Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.
Esto siempre ha sido así. La Iglesia ha acogido a todos aquellos que han reconocido sus pecados y se han dolido de ellos, con un profundo arrepentimiento. Es a esos a los que busca Jesús: "Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (Mt 9, 9), es decir, a todos ... pues todos somos pecadores.
Tan solo los fariseos de entonces, aquellos que se quedaban en la letra de la Ley, fueron condenados por Jesús, no por su actuación externa que, en teoría, podría considerarse buena ["ayuno dos veces por semana, pago los diezmos de todo lo que poseo" (Lc 18, 12)] sino porque "hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres" (Mt 23, 5) y, sobre todo, porque "confiaban en sí mismos, teniéndose por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9). La Ley de Moisés, en cierto modo, sobrecargada de preceptos, propiciaba este modo -erróneo- de comportamiento.
No así la Ley de Jesús: no son comparables. Quien cumple con la Ley de Jesús jamás se considerará a sí mismo como justo, porque sabe muy bien que "nadie es bueno sino sólo Dios" (Lc 18, 19) ... y es muy consciente de que nada tiene de sí mismo que no haya recibido antes de parte de Dios. No juzgará a los demás, porque él mismo se sabe pecador ... lo cual no es óbice para que cumpla con los mandamientos.
Cuando el joven rico le preguntó a Jesús qué es lo que debía de hacer para heredar la vida eterna, la respuesta que recibió fue: "Ya sabes los mandamientos: No adulterarás, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre" (Lc 18, 20). Jesús no condenó a los fariseos por cumplir los mandamientos sino por su hipocresía y su falta de caridad, aunque en realidad sí había un mandamiento que no cumplían: el más importante de todos, cual es el del amor a Dios y al prójimo. De todos modos, no debemos de olvidar que en el cumplimiento fiel de los mandamientos va ya implícito ese amor. Así, por poner un ejemplo, el que adultera está fallando en el amor: en el amor a su esposa o a su esposo, en el amor a sus hijos, si los tiene ... e incluso en el amor a sí mismo; y, por supuesto, en el amor a Dios, al actuar contra la voluntad de Dios.
Si el cumplimiento de los mandamientos es un requisito -y un mandato explícito de Dios- para poder entrar en el Reino de los Cielos, puesto que es así como se hace patente el amor que se dice tener a Dios y al prójimo ... carece de sentido y es absurdo que, precisamente a aquellos cristianos que son fieles a Dios y se esfuerzan en cumplir sus mandamientos se les considere, por ese mismo hecho, como hipócritas y como fariseos. Quien tal cosa haga, aun cuando fuese el mismo Papa, como es el caso -por desgracia- habría entendido muy mal el Mensaje de Jesús.
Si ante el caso de los homosexuales, por ejemplo, el papa Francisco, considerando que eso es misericordia, dice: ¿Quién soy yo para juzgarlos? [y estamos hablando, nada menos que de una conducta moralmente desordenada y opuesta a la ley natural y a la ley de Dios, ante la cual ni siquiera se pronuncia] ... ¿cómo se entiende, entonces, que sí juzgue [y que no use, al menos, de la misma misericordia de la que hizo alarde con los homosexuales] a aquellos cuyo único "pecado" ha consistido en seguir siendo fieles a las enseñanzas de la Iglesia de siempre, tachándolos de "corazones cerrados" y de "piedras muertas" que arrojan a otros, de fariseos que se han sentado en la cátedra de Moisés?
Los que son fieles a la Tradición se limitan sencillamente a cumplir con la obligación que tienen de transmitir a este mundo, como Palabra de Dios que es y que no les pertenece, el depósito de la fe que han recibido de los Apóstoles, el cual no tienen derecho a manipular ni a escamotear, so pretexto de adaptarse a los tiempos. Son los tiempos los que han de adaptarse a la Palabra de Dios. Increíblemente, por actuar así, son perseguidos -y no por el mundo, lo que es comprensible- sino por el mismo santo Padre: ¿cómo es posible entender esto? Desde luego, si hay algo claro es que el concepto de misericordia (en este caso, una misericordia selectiva) no ha sido bien entendido por el papa Francisco (al menos no la misericordia tal como ésta debe ser entendida, tal y como la practicaba Jesucristo, quien exigía el arrepentimiento por parte de aquellos con quienes practicaba esa misericordia).
Por eso se impone el tener las ideas claras y el llamar a las cosas por su nombre. Se impone no el adoctrinamiento, sino el dar doctrina, pues son infinidad los cristianos que no conocen su fe. Y entre las cosas que deben de quedar muy claras se encuentra el hecho(de sentido común, por otra parte) de que el pecador no es justificado, sin más, porque sí. Ha pecado, pero puesto que hay que ser misericordioso, pues como si no hubiera pecado ... Eso atenta contra la razón, además de atentar contra la fe. El que comete pecado es esclavo del pecado (Jn 8,34). El pecado es algo muy serio: "Cristo se entregó a Sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este mundo perverso" (Gal 1, 4). "Cristo padeció, una vez para siempre, por los pecados, el Justo por los injustos, para llevaros a Dios" (1 Pet 3, 18)
Según san Pablo, el pecado es un misterio de iniquidad (2 Tes 2, 7) y es causa de todos los males. Si el mismo Dios se encarnó en la Persona del Hijo, haciéndose hombre en Jesucristo, para librarnos del pecado, padeciendo por unos pecados que no había cometido, es lo justo que nosotros padezcamos por unos pecados que sí que hemos cometido ... y esto supone, lo primero de todo, el reconocimiento de que se ha pecado: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 8).
Ese es el primer paso para obtener el perdón. Un paso muy importante, pues de no darlo, nuestros pecados no nos serán perdonados. Dios no nos perdonará si no queremos ser perdonados. Con la venida de Jesucristo esto, que antes era imposible, ahora ya no lo es. Pero se requiere de nuestra colaboración, sin la cual Dios se encuentra indefenso para salvarnos. En cambio, "si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros" (1 Jn 1, 9-10)
El pecado debe de ser combatido, porque nos separa de Dios. Y por eso la vida del cristiano sobre la tierra es milicia. San Pablo decía: "He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe" (2 Tim 4, 7). Y el autor de la carta a los cristianos hebreos les exhortaba diciendo: "Todavía no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado" (Heb 12, 4). Si ponemos de nuestra parte, Dios hará el resto, pero quiere ver nuestra buena voluntad, nuestro deseo de pertenecerle a Él únicamente, nuestro amor hacia Él, en definitiva. Nosotros le importamos a Él y Él quiere ver en nosotros una correspondencia al Amor que nos tiene ... ¡Y entonces es cuando aplicará su Misericordia y perdonará nuestros pecados!
De manera que nunca, en ningún caso, es justificado el pecador que cínicamente persiste en su pecado ... Los que así proceden no son pobres sino soberbios.
Por eso cuando se habla de Iglesia de puertas abiertas hay que andar con mucho tino en esta afirmación, que puede dar lugar a confusiones. La Iglesia no puede abrir sus puertas a los herejes declarados como tales: luteranos, anglicanos, etc, ..., (por más que se les llame hermanos separados) como tampoco puede abrir sus puertas a los homosexuales ni a los divorciados vueltos a casar (que son, en realidad, adúlteros). Y al actuar así no se la puede tachar de sectaria o de que no practica la comprensión ni la misericordia. Al contrario: tal modo de proceder está en conformidad con la voluntad de Dios que "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 18, 32). Porque eso sí: Dios salva siempre, pero sólo a quien desea ser salvado.
Dios respeta nuestra libertad: "Si el impío se convierte de todos los pecados que cometió, si guarda todos mis preceptos y obra justicia y derecho, ciertamente vivirá, no morirá. No le será recordado ninguno de los delitos que cometió" (Ez 18, 21-22). En ese sentido se dice que Dios es misericordioso. Pero es de notar el modo y manera en que lo es, que es el que se corresponde con la verdadera misericordia la cual nunca está reñida con la verdad sino que la supone y la exige.
Esto es, precisamente, lo que ocurrió en el encuentro de Jesús con la mujer adúltera, a la que querían apedrear. Jesús no aprobaba el adulterio de la mujer. Lo que había hecho estaba mal. Pero la mujer estaba compungida por su mala acción. Por eso Jesús no la condenó sino que tuvo piedad y misericordia de ella; sin embargo, cuando la despidió la conminó, diciéndole: "Vete y no peques más" (Jn 8, 11). No le dijo: Continúa haciendo lo que haces, que no pasa nada. Yo siempre te perdono, hagas lo que hagas ... pero no se lo dijo, porque amaba a esta mujer y no podía engañarla ni darle a entender que estaba bien lo que estaba muy mal. Misericordia y Verdad: siempre unidas.
La expresión de que la Iglesia abre sus puertas a todos es, a mi entender, ambigua ... en tanto en cuanto puede dar lugar a interpretaciones erróneas. Por supuesto que las puertas de la Iglesia están abiertas a todos ... PERO no pueden atravesar esas puertas aquellos que manifiestamente declaren que no quieren saber nada de Jesucristo (Islam, Judíos) o que no crean en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (luteranos, anglicanos, ...) o no se arrepientan de sus pecados sino que los consideren como señal de progreso (divorciados vueltos a casar, homosexuales, ...). Para ellos están cerradas. Y en esto conviene ser muy claros como lo era Jesús y lo eran los Apóstoles y san Pablo ... como lo han sido siempre todos los santos: compresivos y amando al pecador, pero combativos y odiando el pecado, que tanto daño hace.
Bien entendido que no es que la Iglesia les cierre las puertas a estas personas, sino que son ellos mismos quienes, con su actitud y su comportamiento, se impiden a sí mismos dicho paso ...
Si no quieren saber nada con Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre, si no están dispuestos a creer en los dogmas fundamentales de la fe cristiana, si su vida personal es tal que, actuando contra la ley natural y los mandamientos de la Ley de Dios, no sólo no se arrepienten de su conducta sino que, cínicamente, la justifican, etc...
En todos estos casos, ¿qué sentido tiene que quieran acercarse a una Iglesia a la que realmente odian, puesto que les recrimina su conducta? Si la Iglesia los admitiera en su seno estaría yendo en contra de la voluntad de su Fundador y perdería su propia identidad. Ya no sería la Iglesia de Jesucristo, la que Él fundó. Estaríamos ante una "nueva Iglesia" entendida no como Iglesia renovada que "comprende" a todos, sino ante una "Iglesia nueva", en el sentido de una "Iglesia diferente" a la Iglesia de siempre. En otras palabras, para ser claros: no estaríamos ante la verdadera Iglesia, ante la Iglesia fundada por Jesucristo ... Estaríamos ante ... otra cosa: nos habrían robado a nuestra madre la Iglesia, nos habrían robado a Cristo.
Si tal ocurriera nada tendría de extraño que se produjera un cisma en el seno de la Iglesia, pues la verdadera Iglesia habría sido traicionada por aquellos mismos que dicen ser sus representantes. Por supuesto que la Iglesia no desaparecerá. Las palabras de Jesús no pueden dejar de cumplirse: "El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35). "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Todo lo cual es cierto.
Ahora bien: de producirse tal colapso, la auténtica Iglesia, la verdadera (que no sería la oficial) quedaría reducida a su mínima expresión, a una situación catacumbal, que podría llevar a muchos cristianos al desaliento. Y si siempre ha sido cierto que los cristianos deben de poner su confianza en Dios ... es ahora, más que nunca, cuando esta confianza en las palabras de Jesús ha de ser total y absoluta, desechando todo temor: "No temas, mi pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino" (Lc 12, 32). Y sí. Debemos de tener miedo, pero no a cualquiera: "No temais a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el Infierno" (Mt 10, 28).
Los verdaderos cristianos, aquellos que pretendan seguir siendo fieles a la enseñanza multisecular de la Iglesia serán perseguidos por los que detentan el poder en la Iglesia oficial, en la Iglesia establecida. No debemos olvidar, sin embargo, que esta persecución ya nos fue anunciada por Jesús, por lo que no tenemos por qué asustarnos ni debe, por ello, desfallecer nuestra fe: "Esto os lo he dicho para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas [en este caso, de la Iglesia]; más aún: se acerca la hora en la que quien os dé muerte piense que así sirve a Dios" (Jn 16, 1-2).
La situación por la que está atravesando la Iglesia en la actualidad es muy grave ... ante lo cual no podemos cerrar los ojos. Hacerlo sería cobardía y sería avergonzarse de Jesucristo. Como católicos que somos, por la gracia de Dios, no tenemos derecho al desaliento. Tenemos la certeza de que Dios, que nos ha metido en este tinglado nos sacará también de él. En realidad es el Único que puede hacerlo.
Lo hará -no nos cabe de ello la menor duda- aunque no nos lo merezcamos. El cómo lo hará es algo que se nos escapa. Pero que lo hará es seguro ... lo hará porque Él sí que es realmente misericordioso. Y no puede consentir que se pierda ninguno de los que el Padre le ha dado: Padre Santo, guarda en tu Nombre a los que me has dado, para que sean Uno como Nosotros. (Jn 17, 11b). Esa es la esperanza que nos queda.
(Continuará)