No existe cambio o evolución en los Dogmas. Se puede -y se debe- profundizar en el conocimiento de Dios, manifestado en Jesucristo: esa es la misión de la Teología, que es la ciencia de Dios ... pero, en todos los casos, debe de partirse, como verdad cierta, del Dato Revelado: éste nunca puede ser alterado ni modificado ni puesto en duda. Lo escrito en los Evangelios no es leyenda sino verdades históricas, con infinidad de testigos que han dado fe de ello ... y una infinidad aún mayor de mártires que han dado la vida como testimonio de la veracidad de los Evangelios: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros" (1 Jn 1, 3).
Si nos ceñimos al Apocalipsis allí puede leerse: "Si alguien añade algo a esto, Dios enviará sobre él las plagas descritas en este libro; y si alguien sustrae alguna palabra a la profecía de este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que se describen en este libro" (Ap 22, 18-19). Pero lo mismo cabe decir del resto de la Sagrada Escritura, como hemos visto que dice el apóstol san Juan.
Si alguno modifica un ápice del contenido de la Sagrada Biblia, y en particular del Nuevo Testamento, lo que transmitiese ya no sería la recta doctrina, sino invención humana. La fidelidad a lo que se ha recibido es fundamental.
Como sabemos las palabras de la Sagrada Escritura fueron inspiradas por el Espíritu Santo: su autor verdadero es Dios mismo. Esto es sumamente importante. La trascendencia de esta realidad queda perfectamente reflejada en la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas: "Aunque nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Como hemos dicho, y ahora vuelvo a decirlo: si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema!" (Gal 1, 8-9).
Es decir ... si alguien -no importa quien sea- nos explicara algo diferente a lo que está escrito y nos ha sido revelado en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de la Iglesia (que son las dos únicas fuentes de la Revelación) los cristianos no sólo no deben de seguirlo, sino que, caso de hacerlo, se estarían buscando su propia condenación, ya que "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29).
Es preciso recobrar la cordura, si es que la hemos perdido; y dejar de ser ingenuos, de una vez por todas, aprendiendo a discernir entre lo que es verdad y lo que es mentira. No es ésta una cuestión baladí ... pues es nada menos que nuestra salvación eterna la que está en juego. Y al decir esto estoy pensando no sólo en los sacerdotes, en los obispos y cardenales o incluso el mismo Papa, sino también en los simples fieles. Nadie, por ejemplo, para tranquilizar su conciencia, puede admitir como excusa de su conducta o de sus creencias, el siguiente pensamiento: "Es que los pastores son los pastores ... y si ellos lo han dicho sus razones tendrán". El que así razone está olvidando algo que es de vital importancia y contra lo que Jesús nos previno durante su estancia en esta tierra ... Y es la existencia de los malos pastores ... Existen los malos pastores, aquellos a quienes no les importan las ovejas. Y esto es así no porque yo lo diga, pues mi palabra sería, sin más, una mera opinión. No. Esto ya lo dijo Jesucristo con toda claridad. Nos convendría darnos por enterados, pues éstas fueron sus Palabras: "Mirad que nadie os engañe. Muchos vendrán en mi Nombre, diciendo: 'Yo soy' y seducirán a muchos" (Mc 13, 5). "Surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán grandes signos y prodigios para engañar, si fuera posible, incluso a los mismos elegidos. Mirad que os lo he avisado" (Mt 24, 24-25)
Sólo Jesús es el buen Pastor, Él "conoce a las suyas y las suyas le conocen a Él" (Jn 10, 14), "va delante de ellas" (Jn 10, 4) y "da la vida por sus ovejas" (Jn 10, 11), como efectivamente ocurrió. Esta misión de pastorear a las ovejas se la encomienda Jesús a Pedro cuando le dice, por tres veces, después de resucitar: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 17) confirmándole así en la labor que ya antes le había prometido, cuando le dijo: "Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 19)
Jesús conoce perfectamente que Pedro es incapaz de llevar a cabo esta tarea por sus propias fuerzas. Por eso le va adviertiendo, poco a poco: "Simón, Simón, mira que Satanás os busca para cribaros como el trigo, pero Yo he rogado por tí para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 31-32). Y por eso les envió su Espíritu, a él y a los demás discípulos que estaban reunidos con él en el Cenáculo, por miedo a los judíos. Esto ocurrió diez días después de su ascensión, en cuerpo y alma, a los cielos (Hech 1, 9).
Así quedaron patentes las palabras de Jesús cuando les dijo a sus discípulos: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5) y aquellas otras: "Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20b). De no ser así, el cristianismo ni siquiera hubiera tenido un comienzo. Y si lo tuvo y se sigue manteniendo es debido al hecho de que el Fundador de la Iglesia, Jesucristo, el hijo del Hombre, es realmente Dios, Aquel por quien todo fue creado (Jn 1, 3).
El discurso de Pedro (Hech 2, 14-47), por ejemplo, posterior a la venida del Espíritu Santo, produjo el arrepentimiento y la conversión de unas tres mil personas en un solo día, las cuales fueron bautizadas (Hech 2, 41), ... , "y el Señor aumentaba cada día el número de los que abrazaban el mismo género de vida para salvarse" (Hech 2, 47). Este fenómeno así como muchos otros hechos y la propia vida de la Iglesia, que se sigue manteniendo a pesar de que tiene casi todos los poderes del mundo en contra de ella, es una señal de que, ciertamente es el Espíritu de Cristo el que guía a su Iglesia. Fue el mismo Cristo quien dijo: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán" (Mt 24, 35). La realidad histórica muestra la veracidad de estas palabras. La Iglesia, en medio de grandes persecuciones, se sigue manteniendo ... ¡todo ello no hubiera sido posible si quien las pronunció no fuese el mismo Dios, como así lo creemos los cristianos, por la gracia que Él nos ha concedido, sin mérito alguno por nuestra parte!
De manera, pues, que es obligatorio para un cristiano el hacer un uso correcto de la razón en la búsqueda de la verdad ... lo que nos lleva a no poder admitir todo aquello que sea contradictorio en sí mismo. Los principios de la ciencia o primeros principios, verdades evidentes por sí mismas, que no necesitan demostración ... y que posee cualquier persona con sentido común, por el mero hecho de ser persona, no pueden ser negados jamás. No podemos hacer violencia a la razón, esa facultad tan maravillosa que hemos recibido de Dios y llamar negro a lo que vemos que es blanco y viceversa (por ejemplo) ... ¡Y esto se está haciendo!
Pongamos algún ejemplo concreto para entender mejor la razón de estas aseveraciones que caen por su propio peso. Analicemos esta frase del santo Padre, que fue pronunciada en su saludo a los refugiados en la parroquia romana del Sagrado Corazón de Jesús el 19 de enero de 2014: "Los que son cristianos, con la Biblia; y los que son musulmanes, con el Corán; (...) compartir, incluso, la propia fe, pues Dios es uno solo: el mismo". Bueno, es el santo Padre quien lo ha dicho; y como tal merece nuestro respeto; pero el amor a la verdad y el espíritu de discernimiento nos dicen enseguida que aquí falla algo. Abro el Nuevo Testamento y leo lo que se dice de Jesucristo: "En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre hay bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos salvarnos" (Hech 4, 12).
Es absolutamente imposible compaginar esta última frase, sacada del Nuevo Testamento y que es, por lo tanto, palabra de Dios, con la opinión del papa Francisco (en este caso concreto): el "dios" de los musulmanes no es el mismo dios que el de los cristianos. No puede serlo puesto que, para ellos, Jesucristo no es Dios. Y nosotros sabemos que "todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre" (1 Jn 2, 23).
Se pueden poner infinidad de ejemplos. Pongamos sólo uno más: Desde la Ciudad del Vaticano se dice que "los católicos no deberían intentar convertir a los judíos" . Bueno, esto no deja de ser una opinión. Lo que sí es cierto es que tal opinión, aunque haya salido del Vaticano, no se compagina con la verdad del Evangelio, pues en éste, que es palabra de Dios, se lee: "Id y enseñad a las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). ¿Acaso los judíos no tienen necesidad de conversión?
En nuestras manos está la elección: ¿Nos quedamos con lo que se invente cualquiera, aunque sea sacerdote, obispo o el mismo Papa? ¿O nos quedamos con la Palabra de Dios, que nos ha sido transmitida fielmente por el Magisterio de la Iglesia, a partir de las Sagradas Escrituras y de la Tradición, que son las dos únicas fuentes de la Revelación? ¿Nos quedamos con lo que piensa el mundo o hacemos nuestro el pensamiento de Cristo?
Así, pues: por una parte, debe de quedar claro que estamos ante la legítima Iglesia, que es una sola. No hay en ella dos Magisterios diferentes: no puede haberlos, pues sería una contradicción. Ahora bien: debemos discernir entre los buenos y los malos pastores, entre aquellos que transmiten la palabra de Dios y los que la adulteran o la niegan. Para ello es preciso que conozcamos bien nuestra fe y que vivamos vigilantes y siempre con la esperanza completamente puesta en Dios. Si quienes están a cargo de la Iglesia transmiten fielmente la verdad que han recibido, pues ¡a obedecerlos toca ... y con gran alegría! Pero, si quienes tienen la obligación de transmitir dicho Mensaje con fidelidad no cumplen con su misión sino que nos transmiten sus propias ideas y éstas se contraponen al Magisterio fiel de la Iglesia, entonces es nuestro deber, como cristianos, desobecerlos. Y vuelvo a insistir: nos va en ello nuestra salvación eterna y no podemos tomárnoslo a la ligera ...
Y no nos debe de importar, en este sentido, el cargo de la persona que ha expuesto "sus" opiniones acerca de determinados temas. Al fin y al cabo, lo ha hecho a título personal; e incluso aun cuando se trate del mismo santo Padre, sus palabras no poseen el carisma de la infalibilidad, la cual sólo tiene lugar cuando el Papa habla "ex cathedra", lo cual no lo ha hecho hasta ahora. Y si lo hiciera en algún momento, aquello que dijese no podría nunca oponerse a la Tradición recibida y a la Sagrada Escritura, que son las únicas fuentes seguras de la Revelación.
Mientras nos atengamos a ellas, estaremos en la Verdad y en la verdadera y única Iglesia, aquella que es "Una, Santa, Católica y Apostólica", no importando demasiado que haya en ella algunos pastores que hayan perdido la fe ... porque, en definitiva, "Dios dará a cada uno según sus obras" (Rom 2, 6) y tengamos siempre presente, en nuestra mente y en nuestro corazón, las palabras de Jesús: "Mira que vengo pronto y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según haya sido su conducta. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin" (Ap 22, 12-13).
Me gustaría terminar estas siete entradas sobre la Nueva Evangelización con la exhortación del apóstol san Pedro a los cristianos de su época: "Queridísimos (...) estad alerta, no sea que -arrastrados por el error de esos disolutos- decaigáis de vuestra firmeza. Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén." (2 Pet 3, 17-18)