La incapacidad de Bergoglio ha quedada demostrada, y de un modo escandaloso. Este personaje menor que en un mundo ordenado no habría superado la categoría de párroco de pueblo y que, merced a la sandez del colegio cardenalicio, se convirtió en el sucesor de Pedro, ha fracasado una vez más. Hasta ahora, no puede enarbolar ningún triunfo ni dar cumplidas ninguna de sus promesas: no limpió la Curia Romana (nada se supo de las famosas cajas que tanto amargaban al papa Benedicto), no saneó las financias vaticanas, no acabó con la pedofilia y demás inmoralidades del clero (nombró a Mons. Ricca, personaje escandaloso si los hay, en un puesto de alta responsabilidad) y se está ganando poco a poco el fastidio de todo el mundo: en el Vaticano están hartos de él; muchos cardenales rezan para que inicie pronto su viaje a la Casa del Padre y hasta los sanpietrini prefieren evitarlo.
Pero su fracaso más estruendoso ha sido en el ámbito político, justamente el que más le interesa. Su objetivo final era, sin duda, convertirse en líder mundial de progresismo como varias veces lo explicó Ludovicus en este blog, y es por eso que apoyó descaradamente cualquier proyecto populista e izquierdoso que asomara la cabeza. Y todos le salieron mal: ganó Macri y perdió Scioli; ganó Rajoy y perdió Podemos; ganó el Brexit y perdió la inmigración masiva; ganó el No y perdió el Sí en Colombia; ganó Trump y perdió Hillary; y no sería extraño que en las próximas elecciones francesas ganara Marine Le Pen.
Bergoglio se quedó solo, acompañado apenas por los Luis D’Elia y las Milagro Salas planetarios que conforman los Movimientos Populares, a los que hace apenas cuatro días arengaba con estas palabras enmohecidas: “¿Quién gobierna entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar jamás”. Y probablemente se convierta también en un outsider en su ya desembozada defensa de los "derechos" que asisten a los homosexuales, como ha quedado demostrado en los sucesos de México ocurridos esta semana: prohibió a los obispos y católicos de ese país manifestarse en contra del "matrimonio" homosexual, tal cual lo hizo en Argentina.
Pero intentemos pensar de qué modo puede afectar todo esto ad intra. Como razonaba un amigo, esta serie de estrepitosos fracasos ha instalado una suerte de contra-sinergia en el mundo entero y por eso, cada vez que Bergoglio abra la boca, se activará un poderoso dinamismo en favor de lo contrario que diga. Olvidémonos de Argentina, porque los obispos autóctonos son de la peor ralea que haya producido la Iglesia, pero los cardenales y obispos de otras regiones -y sobre todo los que son bwanas-, por más bergoglianos que sean, no son tontos. Una buena parte de ellos tendrá el sentido del olfato suficientemente desarrollado para comprender que el libreto que había preparado la progresía internacional se está cayendo a pedazos y que lo peor que podrían hacer sería, justamente, elegir a un próximo Papa que siga dando patadas contra el aguijón.
Una de las escasas ventajas que veíamos en este blog con respecto a la elección de Bergoglio, y que declaramos en varias oportunidades, era que iba a demostrar a todo el mundo que el rey estaba desnudo, es decir, que las primaveras conciliares, las aperturas al mundo y los diálogos interplanetarios no eran más que cháchara vacía, condenada al fracaso. Y los últimos acontecimientos demuestran que, efectivamente, es así. Quizás sea una vez más una sorpresa de la Providencia lo que depare el próximo, y más que anhelado, cónclave.
Bergoglio, de aspirante a líder mundial del progresismo político, se ha convertido en asistente privilegiado a su funeral o, si hacemos caso a su bien ganada fama de yeta, en su sepulturero. Y así como el papa Gregorio fue conocido como Magno, Francisco lo será como Incapaz.