(b) Cambiar el lenguaje: el Nuevo Orden Mundial pretende también transformar nuestra manera de hablar y de escribir porque consideran que el idioma es machista e “invisibiliza” a la mujer. Por eso se han inventado una nueva lengua “igualitaria” (como la neolengua orwelliana). Tienen que cambiar el lenguaje para cambiar el pensamiento y transformar la realidad. En esta nueva jerga, por ejemplo, se eliminan todas las palabras que incluyen lo femenino dentro de lo masculino. Así en vez de “los alumnos de esa clase” se dirá “los alumnos y alumnas de esa clase”. O se cambiarán términos como “Asociación de Padres” por “Asociación de Padres y Madres”. También están promoviendo el uso de la grafía “@” para incluir a los dos géneros de una palabra a la vez. Su pasión revolucionaria les lleva a pretender modificar nuestro lenguaje. Ya no les vale el español de Cervantes, Lorca o Rafael Alberti. Y en ciertos ámbitos, supuestamente “ilustrados” (políticos, psicólogos, periodistas, profesores…), esta ideología está calando de manera tan llamativa, como lamentablemente reveladora del nivel de servilismo y mediocridad de buena parte de la supuesta intelectualidad contemporánea. De nada vale lo que pueda decir la Real Academia Española de la Lengua ni los escritores que siguen manteniendo una pizca de libertad.
(c) Fomentar diferentes formas de contacto sexual como parte de la igualdad: se reclama el reconocimiento del derecho hedonista al placer sexual, libremente deseado, sin vinculación necesaria a la afectividad (al amor); sin que se limite al matrimonio, a la heterosexualidad o a la procreación. Ya no existen dos sexos. Existen cinco géneros: heterosexual masculino, heterosexual femenino, gay, lesbiana y bisexual; sin olvidar la transexualidad (incoherencia entre sexuación de cuerpo e identidad de género, que les lleva a someterse a intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo), el transgenismo (los que desean cambiar su identidad de género, pero sin transformar su cuerpo), o el travestismo (placer erótico que surge de vestirse con ropa del otro sexo).
En este sentido, la Ideología de Género incluye como parte esencial de su agenda la promoción de la “libre elección” en asuntos reproductivos y de “estilo de vida”. “Libre elección de reproducción” es la expresión clave para referirse al aborto libre; mientras que “estilo de vida” apunta a promover la homosexualidad y toda forma de sexualidad “alternativa”. El homosexualismo político pretende “normalizar” comportamientos ciertamente rechazables moralmente para un católico. Su objetivo es cambiar la sociedad, nuestra cultura y nuestra civilización a través de cambios legislativos que redefinan las evidencias antropológicas y biológicas. Por ejemplo, pretenden perseguir penalmente a quienes afirmamos que los actos homosexuales constituyen una grave depravación moral. Así, todos los que no compartimos sus opiniones somos acusados de “homofobia”. La asignatura de Educación para la Ciudadanía que implantó la LOE – evaluable y obligatoria, al contrario que la Religión – se inscribe dentro de esta política de adoctrinamiento ideológico, de agitación y propaganda (el agitpro de toda la vida), al servicio de la nueva revolución del arco iris y del Pensamiento Único.
La Ideología de Género tiene una vocación sustancialmente totalitaria. Sólo pueden ser considerados demócratas aquellos que piensan como ellos. Y todos los que pensamos de manera diferente somos carcundia reaccionaria y casposa. Se trata de una concepción de la democracia al estilo de la antigua “República Democrática Alemana”. Los que nos apartamos del pensamiento políticamente correcto somos ciudadanos de segunda a los que hay que eliminar, reeducar o reducir al ostracismo (eso ya lo hacía papá Stalin). De ahí el constante acoso a los católicos y a todos cuantos se oponen a esta nueva revolución silenciosa, a esta nueva dictadura a la que nos quieren someter. Porque una vez que todo el arco político ha aceptado y asumido el pensamiento único, el único adversario que les queda a quienes promueven la Ideología de Género es la Iglesia Católica, que mantiene los principios morales cristianos y se opone radicalmente a esta Ideología totalitaria.
“Los códigos culturales profundamente enraizados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han de modificarse. Los gobiernos deben emplear sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos tradicionales”: son palabras recientes y muy reveladoras de Hilary Clinton. Espeluznante: mentalidad totalitaria pura y dura. Por este camino, llegaremos a la ilegalización de la religión católica. Con lemas como “arderéis como en el 36” o “la única iglesia que ilumina es la iglesia que arde”; con asaltos “pacíficos” a nuestras capillas; con la propagación del odio hacia los católicos, no tardaremos en encontrar a grupos descontrolados y violentos que pongan la bala donde otros han puesto previamente la diana. Lo mismo que ocurrió en los años treinta cuando los “descontrolados” se dedicaron a quemar iglesias y a fusilar a fieles católicos, a curas y a obispos.
Ante esta amenaza totalitaria, reivindico el derecho a la disidencia, a pensar como me dé la gana, a definirme como católico y a defender los valores cristianos que desde hace siglos configuran la cultura y la historia de España y de Europa.
Los católicos tenemos derecho a serlo, a vivir conforme a nuestros principios morales, a celebrar nuestros sacramentos “como Dios manda” y no como le gustaría al “lobby gay”; a vivir como ciudadanos libres en una sociedad plural. Nosotros no queremos imponer nada a nadie. Y la Iglesia no cierra sus puertas a nadie ni excluye a nadie. Pero la Iglesia tiene el deber de conservar y transmitir la fe en su integridad: guste más o guste menos. La Iglesia tiene la obligación de predicar el Evangelio y la doctrina que ha llegado hasta nosotros por la Tradición apostólica y por las palabras y la vida de los Santos. La salvación que anuncia la Iglesia pasa por la conversión de todos a Cristo. Cristo murió y resucitó para salvarnos a todos: si queremos. Pero esa salvación pasa, insisto, por la conversión; es decir, por cambiar nuestra manera de vivir para hacerlo conforme a los Mandamientos de la Ley de Dios.
Lo que la Iglesia nunca podrá hacer es adaptarse a los gustos del mundo ni acomodar su predicación al pensamiento o a las imposiciones de los poderosos de este mundo o de los grupos de presión. No vamos a permitir que el pensamiento único nos obligue a renunciar a nuestros principios ni nadie nos va a obligar a redefinir nuestros dogmas, nuestro catecismo o nuestros sacramentos para adaptarlos a lo que le agrade al mundo. No vamos a adorar al Dios Estado ni vamos a plegarnos a las exigencias de los enemigos de Cristo y de la Iglesia: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mt 10, 28). “Nos acosan por todas partes, pero no hasta el punto de abatirnos; estamos en apuros, pero sin llegar a ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados; nos derriban, pero no consiguen rematarnos”(2 Cor 4, 8). Se avecinan tiempos recios.
Pedro Luis Llera