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jueves, 7 de julio de 2016

El celibato sacerdotal ¿es conveniente o necesario?

Parte de un estudio sobre las razones teológicas del celibato para los sacerdotes, tomado de Adelante la Fe. Si se quiere profundizar un poco más en la historia del celibato puede leerse lo que dice al respecto el cardenal Walter Brandmüller, pinchando aquí. En el Denzinger-Bergoglio puede leerse un artículo en el que se habla también de la visión que tiene el papa Francisco sobre el celibato
La crisis actual del Sacerdocio
El Sacerdocio de Cristo, como nos es revelado por la Tradición y por la S. Escritura, es un misterio de nuestra fe . El Verbo, encarnándose, ha ungido y consagrado la naturaleza humana de Cristo haciéndolo Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. Para adherirse, el hombre debe abrirse a una visión sobrenatural y someter, mediante la virtud de la fe, la razón humana a un modo de pensar trascendente.
En tiempos de fe viva, Cristo-Sacerdote constituye en la conciencia de todos el centro vivo de la vida de fe personal y comunitaria mientras en tiempos de decadencia de la fe la figura de Cristo-Sacerdote se desvanece y no está ya en el centro de la vida cristiana.
En los tiempos de fe viva no se hace difícil al sacerdote reconocerse en Cristo, identificarse con él, ver y vivir la esencia de su sacerdocio en íntima unión con el de Cristo-Sacerdote, ver en él la única fuente y el modelo insustituible de su sacerdocio. 
En una atmósfera de racionalismo, que elimina cada vez más de la mente del hombre lo sobrenatural, en un tiempo de materialismo que hace desvanecerse cada vez más lo espiritual, se hace cada vez más difícil para el sacerdote resistir. La identidad trascendente y espiritual de su sacerdocio es velada cada vez más y se apaga si él no se esfuerza por profundizarla y mantenerla viva en una íntima unión de vida con Cristo.
Esta situación crítica hace hoy más que nunca indispensable para el sacerdote la ayuda de una ascética y de una mística que le descubran a tiempo los peligros que amenazan a su sacerdocio y que le muestren la necesidad y los medios que su fidelidad sacerdotal requiere.
La actual crisis de identidad del sacerdocio católico se manifiesta con toda claridad a través de la renuncia de miles de sacerdotes a su ministerio, a través de una profunda secularización de otros muchos, que permanecen en un servicio sólo formal; y también a través de la penuria de vocaciones causada por el rechazo a seguir la llamada. 
Por tanto, es necesario mantener firmemente que la Ordenación sagrada crea una unión orgánica sobrenatural con Cristo y que el carácter que el Orden sagrado imprime para siempre eleva al ordenado a órgano de las funciones sacerdotales de Cristo: Sacerdos alter Christus.
San Pablo escribe a los Corintios: “Es preciso que los hombres nos consideren como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios el hombre nos considere ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1) Y también : “Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios mismo os exhortara a través de nosotros. Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios” (2 Cor 5, 20)
He aquí el fundamento escriturístico de la identificación del sacerdote con Cristo.
Los motivos del celibato sacerdotal
De la síntesis hecha por san Raimundo de Peñafort se desprende también con certeza que el verdadero motivo de la continencia clerical era, por aquel tiempo, no tanto la pureza cultual del ministro del altar sino la eficacia de la oración mediadora del ministro sagrado, que provenía de su total dedicación a Dios. En general, la posibilidad libre de rezar y la completa libertad para el propio ministerio y para el servicio de la Iglesia aparecen ya claramente como los verdaderos motivos de la continencia completa.
Cristo nos es mostrado, en la carta a los Efesios (5, 23-32), como Esposo de la Iglesia; y la Iglesia como única esposa de Cristo. Por esto el sacerdote es llamado a ser imagen viva de Jesucristo, Esposo de la Iglesia. Es llamado, por tanto, en su vida espiritual a revivir el amor de Cristo esposo respecto a la Iglesia esposa. El sacerdote no vive, por esto, sin amor esponsal: tiene como esposa a la Iglesia. Su vida debe ser iluminada y orientada también por este modo de comportarse esponsal que le exige ser, por tanto, testigo del amor esponsal de Cristo, capaz de amar a la gente con corazón nuevo, grande y puro, con auténtico desprendimiento de sí mismo, con dedicación plena, continua y fiel, y junto con una especie de “celo” (cfr. 2 Cor 11, 2), con una ternura que se reviste incluso de matices de afecto materno, capaz de hacerse cargo de los “dolores de parto” hasta que “Cristo” sea formado en los fieles: "Hijitos míos, por quienes sufro, de nuevo, dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros" (cfr. Gal., 4, 19).
(...) El sacerdocio de la Iglesia Católica aparece así como un misterio que está, a su vez, inmerso en el misterio de la Iglesia de Cristo. Todo problema concerniente al sacerdocio y, sobre todo, al grave, grande y siempre actual problema del celibato no puede y no puede ser visto y resuelto con consideraciones y motivaciones puramente antropológicas, psicológicas, sociológicas y, en general, profanas y terrenas. Este problema no se puede resolver con categorías puramente disciplinarias. Toda manifestación de la vida y de la actividad del sacerdote, su naturaleza y su identidad postulan antes que nada una justificación teológica. Ésta, para el celibato ministerial, se puede obtener de la historia y de la reflexión teológica basada en la Revelación. 
Además el sacerdocio del Nuevo Testamento no es un concepto funcional como el del Antiguo Testamento, sino un concepto ontológico, del cual sólo puede derivar el actuar adecuado según el axioma: agere sequitur esse, o sea la acción es guiada por el ser [sigue al ser].
Frente a esta teología del sacerdocio neotestamentario que ha sido confirmada y profundizada por el Magisterio oficial de la Iglesia, nos debemos preguntar si las razones a favor del celibato  militan sólo por una “conveniencia” de dicho celibato o si, más bien, es realmente necesario e irrenunciable. 
Sólo si se responde correctamente a esta pregunta se puede responder también a la otra, esto es: ¿Puede la Iglesia Católica decidir un día el modificar la obligación del celibato o incluso el abolirlo del todo?.
Para no correr riesgos con la respuesta a esta pregunta, debemos partir del hecho de que el sacerdocio católico no ha sido fundado por el Fundador de la Iglesia sobre el hombre que se transforma y cambia, sino sobre el misterio inmutable de la Iglesia y de Cristo mismo.
Según el Aquinate (S. Th., III, q. 22, a. 1) el verdadero sacerdote es mediador entre Dios y los hombres y comunica las cosas divinas a los hombres y las cosas humanas a Dios. Después del pecado original, la mediación sacerdotal es reparadora y se concentra en el Sacrificio expiatorio. Por tanto, el sacerdote es un mediador escogido por Dios, que ofrece a Dios un Sacrificio como reconocimiento de su omnipotencia y en expiación por los pecados humanos, procurando así la pacificación entre Dios y el hombre.
Cristo es sacerdote no por vocación atribuida, sino por la Unión hipostática. Por tanto, Él nace sacerdote cuando el Verbo se hace carne: no se convierte en tal. La función de mediador no es propia de la divinidad de Cristo sino de su humanidad, ya que mediar conlleva inferioridad respecto a Dios. Por tanto, el sujeto del sacerdocio es la humanidad de Cristo (S. Th., III, q. 22, a. 3, ad 1um), pero Su humanidad no puede subsistir independientemente de la Persona divina que la ha asumido. Además Cristo es sacerdote y víctima al mismo tiempo (S. Th., III, q. 22, a. 2) ya que mediante la Encarnación Él es un mediador capaz de sufrir por su humanidad y capaz de satisfacer infinitamente por su divinidad
El acto sacerdotal por esencia es el sacrificio de la cruz vuelto a actuar hasta el fin del mundo por el Sacrificio de la Misa. El sacerdote, mediante el Orden sagrado, participa realmente del sacerdocio de Cristo y ofrece el Sacrificio de la Misa, que sobrepasa infinitamente todos los holocaustos del Antiguo Testamento (S. Th., III, qq. 46-48). El debe imitar a Cristo en el Amor con el cual Cristo se ha ofrecido al Padre para aplicar a los hombres de todos los tiempos las gracias que brotan del Sacrificio del Calvario.
El Orden sagrado es una configuración real y ontológica del sacerdote a Cristo “Sacerdote y Víctima”
Los fieles no son sacerdotes ministerialmente, pero son objeto de los cuidados de los sacerdotes, que han recibido la sagrada Ordenación. El Sacrificio de la Misa es ofrecido a Dios por el sacerdote ordenado y los fieles pueden unirse místicamente a él para hacer llegar a Dios la Misa como adoración, agradecimiento, expiación de los pecados, satisfacción de la pena debida a la culpa y para pedir todas las gracias de orden espiritual y material.
El modernismo se equivoca queriendo equiparar, en una especie de democracia litúrgica, los fieles al sacerdote ordenado sacramentalmente. Los fieles, a través de la mediación de los sacerdotes ordenados, tienden a Dios y, por esto, entre sacerdotes y fieles laicos no hay equiparación, ni siquiera oposición, sino subordinación jerárquica.
Se entiende así el porqué esencial del celibato eclesiástico, que “vivit in carne praeter carnem” (S. Jerónimo), es el culmen del camino de perfección, que el hombre no puede alcanzar con sus solas fuerzas naturales, y hace al sacerdote libre para dedicarse exclusivamente a la misión de salvar a las almas haciendo sus oraciones más cercanas a Dios, Espíritu purísimo.
Alphonsus