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Artículo tomado de Sandro Magister que reproduzco aquí también, aun cuando ya se encuentra dentro del conjunto de artículos sobre Amoris Laetitia que se encuentra a la derecha del blog. Esto lo hago debido a su especial interés.
Lacerante crítica - según Sandro Magister- de la exhortación post-sinodal por parte de una
estudiosa australiana. "Hemos perdido -dice- todo punto de apoyo y hemos caído,
como Alicia, en un universo paralelo, en el que nada es lo que parece ser"
ROMA, 7
de junio de 2016 – Ojo a la autora del volumen cuya imagen reproducimos
más arriba, primera edición crítica de una obra maestra de San Basilio el
Grande, cuyo original en griego se perdió pero que llegó a nosotros gracias a
una antigua versión en siríaco confirmada en cinco manuscritos, publicada hace
dos años por la histórica editorial Brill, activa en Holanda desde finales del
siglo XVII.
La autora
es Anna M. Silvas, una de las estudiosas de los Padres de la Iglesia, sobre
todo orientales, más celebres del mundo. Pertenece a la Iglesia greco-católica
de Rumania y vive en Australia, en Armidale, Nueva Gales del Sur.
Enseña en
la Universidad de Nueva Inglaterra y en la Universidad Católica Australiana.
Sus principales campos de estudio son los Padres de la Capadocia: Basilio,
Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, el desarrollo del monaquismo, el
ascetismo femenino en el primer cristianismo y en la Edad Media.
También
imparte cursos sobre el matrimonio, la familia y la sexualidad en la tradición
católica en el Instituto Pontificio Juan Pablo II para Estudios sobre el
Matrimonio y la Familia de Melbourne.
Lo que
sigue es su comentario a la exhortación apostólica post-sinodal "Amoris
laetitia", pronunciado ante un gran público, con obispos y sacerdotes, y
publicado posteriormente en el sitio internet de la parroquia del Beato John
Henry Newman de Caulfield North, cerca de Melbourne: Some
Concerns about "Amoris Laetitia"
El texto
original está enriquecido por algunas notas a pie de página y un epílogo
con un pasaje de San Basilio, aquí omitidos.
Pero no
digamos nada más. El comentario de Anna M. Silvas es de obligada lectura.
Brillante, agudo, competente, franco. Un ejemplo luminoso de esa
"parresia" que es un deber de todo bautizado.
__________
Algunas
cuestiones sobre "Amoris laetitia"
por
Anna M. Silvas
En esta
presentación me gustaría subrayar algunas de las cuestiones que más me
preocupan acerca de "Amoris laetitia". Estas reflexiones están
divididas en tres secciones. La primera parte explicará a grandes rasgos las
preocupaciones generales; la segunda se centrará en el ya tristemente famoso
capítulo ocho; la tercera tratará sobre algunas de las implicaciones que
"Amoris laetitia" tiene para los sacerdotes y el catolicismo.
Soy
consciente de que "Amoris laetitia", al ser una exhortación
apostólica, no goza del rasgo de infalibilidad. Sin embargo, es un documento
del magisterio ordinario pontificio y, por lo tanto, hace que la idea de
criticarlo, sobre todo doctrinalmente, sea especialmente difícil. Creo que es
una situación sin precedentes. Me gustaría que hubiera un gran santo, como San
Pablo, San Atanasio, San Bernardo o Santa Catalina de Siena que tuviera la
valentía y las credenciales espirituales, como por ejemplo, la capacidad de
profetizar la verdad absoluta, para que le dijera la verdad al sucesor de Pedro
y le llevara de vuelta a un marco conceptual mejor. En estos momentos parece
que la jerarquía de la Iglesia haya entrado en una extraña parálisis. Tal vez
esta sea la hora de los profetas, pero de los profetas verdaderos. ¿Dónde están
los santos con “nooi", intelectos, purificados por el prolongado contacto
con el Dios vivo en la oración y la ascesis, dotados de palabra inspirada,
capaces de llevar a cabo una tarea como ésta? ¿Dónde están estas personas?
Grabadas
en tablas de piedra por el dedo del Dios vivo (Ex 31,18; 32, 15), las diez
"palabras" proclamadas a la humanidad para todas las épocas: "No
cometerás adulterio" (Ex 20, 14), y "No codiciarás la mujer de tu
prójimo" (Ex 20, 17).
Incluso
Nuestro Señor declaró: "Quien repudie a su mujer y se case con otra,
comete adulterio contra aquella" (Mc 10, 11).
Y el
apóstol Pablo lo repitió: "Por eso, mientras vive el marido, será llamada
adúltera si se une a otro hombre" (Rom 7, 3 ).
Como un
silencio ensordecedor, el término "ADULTERIO" está totalmente ausente
del léxico de "Amoris laetitia". En cambio encontramos algo llamado
"uniones irregulares" o "situaciones irregulares", con
"irregular" entre comillas como si el autor quisiera mantenerse a
distancia.
"Si
me amáis, guardaréis mis mandamientos" dice el Señor (Jn 14, 15). Y el
Evangelio y las Cartas de Juan repiten esta advertencia del Señor de varias
maneras. Esto no significa que nuestra conducta esté justificada por nuestros
sentimientos subjetivos, sino que más bien nuestra disposición subjetiva se
verifica en nuestra conducta, es decir, en nuestro acto de obediencia.
Desgraciadamente, cuando leemos "Amoris laetitia" vemos que también
los "MANDAMIENTOS" están del todo ausentes de su léxico, igual que la
OBEDIENCIA. En su lugar encontramos algo llamado "ideales", que
aparecen repetidamente en todo el documento.
Otra
expresión clave que no encuentro en el lenguaje de este documento es
"TEMOR DE DIOS". Es decir, ese asombro ante la realidad soberana de
Dios que es el principio de la sabiduría, uno de los dones del Espíritu Santo
en la Confirmación. Pero este santo temor hace tiempo que ha desaparecido de
una amplia parte del discurso católico moderno. Se trata de una expresión
semítica que se traduce como "eulabeia" y “eusebia" en griego, o
como "pietas" y "religio" en latín, el corazón de una
disposición hacia Dios, el espíritu auténtico de la religión.
Otro
término del lenguaje que falta en "Amoris laetitia" es el de la
SALVACIÓN ETERNA. ¡No hay almas inmortales que anhelan la salvación eterna en
este documento! Ciertamente, encontramos "vida eterna" y
"eternidad" nombradas en los números 166 y 168 como el aparentemente
inevitable "cumplimiento" del destino de un niño, pero sin ninguna
alusión a imperativos de gracia y de lucha, es decir, de salvación eterna, que
forman parte de este camino. Es como
si la propia cultura de fe estuviera formada por los ecos de las palabras que
uno oye y cuya ausencia es un chirrido en mis oídos.
Miremos ahora lo que
encontramos en el propio documento.
¿Qué
razón hay para un texto tan prolijo, de 260 páginas, más de tres veces la
extensión de "Familiaris Consortio"? Esta es, sin duda, una gran
descortesía pastoral. Y, sin embargo, el Papa Francisco quiere que se lea
"pacientemente parte por parte" (n. 7). Pues bien, algunos de
nosotros hemos tenido que hacerlo. Gran parte del texto es aburrido e
insustancial. En general, encuentro el discurso del Papa Francisco, no sólo en
este caso sino en general, plano y unidimensional. Podría definirlo
"superficial" y también "simplista": ninguna hondura bajo
palabras santas y verdaderas que nos inviten a lanzarnos a la profundidad.
Una de
las características menos agradables de "Amoris laetitia" es la gran
cantidad de comentarios bruscos e irritantes del Papa Francisco, frases
polémicas que disminuyen mucho el tono del discurso. A veces uno se queda
perplejo respecto al fundamento de estos comentarios. Por ejemplo, en la
tristemente célebre nota 351, el Papa advierte a los sacerdotes que "el
confesionario no debe ser una sala de torturas". ¿Una sala de torturas?
En otro
pasaje, en el n. 36, dice: "Con frecuencia presentamos el matrimonio de
tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de
ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la
procreación”.
Cualquiera
que tenga el más mínimo conocimiento del desarrollo de la doctrina sobre el
matrimonio sabe que el bien unitivo ha recibido una gran y renovada atención al
menos a partir de "Gaudium et Spes", n. 49, con una historia a las
espaldas de algunas décadas.
Para mí,
estas caricaturas impulsivas e infundadas son indignas de la dignidad y
seriedad que debería de tener una Exhortación Apostólica.
En los
números 121 y 122 tenemos un ejemplo perfecto de la calidad errática del
discurso del Papa Francisco. Tras una descripción inicial del MATRIMONIO como
"signo precioso" e "imagen del amor de Dios por nosotros",
al cabo de unas líneas esta imagen de Cristo y de su Iglesia se convierte en un
"tremendo peso" que es impuesto sobre los cónyuges. El Papa ya ha
usado este término, "peso" en el n. 37. Pero, ¿quién espera que haya
una inmediata perfección de los esposos? ¿Quién no ha concebido el matrimonio
como un proyecto de toda una vida, de crecimiento en lo vivido del sacramento?
El
lenguaje del Papa Francisco sobre la emoción y la pasión (números 125, 242, 143
y 145) no se basa en los Padres de la Iglesia o en los maestros de la vida
espiritual de la gran Tradición, sino en la mentalidad de los medios de
comunicación populares. Su simplista fusión entre eros y deseo sexual en el n.
151 sucumbe a la visión laicista e ignora la "Deus Caritas Est" del
Papa Benedicto, inmersa en una exposición meditada del misterio de eros, de
agapé y de la Cruz.
Incomoda
el ambiguo lenguaje de los números 243 y 246, que hace pensar que el hecho de
que sus miembros entren en una unión objetivamente adúltera y sean por lo tanto
excluidos de la Santa Comunión sea de alguna manera culpa de la Iglesia, o que
es algo de lo que la Iglesia debería pedir perdón. Esta es una idea que permea
todo el documento.
Varias
veces, durante la lectura de este documento, me he detenido y he pensado:
"Hace muchas páginas que no oigo hablar de Cristo". Demasiado a
menudo estamos sometidos a extensos pasajes con consejos paternales que podría
dar también cualquier periodista laico sin fe, como los que se leen en las
páginas del Reader’s Digest, o en uno de esos suplementos sobre estilos de vida
que se incluyen en los periódicos del fin de semana.
Es cierto
que algunas de las doctrinas de la Iglesia están sólidamente apoyadas, por
ejemplo, contra la unión de parejas del mismo sexo (n. 52) y la poligamia (n.
53), la ideología de género (n. 56) y el aborto (n. 84). Hay afirmaciones
acerca de la indisolubilidad del matrimonio (n. 63) y su fin procreativo y un
apoyo de la "Humanae Vitae" (nn. 68, 83 ), del derecho soberano de
los padres a la educación de los propios hijos (n. 84), del derecho de cada
niño a una madre y un padre (nn. 172, 175), de la importancia de los padres
(nn. 176, 177). De vez en cuando se encuentra un pensamiento poético, como por
ejemplo sobre la "mirada" contemplativa de amor entre los esposos
(nn. 127-8) o sobre la maduración del buen vino como imagen de la maduración de
los cónyuges (n. 135 ).
Pero toda
esta laudable doctrina está minada, en mi opinión, por la retórica de conjunto
de la exhortación, y por la de todo el pontificado del Papa Francisco. Estas
afirmaciones de la doctrina católica son bienvenidas, pero es necesario
preguntar: ¿tienen de algún modo más peso que el entusiasmo pasajero y errático
del actual titular de la Cátedra de San Pedro? Lo digo muy seriamente. Mi
instinto me dice que el siguiente tema amenazado de desmoronamiento es el
llamado "matrimonio" entre personas del mismo sexo.
Si es posible
construir una justificación acerca de los estados objetivos de adulterio
basándose en el reconocimiento de "los elementos constructivos en aquellas
situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza [de
la Iglesia] sobre el matrimonio" (n. 292), "cuando la unión alcanza
una estabilidad notable mediante un vínculo público, está connotada de afecto
profundo, de responsabilidad por la prole" (n. 293) etc., ¿hasta cuándo se
podrá aplazar la aplicación del mismo razonamiento a las parejas del mismo
sexo?
Y sí, los niños pueden ser parte de la cuestión, como bien sabemos por la
agenda homosexual. El anterior editor del Catecismo católico [el cardenal
Christoph Schönborn], a cuya hermenéutica de "Amoris laetitia" como
"desarrollo de la doctrina" el Papa nos remite, parece estar
"evolucionando" sobre la potencial "bondad" de las
"uniones" del mismo sexo.