En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco, famosamente o más bien infamemente acusó a los católicos de mente tradicional de exhibir una “absorción en sí mismos de tipo prometeico, neopelagiano de aquellos quienes en última instancia confían sólo en sus propios poderes y quienes se sienten superiores a los demás porque ellos observan ciertas reglas o se mantienen intransigentemente fieles a un estilo particular de catolicismo del pasado.”
David Allen Zubik Obispo de Pittsburgh |
El lector pensante notará, sin embargo, que lo que merodea detrás de este insulto sin precedentes a católicos observadores por un Papa es el neo-pelagianismo del propio acusador.
La esencia de la herejía de Pelagio es un énfasis sobre la primacía del esfuerzo humano en la salvación, en el cual la gracia divina provee una mera asistencia a lo que el hombre es capaz de lograr con su propio esfuerzo, como si su naturaleza no estuviera herida por el pecado original.
Es implícitamente pelagiano el reducir lo que la Iglesia ha transmitido a través de los siglos en su enseñanza y adoración a meras “ciertas reglas” y a “un estilo de catolicismo del pasado”, como si el conjunto de tradiciones eclesiásticas y apostólicas pudieran ser desechadas así en favor de un nuevo esfuerzo humano y un nuevo “estilo católico”.
La ironía de las ironías es, precisamente, esta mentalidad implícitamente pelagiana que afirma que el esfuerzo humano por medio de una continua “reforma” puede mejorar lo que la Iglesia ha transmitido y, sin embargo, ha llevado a la peor crisis de fe y de disciplina a la cual la Iglesia jamás se ha enfrentado.Un caso perfecto que viene a colación es el del desafortunado obispo David Zubik de la diócesis de Pittsburg, quien piensa sobre lo que hay que hacer, qué hay que hacer, mientras la fe en su diócesis continúa con su declinación estrepitosa que empezó con la “gran renovación pelagiana” que siguió al Vaticano II cuando, virtualmente, cada aspecto de la vida de la Iglesia pasó por reformas desastrosas, ingeniadas por comisiones y comités humanos desde el Vaticano hacia abajo.
Lo más desastroso de todo fue la nueva misa, el Novus Ordo, la cual, como una vez comentó el cardenal Ratzinger, fue impuesta sobre la Iglesia desde “una torre de marfil burocrática”: un esfuerzo puramente humano para deshacer una tradición litúrgicamente sagrada desarrollada orgánicamente a través de los siglos bajo la influencia del Espíritu Santo.
Ahora, el obispo Zubik tiene que enfrentarse a los resultados de este esfuerzo ruinoso neo-pelagiano para rehacer la Iglesia por el querer humano. Como hace notar el Pittsburgh Tribune-Review (n.t.: revista) como una revisión para su entrevista con Zubik:
Ahora, el obispo Zubik tiene que enfrentarse a los resultados de este esfuerzo ruinoso neo-pelagiano para rehacer la Iglesia por el querer humano. Como hace notar el Pittsburgh Tribune-Review (n.t.: revista) como una revisión para su entrevista con Zubik:
“El número de católicos activos dentro de la diócesis de Pittsburgh ha declinado rápidamente en décadas recientes, desde 914.000 en 1980 a 632.000 en 2015, como muestran los números diocesanos. Desde el 2000, la asistencia a la misa semanal ha declinado en un 40 por ciento, para casi 100.000 asistentes menos a la misa regularmente; la matrícula en colegios católicos de niños al octavo grado cayó en un 50 por ciento, y el número de sacerdotes activos cayó en picado desde 338 hasta 225. Para 2025, si las tendencias se mantienen, la diócesis proyecta que sólo quedarán 112 sacerdotes activos.”
Literalmente la fe está muriendo bajo la mirada de Zubik, justo como está sucediendo a través de la Iglesia Novus Ordo, produciendo lo que Juan Pablo II llamó “la apostasía silenciosa”. ¿Pero, reconoce el obispo Zubik la necesidad urgente de restaurar la adoración tradicional y la catequesis, ese “estilo católico del pasado” que Francisco encuentra tan despreciable? De ninguna manera. Absolutamente no.
Entonces, ¿cuál es la solución de Zubik a esta crisis? Es, precisamente, una solución neo-pelagiana, haciendo una llamada a un mayor esfuerzo humano para reparar lo que el esfuerzo humano en la “reforma” ya destruyó. Y así, declara con toda seriedad: “La prioridad número uno debe ser ..., “debemos mejorar nuestra adoración. ¿Entendieron eso? Nosotros necesitamos hacer que nuestra adoración sea mejor. Nosotros necesitamos arreglarlo” ... como un fontanero arregla un inodoro roto.
Zubik también propone que “necesitamos hacer el mejor trabajo que podamos realizar para no solamente obtener más líderes ordenados, sino que realmente tenemos que abrir muchas puertas para los líderes laicos de la Iglesia.” Más neo-pelagianismo: necesitamos más “líderes ordenados”—Zubik ni siquiera los llama sacerdotes—y más “líderes laicos” para reemplazar el sacerdocio que está desapareciendo. Sí, necesitamos muchos más líderes porque los líderes arreglan cosas. ¡Así es como se hace!
Regresar a lo que el Espíritu Santo le ha dado a la Iglesia en su sagrada liturgia está simplemente fuera de posibilidad. Regresar a ese “estilo católico del pasado” está fuera de lugar de acuerdo con lo que la Iglesia, haciéndole caso a las advertencias del Señor mismo, declaró al mundo 1962 años antes del Vaticano II que la Iglesia católica es el único arca de salvación fuera de la cual nadie puede ser salvado, y que “quien cree y es bautizado será salvado; aquel que cree no será condenado.” Fuera de lugar está proveer una formación tradicional sacerdotal, incluyendo la formación litúrgica, la cual atrae numerosas vocaciones en los pocos lugares en los cuales aún está asequible.
¡No, no, no! Debemos tener más “líderes ordenados”, no sacerdotes con casulla quienes “se mantienen intransigentemente fieles a un particular estilo católico de antaño”, quienes actualmente aún creen que son radicalmente diferentes de la gente laica debido a su ordenación y que los sacerdotes son necesarios para ofrecer el santo sacrificio propiciatorio de la misa y para salvar las almas del fuego del infierno.
¿Quiénes son entonces, aquellos neo-pelagianos prometeos ensimismados en sí mismos?
Entonces, ¿cuál es la solución de Zubik a esta crisis? Es, precisamente, una solución neo-pelagiana, haciendo una llamada a un mayor esfuerzo humano para reparar lo que el esfuerzo humano en la “reforma” ya destruyó. Y así, declara con toda seriedad: “La prioridad número uno debe ser ..., “debemos mejorar nuestra adoración. ¿Entendieron eso? Nosotros necesitamos hacer que nuestra adoración sea mejor. Nosotros necesitamos arreglarlo” ... como un fontanero arregla un inodoro roto.
Zubik también propone que “necesitamos hacer el mejor trabajo que podamos realizar para no solamente obtener más líderes ordenados, sino que realmente tenemos que abrir muchas puertas para los líderes laicos de la Iglesia.” Más neo-pelagianismo: necesitamos más “líderes ordenados”—Zubik ni siquiera los llama sacerdotes—y más “líderes laicos” para reemplazar el sacerdocio que está desapareciendo. Sí, necesitamos muchos más líderes porque los líderes arreglan cosas. ¡Así es como se hace!
Regresar a lo que el Espíritu Santo le ha dado a la Iglesia en su sagrada liturgia está simplemente fuera de posibilidad. Regresar a ese “estilo católico del pasado” está fuera de lugar de acuerdo con lo que la Iglesia, haciéndole caso a las advertencias del Señor mismo, declaró al mundo 1962 años antes del Vaticano II que la Iglesia católica es el único arca de salvación fuera de la cual nadie puede ser salvado, y que “quien cree y es bautizado será salvado; aquel que cree no será condenado.” Fuera de lugar está proveer una formación tradicional sacerdotal, incluyendo la formación litúrgica, la cual atrae numerosas vocaciones en los pocos lugares en los cuales aún está asequible.
¡No, no, no! Debemos tener más “líderes ordenados”, no sacerdotes con casulla quienes “se mantienen intransigentemente fieles a un particular estilo católico de antaño”, quienes actualmente aún creen que son radicalmente diferentes de la gente laica debido a su ordenación y que los sacerdotes son necesarios para ofrecer el santo sacrificio propiciatorio de la misa y para salvar las almas del fuego del infierno.
¿Quiénes son entonces, aquellos neo-pelagianos prometeos ensimismados en sí mismos?
Son aquellos que miran con desdén lo que la Iglesia provee en sus tradiciones, que piensan que pueden hacerlo mejor por sus propias luces, que se imaginan con soberbia que son “el Espíritu” trayendo las últimas instrucciones para novedosos proyectos que sólo prolongan la “parada” de tonterías que empezaron hace unos cincuenta años (...)
Son aquellos “intransigentemente fieles a un estilo de catolicismo en particular del pasado”, un estilo de los años 60 que ellos llaman “el espíritu del Vaticano II”, mientras ignoran los bienes intemporales de la Iglesia que nunca han fallado en brindar una gran cosecha de almas donde quiera que han pasado y cultivado.
La Iglesia está en las manos de una forma de neo-pelagianismo de parte de aquellos que piensan que pueden hacer más que el mismo Espíritu Santo con un sin fin de proyectos humanos para la “renovación eclesial”. En su arrogancia ciega y su desdén altanero hacia los fieles sencillos que se apegan a la fe de sus padres, acusan a los demás de precisamente lo que ellos mismos representan.
La Iglesia está en las manos de una forma de neo-pelagianismo de parte de aquellos que piensan que pueden hacer más que el mismo Espíritu Santo con un sin fin de proyectos humanos para la “renovación eclesial”. En su arrogancia ciega y su desdén altanero hacia los fieles sencillos que se apegan a la fe de sus padres, acusan a los demás de precisamente lo que ellos mismos representan.
Y es por eso que la Iglesia soporta la crisis sin paralelo de la cual nos advirtió el tercer secreto de Fátima.
Christopher A. Ferrara
Christopher A. Ferrara