicar aquí es mediante ejemplos concretos que, en nuestro caso, deben referirse a testimonios de personas concretas. Pondré tan solo un ejemplo: el de José María Zavala, conocido periodista y escritor español, nacido en Madrid en 1962.
Con motivo de la polémica por la Relatio del sínodo, uno de cuyos puntos candentes es la posibilidad de que se admita a la comunión a divorciados vueltos a casar por lo civil o conviviendo con segundas parejas, entrevistaron a José María Zavala en Religión en Libertad, el 10 de octubre de 2015, con relación a un libro que escribió en octubre de 2014, junto con su esposa, Paloma Fernández. Merece la pena leer la entrevista. El título del libro es: Un juego de amor. El Padre Pío en nuestro camino al matrimonio. Si se dispone de tiempo suficiente, puede escucharse también la siguiente entrevista radiofónica que aparece reflejada en un vídeo de 24 minutos de duración de HM TELEVISIÓN .
Lo que es de señalar, con relación al tema que nos ocupa, es la siguiente afirmación de José María Zavala, haciendo referencia al tiempo que estuvieron juntos sin estar casados, en cuya relación tuvieron dos hijos: «Estuvimos varios años sin comulgar. Por nada del mundo hubiésemos cometido un sacrilegio»