Haciendo memoria, ahora veía, con claridad casi meridiana que, en realidad, todo lo que estaba sucediendo no era sino la consecuencia lógica de un proceso que tuvo lugar al ser elegido Papa el cardenal Roncalli, el 28 de Octubre de 1958, tomando el nombre de Juan XXIII. Tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros y ante la sorpresa de todo el mundo anunció el XXI Concilio Ecuménico que, posteriormente, fue llamado Concilio Vaticano II.
La primera sesión comenzó con la inauguración solemne en la Basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII no pudo concluir este Concilio ya que falleció poco después, el 3 de junio de 1963. De las cuatro sesiones sólo presidió la primera. Las otras tres fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. Unos 45 meses de preparación y otros 38 meses de Concilio. A falta de un mes y medio para los 7 años de duración de este evento.
Para Juan XXIII la tarea principal del Concilio era la de custodiar el Magisterio de la Iglesia y enseñarlo ‘de la manera más eficaz’. El Concilio se había convocado no para condenar errores o formular nuevos dogmas, sino para proponer, con lenguaje adaptado a los nuevos tiempos, la perenne enseñanza de la Iglesia. Juan XXIII no pretendía realizar una Revolución en el interior de la Iglesia. Su idea era la ‘adaptación’ (‘aggiornamento’).
Sin embargo, según palabras de nuestro Señor, "todo árbol bueno da frutos buenos, y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos ni un árbol malo frutos buenos" (Mt 7, 17-18) ... "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7, 20).
¿Y qué frutos son los que se han observado, en la Iglesia, después del Concilio Vaticano II? Pues por citar sólo algunos: abandono de los monasterios, con algunas monjas de clausura metidas en política, caída en picado de las vocaciones religiosas (seminarios casi vacíos), asistencia a la Misa y frecuencia de los sacramentos disminuyendo hasta niveles alarmantes; las librerías, las casas editoriales, los periódicos y las universidades "católicas" defienden errores condenados por la Iglesia; el catecismo "ortodoxo" ya no se enseña, de modo que los cristianos no conocen su propia doctrina; muchos sacerdotes y obispos se han rebelado contra la doctrina y contra el Papado y no les ha ocurrido nada; los fieles católicos de todo el mundo están sumidos en una confusión religiosa y moral sin precedentes, etc... En definitiva, la Iglesia se ha ido adaptando al mundo, cediendo en una serie de puntos que son esenciales a la fe, la cual se ha ido difuminando y perdiendo.
Se dice que todo ello no es consecuencia del Concilio, sino de su errada interpretación. Pero entonces, ¿cuáles son los frutos buenos de la correcta interpretación? De hecho, sobre todo, desde hace tres años, con la elección del papa Francisco, son los buenos cristianos los que son atacados por mantenerse fieles a la enseñanza de la Iglesia de siempre; un ataque, además, que proviene del mismo Papa quien no deja de meterse con los católicos tradicionalistas, calificándolos de todo: "caras de pepinillo avinagrado", "fundamentalistas", "cristianos obsesivos", etc... Sobre ello ya he hablado en diversas entradas de este Blog (pinchar aquí)
Es flagrante el caso de los Franciscanos y Franciscanas de la Inmaculada, claro ejemplo de lo que digo; como lo fue la destitución de Monseñor Liviéres (pinchar aquí y aquí) y el cambio de destino del cardenal Burke, etc). En cambio, con los sacerdotes y obispos heterodoxos, que claramente han perdido la fe, se adopta una actitud de "misericordia" y "comprensión", la cual se hace extensiva al lobby gay (¿quién soy yo para juzgar?) y a todas las "religiones", situándolas en el mismo plano: budistas, luteranos, ortodoxos, judíos, musulmanes, ... todos adoran al mismo Dios (¿?) y todos son hermanos.
La situación actual es verdaderamente muy grave. De ahí que hayan surgido movimientos entre los SEGLARES, cuya tendencia es la de proteger a la auténtica Iglesia de sus enemigos. En este caso, el propio Papa Francisco es un enemigo declarado de la Iglesia, tanto en sus dichos, como en sus hechos y en sus omisiones, con tendencias de tinte claramente modernista, siendo así que el modernismo está declarado como la suma de todas las herejías por el papa San Pío X. De ahí que se pida la dimisión de Francisco o que cambie de rumbo, porque lo que predica no son palabras aprendidas del Espíritu, sino una nueva religión, un nueva Iglesia ... un Nuevo Orden Mundial, en definitiva, que es lo propio del espíritu masónico. Sobre ello ha escrito el padre Malachi Martín.
La situación actual es verdaderamente muy grave. De ahí que hayan surgido movimientos entre los SEGLARES, cuya tendencia es la de proteger a la auténtica Iglesia de sus enemigos. En este caso, el propio Papa Francisco es un enemigo declarado de la Iglesia, tanto en sus dichos, como en sus hechos y en sus omisiones, con tendencias de tinte claramente modernista, siendo así que el modernismo está declarado como la suma de todas las herejías por el papa San Pío X. De ahí que se pida la dimisión de Francisco o que cambie de rumbo, porque lo que predica no son palabras aprendidas del Espíritu, sino una nueva religión, un nueva Iglesia ... un Nuevo Orden Mundial, en definitiva, que es lo propio del espíritu masónico. Sobre ello ha escrito el padre Malachi Martín.
Lo que estamos viendo y viviendo ahora no es otra cosa que las consecuencias derivadas del Concilio Vaticano II, un concilio que ya, en su momento, no condenó explícitamente el comunismo.
Según el profesor De Mattei, mediante consideraciones de carácter histórico, exclusivamente, “hasta el concilio Vaticano II, la enseñanza de la Iglesia Católica había hablado varias veces contra el comunismo con palabras claras de condenación. En la votación de los Padres Conciliares que llegaron a Roma antes de la celebración de la asamblea, el comunismo parecía ser el error más grave a ser condenado. Es en este período que se delineó un nuevo clima de ‘deshielo’ entre realidades ya definidas por el Magisterio como antitéticas. (…) “Fue durante ese período que nació la Ostpolitik, la política de apertura del Vaticano a los países comunistas del Este, que tuvo como símbolo al entonces Mons. Agostino Casaroli.
“En el Concilio hubo un choque entre dos minorías: una que pedía la condenación del comunismo, y otra que exigía una línea ‘dialogante’ y abierta al mundo moderno, de la que el comunismo era la expresión. Una petición de condena del comunismo, presentada el 9 de Octubre de 1965 por 454 Padres del Concilio de 86 países, no fue enviada siquiera a la Comisión que estaba trabajando en el esquema, causando un gran escándalo.
(…) “Hoy sabemos que en agosto de 1962, en la ciudad francesa de Metz, fue celebrado un acuerdo secreto entre el Cardenal Tisserant, representante del Vaticano, y el arzobispo ortodoxo de Yaroslav, Mons. Nicodemo quien, como fue documentado después de la apertura de los archivos de Moscú, era un agente del KGB. Con base en ese acuerdo, los eclesiásticos se comprometieron a no hablar del comunismo en el Concilio. Ésta fue la condición impuesta por el Kremlin para que participaran dos observadores del Patriarcado de Moscú en el Concilio Vaticano II. En el Archivo Secreto del Vaticano encontré una nota, escrita por Pablo VI, confirmando la existencia de ese acuerdo”.
Mucho se ha escrito sobre el Concilio Vaticano II. Aunque hay libros especialmente interesantes y dignos de ser leídos detenidamente. Entre ellos se encuentra el clásico de Brunero Gherardini titulado "Vaticano II: UNA EXPLICACIÓN PENDIENTE" (pinchar aquí, aquí y aquí) También hay un libro de Roberto de Mattei: "El Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita", pero de éste sólo hay traducciones al polaco, al aleman, al francés y al inglés.
Conozco, además, otro libro, cuyo autor es Atila Sinke Guimaraes, de título "En las aguas turbias del Concilio Vaticano II". De éste sí existe traducción al español. Dicho libro busca analizar la letra de los documentos conciliares y muestra la imposibilidad de hacerlo, debido a su ambigüedad lingüística intencional. Es el primero de la colección "Elí, Elí, Lamma Sabacthani?" una obra de once volúmenes. Ese grito de Jesucristo en la Cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" -escribe el autor- "refleja la suprema aflicción y perplejidad en que los católicos se encuentran frente al enigmático silencio y la sorprendente "despreocupación" de los Soberanos Pontífices y de la Jerarquía Católica, en relación al desorden, sin precedentes en la Historia, que se instaló en el seno de la Santa Iglesia y en el tesoro de la Doctrina Católica, desde que comenzaron a soplar los vientos conciliares" .
La ambigüedad, impropia de los católicos que son tales, está intencionalmente introducida en algunos de los textos del Concilio Vaticano II que, impregnados de modernismo, han dado lugar -al menos, en un porcentaje muy elevado- a la penosa situación en la que se encuentra la Iglesia actual.
Según el profesor De Mattei, mediante consideraciones de carácter histórico, exclusivamente, “hasta el concilio Vaticano II, la enseñanza de la Iglesia Católica había hablado varias veces contra el comunismo con palabras claras de condenación. En la votación de los Padres Conciliares que llegaron a Roma antes de la celebración de la asamblea, el comunismo parecía ser el error más grave a ser condenado. Es en este período que se delineó un nuevo clima de ‘deshielo’ entre realidades ya definidas por el Magisterio como antitéticas. (…) “Fue durante ese período que nació la Ostpolitik, la política de apertura del Vaticano a los países comunistas del Este, que tuvo como símbolo al entonces Mons. Agostino Casaroli.
“En el Concilio hubo un choque entre dos minorías: una que pedía la condenación del comunismo, y otra que exigía una línea ‘dialogante’ y abierta al mundo moderno, de la que el comunismo era la expresión. Una petición de condena del comunismo, presentada el 9 de Octubre de 1965 por 454 Padres del Concilio de 86 países, no fue enviada siquiera a la Comisión que estaba trabajando en el esquema, causando un gran escándalo.
(…) “Hoy sabemos que en agosto de 1962, en la ciudad francesa de Metz, fue celebrado un acuerdo secreto entre el Cardenal Tisserant, representante del Vaticano, y el arzobispo ortodoxo de Yaroslav, Mons. Nicodemo quien, como fue documentado después de la apertura de los archivos de Moscú, era un agente del KGB. Con base en ese acuerdo, los eclesiásticos se comprometieron a no hablar del comunismo en el Concilio. Ésta fue la condición impuesta por el Kremlin para que participaran dos observadores del Patriarcado de Moscú en el Concilio Vaticano II. En el Archivo Secreto del Vaticano encontré una nota, escrita por Pablo VI, confirmando la existencia de ese acuerdo”.
Mucho se ha escrito sobre el Concilio Vaticano II. Aunque hay libros especialmente interesantes y dignos de ser leídos detenidamente. Entre ellos se encuentra el clásico de Brunero Gherardini titulado "Vaticano II: UNA EXPLICACIÓN PENDIENTE" (pinchar aquí, aquí y aquí) También hay un libro de Roberto de Mattei: "El Concilio Vaticano II, una historia nunca escrita", pero de éste sólo hay traducciones al polaco, al aleman, al francés y al inglés.
Conozco, además, otro libro, cuyo autor es Atila Sinke Guimaraes, de título "En las aguas turbias del Concilio Vaticano II". De éste sí existe traducción al español. Dicho libro busca analizar la letra de los documentos conciliares y muestra la imposibilidad de hacerlo, debido a su ambigüedad lingüística intencional. Es el primero de la colección "Elí, Elí, Lamma Sabacthani?" una obra de once volúmenes. Ese grito de Jesucristo en la Cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" -escribe el autor- "refleja la suprema aflicción y perplejidad en que los católicos se encuentran frente al enigmático silencio y la sorprendente "despreocupación" de los Soberanos Pontífices y de la Jerarquía Católica, en relación al desorden, sin precedentes en la Historia, que se instaló en el seno de la Santa Iglesia y en el tesoro de la Doctrina Católica, desde que comenzaron a soplar los vientos conciliares" .
La ambigüedad, impropia de los católicos que son tales, está intencionalmente introducida en algunos de los textos del Concilio Vaticano II que, impregnados de modernismo, han dado lugar -al menos, en un porcentaje muy elevado- a la penosa situación en la que se encuentra la Iglesia actual.
Esa es la razón por la que una Reforma profunda de la Iglesia debería de pasar por arrancar y extirpar de su raíz aquellos párrafos de algunos de los documentos del Concilio Vaticano II que son los han originado tal deserción y tal confusión entre los católicos, aunque para ello fuese necesario un nuevo Concilio.
Pero, ¿está hoy la situación como para que eso sea posible? Y la respuesta es negativa. Por el contrario, todo amenaza con destruir la Iglesia, tal y como se ha conocido durante casi dos mil años de historia.
(Y continúo soñando ...)