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La Historia es Maestra de la Vida es una frase
contenida en uno de los tratados de Cicerón de donde, a lo largo de la
Historia, pasó a formar parte del acervo cultural de la Humanidad. La frase ha
corrido un destino semejante al de esos libros llamativos colocados en un lugar
visible de la biblioteca a fin de ser vistos por los visitantes, pero a los
cuales nadie lee nunca. Tal como sucede con la observación de Cicerón, que ha
sido reconocida por todos por su exactitud y agudeza pero a la que pocas veces
se ha visto que alguien eche mano de ella para obtener lecciones. El Papa Juan
XXIII, evocando seguramente la intuición ciceroniana, escribió una Encíclica
referida a la Iglesia a la que puso el nombre de Mater et Magistra, la cual fue escrita oportunamente en el momento
justo en el que la Iglesia dejaba de ser a la vez Madre y Maestra.
Una vez que ha sido reconocida la oportunidad y la
ingeniosidad de la frase, no tiene nada de particular que alguien trate de
aplicarla a diversas situaciones de la Historia en las que se dan
circunstancias semejantes. Como sucede precisamente con las ciudades de Sodoma
y Madrid. Aunque advertimos de antemano que nadie tiene porqué llamarse a
escándalo. Pues, si bien es cierto que Sodoma es una Ciudad ya bastante
antigua: se le atribuyen varios miles de años y la historia de su destrucción
está narrada en los capítulos 18 y 19 del Génesis. Pero aquí no aludimos ahora
a su destrucción por un castigo divino, sino a la situación en la que se encontraba anteriormente a ese suceso. La
cual nadie podrá negar que es bastante
similar a la situación actual de la ciudad de Madrid.
Aunque es seguro que serán muchos los que protesten
y digan lo contrario, es muy difícil negar que la equiparación entre ambas
ciudades —Sodoma y Madrid— es sobradamente justa. Madrid es una ciudad de algo
más de tres millones de habitantes,[1] mientras que el desfile del Orgullo Gay, celebrado el pasado día
tres de este mismo mes, reunió a un millón de partidarios o integrantes del
Orgullo. [Se habla incluso de un millón y medio,
aunque 300.000 vendrían de fuera de España] Donde es preciso
reconocer que un tercio de los habitantes de la ciudad es una cifra más que
considerable. Más aún si se tiene en cuenta que iban capitaneados por la
alcaldesa de la ciudad y sus principales representantes, además de encabezados
por todos los partidos políticos con carrozas incluidas; a excepción de uno de
ellos, todo hay que decirlo, el cual había sido castigado a no asistir al
desfile por el Orgullo y dando lugar
a que hiciera un bonito papel con sus llantos, berridos y humildes súplicas con
los cuales se arrastró para implorar que se le permitiera asistir. También es
de notar que el evento fue aplaudido y jaleado por toda la prensa nacional, cuya casi totalidad tiene su sede
precisamente en Madrid. Ni tampoco es de olvidar el silencio y la pasividad de
toda la población madrileña, con respecto a la cual no se conoce ninguna
protesta que al menos haya sido proclamada en voz alta.
Según la narración del Génesis, Dios se hubiera
conformado con la existencia al menos de diez justos en la ciudad de Sodoma
para no castigarla. Los cuales por lo visto tampoco fueron hallados, y de ahí
el castigo. Por supuesto que sería altamente injusto y falso suponer que todos
los habitantes varones de Madrid fueran sodomitas y todas las mujeres
lesbianas. Cosa más que sabida y que siempre se tiene en cuenta cuando se trata
de calificar a una ciudad. Que Ginebra sea considerada la ciudad de Calvino no
quiere decir que todos sus habitantes sean o hayan sido calvinistas; como el
hecho de que Detroit sea considerada la ciudad
del motor no quiere decir que todos los que habitan en ella sean
automovilistas o tengan algo que ver con las grandes compañías General Motors, la Ford o la Chrysler; y
algo se podría decir de Chicago, la ciudad de Al Capone, lo que de ningún modo
significa que sus habitantes participen de algún modo del gansterismo.
Sutilezas aparte y puestos a hablar en serio, es
imposible dejar de reconocer que un
millón de participantes, conducidos y animados por sus autoridades,
impulsados y encabezados por todos los partidos políticos, con la promesa
oficial de que en el año próximo Madrid
será declarada la Capital Mundial del Orgullo Gay, a lo que hay que sumar
la pasividad y el silencio del resto de
la población..., es un acontecimiento
que debe ser considerado seriamente.
Sin embargo, por lo que hace concretamente al
silencio, no dejan de aparecer algunos problemas que quizá convenga solucionar.
Ante todo hay que tener en cuenta que el silencio, que parece ser una realidad
en los espacios siderales, no existe como
tal en la convivencia humana. Se suele decir, por ejemplo y no sin cierta
razón, que el silencio es un suceso que tiene por virtud quedar roto en el
momento mismo en el que se habla de él. Y en efecto, puesto que es enteramente
cierto que entre los humanos el silencio
habla por sí solo, ya que siempre es expresivo de una manera o de otra. Por
poner un caso concreto a considerar, es un hecho que ante los actos celebrados
con motivo del Orgullo Gay ha
parecido bastante elocuente el silencio de las Autoridades eclesiásticas
diocesanas y, sobre todo, el de la Conferencia Episcopal. En cuanto a las
primeras, algunos han querido ver una explicación de la actitud silenciosa
adoptada por el Arzobispo. Pues después de haber afirmado el Prelado, a propósito de unas declaraciones del
Cardenal de Valencia en contra de los homosexuales, que el Cardenal tenía
derecho a sostener lo que él piensa con respecto a su Diócesis, algunos se han sentido movidos a decir,
de modo enteramente injustificado, que
tales declaraciones respondían a que el Arzobispo pensaba otra cosa con
respecto a la suya.
Lo que prueba que el silencio como tal tropieza con
el hecho indiscutible de que siempre es interpretado, de una forma o de otra.
Los antiguos filósofos y moralistas solían utilizar un adagio, valedero tanto
en Derecho como en Moral, según el cual qui tacet consentire videtur.
Que significa algo así como quien calla
parece estar de acuerdo, y que el lenguaje popular expresa en forma más
llana diciendo que quien calla otorga.
El mismo Derecho moderno concede valor a lo que llama el silencio
administrativo; y así sucesivamente.
(Continúa)