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domingo, 10 de abril de 2016

Jesucristo versus Amoris Laetitia (1 de 2) [José Martí]


Recordemos la historia que relata el Evangelio de san Mateo. Dice así: "Se le acercaron [a Jesús] unos fariseos para tentarle y le preguntaron: ¿Es lícito que el hombre repudie a su mujer por cualquier motivo?" (Mt 19, 3). La respuesta de Jesús acabó concluyendo: "Ya no son dos, sino una sola carne: Lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mt 19, 6). La Ley divina está por encima de las leyes humanas. Éstas sólo son válidas en tanto en cuanto no se opongan a la Ley de Dios.

Los fariseos insisten y le dicen que Moisés ordenó dar libelo de repudio y despedir a la mujer. Entonces Jesús les responde: 
"Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres por la dureza de vuestro corazón, pero al principio no fue así" (Mt 19, 8). Jesús era consciente de que se trataba de un tema difícil y duro éste de la fidelidad hasta la muerte entre un hombre y una mujer que se unen en matrimonio. Incluso sus propios discípulos le dicen: "Si tal es la condición del hombre con respecto a su mujer, no tiene cuenta casarse" (Mt 19, 10). Aún no habían comprendido el significado de la cruz y del amor verdadero: lo comprenderían más tarde con la venida del Espíritu Santo. Por eso Jesús les dijo: "No todos entienden estas palabras sino aquellos a quienes a quienes les ha sido concedido" (Mt 19, 11). Y, ante la insistencia de los discípulos -que no ya de los fariseos- Jesús fue rotundo en su declaración: "Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, adultera" (Mc 10, 11-12). 

Tal era el pensamiento de Jesús. ¿Alguno de nosotros se atreve a considerarse a sí mismo más misericordioso que lo fue Jesús? ¿Acaso lo fue Moisés, como dijo, de modo imprudente, algún Cardenal en el segundo Sínodo sobre la familia? Sabemos perfectamente la respuesta: ¡NO!

La raíz del problema hay que buscarla, a mi entender -entre otras cosas- en el hecho comprobado de que la Iglesia se ha arrodillado ante el mundo, se ha mundanizado, por las razones que sean, y ha elegido el camino fácil, en contra de lo que Jesús exige a sus discípulos, cuando les dice: 
"Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición; y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14).

Éste es el problema de fondo con el que nos encontramos, en mi opinión -o, al menos, uno de ellos y posiblemente el más importante- a saber, la huída de la cruz ... asociando falsamente la cruz a la tristeza. Así lo dice Jesús: 
"Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 30) ... pero, eso sí, tiene que ser SU YUGO, no el que nosotros nos busquemos por nuestra cuenta. De hacerlo así, como suele ocurrir, para nuestra desgracia, nuestra derrota es segura: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5). 

Una inmensa mayoría de cristianos, en la actualidad, ha perdido la fe, pues consideran -de hecho- que no hay otra vida sino ésta y que es en ella donde debe intervenir para "pasárselo lo mejor posible". En esto no se diferencian en nada de los que no son cristianos. Y esa es la razón por la que cuando les llegan "sus propias cruces", al estar éstas separadas de la Cruz de Cristo, se vuelven insoportables. 
Vivimos en un ambiente hedonista, en donde la gente -incluyendo aquí también a muchísimos cristianos- huye de cualquier cosa que suponga un mínimo de esfuerzo. Existe un auténtico horror al dolor, al sufrimiento y a la muerte, la cual se considera como el acabamiento final.

Cada uno mira sólo para sí mismo: máximo confort, máxima comodidad, etc. Actuando con esa lógica en su mente, los hijos resultan un estorbo (ésa es la clave por la cual la natalidad está disminuyendo a niveles alarmantes), los divorcios se multiplican por doquier sin razones de peso para ello, el aborto se considera ya no sólo como algo normal, sino como un derecho de la mujer (por más que el sentido común y la ciencia hayan demostrado que el aborto es un crimen premeditado contra otra persona, que es inocente y se encuentra completamente indefensa y dependiente) ... por la misma lógica a la que nos estamos refiriendo: hay que evitar que venga el hijo, de la manera que sea, pues éste va a suponer una carga en "su" proyecto de vida placentera, que es lo que realmente importa.

El lobby gay domina ya todos los ambientes hasta el punto de que nadie puede decir que la homosexualidad es una aberración de la naturaleza, como de hecho lo es. Y no solo eso, sino que tal mentalidad hedonista, en su versión "ideología de género", en la que prima exclusivamente el placer como objetivo, se está introduciendo en los colegios públicos, como materia obligatoria para los niños muy pequeños que van siendo así adoctrinados en esa ideología aberrante, sin que los padres tengan libertad para disentir. 
Nos encontramos ante un gran dogma, que consiste en el pensamiento único. Todos deben de pensar igual y conforme a ese tipo de ideología. La libertad de expresión se va perdiendo paulatinamente, pues tal libertad está reservada sólo a aquellos que comulgan con ese pensamiento único; sólo a ellos se les promociona y se les hace publicidad, mediante todo el dinero que haga falta. Los demás tienen que valerse de sus propios medios y, para ellos, todo son pegas. 

Resumiendo: Nadie quiere la cruz. Y sin embargo, en la cruz está la salvación (ya en esta vida) ... Por supuesto estamos hablando de la cruz que se lleva en unión a la de Cristo pues en ella se pone de manifiesto el máximo grado de amor posible, que lleva, si es necesario, hasta la entrega de la propia vida. Jesús nos dio el ejemplo. Y, como ya sabemos, 
"su yugo es suave y su carga ligera" (Mt 11, 30). Y es un hecho comprobado que de la mano del amor, del verdadero amor, siempre viene la alegría: ambos van unidos, de modo inseparable, como la cara y la cruz de una misma moneda. El rechazo de la cruz, o mejor, de la cruz asociada a la Cruz de Cristo, es el rechazo de Dios. Y rechazando a Dios se rechaza el Amor pues "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) ... haciéndose así imposible la verdadera alegría, aquella que procede de la paz interior que produce en nosotros la intimidad con el Señor, una alegría que nadie puede arrebatarle al cristiano mientras éste se mantenga fiel a Jesucristo y pendiente de su mirada: "Ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón y nadie podrá quitaros vuestra alegría" (Jn 16, 22)

Cuando el amor es verdadero, busca el encuentro con el amado. Y no le importa ninguna otra cosa. La misma cruz (problemas, trabajos, dolor, enfermedad, muerte) ya no se considera como una desgracia porque Jesús se hizo uno de nosotros y pasó por lo mismo que nosotros. Nuestros sufrimientos, unidos a los suyos, adquieren el mayor de los sentidos, que es el del Amor: 
"Nadie tiene amor más grande que éste de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Esa es la razón por la que, viviendo en intimidad de Amor con el Señor, nada es capaz, ni siquiera los sufrimientos, de quitarnos nuestra felicidad, ya en este mundo, pues "si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos: Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos" (Rom 14, 8). 

[¡Qué poco conocen los cristianos estas verdades tan sublimes que pueden encontrar fácilmente en el Nuevo Testamento! Una verdadera pena ... ¡Y así nos va!]


Pues bien: siendo cristianos, por la gracia de Dios, y discípulos de Jesucristo, nuestra misión en la vida es la de parecernos a Él cada vez más, dejarnos transformar por Él en hombres nuevos, de modo que nuestro pensamiento sea el Suyo, al igual que nuestro modo de ser y de actuar en cada una de las circunstancias de nuestra vida: "Al discípulo le basta llegar a ser como su Maestro" (Mt 11, 25). 

En concreto, refiriéndonos al discernimiento, del que tanto habla el santo Padre en su Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, debemos proceder conforme a lo que leemos en las Sagradas Escrituras. Así decía san Pablo:

A los romanos: 
"No os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, de modo que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios; esto es, lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rom 12, 2). 
A los filipenses: "Que vuestra caridad crezca todavía más, en conocimiento y en toda sabiduría, para que sepáis discernir lo mejor, a fin de que seáis puros y sin tacha para el día de Cristo" (Fil 1, 9-10). 
A los efesios: "Caminad como hijos de la luz (...) y sabiendo discernir lo que es agradable al Señor, no participéis en las obras estériles de las tinieblas, antes bien combatidlas" (Ef 5, 8. 10-11). 

Es decir, para discernir bien, para discernir cuál es la voluntad de Dios y qué es lo que es agradable al Señor es necesario transformarnos por la renovación de nuestra mente, conforme al Espíritu de Cristo, y 
"crecer en caridad sincera, aborreciendo el mal y adhiriéndonos al bien" (Rom 12, 9), teniendo en cuenta que "si uno está en Cristo es nueva criatura. Lo antiguo pasó. Todo se ha hecho nuevo" (2 Cor 5, 21). 

En definitiva, sólo teniendo el Espíritu de Cristo seremos capaces de discernir bien conforme a lo que agrada a Dios. Nunca debemos de acomodarnos al espíritu del mundo, pues "los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Rom 8, 8). Y en esto el apóstol Santiago es especialmente contundente y claro, con vistas al discernimiento entre lo bueno y lo malo, cuando dice, con estas mismas palabras: "Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios? Quien desee hacerse amigo del mundo se hace enemigo de Dios" (Sant 4, 4)

Continuará