"Enseñar al que no sabe", "dar buen consejo a quien lo necesita", "corregir al que yerra", ..., todo esto son obras de misericordia. Y no lo son dejar al que yerra en su estado de error, aconsejándole mal y no enseñándole que, aunque Dios ejerce su misericordia siempre para con todos, exige, como contrapartida, que reconozcan que su situación es verdaderamente "irregular", que viven en estado de pecado y que es necesario, para obtener el perdón de Dios, que estén verdaderamente arrepentidos de lo que hacen y que pongan todos los medios a su alcance para salir de esa situación, por más que les contraríe.
Tales situaciones están ya contempladas por la Iglesia desde siempre; para ellas está previsto el caso de la separación, cuando la convivencia se hace realmente imposible. Pero quien esté separado, mientras viva el otro cónyuge, no puede contraer nuevas nupcias. El dolor que eso supone es evidente y, precisamente por ello, es necesario que quienes atraviesan por esas situaciones penosas "ofrezcan" sus sufrimientos a Dios, pidiéndole que los una al "sufrimiento" de Jesucristo en la cruz.
Esa cruz, unida a la cruz de Cristo, se transforma en liberadora y tiene así un sentido: su vida merece realmente la pena, aunque sufra, porque está compartiendo la misma cruz de Jesús, quien dijo: "Venid a Mí todos los que estéis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30). Estas palabras de Jesucristo son sumamente consoladoras: junto a Él todo adquiere sentido y se es feliz aun en medio del dolor y el sufrimiento.
Dios nunca exige nada que no pueda ser cumplido
En el número 292 de la Amoris Laetitia se puede leer: "El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad". Y así es, pero es importante añadir que esto vale para todos los cristianos: TODOS, no sólo los cristianos de "élite". La llamada a la santidad no es sólo para unos cuantos. Dios nos quiere a todos santos ... y lo seríamos si le dejáramos actuar en nosotros.
Insisto en esto, porque es importante: en el sacramento del matrimonio se recibe la gracia de estado suficiente para poder hacer frente a todos los avatares que siempre lleva consigo el desarrollo de cualquier vida humana, en este caso la vida en común entre los esposos. Podríamos recordar aquí lo que decía san Agustín: Dios no manda cosas imposibles sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas para que puedas. Pero, sobre todo, lo que dice san Pablo a los corintios: "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas sino que, con la tentación, os dará la fuerza necesaria para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13). Estas palabras van dirigidas a todos los cristianos, sin excepción y no sólo a unos privilegiados.
En el número 292 de la AL se puede leer: Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo. Los Padres sinodales expresaron que la Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio. ¿Cómo se puede valorar positivamente aquello que está en disonancia con lo que ha sido enseñado por Jesucristo sobre el matrimonio?
¿Integrar a todos a costa de lo que sea?
El punto 297 tampoco es muy prometedor que digamos. En él se lee que en esta pastoral "se trata de integrar a todos" (...) Acerca del modo de tratar las diversas situaciones llamadas "irregulares" [¡realmente lo son ... y más que irregulares!] los Padres sinodales alcanzaron un consenso general, que sostengo:
[Es decir, lo que sigue a continuación es una afirmación directa del papa Francisco]
"Respecto a un enfoque pastoral dirigido a las personas que han contraído matrimonio civil, que son divorciados y vueltos a casar o que, simplemente, conviven, compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos, siempre posible con la fuerza del Espíritu Santo"
[No queda aquí nada claro en qué consiste esa divina pedagogía].
Llamemos a las cosas por su nombre: La misericordia con los que se encuentran en situaciones "irregulares" no consiste sólo en acompañarles sino en hacer cuanto se pueda para llevarlos hacia la verdad. No una verdad rígida y normativa en exceso, sino "la verdad con caridad" (Ef 4, 15).
El santo Padre, en el número 312, habla de crear un clima que nos sitúe "en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar y, sobre todo, a integrar. (...) para «realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales».
Y yo me pregunto: ¿Acaso durante dos mil años no ha abierto nunca la Iglesia el corazón a los pobres y a los más necesitados -a todos, en realidad- y los ha acogido en su seno? Por supuesto que lo ha hecho ... pero sin renunciar a su propia identidad y manteniendo la fidelidad al "depósito recibido" (1 Tim 6, 20). "Te ordeno -le decía san Pablo a Timoteo- que conserves el mandamiento sin tacha ni reproche hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6, 14).
Como decíamos al principio, la Pastoral no puede contradecir a la Doctrina. De ocurrir tal cosa [y eso es lo que está ahora sucediendo con esta Exhortación Apostólica] dicha Pastoral carece de base y, en recta conciencia ante Dios, no debe ser obedecida puesto que "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29)
José Martí