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lunes, 3 de octubre de 2016

Parte segunda de la acusación contra Francisco (publicada el 22 de septiembre)



PARTE II de III: Original inglés


Un absurdo lavado de la imagen del islam


Asumiendo el rol de exegeta del Corán para liberar de culpa el culto de Mohammed y su ininterrumpida conexión histórica con la conquista y la persecución brutal de cristianos, usted declara: “Frente a episodios de fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia.” [Evangelii gaudium, 253]

Usted ignora la historia de la guerra islámica contra el cristianismo, que continúa hasta el día de hoy, así como los códigos legales bárbaros del tiempo actual y la persecución de cristianos en las repúblicas islámicas, incluyendo Afganistán, Irán, Malasia, Maldivas, Mauritania, Nigeria, Pakistán, Qatar, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Emiratos Árabes y Yemen. Estos son regímenes de opresión intrínseca a la ley de la sharia, que los musulmanes consideran una orden de Alá para el mundo entero y que ellos intentan establecer donde sea que obtienen un porcentaje de población significativo. Sin embargo, para usted, ¡las repúblicas musulmanas carecen de una comprensión “auténtica” del Corán!

Usted incluso intenta minimizar el terrorismo islámico en Oriente Medio, África y el corazón mismo de Europa, osando proponer una equivalencia moral entre los fanáticos musulmanes que libran la yihad—como lo han hecho desde el surgimiento del islam—y el “fundamentalismo” imaginario de católicos practicantes que usted nunca deja de condenar e insultar públicamente.

Durante una de sus palabrerías en conferencia de prensa durante un vuelo, en las que frecuentemente avergüenza a la Iglesia y socava la doctrina católica, usted pronunció esta infame opinión, típica de su absurda insistencia con que la religión fundada por el Dios encarnado y el violento culto perenne fundado por el degenerado Mohammed se encuentran en igualdad moral:

"No me gusta hablar de violencia islámica, porque todos los días cuando leo los diarios, veo violencia, aquí en Italia, alguien que mata a la novia, otro que mata a la suegra. Y estos son católicos bautizados, son católicos violentos. Si yo hablo de violencia islámica, debo hablar de violencia católica…creo que en casi todas las religiones hay un pequeño grupo fundamentalista Nosotros lo tenemos. Cuando el fundamentalismo llega a matar, también se puede matar con la lengua -esto lo dice el apóstol Santiago- y también con el cuchillo. Creo que no es justo identificar al islam con la violencia".

Es de no creer que un Romano Pontífice declare que unos actos de violencia aleatorios cometidos por católicos, y sus meras palabras, sean un equivalente moral de la campaña mundial de actos terroristas del islamismo radical, el asesinato masivo, la tortura, la esclavitud y la violación en nombre de Alá. Parece que usted es más rápido para defender el culto ridículo y asesino de Mohammed contra sus oponentes que a la verdadera Iglesia contra sus innumerables acusadores falsos.

Quedó lejos de su pensamiento la visión inmutable de la Iglesia sobre el Islam, expresada por el papa Pío XI en su Acto de Consagración del género humano al Sagrado Corazón: “Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.”

Un “sueño” reformador, protegido por un puño de acero

En definitiva, usted parece estar afectado por una manía reformadora que no conoce límites a su “sueño” de cómo debiera ser la Iglesia. Como declara en su manifiesto papal sin precedentes, Evangelii gaudium (nn. 27, 49):

"Sueño con una “opción misionera” capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación … Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37)"

Por increíble que parezca, usted profesa que las “estructuras” y “reglas” inmemoriales de la santa Iglesia católica infligían un hambre cruel y muerte espiritual antes de que usted llegara de Buenos Aires, y que ahora usted desea cambiar literalmente todo en la Iglesia para hacerla más misericordiosa. ¿Cómo debieran ver esto los fieles, sino como una terrorífica megalomanía? Usted declara, incluso, que -en su opinión- la evangelización no debe estar limitada por miedo a la autopreservación de la Iglesia—¡como si de alguna manera ambas cosas estuvieran contrapuestas!

Su diáfano sueño de reformar todo está acompañado por un puño de acero que aplasta cualquier intento de restaurar la viña devastada durante medio siglo de reformas “imprudentes”. Según lo revelado en su manifiesto (Evangelii gaudium, 94), usted está lleno de desprecio por los católicos tradicionalistas, a quienes acusa precipitadamente de “ensimismados Prometeo neopelagianos” que se “sienten superiores a los demás porque ellos observan ciertas reglas o se mantienen intransigentemente fieles a un estilo particular de catolicismo del pasado.”

Usted ridiculiza incluso una “supuesta solidez doctrinal o disciplina” porque, en su opinión, “lleva en cambio a un elitismo narcisista y autoritario, en el que en lugar de evangelizar, se analiza y clasifica a los demás…” Pero es usted quien clasifica constantemente y analiza a otros con una interminable sarta de términos peyorativos, caricaturas, insultos y condenaciones de los católicos practicantes a quienes considera insuficientemente receptivos al Dios de las sorpresas que usted presentó durante el Sínodo.

De ahí su brutal destrucción de los pujantes Frailes Franciscanos de la Inmaculada, por su “tendencia definitivamente tradicionalista”. Esto fue seguido por su decreto que establece que cualquier intento por erigir un nuevo instituto diocesano para la vida consagrada (por ejemplo, para recibir a los desplazados miembros de los Frailes) será nulo e inválido faltando previa “consulta” con la Santa Sede (es decir, un permiso de facto que puede ser y será retenido indefinidamente).

Usted reduce así la inmutable autonomía de los obispos en sus propias diócesis mientras predica una nueva etapa de “colegialidad” y “sinodalidad”.

Al apuntar contra los conventos de clausura, avanzó con medidas decretadas para forzar la entrega de su autoridad local a federaciones gobernadas por burócratas eclesiales, romper la rutina del claustro para “formarse” en el exterior, el mandato de intrusión del laicado dentro del convento para la adoración eucarística, la increíble descalificación de las mayorías electorales del convento en caso de ser “ancianos”, y el requisito universal de nueve años de “formación” antes de tomar los votos decisivos, cosa que ciertamente sofocará las nuevas vocaciones y asegurará la extinción de muchos de los claustros restantes.

¡Ayúdanos Señor!

Un incansable deseo de acomodar la inmoralidad sexual dentro de la Iglesia

Pero nada supera la arrogancia y audacia con la que ha buscado imponer sobre la Iglesia universal la misma práctica maligna que usted autorizó como arzobispo de Buenos Aires: la administración sacrílega del sagrado sacramento a personas viviendo en adulterio y “segundas nupcias” o que conviven sin ni siquiera haberse casado por lo civil.

Casi desde el momento de su elección usted ha promovido la “propuesta Kasper”rechazada repetidamente por el Vaticano en la época de Juan Pablo II. El cardenal Walter Kasper, un archi-liberal incluso para la jerarquía liberal alemana, hacía tiempo había insistido para la admisión de los divorciados “vueltos a casar” a la sagrada comunión en “ciertos casos” según el falso “camino penitencial” que los habilitaría para recibir el sacramento mientras continúan con las relaciones sexuales adúlteras. Kasper pertenecía al “grupo de San Galo” que hizo lobby para su elección, y luego usted premió su persistencia en el error con ayuda de la prensa que lo presentó felizmente como el teólogo del Papa.”

Usted comenzó a preparar el camino para su destructiva innovación recurriendo a lo que solo podría llamarse un lanzamiento desenfrenado de eslóganes demagógicos. Tal como declara su manifiesto (Evangelii gaudium, 47) en noviembre de 2013: La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores.”

Este desvergonzado recurso a la emoción, parodia la digna recepción del sagrado sacramento en estado de gracia como “un premio para los perfectos” mientras insinúa sediciosamente que la Iglesia negó el alimento eucarístico a “los débiles” durante demasiado tiempo. De ahí su acusación igualmente demagógica que los ministros de la Iglesia han actuado cruelmente como “controladores de la gracia y no como facilitadores” rechazando la sagrada comunión a “los débiles” en oposición a “los perfectos”, y que usted debe remediar esta injusticia con “valentía”.

Por supuesto que la sagrada comunión no es “alimento” o “medicina” para obviar el pecado mortal. Al contrario, se sabe que recibirla en ese estado es profanación que mata el alma y provoca la condenación: “De modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo (del Señor), come y bebe su propia condenación" (1 Cor. 11 27-29)

Como sabe todo niño bien catequizado, la confesión es la medicina por la cual el pecado mortal es remediado, mientras que la Eucaristía (asistida por el recurso regular a la confesión) es el alimento espiritual para mantener e incrementar el estado de gracia que procede de la absolución, para que nadie caiga nuevamente en pecado mortal sino que crezca en comunión con Dios. Pero parece que el mismo concepto de pecado mortal está ausente en sus documentos formales, discursos, afirmaciones y pronunciamientos.

Sin dejar lugar a dudas sobre su plan, unos meses después, en el “consistorio extraordinario de la familia”, planeó los eventos de tal manera que sólo el cardenal Kasper fue el único orador oficial. Durante su discurso de dos horas del 20 de febrero de 2014—el que usted deseó se mantuviera en secreto pero que fue filtrado a la prensa italiana como un “secreto” y documento “exclusivo”—Kasper presentó la demente propuesta de admitir a ciertos adúlteros públicos a la sagrada comunión mientras aludía directamente a su eslogan: “Los sacramentos no son un premio para quien se comporta bien y para una élite, excluyendo a aquellos que más los necesitan" [EG 47]. Desde entonces, usted no ha titubeado en su determinación de institucionalizar en la Iglesia el grave abuso de la Eucaristía que había permitido en Buenos Aires.

Al respecto, parece que usted tiene poco respeto por el matrimonio sacramental como hecho objetivo en oposición a lo que la gente siente subjetivamente sobre el estatus de las relaciones inmorales que la Iglesia jamás puede reconocer como matrimonio. En comentarios que por sí solos desacreditarán su extraño pontificado hasta el fin de los tiempos, usted declara que “la gran mayoría de matrimonios católicos son nulos” mientras que algunas personas que conviven sin haberse casado pueden tener un “matrimonio verdadero” debido a su “fidelidad”. ¿Acaso estos comentarios reflejan la situación de su hermana divorciada “vuelta a casar” y de su sobrino que convive

Esta opinión, que un reconocido canonista llamó “absurda”, provocó una protesta por parte de los fieles del mundo entero. En un esfuerzo por minimizar el escándalo, la “transcripción oficial” del Vaticano cambió sus palabras “la gran mayoría de nuestros matrimonios sacramentales” por “una parte de nuestros matrimonios sacramentales” pero dejó intacta su aprobación de la cohabitación inmoral como “matrimonio verdadero”.

Tampoco parece usted preocupado con el sacrilegio involucrado en la recepción del Cuerpo, Sangre y Divinidad de Jesucristo en la sagrada Eucaristía por parte de los adúlteros públicos y los que conviven. Tal como le dijo a la mujer argentina a la que dio “permiso” telefónico para comulgar mientras vive en adulterio con un hombre divorciado: “un poco de pan y vino no hacen daño.

Usted jamás ha negado los dichos de esta mujer, y son consistentes con su rechazo a arrodillarse durante la consagración o frente a la exposición del Santísimo Sacramento mientras que no tiene dificultad para arrodillarse a besar los pies de los musulmanes durante su grotesca parodia del mandato tradicional del Jueves Santo, que usted abandonó.

También se alinean con sus comentarios a la mujer luterana en la iglesia luterana a la que asistió un domingo, de que el dogma de la transubstanciación es una mera “interpretación”, que la “vida es más grande que las explicaciones e interpretaciones” y que ella debería “hablar con el Señor” para saber si debiera recibir la comunión en la Iglesia católica—cosa que luego hizo gracias a su evidente apoyo.

Su precipitada y secreta “reforma” del proceso de nulidades está alineada con su escasa consideración del matrimonio sacramental, dado que la impuso sobre la Iglesia sin consultar a ninguno de los dicasterios competentes del Vaticano.

Su motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus establece el marco para una verdadera fábrica de nulidades a nivel mundial, con una “vía rápida” y una nueva base nebulosa de procedimientos para la nulidad acelerada. Tal como explicó luego el jefe de esta reforma tramada de forma clandestina, su intención expresa es promover entre los obispos “una ‘conversión’, un cambio de mentalidad que los convenza y sostenga en el seguimiento de Cristo, presente en su hermano, el Obispo de Roma, del número restringido de unos pocos miles de anulaciones al inconmensurable [número] de desafortunados que podría tener una declaración de nulidad …”

¡Así, “el obispo de Roma” demanda de sus hermanos obispos un vasto incremento en el número de nulidades! Un distinguido periodista católico reportó luego la aparición de un dossier de siete páginas en el que oficiales de la curia “‘desacreditaron’ jurídicamente el motu proprio del Papa… acusan al Santo Padre de desechar un dogma importante, y aseveran que ha introducido el ‘divorcio católico’ de facto.” Estos oficiales condenaron lo que el reportero llama “un ‘Führerprinzip’ eclesial, ordenando de arriba hacia abajo, por decreto y sin ninguna consulta o control.” Los mismos oficiales temen que “el motu proprio provoque una avalancha de nulidades y que de ahora en más, las parejas puedan abandonar sus matrimonies católicos sin problemas.” Se sienten “‘fuera de sí’ y obligados a ‘alzar la voz’…”

Pero usted no es más que coherente en la persecución de sus objetivos. Al comienzo de su pontificado, durante una de las conferencias de prensa en un vuelo en la que reveló por primera vez sus planes, usted dijo: “los ortodoxos siguen lo que ellos llaman la teología de la economía y dan una segunda posibilidad [de matrimonio], lo permiten. Creo que este problema debe estudiarse.” Para usted, la falta de una “segunda oportunidad de matrimonio” en la Iglesia católica es un problema a ser estudiado. Claramente, usted ha pasado los últimos tres años y medio planeando imponer en la Iglesia algo que se aproxima a la práctica ortodoxa.

Un distinguido canonista, consultor de la Signatura Apostólica ha advertido que como resultado de su descuidada falta de consideración de la realidad del matrimonio sacramental:

“Se está desarrollando una crisis (en el sentido griego de la palabra) en la Iglesia, sobre el matrimonio, y es una crisis que, considero, alcanzará un punto crítico sobre la disciplina y ley matrimoniales…. Creo que la crisis del matrimonio que él [Francisco] está provocando culminará en si la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, que todos dicen honrar, será protegida -concreta y efectivamente- en la ley de la Iglesia, o si las categorías canónicas sobre la doctrina del matrimonio se distorsionarán (o simplemente dejarán de considerarse) para abandonar esencialmente el matrimonio y la vida matrimonial en el reino de la opinión personal y la conciencia individual”.

Amoris Laetitia: El verdadero motivo para la farsa del sínodo

Dicha crisis alcanzo su punto más álgido luego de la conclusión de su desastroso “Sínodo de la Familia”. Si bien usted manipuló el evento de principio a fin para conseguir el resultado que deseaba—la sagrada comunión para los adúlteros públicos en “ciertos casos”—no alcanzó sus expectativas gracias a la oposición de los padres sinodales conservadores que usted mismo denunció demagógicamente por sus “corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.”

En un abuso brutal de la retórica, usted equiparó a sus oponentes episcopales ortodoxos con los fariseos que practicaban el divorcio con subsiguientes matrimonios según la dispensa mosaica. Estos eran los mismos obispos que defendieron la enseñanza de Jesús contra los fariseos—¡y sus propios planes! Ciertamente, usted parece intentar revivir la aceptación farisaica del divorcio por medio de una “práctica neo-mosaica.” Un periodista católico de renombre, conocido por su enfoque moderado sobre los asuntos de la Iglesia, criticó su comportamiento reprensible: “Que un Papa critique a quienes permanecen fieles a la tradición y los caracterice como inmisericordes alineándolos con los fariseos duros de corazón contra el misericordioso Jesús, es extraño.”

Al final, el “viaje sinodal” que usted elogió fue desenmascarado nada más y nada menos que como una farsa para ocultar las conclusiones predeterminadas de su patética “Exhortación Apostólica”, Amoris Laetitia. En ella, principalmente en el capítulo ocho, sus escritores fantasma utilizan una ambigüedad astuta para abrir la puerta de la sagrada comunión de par en par para los adúlteros públicos, reduciendo la ley natural que prohíbe el adulterio a una mera “regla general” para la cual pueden haber excepciones en caso de personas con “una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente… (2, 301, 304)” Amoris es un intento transparente de contrabandear una forma mitigada de ética casuística en asuntos de moralidad sexual, como si así el error pudiera ser confinado.

Su evidente obsesión por legitimar la sagrada comunión para los adúlteros públicos lo ha llevado a desafiar la enseñanza moral inmutable y la disciplina sacramental de la Iglesia intrínsecamente relacionada con ella, afirmada por sus dos predecesores inmediatos. Dicha disciplina está basada en la enseñanza de Nuestro Señor sobre la indisolubilidad del matrimonio así como también la enseñanza de san Pablo sobre el castigo divino por la recepción indigna de la sagrada comunión.

Para citar a Juan Pablo II al respecto:

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio".

La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos.” [Familiaris consortio, n. 84]

Usted ha ignorado las súplicas de sacerdotes, teólogos y filósofos de la moral de todo el mundo, asociaciones católicas y periodistas, e incluso de algunos valientes prelados en medio de una jerarquía silenciosa, de retractarse o “clarificar” las ambigüedades tendenciosas y los errores de Amoris, en particular los del capítulo ocho.

Un error moral grave aprobado ahora explícitamente

Y ahora, habiendo sobrepasado el uso retorcido de las ambigüedades, autorizó explícitamente tras bambalinas lo que en público consintió ambiguamente. La conspiración salió a la luz al filtrarse su carta “confidencial” a los obispos de la región pastoral de Buenos Aires—lugar donde, como arzobispo, ya había autorizado el sacrilegio masivo en las villas.

En dicha carta usted elogia el documento de los obispos sobre los “Criterios Básicos para la Aplicación del Capítulo Ocho de Amoris Laetitia”—como si fuera un deber “aplicar” el documento para producir un cambio en la disciplina sacramental de dos mil años de Iglesia. Usted escribe: “es muy bueno y explícita cabalmente el sentido del capítulo VIII de “Amoris laetitia”. No hay otras interpretaciones.” ¿Es una coincidencia que este documento provenga de la misma archidiócesis donde, hace tiempo como arzobispo, usted había autorizado la admisión de los adúlteros públicos y los que conviven a la sagrada comunión?

Lo que antes sólo se sugería, ahora se tornó explícito, y quienes insistían con que Amoris no cambia nada han quedado como tontos.

El documento que usted ahora elogia como única interpretación correcta de Amoris, socava radicalmente la doctrina y la práctica de la Iglesia que sus predecesores defendieron. En primer lugar, reduce a una “opción” el mandato moral para los divorciados “vueltos a casar” de “vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos.” Según los obispos de Buenos Aires—con su aprobación—es sencillamente “posible plantear que hacen el esfuerzo de vivir en continencia. Amoris Laetitia no ignora las dificultades de esta opción.”

Tal como la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró de manera definitiva hace tan solo 18 años, durante el reinado del mismo Papa que usted canonizó: “si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conforme al derecho; por tanto, por motivos intrínsecos, es imposible que reciban los sacramentos. La conciencia de cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma.” Esta es la enseñanza inmutable de la Iglesia católica desde hace dos mil años.

Más aún, ningún sacerdote parroquial o incluso obispo tiene el poder de honrar en el “foro interno” la afirmación de una persona viviendo en adulterio que dice que según su “conciencia” su matrimonio sacramental era en realidad inválida, porque como advirtió la CDF, “el matrimonio tiene esencialmente un carácter público-eclesial y está regido por el principio fundamental nemo iudex in propria causa («nadie es juez en causa propia»). Por eso, si unos fíeles divorciados y vueltos a casar consideran que es inválido su matrimonio anterior, están obligados a dirigirse al tribunal eclesiástico competente, que deberá examinar objetivamente el problema y aplicar todas las posibilidades jurídicas disponibles.”

Habiendo reducido a una opción una norma moral que no aceptaba excepciones, enraizada en la revelación divina, los obispos de Buenos Aires, citando a Amoris como única autoridad en 2000 años de enseñanzas en la Iglesia, luego declaran: “En otras circunstancias más complejas, y cuando no se pudo obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no ser de hecho factible.” Una norma moral universal queda relegada a la categoría de una mera guía a ser ignorada si el sacerdote local la considera “no factible” bajo ciertas “circunstancias complejas” indefinidas. ¿Cuáles son exactamente estas “circunstancias complejas” y qué tiene que ver la “complejidad” con las normas morales que no contemplan excepciones y están fundadas en la revelación?

Finalmente, los obispos llegan a la espantosa conclusión que usted había planeado imponer sobre la Iglesia desde el comienzo del “viaje sinodal”:

No obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris Laetítía abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351). Estos a su vez disponen a la persona a seguir madurando y creciendo con la fuerza de la gracia.

Con su elogio y aprobación, los obispos de Buenos Aires declaran por primera vez en la historia de la Iglesia que una indefinida clase de personas viviendo en adulterio pueden ser absueltas y recibir la comunión si bien permanecen en ese estado. Las consecuencias son catastróficas.

Por favor, rueguen por el papa Francisco

(Continuará)

¿Está en crisis el Opus Dei? Gil Tamayo le hace el juego a la ‘obispa’ Cifuentes (Eulogio López)

Fuente: Hispanidad.


Hay formas que hay que cuidar”, asegura el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), José María Gil Tamayo (en la imagen junto a Cifuentes), tras superar la honda turbación que le produjo la crisis del PSOE, vital para la estabilidad política del país, que es, como todo el mundo sabe, el principal objetivo estatutario de la CEE.
Se refería al plante del colegio Juan Pablo II, de Alcorcón, contra las leyes de identidad de génerode la Comunidad de Madrid, presidida por Cristina Cifuentes. No hombre no, lo que hay que cuidar, padre Gil, no son las formas, es el fondo. Porque, de otra forma, ya se ha encontrado usted con el muy católico periodista Jesús Bastante. Y también se topará, me temo, con algo peor: el apoyo entusiasta de los chicos de COPE y 13TV, que su segundo, don Fernando Giménez Barriocanal pone a su disposición.
Bastante asegura que es una vergüenza que no haya condenado a la hoguera al bueno de Carlos Martínez, precitado director del colegio Juan Pablo II, precisamente por comportarse como un cristiano. Bastante, en su estilo de laico progre-clerical, está muy enfadado con usted por no haber condenado a quien compara las leyes de ideología de género de Cifuentes con el ‘fanatismo terrorista”.
Bastante sabe que Martínez no ha dicho eso, aunque Bastante emplee las comillas para ‘demostrar’ su embuste (curioso el muy católico Bastante emplea los mismos trucos de La Sexta y otros medios comecuras): lo que el director Martínez hacía en su carta (compruébenlo aquí) es una analogía, entre la ideología de género y el terrorismo. Una analogía puede entenderse como una comparación pero nunca como igualación. En plata: lo que Martínez quería decir es quela ideología de género lleva al homicidio (por ejemplo, vía aborto) del mismo modo que el fanatismo terrorista siega vida de los ya nacidos. Algo innegable. Esto es: el feminismo (ideología de género) propone el aborto, que es el asesinato del ser más inocente y más indefenso, y en mayor número aún que las víctimas del yihadismo. En cuanto a la homosexualidad, propende a la desaparición de la familia natural y de la raza humana, dado que de la unión de dos hombres o de dos mujeres no surge descendencia, que es la clave, no ya del matrimonio, sino de la supervivencia de la humanidad. Y si no, pues hay que hacer cosas ‘raras': donantes de esperma o de óvulos, etc, etc.
Utilizar la analogía como homologación es algo muy practicado por todos los calumniadores que en el mundo son y han sido. Especialmente en el universo periodístico. Si quieres desacreditar a alguien no tienes más que asegurar que ha homologado algo políticamente correcto con algo políticamente incorrecto. Ejemplo: la homosexualidad -políticamente correcta- no se puede comparar con el yihadismo, políticamente incorrecto. Si alguien lo hace, incluso como analogía, debe ser fusilado. Conclusión final: la verdad importa un pimiento, lo que importa es la imagen. Y en concreto, en el caso que nos ocupa, salvar el concierto educativo, es decir, la pasta, la guita,el parné con el que chantajea Cifuentes, en un chantaje que tampoco me disgusta en exceso. Muy cristiano, oiga.
Los tribunales están repletos de este tipo de maniobras que retuercen las analogías de los acusados. Pero ojo, son los católicos los que se sientan en el banquillo y los ‘presuntos perseguidos’ de la ideología de género, con el apoyo del Estado y de los políticos, quienes les juzgan y condenan, no al revés. Y encima paga el Fiscalía, el Estado, todos nosotros.
Y entonces va el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el padre Gil, como creo haber dicho antes y, en lugar de defender a capa y espada al valiente director de colegio que se ha atrevido a plantar cara a los manipuladores de niños, en lugar de cargar contra la  norma inicua, de la ‘obispa’ Cifuentes, asegura que sí, que la ideología de género es anticristiana (quizás lo ha dicho para no contradecir al propio Papa Francisco) pero que ese director -¡ay, ay ay!- debería haber sido más cuidadoso con las palabras. Esto de hablar claro no es para el portavoz de los obispos.
De paso, Tamayo desautoriza a sus superiores -sí, superiores- en el Magisterio eclesial: a los obispos de Getafe y Alcalá, quienes habían asegurado que las aberrantes normas de la peperaCifuentes atentan contra la libertad religiosa, la libertad se enseñanza y la libertad de cátedra. También atenta contra la libertad de expresión, añado yo.
Porque claro, el Magisterio de la Iglesia lo marcan los obispos, no el padre Gil pero éste, sin ser obispo, dispone del poder que detenta desde la Secretaría General de la Conferencia Episcopal (parece que se le ha subido el micrófono a la cabeza) y porque su amigo y mano derecha, Fernando Giménez Barricanal, pone a su disposición la COPE y 13 TV para desautorizar con su silencio a los mismísimos obispos, los jefes de Barriocanal y de Gil.
Y no me valen las generalidades: “La ideología de género no es compatible con la doctrina cristiana sobre el matrimonio y la familia”. Hombre, sólo faltaba que lo fuera. El caso es queCristina Cifuentes, que no es una política de izquierdas, sino del derechista PP (¿os enteráis, católicos?), quiere cargarse al colegio Juan Pablo II porque ha tenido la osadía de negarse a enseñar a los niños la cosa homosexual, en cumplimiento de los deseos de sus padres que quieren una educación cristianay no homosexualista, para sus hijos.
Dicen que no hay nada más tonto que un obrero de derechas pero es falso, sí que lo hay. Unhombre feminista es mucho más tonto que un obrero de derechas. Pero todavía hay algo más tonto que un varón feminista: un cura progre. ¡Cuidado, padre Gil!
Porque esto es, para mí, lo más doloroso que tengo que decir. Ya he explicado en Hispanidad, muchas veces, la gratitud que siento hacia esa maravilla de la Iglesia que es el Opus Dei que a tanta gente ha formado en la fe. Por ejemplo, a mí. Pero empiezo a crear que el Opus Deiatraviesa una crisis de hondo calado. Y eso sí que es grave.
Ocurre que el padre Gil Tamayo es miembro del Opus Dei, al igual que Alfonso Aguiló, presiente de la CECE y gran defensor de la “diversidad”, y ocurre que el director general de Educación de la Comunidad de Madrid, Juanjo Nieto también es miembro de la Prelatura. Este último es el encargado de aplicar la norma de identidad de género” de la pepera Cifuentes. Es decir, Juanjo Nieto es el responsable directo de aplicar una normar que impone el homosexualismo en la escuela, y, como asegura hasta el padre Gil, recuerden que la ideología de género atenta contra los principios cristianos.
¿Dónde está el límite?
Ojalá la respuesta a la pregunta del titular sea negativa: no, el Opus Dei no atraviesa una crisis, sólo son algunos de sus miembros los que han cedido en la doctrina. Me encantaría responder así pero, caramba, qué difícil me lo están poniendo.
Eulogio López