Fuente: Adelante la Fe
En 2017 coinciden dos efemérides: se conmemoran cien años de las apariciones de Fátima, que tuvieron lugar entre el 13 de mayo de mayo y el 13 de octubre de 1917, y también se cumplen 500 años de la rebelión de Lutero, que se inició en Wittenberg (Alemania) el 31 de octubre de 1517. Ahora bien, el año que viene concurren también otros dos aniversarios de los que se habla menos: trescientos años de la fundación oficial de la Masonería (Londres, 24 de junio de 1717) y cien de la revolución rusa del 26 de octubre de 1917 (según el calendario juliano en uso en el imperio ruso; 8 de noviembre según el calendario gregoriano).
Y no obstante, entre la revolución protestante y la comunista, pasando por la Revolución francesa, hija de la Masonería, corre un indisoluble hilo conductor que Pío XII, en su célebre discurso Nel contemplare del 12 de octubre de 1952, resumió en tres fases históricas, que se corresponden con el protestantismo, el iluminismo y el ateísmo marxista: «Cristo sí, Iglesia no. Más tarde fue: Dios sí, Cristo no. Para terminar con el impío grito: Dios ha muerto; mejor dicho: Dios no ha existido jamás». Plinio Corrêa de Oliveira señaló que en las primeras negaciones del protestantismo ya estaban implícitos los primeros vagidos anárquicos del comunismo: «Si, desde el punto de vista de la formulación explícita, Lutero no era más que Lutero, todas las tendencias, todo el estado de alma, todos los imponderables de la explosión luterana ya traían consigo, de modo auténtico y pleno, aunque implícito, el espíritu de Voltaire y de Robespierre, de Marx y de Lenin» (Revolución y contrarrevolución, Editorial Fernando III el Santo, Bilbao 1978, pág. 52).
Desde esta perspectiva, los errores que difundió la Rusia soviética a partir de 1917 fueron una cadena de aberraciones ideológicas que antes de Marx y Lenin se remontaban a los primeros heresiarcas protestantes. La revolución luterana de 1517 puede considerarse por tanto uno de los hechos más nefastos de la historia de la humanidad, equiparable a la masónica de 1789 y la comunista de 1917. Y el mensaje de Fátima, que previó la difusión por el mundo de los errores comunistas, contiene implícitamente el rechazo de los errores del protestantismo y de la Revolución Francesa.
El comienzo del centenario de las apariciones Fátima, el 13 de octubre de 2016, ha quedado sepultado bajo un manto de silencio. Ese mismo día, el papa Francisco recibió en el aula Pablo VI a un millar de peregrinos luteranos y se entronizó en una estatua a Lutero en el Vaticano, como se puede observar en las imágenes que Antonio Socci se apresuró a difundir en su página de Facebook.
Es más, el próximo 31 de octubre, Francisco viajará a Lund (Suecia) donde participará en una ceremonia conjunta entre luteranos y católicos para conmemorar el quincuagésimo aniversario del protestantismo. Como se puede leer en el comunicado redactado por la Federación Luterana Mundial y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el mencionado acto tiene por objetivo «mostrar los dones de la Reforma y pedir perdón por la división perpetuada por los cristianos de ambas tradiciones».
El teólogo y pastor valdense Paolo Ricca, que desde hace decenios está empeñado en el diálogo ecuménico, ha expresado su satisfacción con estas palabras: «Es la primera vez que un papa conmemora la Reforma. A mi juicio, ello constituye un paso adelante con relación a las significativas aspiraciones vinculadas al Concilio Vaticano II, el cual –incluyendo en sus textos y valorizando por tanto algunos principios y temas fundamentales de la Reforma– marcó un antes y un después en las relaciones entre católicos y protestantes. Participar en la conmemoración, como se dispone a hacer el sumo representante de la Iglesia Católica, significa desde mi punto de vista considerar la Reforma un hecho positivo en la historia de la Iglesia, algo que fue beneficioso para el catolicismo. Tomar parte den la conmemoración es un gesto de la mayor importancia, porque el Papa va a Lund, en casa de los luteranos; como si fuera uno más de la familia. Tengo la impresión de que, de un modo que no sabría definir, él se siente también parte de esa porción de la cristiandad que nació de la Reforma».
Según Ricca, la principal contribución ofrecida por el papa Francisco ha sido «su esfuerzo por reinventar el papado, es decir la búsqueda de una manera nueva y diversa de entender y vivir el ministerio del obispo de Roma. Dicha búsqueda –suponiendo que mi interpretación capte al menos un poco de dicho gesto– podría llegar muy lejos, porque el papado –según se ha entendido y vivido en los últimos mil años– ha sido uno de los grandes obstáculos para la unidad de los cristianos. Me parece que el papa Francisco avanza hacia una modalidad de papado distinta de la tradicional, con respecto a la cual las otras iglesias cristianas podrían asumir nuevas posturas. Si así fuese, este tema se podría repensar totalmente en el ámbito ecuménico». Que esta entrevista fuera publicada el pasado 9 de octubre por Vatican Insider, considerado un sitio web extraoficial del Vaticano, da a entender que esta interpretación del viaje a Lund y de las intenciones pontificias cuenta con la autorización y el beneplácito del papa Francisco.
Durante la audiencia a los luteranos del 13 de octubre, Bergoglio declaró también que el proselitismo es «el veneno más fuerte» para el ecumenismo. «Los mayores reformadores son los santos –añadió–, y la Iglesia está en constante reforma». Estas palabras contienen al mismo tiempo, como sucede con frecuencia en sus discursos, una verdad y un engaño. La verdad es que los santos, desde San Gregorio VII hasta san Pío X, han sido los más grandes reformadores.
El engaño está en insinuar que los pseudorreformadores como Lutero deben considerarse santos. A la afirmación de que el proselitismo, o sea el espíritu misionero, es «el veneno más fuerte para el ecumenismo» es preciso darle la vuelta: el veneno más poderoso para el espíritu misionero de la Iglesia es el ecumenismo tal como hoy se lo entiende. A los santos siempre los impusó ese espíritu, empezando por los jesuitas que en el siglo XVI llegaron al Brasil, el Congo y la India mientras sus hermanos de orden Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Pedro Canisio, reunidos en el Concilio de Trento combatían los errores del luteranismo y el calvinismo. Para el papa Francisco, por el contrario, no se debe convertir a los que están fuera de la Iglesia Católica. En la audiencia del pasado 13 de octubre, respondiendo improvisadamente a las preguntas de unos jóvenes, dijo: «Me gustan mucho los buenos luteranos, los que se guían verdaderamente por la fe de Jesucristo. En cambio, no me gustan los católicos y luteranos tibios». Deformando nuevamente el lenguaje, el papa Bergoglio llamó «luteranos buenos» a los protestantes que no se guían por la fe de Jesucristo, sino por una deformación de ella, y «católicos tibios» a los hijos fervientes de la Iglesia que se oponen a que se equipare la verdad católica al error luterano.
Todo esto nos lleva a preguntarnos qué pasará el 31 de octubre en Lund. Sabemos que la conmemoración consistirá en una celebración común fundada en la guía litúrgica católico-luterana Common Prayer (Oración en común), elaborada conforme al documento Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta luterano-católica romana de la Reforma en el 2017, redactado por la Comisión luterana-católico romana sobre la unidad. Hay quienes temen con razón una intercomunión entre católicos y luteranos, la cual sería sacrílega, porque los luteranos no creen en la transustanciación. Pero sobre todo se dirá que Lutero no es un heresiarca, sino un reformador injustamente perseguido, y que la Iglesia debe recuperar los «dones de la Reforma». Quienes se obstinan en considerar justa la condena de Lutero y herejes y cismáticos a sus seguidores debe ser objeto de severas reprensiones y excluido de la Iglesia del papa Francisco. Pero, ¿a qué iglesia pertenece Jorge Mario Bergoglio?
Roberto de Mattei