Tal vez haya demasiado ruido en nuestro interior y tal vez sean demasiadas las cosas que nos preocupan cuando, en realidad, "sólo una es necesaria" (Lc 10, 42). Si esa actitud se convierte en norma de nuestra vida, entonces nuestro corazón se va endureciendo progresivamente para las cosas de Dios ... y cada día que pasa nos va resultando más difícil el volver a Él ... de manera tal que acabamos perdiendo la fe -si es que hemos llegado a tenerla- y entonces intentamos justificar nuestra conducta mediante el proceso de negar, incluso, la existencia de Dios ... hasta acabar negando al mismo Jesucristo, con lo que nos condenamos, ya de antemano, en esta vida, a ser unos desgraciados: En el pecado llevamos la penitencia.
La razón es muy sencilla: Hemos sido creados por Dios para amar y para ser amados. Tal es nuestra condición como personas. Sólo este amor de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios, un amor que se hace extensible a todos los hombres, porque Él los ama y nosotros sólo queremos lo que Él quiere. Dios, manifestado en Jesucristo, da sentido a nuestra vida. Y "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). El rechazo de Dios por parte del mundo es un rechazo del amor ... y sin amor la vida no es vida, somos como zombis (muertos vivientes): "Tienes nombre de vivo, pero estás muerto" (Ap 3, 1)
Rechazado Dios por el mundo, como hoy está ocurriendo, éste se descompone porque se queda sin su base y fundamento. El hombre "moderno" de hoy está jugando a ser "dios". Nadie puede decirle lo que tiene que hacer. Él decide lo que está bien y lo que está mal. En realidad, es la misma tentación que data de nuestros orígenes, cuando el Diablo, en forma de serpiente tentó a Eva, quien le había contestado que podían comer de todos los árboles del jardín menos del fruto del árbol que está en medio, pues de hacerlo morirían. Y claro, la serpiente, que es el más astuto de los animales, dijo a la mujer: "No moriréis, en modo alguno; es que Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gen 3, 4). Ya conocemos lo que ocurrió: Eva comió del fruto prohibido y luego le dio a su marido Adán, que también comió. Consecuencias de este pecado personal de Adán y Eva (pecado original originante) fue, además de la pérdida de la gracia santificante, el sometimiento al dolor y a la muerte ... un pecado que se transmitió a toda su descendencia, pecado de naturaleza, no personal (pecado original originado).
El sentido común se ha perdido. Descartado lo sobrenatural, el hombre se ha quedado también sin lo natural. Por eso nos encontramos con auténticas aberraciones que pretenden hacerse pasar como normales, cuando no son sino una manifestación del odio y del rechazo a Dios; o concretando, del odio a Jesucristo. ¿Qué son, si no, todas estas leyes perversas que se están llevando a cabo prácticamente en todo el mundo, como -por ejemplo- la ideología de género que se está imponiendo, de un modo cruel y tiránico, en la educación, pervirtiendo a los niños y haciéndole ver como algo natural lo que es "contra natura". Tal es el caso de la homosexualidad, que está siendo elevada a la categoría de virtud; el feminismo radical que defiende el aborto (¡crimen horrendo contra una criatura inocente!) como un derecho; el divorcio fácil, que supone la destrucción de la familia y de la sociedad, etc
Aunque lo más grave de todo es que muchas de estas cosas abominables están siendo defendidas por determinados sectores dentro de la Jerarquía eclesiástica, considerándolas también como normales. Peor todavía: Los que están en las más altas esferas de la Iglesia ni siquiera les llaman la atención o los destituyen de sus cargos. Al contrario, les conceden cargos de más categoría para conseguir cambiar la Iglesia de Jesucristo -la Iglesia de siempre, la que se ha mantenido durante casi dos mil años de historia- por otra inventada por el hombre; con la desfachatez, además, de decir que "no se está tocando la doctrina" y que "son razones pastorales las que los mueven": ¡Mentira!
Siempre le queda al cristiano, sin embargo, la seguridad de que "de Dios nadie se ríe" (Gal 6, 7), en el sentido de que no sólo es misericordioso, que -por supuesto- lo es: Dios es infinitamente misericordioso y desea nuestra salvación ... la de todos los hombres. Pero es igualmente infinitamente justo y "dará a cada uno según sus obras" (Rom 2, 6). Dios nos trata como personas y no impone a nadie su amor que, entonces, no sería tal, pues sin libertad no puede haber amor. Por desgracia muchos hombres se eligen a sí mismos y rechazan a Dios, no quieren saber nada de Él, por más que Dios siempre esté a la espera. Si esa situación se perpetúa y el hombre muere impenitente, en el ejercicio de su propia libertad, Dios -que es amor- no puede admitirlo a su Reino: ¡no tendría ningún sentido! Por eso mientras vivimos tenemos que estar vigilantes y orar en todo tiempo para no decaer en nuestra esperanza, en un mundo que se ha vuelto loco, definitivamente, dándole la espalda a Dios y labrándose así su propia condenación.
Y esto no lo digo yo. Lo dijo el mismo Jesús, que es rico en misericordia, Aquél que "al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor" (Mt 9, 36). Éstas fueron sus palabras: "A todo el que me confiese delante de los hombres, Yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue delante de los hombres, Yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32-33). Y estas otras: "Quien no está conmigo está contra Mí; y quien no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12, 30).
No tenemos otra opción. De ahí que no tenga mucho sentido el llamado "diálogo ecuménico" y menos aún las reuniones interreligiosas, como el caso de Asís, que comenzó con Juan Pablo II hace 30 años, en 1986, y que ahora se va a repetir, con Francisco, el 20 de septiembre de 2016. Un cristiano no puede orar junto a otra persona que no lo sea. Puede orar para que esa persona se convierta y conozca a Jesucristo. No sólo puede sino que debe. Pero reunirse "todos juntos" como si la religión católica fuese una más en el Panteón de los "dioses" eso es -en el mejor de los casos- un pecado de cobardía y de avergonzarse de Jesucristo como el Único por quien la salvación es posible. No, no se pueden colocar al mismo nivel cristianos, judíos, musulmanes, budistas, etc..., en un conglomerado de "religiones" que, por supuesto, adoran a un dios que ellos mismos se han inventado ... o incluso no adoran a ninguno. Esto no lleva a la unión sino al sincretismo y a la pérdida de la propia identidad como católicos, por más que se diga otra cosa.
Los frutos obtenidos a raíz del Concilio Vaticano II son más que manifiestos: ¡los estamos viendo! ... y no son buenos: "apostasía generalizada". Decía Jesús: "Todo árbol bueno da frutos buenos y el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo frutos buenos" (Mt 7, 17-18). Aplicando la lógica: Si el fruto obtenido es malo es porque el árbol de donde procede dicho fruto es también malo ... De manera que, puesto que los frutos que se han recogido a partir del Concilio Vaticano II son malos, se requiere ... y urgentemente ... una revisión de aquellos puntos del Concilio que han dado origen a la situación actual ... puntos que coinciden, precisamente, con aquellos que han supuesto un cambio en la doctrina multisecular de la Iglesia como, por ejemplo, la Nostra Aetate (es sólo un ejemplo, pues es mucho lo que habría que revisar). Sólo una vuelta a la Tradición de la Iglesia de Jesucristo puede salvar a la Iglesia.
Como ya hemos leído más arriba, Jesús "al ver a las muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellos, porque estaban cansados y abatidos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 36-38). Necesitamos pastores santos y debemos de insistirle al Señor, con lágrimas si es preciso, para que nos los conceda, porque su Iglesia está yendo a la deriva ... y la Iglesia que estamos viendo no tiene nada que ver con la Iglesia que Él fundó. Es una "nueva Iglesia", irreconocible por el simple pueblo fiel que lo ha sido desde que tiene uso de razón. Se ha desplazado el centro desde Dios hasta el hombre. Ahora es preciso que el centro vuelva a ser Dios ... por cierto, en beneficio del hombre, un hombre al que hoy se le está engañando predicándole una doctrina que no es la que predicó Jesucristo, pues se ha falseado su Mensaje.
No cabe duda de que Dios proveerá, aunque no sabemos cómo lo hará.
Lo que sí es cierto es que un cristiano, al ver estos sucesos, no puede jamás perder la esperanza ni la alegría. Sufrirá, por supuesto ... ¿cómo no va a sufrir al ver como la barca de Pedro se hunde? Este sufrimiento yo lo he visto reflejado en un artículo de Francisco José Soler Gil de título "No odiaré al papa Francisco". Pero, por encima de cualquier sufrimiento, un cristiano tendrá siempre presente en su mente y en su corazón las palabras de Jesús: "Cuando comiencen a suceder estas cosas [es decir, la apostasía general], TENED ÁNIMO y levantad vuestras cabezas, porque se aproxima vuestra redención" (Lc 21, 28).
No puedo terminar este artículo sin recordar las últimas consoladoras palabras de Jesús a sus discípulos poco antes de ascender a los cielos, con su cuerpo glorioso:
"Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20)
José Martí