Mariano Rajoy no dijo nada pero, por vez primera en mucho tiempo, volvió a su ironía galaica. Pretendía ridiculizar a Sánchez y a fe mía que lo consiguió. Tampoco lo tenía muy difícil: las soflamas que, con la boca en forma de ‘o’ suelta Pedro Sánchez, resultan, ante todo, muy cachondeables. Sánchez se obceca en su mestizaje ideológico, esto es, en su macedonia mental. Y así, Rajoy se cachondea de él y ofrece un Gobierno de los cuatro partidos, todos juntos, en mestizaje profundo.
Albert Rivera merece sobresaliente en sus formas y un cero en el fondo. Sobresaliente porque es, de los cuatro líderes mayores del Parlamento, el único de tono constructivo e incluso el menos soberbio de todos. Ahora bien, el programa que ha firmado es el propio de una derecha pagana que, por no creer, no cree ni tan siquiera en la propiedad privada, clave de las libertades públicas.
Y en cuanto a cristófobo, Rivera ha dejado que Sánchez plantee su cristofobia con ganas: eutanasia, ideología de género, aborto cuasi obligatorio, delitos de odio (o sea, cargarse la libertad de expresión), terminar con la educación religiosa y apartar de la vida pública cualquier vestigio de cristianismo, incluidos los cristianos. Rivera es la derecha pagana y se le nota.
Pablo Iglesias es un estalinista y se le nota: ensoberbecido, resentido, engreído, arrogante y pedante. Con él se ha multiplicado el sectarismo y guerracivilismo de Pedro Sánchez y, no les quepa duda, o se le pone en su sitio o en las sesiones del Congreso acabarán a tortas.
Eulogio López