«Yo creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador. Tal vez algunos métodos no eran los justos, pero… en ese tiempo la Iglesia no era un modelo de imitar: había corrupción en la Iglesia, había mundanidad, apego al dinero, al poder, y por esto él protestó. El era inteligente, ha hecho un paso adelante justificando por qué lo hacía, y hoy luteranos y católicos… estamos de acuerdo con la doctrina de la justificación: en este punto tan importante él no se ha equivocado. Pero él ha hecho una medicina a la Iglesia, y luego esta medicina se ha consolidado en un estado de cosa, en un estado de disciplina, en una forma de creer, de hacer, en un modo litúrgico… Debemos meternos en la historia de ese tiempo. Es una historia no muy fácil de entender… La diversidad es lo que tal vez ha hecho tanto mal a todos, y hoy buscamos retomar el camino para encontrarnos después de 500 años».
Ante estas declaraciones del Papa Francisco, sumamente injuriosas para la Iglesia, podemos preguntarnos si realmente el heresiarca Lutero fue una medicina para la Iglesia y para la sociedad; y dejar que nos conteste el célebre escritor y polemista católico Luis Veuillot, gran defensor de la ortodoxia católica frente al liberalismo en tiempos de Pío IX.
Pues bien, en sólidos estudios sobre el protestantismo, Veuillot prueba que Lutero abrió el camino que luego seguirían Voltaire, Robespierre y Proudhon. En efecto, al emancipar la razón humana, Lutero fue para sus adeptos una causa inmediata de decadencia intelectual y moral; y esta emancipación sería a su vez la causa de las aberraciones filosóficas y políticas de los tiempos modernos, y la fuente de los desórdenes sociales de nuestra época.
1º Lutero fue una causa inmediata de decadencia intelectual y moral
«Para pervertir al hombre, bastaba separarlo del elemento divino, es decir, limitarlo a sus solas fuerzas». Pues bien, Lutero logró un prodigio más espantoso, el de «crear un cristiano que, en presencia de la Iglesia, depositaria e intérprete de la verdad de Dios, proclama la soberanía de su propia razón».
«Al proclamar el derecho al libre examen, al someter la razón de Dios a la razón soberana del hombre, al dar a cada hombre la facultad (o más bien imponerle la obligación) de crearse su propia religión en los límites de la Biblia, Lutero negó la presencia de la autoridad divina en la tierra, y por ahí mismo provocó la aparición de religiones puramente humanas. Una vez que la razón ha ocupado el lugar de Dios en la dirección moral de la humanidad, a ella le incumbe ser la única señora de las creencias, doctrinas, leyes y costumbres; derecho que ella no tardó en reivindicar y ejercer. Desde entonces, ya no hay ni tradición, ni infalibilidad, ni verdad absoluta, ni derecho divino, ni lazo de unidad en la fe; en otras palabras, ya no hay fe».
¿Qué hace esta razón emancipada? «Cae directamente en la independencia absoluta, mas una independencia que se pliega con vergonzosa indiferencia ante cualquier dictadura, para hundirse luego en la indiferencia y desprecio de toda religión».
2º La emancipación luterana de la razón humana, principio de las aberraciones filosóficas del tiempo moderno
Veuillot constata que «la razón emancipada, es decir, incrédula, no ha hecho otra cosa, desde su victoria, que trabajar por destruir lo que la razón sumisa, es decir, creyente, había edificado durante largos siglos mediante sólidos trabajos»… El resultado fue que «produjo millares de sectas religiosas, e introdujo el desorden en la conciencia».
Un siglo y medio después que Lutero hubiese apartado a la filosofía del «camino amplio y luminoso» que seguía la razón católica, el protestante Leibniz se veía obligado a considerar «el rumbo nuevo y las tendencias fatalistas del espíritu filosófico», anunciando por adelantado las revoluciones que conmoverían a Europa cien años después. Espantado, escribía en 1670:
«Ojalá todos los sabios unan sus fuerzas para derribar el monstruo del ateísmo, y para no dejar crecer más un mal del que sólo podemos esperar la anarquía universal».
3º La emancipación luterana de la razón humana, principio de las aberraciones políticas de los tiempos modernos
Por desgracia, comentaba Veuillot, «este mal, el mayor y más terrible que haya podido verse jamás, invade ahora las ciencias políticas».
«La razón individual, soberana en religión y en filosofía, logró serlo también en política. Después de fabricarse una religión y una filosofía, el individuo quiso hacerse un gobierno según las ideas y los gustos que lo habían guiado al elegir lo anterior. Cuando la noción de Dios perece en la conciencia y en el espíritu, desaparece también la noción de la autoridad, hija del cielo, dejando campo abierto a los combates de los intereses individuales, armados unos contra otros con toda la energía y tenacidad del egoísmo… Sustraído a los derechos de Dios, el hombre cae inmediatamente bajo el yugo del hombre. En esta parcelación y falsificación de la autoridad, la sociedad, que era una familia, degenera en una mezcolanza de tribus cuyo más ardiente deseo es aniquilarse recíprocamente: viva imagen de las sectas del protestantismo y de las escuelas de filosofía. Mismo principio, mismo resultado».
La consecuencia que saca Luis Veuillot es que
«la política de la razón soberana se reduce a la manipulación de las masas»; ahora bien, «a las masas se las agita con la pasión, el error, el temor; y de esta fermentación se desprende una fuerza que todo lo puede, pero que pasa rápidamente y no crea nada por sí misma; irresistible como el vapor, es sutil y estéril como él». Así es como «la soberanía de la razón, destruyendo la noción de la autoridad, reemplaza la autoridad por el despotismo, la obediencia por el servilismo, la libertad por la esclavitud».
Luis Veuillot demuestra luego, historia en mano, que
«Dios no ha enseñado nada tan cuidadosamente al hombre como el respeto de la autoridad […] El principio protestante, introducido en la política, mina sin cesar esta autoridad, con ataques que deben hacer perecer a la misma sociedad. La autoridad tiene en sí algo de tan legítimo, tan necesario y tan divino, que nada puede conmoverla legítimamente, salvo ella misma. Mientras ella cumpla su misión y haga su deber, cree firmemente en su derecho, y resiste a las más temibles pruebas, apoyada en la conciencia pública. Pero la autoridad conspira contra sí misma y se traiciona cuando se separa de Dios; primeramente, porque pierde ella la protección de Aquél por quien los reyes reinan; y luego, porque no puede ella separarse de Dios sin arremeter contra los derechos de Dios. Ahora bien, todo cuanto haga en este sentido se vuelve necesariamente contra el bien del pueblo, especialmente los débiles y los pequeños, que encuentran su única protección y su bien en el derecho de Dios. Pues bien, el protestantismo, o si se prefiere, el espíritu protestante, después de haber llevado la autoridad a sobrecargarse de poder, la ha corrompido al separarla de Dios, quitándole el temor de Dios y obligándola a asumir empresa tras empresa contra los derechos de Dios».
«Lamento mucho, lo confieso francamente, que Lutero no haya sido entregado al brazo secular, y que no haya habido ningún príncipe lo bastante piadoso y político para movilizar una cruzada contra los protestantes…Nuestros padres creían que el heresiarca era más peligroso que el ladrón, y tenían razón. Una doctrina herética era una doctrina revolucionaria. De ella provenían perturbaciones, sediciones, saqueos, asesinatos, toda clase de crímenes contra los particulares y contra el Estado. Se caía en guerra civil, se hacía alianza con el extranjero, y la nacionalidad se veía amenazada al mismo tiempo que la vida y la fortuna de los individuos. La herejía, que es un grandísimo crimen religioso, era también un grandísimo crimen político […] El heresiarca, examinado y convencido por la Iglesia, era entregado al brazo secular y castigado con la muerte. Nada me ha parecido nunca tan natural y tan necesario. Cien mil hombres perecieron por causa de la herejía de Wyclef, mayor número hizo morir la de Juan Huss, y no se pueden medir los ríos de sangre que costó la herejía de Lutero […] La pronta represión de los discípulos de Lutero, y una cruzada contra el protestantismo, le habrían ahorrado a Europa tres siglos de discordias y de catástrofes en que pueden perecer Francia y la civilización».
Un poco más tarde, en 1857, Luis Veuillot afirmaba que «la Revolución francesa, que es el libre examen en política, no ha producido menos escuelas que sectas produjo el libre examen religioso, su antecesor».
4º La emancipación luterana de la razón humana, fuente de los desórdenes sociales de la época contemporánea
Considerando los desórdenes sociales de su tiempo, y desenmascarando en la Revolución francesa «el último acto de la rebeldía del protestantismo contra la Iglesia de Dios y contra la verdad divina», disfrazado ahora bajo el nombre de libertad de los pueblos, como se había disfrazado bajo el nombre de libertad de las conciencias en tiempo de Lutero, Luis Veuillot revelaba magistralmente que el ataque del «monstruo» ofrecía «el mismo triple carácter que tenía en el siglo XVI: carácter social, político y religioso».
«Lutero ataca el estado social en su raíz, demoliendo la solidez del matrimonio, base de la sociedad cristiana; ataca el estado político en su raíz, desplazando los poderes y aboliendo la jerarquía, desarrollo de la sociedad cristiana; ataca el estado religioso en su raíz, aboliendo el culto exterior, expresión necesaria del culto interior, coronación de la sociedad cristiana. Este triple ataque se hace en nombre de la libertad:
• por la libertad de la carne: el divorcio;
• por la libertad del alma: el pontificado de los príncipes;
• por la libertad del espíritu humano, en nombre de la dignidad de Dios: la decadencia de todo culto exterior».
Ahora bien, afirma Luis Veuillot,
«la Revolución nos presenta el desarrollo regular y lógico de estas tres libertades protestantes».
«Así como Lutero había proclamado pontífices a los reyes, en nombre de la libertad religiosa, así también la Revolución proclama reyes a los pueblos, en nombre de la libertad de conciencia pública… Lutero decía: Antes Mahoma que el Papa. Ese mismo es el grito de la Revolución».
Conclusión
Como puede verse, Lutero no fue de ningún modo para la Iglesia, como pretende el Papa, «una medicina que luego se haya consolidado en un estado de cosa, en un estado de disciplina, en una forma de creer, de hacer, en un modo litúrgico». Lo que sabemos de él y de los frutos de su reforma, que pronto cumplirá los 500 años, es todo lo contrario: que fue el peor revés sufrido por la Iglesia desde la aparición del Islam, y eso mismo es lo que recuerdan continuamente sus pésimas y prolongadas consecuencias.
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