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lunes, 28 de diciembre de 2015

Feliz Navidad (Juan Manuel de Prada)

(Para leer el original, pinchar aquí)


Decía Chesterton que en Navidad celebramos un trastorno del universo. Adorar a Dios significaba hasta la Navidad alzar la mirada a un cielo inabarcable que nos estremecía con su vastedad; a partir de la Navidad, adorar a Dios significa dirigir la mirada hacia el interior de una cueva lóbrega, para reparar en la fragilidad de un niño que llora en un pesebre. Las manos inmensas que habían modelado el universo se convierten, de súbito, en unas manos diminutas que tiemblan en el frío de la noche y buscan el calor del pecho de su Madre. Divinidad y fragilidad habían sido hasta ese momento conceptos antitéticos; pero la Navidad los obliga a juntarse, en un pasmoso oxímoron que hace tambalear nuestras certezas y subvierte por completo nuestras categorías mentales. Los hombres, que desde la noche de los tiempos se habían arrodillado ante la furia apabullante de los elementos, deciden arrodillarse de repente ante un recién nacido, mucho más pequeño y desvalido que ellos mismos, pues ni siquiera ha podido ser alumbrado en una posada. Ante una tempestad o una lluvia de estrellas uno puede arrodillarse con miedo; ante un niño que ha nacido en una cueva, como un proscrito, uno sólo puede arrodillarse con amorosa y emocionada piedad.

Pero este oxímoron que celebramos en Navidad enseguida golpea nuestra credulidad. ¿En qué cabeza cabe que un Dios que hasta entonces había sido invisible e incorpóreo, omnipotente y glorioso, tome la apariencia (y no sólo la apariencia, sino también el cuerpo y el alma) de un niño? Semejante cosa sólo podría ocurrírsele a un Dios que estuviese loco de remate; pues no hay locura más rematada que la locura de amor. Al asumir Dios la fragilidad de la naturaleza humana, se inauguró una nueva era de la Humanidad, que desde entonces pudo entender mejor el sentido sagrado de la compasión; pues, desde el momento en que Dios se había hecho frágil como nosotros mismos, resultaba más fácil abrazar la fragilidad del prójimo, volviéndonos nosotros también locos de remate (y, en efecto, la caridad siempre ha parecido una forma insufrible de locura a quienes no la sienten). Por eso la Navidad puede considerarse una fiesta de locos rematados; y por eso, cuando falta el manantial originario de esa locura, se convierte en una fiesta indecente, puro sentimentalismo vacuo que revuelve las tripas y estraga el alma, por mucho que finjamos alegría y regocijo (o, sobre todo, cuando fingimos alegría y regocijo). Pues deja de ser verdadera fiesta, para convertirse en un aspaviento disfrazado de algarabía, atracón de turrones y vomitera nocturna; una sórdida orgía consumista, aderezada con unas dosis de humanitarismo de pacotilla.

Muchas personas sienten, en medio de los regocijos navideños, una suerte de dolor sordo o sentimiento de amputación, que a veces se identifica con una nostalgia de la inocencia perdida; pero que en realidad es conciencia dolorida de que el sentido originario de la fiesta les ha sido arrebatado, y con él la posibilidad de una genuina felicidad. El hombre contemporáneo persigue la felicidad como si de una fórmula química se tratase; pero esta búsqueda suele saldarse con un fracaso, pues en el mejor de los casos obtiene una sensación efímera de bienestar, o bien un placebo euforizante, apenas un analgésico que le distrae por unos pocos días el dolor en sordina que lo martiriza. Y este dolor (que a veces se presenta como hastío o tedio de vivir, a veces como indolencia y acedia, a veces como desesperación y angustia) es la consecuencia directa de una amputación. No hay felicidad sin una aceptación íntegra de nuestra naturaleza, que incluye una vocación religiosa; y tal vocación no se puede extirpar sin un grave menoscabo de nuestra propia naturaleza. El hombre contemporáneo, al negar su vocación religiosa, se ha convertido en un ser amputado y, por lo tanto, infeliz; y, como el manco que en los días que anuncian tormenta siente un dolor fantasmagórico en el brazo que le ha sido arrancado, el hombre contemporáneo siente más que nunca esa amputación en las fechas navideñas.

«Quitad lo sobrenatural y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural», nos enseña Chesterton.Quitadle a la Navidad su cataclismo sacro, ese trastorno del universo del que hablábamos más arriba, y no encontraréis la verdadera fiesta, sino su parodia grotesca y antinatural: consumismo bulímico, humanitarismo de pacotilla, torpe satisfacción de placeres primarios; correteos, en fin, de un gallo al que han arrancado la cabeza y que bate las alas desesperadamente, mientras se desangra y agoniza.

Juan Manuel de Prada

Los Santos Inocentes. ¿Y por qué no matamos a los recién nacidos? (Eulogio López)

Original aquí

Añado también un vídeo de Eulogio López sobre este tema

3:13 minutos

  • ¿En qué se diferencia un feto un día antes de nacer del mismo bebé un día después?
  • El infanticidio es más sincero que el aborto: matar al niño en el seno materno, antes de nacer, y a escondidas.
  • Y no es ni más ni menos cruel o inmoral que el aborto.
  • La diferencia: que al niño recién nacido se le ve y se le toca.
  • Es lo mismo que distingue al aborto del anticonceptivo.
Es una dirigente menor de Izquierda Unida pero estoy seguro que representa el sentir de otros miembros de su formación, del 50% de los políticos españoles y del 100 por 100 de las feministas.
A fin de cuentas, ya nada nos asombra en las salvajadas sobre el asesinato del más inocente y más indefenso de todos los seres humanos, el concebido y no nacido.
Y tiene razón. Veamos: ¿qué diferencia a un niño 24 horas antes de nacer y 24 horas después, cuando aún -importante dato- no ha sido inscrito en el Registro Civil? En casi nada. ¿Entonces?
Nuestra feminista tiene razón: si el feto es suprimible, el bebé también. Eso sí, a partir de ahí, se abren inquietantes interrogantes. Porque claro, en qué se diferencia un bebé recién nacido de un bebé de tres meses? En casi nada. Sólo es un poco más grande. ¿Y de un bebé de 1 año? No mucho, sólo en el tamaño. De hecho, podíamos alargar el aborto libre hasta que los niños no tengan uso de razón. Pongamos los siete años de edad. Hasta entonces, que la madre, no el padre, por supuesto, decida si vive o muere. Ya lo tengo: lo mas progresista es el aborto libre (y gratuito, esto es importante) hasta los siete años de edad.
Día de los Santos Inocentes… e indefensos. ¿Qué por qué no hemos llegado aún al infanticidio? Fácil, porque todo la diferencia -poco ontológica, pero palpable- entre un feto al que le faltan 24 horas para nacer y ese mismo bebé 24 horas después de haber nacido es esto: que el segundo se ve y se toca. Es la misma diferencia entre aborto y anticonceptivo. Se considera que el segundo es un remedio para evitar el primero cuando en realidad, todos los anticonceptivos presentes hoy en el mercado pueden ser abortivos. Son, de hecho, potencialmente abortivos. Sólo que del aborto podemos ver, al menos, los restos, las pocas veces que nos los enseñan.
En definitiva, ver o no ver, lo que revela que vivimos tiempos de enorme profundidad intelectual. En cualquier caso, la festividad de los santos inocentes se refiere a la matanza de Belén para niños ya nacidos y hasta los dos años de edad. Unos 2.000 años después, nuestros queridos políticos nos proponen seguir el mismo camino.
Y la pregunta es: ¿que haría la mayoría si el deseo de nuestra chica de Izquierda Unida se hiciera realidad? Algunos aplaudirían, otros asegurarían que es una cuestión de conciencia personal y unos terceros que no han tenido tiempo de ocuparse del tema. Es lógico: los miembros de los tres grupos ya estarán talluditos: no corren peligro alguno.
Eulogio López

Ayuntamiento de Madrid. Los pobres con móvil de Manuela y el padre Ángel (Eulogio López)

Original aquí

  • La España de las mentiras: Navidad es el nacimiento de Cristo pero, al parecer, Cristo no fue invitado al Ayuntamiento de Madrid.
  • Cómo iba a serlo si la alcaldesa presume de atea.
  • Por cierto, las hermanitas de los pobres de la calle Martínez Campos dan de comer al doble de pobres que Manuela y el cura Ángel, sólo que 365 días al año. Y sin teles que lo filmen.
  • Por el contrario, la mano derecha del Padre Ángel sabe lo que hace su mano izquierda… además de saberlo los otros seis millones de madrileños.
  • Carmena, como Lenin, es muy consciente de que los buenos curas deben ser fusilados, pero que a los heterodoxos, a los afines… hay que mimarlos. Resultan muy útiles.
Alguien, creo que fue Aleksandr Solzhenitsyn, el autor de Gulag, definió al comunismo como la gran mentira. En efecto. El nazismo es brutalidad pero el comunismo es la misma brutalidad disfrazada de justicia social (antes) y ahora de democracia, con los chicos de Podemos.
Unos chicos, los de Pablo Iglesias, que, en efecto, podrían llegar al poder en España y convertirnos en la Venezuela donde falta hasta el papel higiénico y donde se asesina al disidente.
Sí, el comunismo actual en España se llama Podemos, sólo que mucha gente, o no se lo cree o no está dispuesta a creérselo. Pero vamos con las mentiras. Naturalmente, Podemos se cuida muy mucho de atacar la Navidad. Todo lo contrario: doña Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid –que no es de Podemos- ofrece al Padre Ángel -cuánto bueno- la sede municipal de Cibeles (en la imagen) para ofrecer una cena de Nochebuena a los pobres. Pobres con móvil, claro está, haciéndose selfis con su salvadora Manuela, buen patrimonio inmobiliario.
Y es que, aunque el padre Ángel se empeñe en lo contrario, una cosa es la pobreza en España, otra en Venezuela y otra en el Congo.
Pero, a fin de cuentas, la iniciativa está muy requetebién. No tanto la lacrimógena parafernalia televisiva montada en torno a ella. Las hermanitas de los pobres de la calle Martínez Campos (sólo éstas), sin cámaras de TV y sin alabar a la comunista Manuela, reparten cada día el doble de las comidas que el padre Ángel, tan discreto, repartió el día de Nochebuena en el Ayuntamiento.
Creánme, Navidad no consiste en dar de comer a los pobres en Nochebuena, entre otras cosas porque los pobres necesitan comer todos los días del año.  
Aún así. Lo de la cena de Nochebuena seguiría estando bien pero no quita que sea el padre Ángel el mismo que coqueteó con el aborto en un programa de televisión para quedar bien con la modernidad o el mismo que retó a su obispo, el de Madrid, monseñor Carlos Osoro, utilizando a la parroquia que se le ha encomendado para hacer homenaje, no a Pedro Zerolo, el apóstata profesional,  sino a la homosexualidad de Pedro Zerolo, con activistas gay traídos de no se sabe dónde y curas con estola bandera arco iris, lo que, además de profanación, supone una horterada de mucho cuidado.
En aquel entonces, el Arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, le llamó al orden. El padre Ángel, siempre humilde y obediente, advirtió que la próxima vez no le pediría permiso al obispo (no se lo había pedido y debiera haberlo hecho) sino a la alcaldesa comunista de Madrid, Manuela Carmena, quien “seguro que no me pone tantas pegas”.
Y por supuesto que no se las pone. La alcaldesa, como buena comunista, conoce todos los senderos de la demagogia. Y sabe, como Lenin, que los buenos curas deben ser fusilados, pero que a los  heterodoxos, a los afines, hay que mimarlos. Resultan muy útiles.
Buena prueba de la impostura de Nochebuena en la casa consistorial madrileña es que, siendo la Navidad el nacimiento de Cristo, Cristo no había sido invitado a la cena del padre Ángel y doña Manuela. ¿Cómo iba a serlo si doña Manuela es una comunista atea, que no cree en Cristo? Los pobres sólo le interesaban para darse un baño filantrópico a su costa y utilizando al cura Ángel como tonto útil. De la misma forma que al padre Ángel le interesan para hacer caridad, aunque eso sí, su mano derecha bien conoce lo que hace su mano izquierda… al igual que otros seis millones de madrileños.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com