Cardenal Schönborn |
El Papa Francisco ha puesto su exhortación bajo el LEMA: "Se trata de integrar a todos" (AL 297), porque se trata de una comprensión fundamental del Evangelio: ¡Todos necesitamos misericordia! "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra" (Juan 8: 7). Todos nosotros, independientemente del matrimonio y la situación familiar en la que nos encontramos, estamos en camino. Incluso un matrimonio en el que todo "va bien" está en camino. Debe crecer, aprender, superar nuevas etapas. Conoce el pecado y el fracaso, necesita reconciliación y nuevos comienzos, y esto hasta edad avanzada. (AL 297).
[Por supuesto que sí ... pero debe de tratarse de una integración que pase por el arrepentimiento de los pecados, el propósito de enmienda y la confesión auricular de esos pecados al confesor, quien actúa “in persona Christi” y tiene poder de perdonar los pecados: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es Cristo mismo quien perdona, actuando en el sacerdote que confiesa. Ahí es donde se debe de integrar a todos… aunque tengo la impresión de que no es esa la integración a la que se refiere Francisco. Y, sin embargo, no hay otro camino, pues “ningún otro Nombre se nos ha dado por el que podamos salvarnos” (Hech 4, 12)]
El Papa Francisco ha conseguido hablar de todas las situaciones sin catalogar, sin categorizar, con esa mirada fundamental de benevolencia que tiene algo que ver con el corazón de Dios, con los ojos de Jesús, que no excluyen a nadie (AL 297), que acogen a todos y a todos conceden la "alegría del Evangelio".
[No sé por qué me da la impresión de que el cardenal Schönborn está haciéndole la pelota a Francisco. Tal vez es que soy mal pensado … pero me da esa impresión: la mirada del Papa que mira con los ojos de Jesús, etc … Por supuesto que eso sería lo deseable, pues no otra cosa es la santidad. Y a eso estamos llamados todos los cristianos. En ser Cristo para quienes lo desconocen. Pero, en fin … yo no veo en la mirada de Francisco los ojos de Jesús, a fuer de ser sincero. Tal vez tenga un problema oftalmológico y deba de acudir pronto al oculista. ¡Ojalá que yo pudiera tener esa visión de Francisco a la que alude Schönborn ... pero hay tantas cosas que dice que contradicen las enseñanzas de Jesús, que tal visión me es imposible tenerla]
Por eso la lectura de Amoris laetitia es tan reconfortante. Nadie debe sentirse condenado, nadie despreciado. En este clima de acogida, la enseñanza de la visión cristiana del matrimonio y de la familia se convierte en invitación, estímulo, alegría del amor en la que podemos creer y que no excluye, verdadera y sinceramente, a nadie. Por eso, para mí Amoris laetitia es, sobre todo y en primer lugar, un "acontecimiento lingüístico", como lo fue Evangelii gaudium. Algo ha cambiado en la enseñanza eclesial.
[Si se tratase de que algo ha cambiado en la enseñanza eclesial en cuanto a la didáctica y al modo de explicar el Evangelio a la gente, con el objetivo de que éste les fuera más asequible y ello les llevara a conocer mejor a Jesús y a amarlo cada día más, cumpliendo sus mandamientos … ¡bienvenidos sean tales cambios disciplinares!. Aunque me da a mí que no es a eso a lo que se refiere, por desgracia.
Por eso hay que estar con el ojo avizor para no dejarnos engañar, pues dice Jesús que los falsos profetas son como lobos que vienen disfrazados de ovejas para devorarlas. Y también dice que tenemos que ser sencillos como palomas y prudentes como serpientes. Ambas cosas. Y la regla para discernir un buen pastor de un mal pastor nos la dio el mismo Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 20).
¿A qué frutos se está refiriendo el Señor, aquellos que el Padre busca? ¿Y qué tenemos que hacer para dar buenos frutos? No existe ningún problema vital cuya solución no se encuentre en el Evangelio. Y esto ocurre independientemente de la época o del lugar en el que se esté desarrollando nuestra vida. Aquí tenemos la respuesta que Jesús nos da: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4). “El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor” (Jn 15, 9-10). “Éste es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 15, 12).
Se trata, pues, de permanece en Él, de permanecer en su amor, para lo cual debemos de guardar los mandamientos, siendo el mandamiento principal el del Amor: éste los engloba a todos. Pero no debemos de amarnos con cualquier amor sino con el mismo Amor con el que Jesús nos ha amado ... un amor que se manifiesta en la guarda de sus mandamientos, al igual que Él guardó los mandamientos de su Padre.
El amor a los demás es importante, pero ocupa el segundo lugar, viene después ... como consecuencia del amor a Jesucristo. Esto es algo esencial en el cristiano y lo que da sentido a su vida. Sin el amor de Jesús todo amor a los demás es pura mentira, en el sentido de que no es un verdadero amor, en el sentido de un amor crucificado, hasta dar la vida por el otro (Jn 15, 13), no es un amor crucificado.
Así pues ... ¡atentos al nuevo lenguaje … no vaya a ser que nos quieran cambiar también la doctrina y entonces nos quiten a Jesús de nuestra vida! Esto no debe de ocurrir bajo ningún concepto. Y si tal ocurriese sería una señal inequívoca de que el camino que nos enseñan es un camino equivocado ... y de que no debemos de andar por él si no queremos extraviarnos y perdernos. Sólo Jesucristo es el Camino. Y la Luz. Siguiéndole a Él tenemos la absoluta seguridad de no errar y de no desviarnos: "El que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12)]
El amor a los demás es importante, pero ocupa el segundo lugar, viene después ... como consecuencia del amor a Jesucristo. Esto es algo esencial en el cristiano y lo que da sentido a su vida. Sin el amor de Jesús todo amor a los demás es pura mentira, en el sentido de que no es un verdadero amor, en el sentido de un amor crucificado, hasta dar la vida por el otro (Jn 15, 13), no es un amor crucificado.
Así pues ... ¡atentos al nuevo lenguaje … no vaya a ser que nos quieran cambiar también la doctrina y entonces nos quiten a Jesús de nuestra vida! Esto no debe de ocurrir bajo ningún concepto. Y si tal ocurriese sería una señal inequívoca de que el camino que nos enseñan es un camino equivocado ... y de que no debemos de andar por él si no queremos extraviarnos y perdernos. Sólo Jesucristo es el Camino. Y la Luz. Siguiéndole a Él tenemos la absoluta seguridad de no errar y de no desviarnos: "El que me sigue no andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12)]
Este cambio de lenguaje se percibía ya durante el camino sinodal. Entre las dos sesiones sinodales de octubre de 2014 y octubre de 2015 se puede ver claramente cómo el tono se ha enriquecido en estima, cómo se han aceptado sencillamente las diversas situaciones de la vida, sin juzgarlas ni condenarlas inmediatamente. En Amoris laetitia ha pasado a ser el tono lingüístico constante. Detrás de esto no hay, por supuesto, solamente una opción lingüística, sino un profundo respeto ante cada persona que nunca es, en primer lugar, un "caso problemático", una "categoría", sino un ser humano inconfundible, con su historia y su camino con y hacia Dios.
[Nunca en la historia se ha dado el caso de nadie que haya respetado más a las personas que los verdaderos cristianos: para un cristiano cada persona tiene un valor infinito porque Jesucristo ha dado su Vida por ella. Pero precisamente porque las personas nos importan es necesario, a veces, reprenderlas al objeto de que no se desvíen y se pierdan: “No es propio de uno que sirve al Señor pelearse sino ser amable con todos, hábil para enseñar, paciente, que corrija con mansedumbre a los que disienten por si Dios les da un arrepentimiento que les lleve a reconocer la verdad” (2 Tim 2, 24-25).
En lo que concierne al lenguaje oigamos lo que dice san Pablo a Timoteo: “Esto has de enseñar, advirtiendo encarecidamente, en la presencia de Dios, que no se discuta sobre palabras, que no vale para nada, más que para la perdición de quienes lo están escuchando” (2 Tim 2, 14). De modo que cuidado con el lenguaje, no vaya a ser que, cambiando el lenguaje, estén cambiando, también, la Doctrina].
En lo que concierne al lenguaje oigamos lo que dice san Pablo a Timoteo: “Esto has de enseñar, advirtiendo encarecidamente, en la presencia de Dios, que no se discuta sobre palabras, que no vale para nada, más que para la perdición de quienes lo están escuchando” (2 Tim 2, 14). De modo que cuidado con el lenguaje, no vaya a ser que, cambiando el lenguaje, estén cambiando, también, la Doctrina].
Continuará