El presidente de la Conferencia Episcopal Italiana Angelo Bagnasco ha criticado a los católicos que han expresado su desconcierto, y en muchos casos indignación, por la invitación hecha a los musulmanes a rezar el pasado domingo 31 de julio en las iglesias italianas: «La verdad es que no entiendo el motivo –ha dicho–. No veo que haya razón para ello».
Para él, la adhesión de millares de musulmanes a orar ante el altar tiene por objeto ser «una palabra de condena y un distanciamiento absoluto por parte de quienes, sean o no musulmanes, no aceptan forma alguna de violencia». En realidad, como ha señalado monseñor Antonio Livi en el portal de La nuova Bussola quotidiana, la participación de los musulmanes en las ceremonias litúrgicas en Italia y en Francia ha sido un acto a la vez sacrílego e insensato.
Sacrílego porque, al contrario que las mezquitas, las iglesias católicas no son centros de conferencias ni de propaganda, sino lugares sagrados donde se rinde el culto debido de adoración a Jesucristo, realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Eucaristía. De considerarse necesario un encuentro al objeto de condenar la violencia, dicho acto podía celebrarse en cualquier otro sitio menos en la casa de Dios, la cual para el Papa y los obispos italianos no puede ser sino el único Dios verdadero en tres Personas, combatido manu militari por el islam a lo largo de los siglos.
En Roma, en la basílica de Santa María de Trastévere, tres imanes de la capital se encontraban sentados en primera fila. Dos de ellos, Ben Mohamed Mohamed y Sami Salem, hablaron desde el púlpito y citaron varias veces el Corán, dieron la espalda al Evangelio durante la homilía y recitaron en voz baja una oración mahometana mientras los católicos recitaban el Credo. En la catedral de Bari, el supuesto imán Sharif Lorenzini, recitó en árabe la primera sura del Corán, que condena la incredulidad de los cristianos con estas palabras: «Muéstranos el camino recto, el de los que bendecido, no el de los que se acarrean tu ira ni el de los que se han desviado».
Ha sido igualmente un acto absurdo, precisamente porque no hay razón para que se invite a los musulmanes a rezar y predicar sermones en una iglesia católica. La iniciativa de los prelados italianos y franceses da a entender que el islam como tal está exento de toda responsabilidad en la estrategia del terror. Como si los musulmanes fanáticos pero coherentes que masacran cristianos en diversos lugares del mundo no lo hicieran en nombre del Corán. Negar, como lo hace el papa Francisco, que lo que se está librando es una guerra de religión es como negar que en los años setenta las Brigadas Rojas llevaron a cabo una guerra política contra el estado italiano.
El móvil de los terroristas de Estado Islámico es religioso e ideológico y se basa en versículos del Corán. En nombre del Corán, decenas de millares de católicos son perseguidos en todo el mundo, desde Oriente Próximo a Nigeria e Indonesia. Mientras el último número de Dabiq, revista oficial del Califato, invita a sus militantes a destruir la Cruz y matar cristianos, la Conferencia Episcopal Italiana exime a la religión mahometana de toda responsabilidad, achacando a unos pocos extremistas las matanzas de los últimos meses. En realidad, es exactamente lo contrario: sólo una minoría (23.000 entre 2 millones de islamistas oficialmente registrados) de musulmanes se ha adherido a la insensata iniciativa promovida por la Conferencia Episcopal Italiana.
No se puede tildar de mentirosa a la mayoría que rechazó la invitación y acusó de hipócritas a los que la aceptaron. ¿Por qué los musulmanes, que profesan una fe no sólo diferente sino antitética de la fe católica, van a ir a rezar y predicar en un templo católico o invitar a los católicos a predicar y rezar en sus mezquitas? Se mire por donde se mire, lo sucedido el pasado 31 de julio es una grave ofensa tanto a la fe como a la razón.
Roberto de Mattei