Monseñor Athanasius Schneider |
NECESIDAD DE UNA ”VERITATIS LAETITIA”
AL contiene seguro, y por fortuna, afirmaciones teológicas e indicaciones espirituales y pastorales de gran valor. Sin embargo, es realmente insuficiente afirmar que AL debería ser interpretada según la Doctrina y la Práctica tradicional de la Iglesia. Cuando en un documento eclesiástico que, en nuestro caso, está desprovisto de carácter definitivo e infalible, encontramos elementos de interpretación y aplicación que podrían tener consecuencias espirituales peligrosas, todos los miembros de la Iglesia, en primer lugar los obispos, que son los colaboradores fraternos del Soberano Pontífice en la colegialidad efectiva, tienen el deber de señalar respetuosamente este hecho y de darle una interpretación auténtica. (Este párrafo ya se incluyó en una entrada anterior. Aquí estoy escribiendo el documento completo)
Cuando se trata de la fe divina, los mandamientos divinos y de la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio, todos los miembros de la Iglesia, desde los simples fieles hasta los más altos representantes del magisterio deben hacer un esfuerzo común para conservar intacto el tesoro de la fe y su aplicación práctica.
El Concilio Vaticano II de hecho ha enseñado: "La sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf. 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin el otro y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 10).
Fue el propio Concilio Vaticano II el que fomentó a todos los fieles y, sobre todo, a los obispos a manifestar sin temor algunas de sus preocupaciones y observancias en vista del bien de toda la Iglesia. El famoso obispo y teólogo del Concilio de Trento, Melchor Cano, O.P., pronunció esta memorable frase: ”Pedro no se ha olvidado de nuestras mentiras y adulaciones. Aquellos que defienden ciegamente e indiscriminadamente todas las decisiones del Sumo Pontífice son los que mayormente comprometen la autoridad de la Santa Sede. Se deberían destruir los cimientos en vez de consolidarlos”.
Nuestro Señor nos ha enseñado, sin ambigüedad, explicando en qué consiste el verdadero amor y la verdadera alegría del amor: "El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama” (Jn 14, 21). Dando a los hombres el sexto mandamiento y la observancia de la indisolubilidad del matrimonio, Dios se lo ha dado a todos sin excepción alguna y no solo a una élite.
Ya en el Antiguo Testamento Dios declaró: "Este mandamiento que Yo te doy no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance" (Dt 30, 11) y "Si tú quieres, puedes observar los mandamientos; está en tus manos el ser fiel" (Eclesiástico 15, 15). Y Jesús dice a todos [simbolizados en uno que le pregunta]: "¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?" Jesús contestó: «¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? Uno solo es Bueno. Pero si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos.» El joven dijo: «¿Cuáles?» Jesús respondió: No matar, no cometer adulterio, no hurtar, no levantar falso testimonio"… (Mt 19, 17-18).
La enseñanza de los apóstoles nos ha transmitido la misma doctrina: "Amar a Dios es guardar sus mandatos, y sus mandatos no son una carga" (1 Jn 5, 3). No hay una vida real, sobrenatural y eterna, sin observancia de los mandamientos de Dios: "Observa sus preceptos y sus mandamientos. He puesto delante de ti la vida y la muerte. ¡Elige la vida!" (Dt 30, 15-20). Ninguna vida es verdaderamente vida y verdadera alegría del amor sin la verdad. "El amor consiste en vivir según sus mandamientos" (2 Jn 6). La alegría del amor consiste en la alegría de la verdad. La vida auténticamente cristiana consiste en la vida y en la alegría de la verdad: "Nada me causa mayor alegría que el saber que mis hijos viven en la verdad" (3 Jn 4).
Ya en el Antiguo Testamento Dios declaró: "Este mandamiento que Yo te doy no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance" (Dt 30, 11) y "Si tú quieres, puedes observar los mandamientos; está en tus manos el ser fiel" (Eclesiástico 15, 15). Y Jesús dice a todos [simbolizados en uno que le pregunta]: "¿Qué debo hacer para conseguir la vida eterna?" Jesús contestó: «¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? Uno solo es Bueno. Pero si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos.» El joven dijo: «¿Cuáles?» Jesús respondió: No matar, no cometer adulterio, no hurtar, no levantar falso testimonio"… (Mt 19, 17-18).
La enseñanza de los apóstoles nos ha transmitido la misma doctrina: "Amar a Dios es guardar sus mandatos, y sus mandatos no son una carga" (1 Jn 5, 3). No hay una vida real, sobrenatural y eterna, sin observancia de los mandamientos de Dios: "Observa sus preceptos y sus mandamientos. He puesto delante de ti la vida y la muerte. ¡Elige la vida!" (Dt 30, 15-20). Ninguna vida es verdaderamente vida y verdadera alegría del amor sin la verdad. "El amor consiste en vivir según sus mandamientos" (2 Jn 6). La alegría del amor consiste en la alegría de la verdad. La vida auténticamente cristiana consiste en la vida y en la alegría de la verdad: "Nada me causa mayor alegría que el saber que mis hijos viven en la verdad" (3 Jn 4).
San Agustín nos explica la íntima relación entre la alegría y la verdad: "Si les pregunto a todos si quieren más gozar de esta alegría que proviene de la verdad que de otra que provenga de la mentira, responderían todos que más quieren la alegría que nace de la verdad, y que desean ser felices y bienaventurados, porque la vida bienaventurada es alegría y gozo que nace de la verdad, que es lo mismo que decir, alegría que nace de Vos, que sois la verdad suma, mi luz, mi Dios, vida y salud de mi alma. Todos, pues, quieren esta vida bienaventurada; esta vida, digo, que únicamente es la bienaventurada, todos la quieren: todos, vuelvo a decir, quieren y desean el gozo y alegría de la verdad, pues aunque he tratado a muchos que quisieran engañar a otros, a ninguno he visto que deseara ser engañado” (Confesiones, X, 23)
EL TIEMPO DE CONFUSIÓN GENERAL POR CUANTO AGUARDA LA INDISOLUBILIDAD DEL MATRIMONIO
Desde hace tiempo, en la vida de la Iglesia, se constata de algunos lugares, un gran abuso en la admisión de los divorciados vueltos a casar a la santa comunión, sin pedirles que vivan en una perfecta continencia. Las afirmaciones poco claras del capítulo VIII de AL han dado un nuevo dinamismo a los propagadores declaradores de la admisión de los divorciados vueltos a casar a la santa comunión.
Podemos ahora constatar que el abuso ha empezado a difundirse mayoritariamente en la práctica sentenciosa en cualquier modo legítimo. También existe la confusión por cuanto resguarda las interpretaciones reportadas de las afirmaciones importantes en el capítulo VIII de AL. La confusión alcanza su ápice porque TODOS, sean los que están a favor de la admisión de los divorciados vueltos a casar a la comunión, sean sus opositores, SOSTIENEN QUE: "La doctrina de la Iglesia en esta materia no ha sido modificada".
Teniendo en cuenta las diferencias históricas y doctrinales, nuestra situación muestra algunas similitudes y analogías con la situación de confusión general de la crisis arriana del siglo IV. En aquella época, la fe apostólica tradicional en la verdadera divinidad del Hijo de Dios fue garantizada mediante términos "consustanciales" ("homoousios"), dogmáticamente proclamada por el Magisterio Universal del Concilio de Nicea I.
EL TIEMPO DE CONFUSIÓN GENERAL POR CUANTO AGUARDA LA INDISOLUBILIDAD DEL MATRIMONIO
Desde hace tiempo, en la vida de la Iglesia, se constata de algunos lugares, un gran abuso en la admisión de los divorciados vueltos a casar a la santa comunión, sin pedirles que vivan en una perfecta continencia. Las afirmaciones poco claras del capítulo VIII de AL han dado un nuevo dinamismo a los propagadores declaradores de la admisión de los divorciados vueltos a casar a la santa comunión.
Podemos ahora constatar que el abuso ha empezado a difundirse mayoritariamente en la práctica sentenciosa en cualquier modo legítimo. También existe la confusión por cuanto resguarda las interpretaciones reportadas de las afirmaciones importantes en el capítulo VIII de AL. La confusión alcanza su ápice porque TODOS, sean los que están a favor de la admisión de los divorciados vueltos a casar a la comunión, sean sus opositores, SOSTIENEN QUE: "La doctrina de la Iglesia en esta materia no ha sido modificada".
Teniendo en cuenta las diferencias históricas y doctrinales, nuestra situación muestra algunas similitudes y analogías con la situación de confusión general de la crisis arriana del siglo IV. En aquella época, la fe apostólica tradicional en la verdadera divinidad del Hijo de Dios fue garantizada mediante términos "consustanciales" ("homoousios"), dogmáticamente proclamada por el Magisterio Universal del Concilio de Nicea I.
La profunda crisis de la fe, con una confusión casi universal, fue causada principalmente por refutar o evitar utilizar y profesar la palabra "consustancial" (”homoousios”). En vez de utilizar esta expresión se decide entre el clero y sobre todo entre el episcopado utilizar una fórmula alternativa que era más ambigua e imprecisa como por ejemplo ”igual en la sustancia” (”homoiousios”) o simplemente ”igual” (”homoios”).
La fórmula ”homoousios” del Magisterio Universal de aquel tiempo experimentaba la divinidad plena y verdadera del VERBO en modo tan claro que no dejaba lugar a interpretaciones equívocas.
En los años 357-360 casi todo el episcopado se convirtió en arriano o semi-arriano a causa del siguiente acontecimiento: en el año 357 el papa Liberio usó una de las fórmulas ambiguas de Sirmo, en la cual había sido eliminado el término ”homoousios”. El Papa excomulgó, también, de manera escandalosa, a san Atanasio. San Hilario de Poitiers fue el único obispo que lanzó improperios graves al papa Liberio por tales actos de ambigüedad.
En el año 359 los sínodos paralelos del episcopado occidental en Rímini y del oriental en Seuleukia habían aceptado las expresiones completamente arrianas, peores todavía que la ambigua fórmula firmada por el papa Liberio. Describiendo la situación de confusión de la época, san Jerónimo se expresó así: "el mundo se quejó y se dio cuenta con asombro que era arriano" (”Ingemuit totus orbis, et arianum se esse miratus est”: Adv. Lucif., 19).
La fórmula ”homoousios” del Magisterio Universal de aquel tiempo experimentaba la divinidad plena y verdadera del VERBO en modo tan claro que no dejaba lugar a interpretaciones equívocas.
En los años 357-360 casi todo el episcopado se convirtió en arriano o semi-arriano a causa del siguiente acontecimiento: en el año 357 el papa Liberio usó una de las fórmulas ambiguas de Sirmo, en la cual había sido eliminado el término ”homoousios”. El Papa excomulgó, también, de manera escandalosa, a san Atanasio. San Hilario de Poitiers fue el único obispo que lanzó improperios graves al papa Liberio por tales actos de ambigüedad.
En el año 359 los sínodos paralelos del episcopado occidental en Rímini y del oriental en Seuleukia habían aceptado las expresiones completamente arrianas, peores todavía que la ambigua fórmula firmada por el papa Liberio. Describiendo la situación de confusión de la época, san Jerónimo se expresó así: "el mundo se quejó y se dio cuenta con asombro que era arriano" (”Ingemuit totus orbis, et arianum se esse miratus est”: Adv. Lucif., 19).
Se puede afirmar que nuestra época está caracterizada por una gran confusión respecto a la disciplina sacramental para los divorciados vueltos a casar.
AL contiene, en cambio, una manera inexplicable, en la segunda declaración: "Es en estas situaciones (de los divorciados vueltos a casar), muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir "como hermano y hermana" que la Iglesia les ofrece, señalando que faltan algunas expresiones de intimidad, "no es raro que la fidelidad se ponga en peligro y pueda venir un compromiso para el bien de los hijos" (AL, 298, 329). Tal afirmación deja pensar en una CONTRADICCIÓN con la enseñanza perenne del magisterio de la Iglesia, como ha sido formulado en el texto citado de la Familiaris Consortio, 84.
ES URGENTE que la Santa Sede confirme y proclame nuevamente, eventualmente bajo la forma de la interpretación autentica de AL, la citada fórmula de la Familiaris Consortio, 84. Esta fórmula podría ser considerada, bajo ciertos aspectos, como el ”homoousios” de nuestros días. La falta de confirmar de manera oficial y explícita de la fórmula de Familiaris Consortio 84 por parte de la Sede Apostólica podría contribuir a una confusión cada vez mayor en la doctrinal. De esta manera, se crearía una tal situación a la cual se podría en un futuro aplicar la segunda constatación: "Todo el mundo se quejó y se dio cuenta con asombro de haber aceptado el divorcio en la praxis" (”Ingemuit totus orbis, et divortium in praxi se accepisse miratus est”).
Una confusión en la disciplina sacramental en contra de los divorciados vueltos a casar, con la consiguiente implicación doctrinal, contradeciría la naturaleza de la Iglesia católica, así como había sido descrita por san Ireneo en el siglo II: "La Iglesia, habiendo recibido esta predicación y esta fe, aunque la dispersa por el mundo entero, la conserva con cuidado como habitando una sola casa; y del mismo modo cree en esta verdad, como si hubiera una sola alma y un solo corazón; y lo proclama, enseña y transmite, con voz unánime, como si hubiera una sola boca” (Adversus haereses, I, 10, 2).
La Sede de Pedro, es decir, el Soberano Pontífice, es el que garantiza la unidad de la fe y de la disciplina sacramental apostólica. Considerando la confusión que ha sido creada entre los sacerdotes y los obispos en la práctica sacramental por cuanto aguarda a los divorciados vueltos a casar y la interpretación de AL, se puede considerar legítima una llamada a nuestro querido papa Francisco, el vicario de Cristo, y ”el dulce Cristo en la Tierra” (santa Catalina de Siena), para que ordene la publicación de una interpretación autentica de AL, que debería necesariamente contener una declaración explícita del principio disciplinario del magisterio universal e infalible en cuanto a la admisión a los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, como es formulado en el número 84 de la Familiaris Consortio.
En la gran confusión arriana del siglo IV, san Basilio el Grande hizo un llamamiento urgente al Papa de Roma para que indicara con sus palabras una clara dirección para obtener finalmente la unidad de pensamiento en la fe y en la caridad (cf. Ep. 70).
Una interpretación autentica de AL de parte de la Santa Sede llevaría una alegría en la claridad (”claritatis laetitia”) para toda la Iglesia. Tal claridad garantizaría un amor en la alegría (”amoris laetitia”), un amor y una alegría que no serían según la mente de los hombres, sino según la mente de Dios (cf. Mt 16, 23). Y es esto lo que es contrario a la alegría, la vida y la salvación eterna de los divorciados vueltos a casar y de todos los hombres.
+ Athanasius Schneider, Obispo Auxiliar de la Archidiócesis de María Santísima en Astana, Kazajistán.