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miércoles, 26 de octubre de 2016

Un intento de justificar el viaje de Francisco a Suecia (Rome Reports)

Duración 2:57 minutos

¡Un intento de justificar lo injustificable! ¿Qué entiende el cardenal Koch por "diálogo"? Sin comentarios. A buen entendedor pocas palabras bastan.

Nuevo libro del padre Gálvez: Sermones para un Mundo en Ocaso (Juan Andrés de Jorge García-Reyes)


El libro se presenta como un conjunto de sermones, escritos sobre la base de algunas homilías pronunciadas, en principio, para un público bien intencionado. Pero en realidad lo que se ha conseguido es una serie de meditaciones muy profundas dirigidas a los hombres de una Iglesia y un mundo “en ocaso”, esto es, en tiempos que el autor ha descrito como de “la gran apostasía” y de una “Iglesia catacumbal”, en un momento de “invierno eclesial”, donde aparece casi naturalmente la pregunta sobre el final de los tiempos. Situación que presenta, ya desde el inicio, una aporía: ¿Tiene sentido predicar en tal medio ambiente, donde nadie parece tener intención de escuchar, o van a estar prontos a rechazar el mensaje? Sin embargo, no importa que, aparentemente, el intento pueda parecer inútil, pues el verdadero predicador cristiano sabe que es depositario de una misión, de un mandato, recibido del mismo Señor; y es consciente del efecto “devastador” de la misma Palabra de Dios, más allá de la disposición de los oyentes a la que va dirigida.

Estamos pues ante una meditación profunda. Tal profundidad de contenidos, tiene como fundamento un doble hecho: por un lado, el autor se encuentra en el cenit de su vida, con la plenitud de sabiduría auténtica que dan los muchos años de una larga existencia vivida en un intento serio de amar a Dios y de servicio y fidelidad a la Iglesia, y, que vislumbra ya la llegada a la Patria definitiva; de otro, el autor sustenta sus reflexiones, sobre todo, en la proclamación valiente de la Palabra de Dios, en su doble función ontológica y didáctica, y de la Tradición de la Iglesia, sin tergiversarlas ni traicionarlas, lo que hace que sus argumentos sean contundentes.

Todo el libro se apoya además sobre los postulados de la trascendental teoría del amor de su autor, que alcanzan en el libro desarrollos nuevos, como se puede ver en el capítulo dedicado a Pentecostés, por ejemplo. Resalta, además, en todos los capítulos, el papel central de la Humanidad de Jesucristo, punto clave de la espiritualidad de A. Gálvez.

Se llega, así, a la raíz y al fundamento último de los temas que aborda, y que son, en definitiva, los que realmente importan: Jesucristo, el verdadero sacerdocio, la muerte cristiana, la vida entendida como una invitación a la fiesta de amor divino–humano, la realidad del Espíritu Santo, el sufrimiento y la vida de Cruz, la oración cristiana mística, etc.

Si la homilética católica fue siempre la presentación de la alegría de la Buena Nueva, este libro se convierte en un canto de esperanza y de gozo, de la única que se le puede dar a un Mundo y a una Iglesia “en ocaso”. Es sobre esto, en donde se puede cimentar la verdadera esperanza cristiana. El libro es también un canto a esa Esperanza. Pero la Alegría y el Amor, la Esperanza y la Nostalgia (con mayúsculas), no pueden ser expresadas muchas veces con la simple prosa, y es por ello, que el autor recurre con frecuencia al auxilio de la poesía, insinuando un mundo de sentimientos y de realidades que más se pueden intuir que describir. Por lo que el libro está también transido de belleza estética.

(Nota: Puede adquirirse el libro en todo el mundo en Amazon)

Juan Andrés de Jorge García-Reyes
Profesor de Teología Dogmática

Francisco y “San” Martín Lutero: Perfectamente juntos (Christopher Ferrara)




Nuestra serie sobre la fuente de errores que es el papa Francisco continúa con su actuación frente a la audiencia de “peregrinos” luteranos de Alemania en el Vaticano, el 13 de octubre. En esa fecha se conmemoraba el 99° aniversario del milagro del sol en Fátima; pero Francisco, supuesto devoto de la Santísima Virgen y cuyo pontificado consagró a Nuestra Señora de Fátima (lo que justifica mi optimismo inicial respecto a su desastroso pontificado) ignoró la ocasión completamente. En cambio, dedicó el día a la celebración de la memoria de Martín Lutero en la sala de audiencias Pablo VI.

Una estatua del archi-hereje compartió el escenario con Francisco durante el evento, en el cual dos ministros luteranos, uno de ellos luciendo un aro en la oreja, colocaron en sus manos una enorme copia ceremonial de Las 95 Tesis, considerada comúnmente punto de referencia del comienzo de la Reforma. Uno de los ministros citó a Lutero con el deseo de que su obra sea entregada a quienes nunca la habían leído. Ni en sus sueños más extraños imaginó Lutero que uno de los receptores sería un Papa, aceptándola.

Francisco pasó la mayor parte de la audiencia luciendo dos bufandas, una amarilla, la otra azul, atadas para simbolizar la “unidad” entre luteranos y católicos ortodoxos, cosa que sólo existe en su imaginación. O quizás Francisco tuvo en mente la unidad que sí existe entre los luteranos y la mayoría católica liberalizada, la que efectivamente se tornó protestante en gran medida gracias a la dañina novedad del “ecumenismo”. Hoy somos testigos de lo que Pío XI temía cuando condenó y prohibió la participación católica en el “movimiento ecuménico” que se había originado en sectas protestantes:

¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que Él manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa? …

Este proyecto es promovido tan activamente y en tantos lugares para ganarse la adhesión de un gran número de ciudadanos; e incluso toma posesión de las mentes de muchos católicos y los seduce con la esperanza de conseguir esa unión que resultaría de agrado a la Santa Madre Iglesia que, ciertamente, no desea más que recuperar a sus hijos errantes y conducirlos de nuevo hacia su vientre. Pero en realidad bajo esas palabras y adulaciones seductoras yace un gravísimo error, por el cual las bases de la fe católica son destruidas completamente.

Ahora, un Papa hiper-ecuménico se compromete personalmente en destruir las bases de la fe católica precisamente en nombre del ecumenismo, bombardeando a la Iglesia con arrogantes afirmaciones tolerantes, frecuentemente presentadas con desdén y un tono de indignante irritación hacia los católicos ortodoxos que difieren con las trivialidades que él considera auténtica espiritualidad católica para agradar a las masas.


Satisfaciendo su habitual balbuceo herético en respuesta a las preguntas presentadas por miembros de la audiencia luterana (las siguientes son traducciones mías, tomadas directamente del video) Francisco declaró que los católicos y luteranos pertenecen “al cuerpo de Cristo”. Sin embargo, Francisco contradijo una vez más la enseñanza de sus predecesores respecto a los miembros del Cuerpo Místico.

Tal como afirmó solemnemente el venerable Pío XII, en conformidad con toda la tradición:

“En verdad, sólo estarán incluidos como miembros de la Iglesia quienes han sido bautizados y profesan la verdadera fe, y quienes no hayan sido desafortunados en separarse de la unidad del Cuerpo, o hayan sido excluidos por una autoridad legítima por faltas graves cometidas. “Por un mismo espíritu” dice el Apóstol, “fuimos bautizados en un solo cuerpo, judíos o gentiles, esclavos o libres.” Por lo tanto en la verdadera comunidad cristiana hay un solo Cuerpo, un Espíritu, Un Señor, y un Bautismo, para que haya una sola fe”.

Pío XI, mientras condenaba el “movimiento ecuménico,” también insistió:

“Dado que el Cuerpo Místico de Cristo, esto es, su Iglesia, a semejanza de su cuerpo físico, es uno, compacto y unido, sería necedad y absurdo el decir que puede estar compuesto por miembros desunidos y separados: quienquiera, pues, que no esté unido a él no es miembro suyo, ni está unido a la cabeza, que es Cristo”.

Pero la enseñanza de sus predecesores no tiene importancia para Francisco, quien se revela diciendo cosas que son “insensatas y fuera de lugar” mientras el mundo aplaude su “humilde revolución”. Luego de su palabrerío, Francisco encaró una pregunta respecto a una región de Alemania donde un ochenta por ciento de la población no profesa ninguna religión:

“¿Qué hacer para convencer a los que no tienen fe? ¡Escucha! La última cosa que tienes que hacer es ‘decir’: tú debes vivir como cristiano elegido, perdonado y en camino. No es lícito convencer de tu fe. El proselitismo es el veneno más fuerte contra el camino ecuménico [aplausos].

Por el contrario, debes dar testimonio de tu vida cristiana—el testimonio de lo que nace del corazón, ellos pueden ver el corazón. Y de esta inquietud surge la pregunta: “¿Por qué este hombre o esta mujer vive de esta manera?” Y esto preparará la tierra para que el Espíritu Santo, quien trabaja en los corazones, haga lo que tiene que hacer. ¡Él debe hablar, no tú!”


No puede ser más claro: Francisco insiste en que está mal decir lo que sea para convencer a otros de la propia fe. Según él, uno simplemente debe vivir como cristiano mientras Dios es el que habla, como una especie de iluminación interior, en las personas que, supuestamente, serán conducidas a la conversión simplemente por observar una vida cristiana. Francisco no habla del proselitismo en el “sentido negativo” surgido de la fábrica de excusas de los neo-católicos, sino del propio acto de persuadir a la gente de la verdad de la religión católica. Tampoco necesitan Jimmy Akin [apologista católico que trabaja en Catholic Answers] y otros artesanos neocatólicos del encubrimiento, perder tiempo con la triquiñuela de la “mala traducción”. Las palabras exactas del Papa en italiano son las siguientes: “Non é lecito [coorecto o lícito] convincere della tua fede. Il proselitismo [énfasis suyo] é il velleno [veneno] piu forte contro il cammino ecumenico.”

[...] De todas formas, generalmente las personas que los católicos encuentran fuera de sus casas y parroquias no tienen idea de que los católicos “viven de esta manera” a menos que les hablen sobre su fe y lo que esto significa en su forma de vida. Es precisamente el testigo verbal de la fe el que puede mover corazones y guiar almas a la conversión por la gracia de Dios. Si no, los católicos no son más que invisibles en la inmensa multitud de la sociedad civil contemporánea. El cliché liberal que Francisco suelta constantemente es meramente una receta para el silenciamiento total de la Iglesia Militante, cosa que, de hecho, es el resultado mismo del “ecumenismo” y de la “apertura conciliar al mundo” en general.

Peor aún, respecto a su imaginario testigo silencioso cristiano, Francisco no hizo distinción entre los católicos ortodoxos, que siguen todas las enseñanzas de Jesucristo, y los luteranos, que seleccionan y eligen del Evangelio dado que practican la anticoncepción, el divorcio y hasta el aborto, simulan ordenar mujeres y homosexuales como “sacerdotes” y “obispos”, y consienten el “matrimonio” diabólico entre personas del mismo sexo. Francisco quiere que creamos que el Espíritu Santo inspira la conversión en base al “testimonio” de personas que pisotean el Evangelio y que hasta Lutero denunciaría como malditos herejes.

Hasta acá llegó el mandato divino: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado.” Y hasta aquí llegó el ejemplo del primer Papa que, siguiendo dicho mandato, declaró frente a una multitud de potenciales conversos judíos:

“Arrepentíos, dijo, y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Pues para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, cuantos llamare el Señor Dios nuestro.” Con otras muchas palabras dio testimonio, y los exhortaba diciendo: “Salvaos de esta generación perversa”. (Hechos 2:38-40)”.

Cometiendo una más de sus innumerables meteduras de pata, luego Francisco atribuyó a la “teología medieval” el dicho “la Iglesia se está reformando siempre” o “debe ser siempre reformada”, del latín ecclesia semper reformanda est. Este eslogan protestante, que se originó probablemente en el 1600, es atribuido erróneamente a San Agustín (que además no era medieval) y se hizo popular por primera vez gracias al ecléctico teólogo protestante Karl Barth después de la segunda guerra mundial.

Este error fue secundado con la absurda afirmación: “los mayores reformadores de las iglesias, nuestras iglesias, son los santos: los que siguen la palabra del Señor y la ponen en práctica… Tanto en la Iglesia luterana como en la católica hay personas de este tipo: con corazón santo, que siguen el Evangelio. Éstos son los que reforman la Iglesia.”

En el Evangelio según Francisco, el máximo ecumenista católico, no hay diferencias cruciales entre los luteranos y los católicos. Todos somos cristianos. Todos seguimos el Evangelio, incluyendo quienes piensan que el Evangelio permite el divorcio, la anticoncepción, la sodomía y el aborto en situaciones “difíciles”. Para Francisco, la herejía total y la inmoralidad promovidas por la descendencia de Lutero, incluyendo a la mujer “obispo” que Francisco recibió afectuosamente, son irrelevantes. Los católicos tienen sus santos y los luteranos los suyos, incluyendo al maníaco degenerado que fundó su religión hecha por hombres, cuya estatua Francisco dignificó con su presencia junto a ella.

Lejos está de la mente de Francisco la realidad de que no existe “iglesia luterana” y jamás ha existido. Tampoco parece notar que el mismo luteranismo está fracturado en numerosas sectas opositoras cuyas doctrinas corruptas más o menos rechazan la enseñanza dogmática inmutable de la Iglesia Católica en numerosos asuntos así como los preceptos de la ley natural escritos incluso en los corazones de los paganos sin fe, sin mencionar los de quienes profesan ser cristianos.

La actuación de Francisco el 13 de octubre negó efectivamente la necesidad salvífica de la Iglesia, una negación temática de todo su pontificado. Su hiper-ecumenismo, del cual el espectáculo del 13 de octubre fue su demostración más reciente, también niega efectivamente la función del oficio petrino como sine qua non de la unidad cristiana.

Sin embargo, el púlpito del matón papal es un vehículo más que adecuado para promover mundialmente el Bergoglianismo, una religión que los luteranos encuentran totalmente agradable, tal como demostró el aplauso entusiasta en la sala de audiencias. Y Francisco confirmará su entusiasmo cuando viaje a Suecia a fin de mes para conmemorar el comienzo de la rebelión protestante y participe en una liturgia conjunta con laicos luteranos disfrazados de clérigos, confirmándolos así en sus abominables errores, ninguno de los cuales preocupa en absoluto a Francisco.

Pero como infaliblemente Dios extrae bien del mal, lo más horrendo de este pontificado logra despertar finalmente a los fieles ante los peligros del positivismo papal, recordándoles que la fe es objetivamente verdadera, no verdadera porque lo diga el Papa, y que es totalmente posible que los hechos de un Papa contradigan esta verdad objetiva.

Entonces, por ejemplo, el día después de la audiencia del 13 de octubre, Jeffrey Mirus [presidente de Catholic Culture] escribió:

“Los lectores y escritores de CatholicCulture.org, si bien a veces pueden equivocarse, no son idiotas. Es falso pretender que cuando el papa Francisco dice algo que es percibido como nuevo, diferente e inquietante, en verdad [énfasis suyo] quiere decir siempre lo que la Iglesia enseñó previamente. A esta altura, hasta los alumnos más brutos saben que no es cierto. Cuando el armario del emperador está vacío, a nadie ayuda pretender que él va bien vestido—a menos que nos resulte mejor dudar de nuestra cordura”.

No, no estamos dementes. Lo demente es este pontificado. Tal como observó Antonio Socci luego de la fiesta de Francisco por amor a Lutero: “Bergoglio, en lugar de honrar a Nuestra Señora, honró a Martín Lutero, participando en una audiencia (en el Vaticano) donde se exhibió una estatua del alemán heresiarca y cismático, como si fuera uno de los santos. ¡Es más, Bergoglio es el Papa que por primera vez en dos mil años deseó la profanación de los sacramentos! … ¿Qué más hace falta para que los ingenuos abran los ojos?”

Sólo Dios sabe por cuánto tiempo más estará la Iglesia afligida por este Papa desgraciado. Pero por fin los ojos se están abriendo. Y al menos podemos dar gracias por ello mientras esperamos y rezamos para que la Iglesia se vea librada de Francisco y de todas sus obras.

Christopher A. Ferrara

Lutero según el papa Francisco y según Luis Veuillot (Padre.José María Mestre)

«Yo creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador. Tal vez algunos métodos no eran los justos, pero… en ese tiempo la Iglesia no era un modelo de imitar: había corrupción en la Iglesia, había mundanidad, apego al dinero, al poder, y por esto él protestó. El era inteligente, ha hecho un paso adelante justificando por qué lo hacía, y hoy luteranos y católicos… estamos de acuerdo con la doctrina de la justificación: en este punto tan importante él no se ha equivocado. Pero él ha hecho una medicina a la Iglesia, y luego esta medicina se ha consolidado en un estado de cosa, en un estado de disciplina, en una forma de creer, de hacer, en un modo litúrgico… Debemos meternos en la historia de ese tiempo. Es una historia no muy fácil de entender… La diversidad es lo que tal vez ha hecho tanto mal a todos, y hoy buscamos retomar el camino para encontrarnos después de 500 años».
Ante estas declaraciones del Papa Francisco, sumamente injuriosas pa­ra la Iglesia, podemos preguntarnos si realmente el heresiarca Lutero fue una medicina para la Iglesia y para la sociedad; y dejar que nos conteste el célebre escritor y polemista católico Luis Veuillot, gran defensor de la ortodoxia católica frente al liberalismo en tiempos de Pío IX.
Pues bien, en sólidos estudios sobre el protestantismo, Veuillot prueba que Lutero abrió el camino que luego seguirían Voltaire, Robespierre y Proudhon. En efecto, al emancipar la razón humana, Lutero fue para sus adeptos una causa inmediata de decadencia intelectual y moral; y esta emancipación sería a su vez la causa de las aberraciones filosóficas y políticas de los tiempos modernos, y la fuente de los desórdenes sociales de nuestra época.
1º Lutero fue una causa inmediata de decadencia intelectual y moral
«Para pervertir al hombre, bastaba separarlo del elemento divino, es decir, limitarlo a sus solas fuerzas». Pues bien, Lutero logró un prodigio más espantoso, el de «crear un cristiano que, en presencia de la Iglesia, depositaria e intérprete de la verdad de Dios, proclama la soberanía de su propia razón».
«Al proclamar el derecho al libre examen, al someter la razón de Dios a la razón soberana del hombre, al dar a cada hombre la facultad (o más bien imponerle la obligación) de crearse su propia religión en los límites de la Biblia, Lutero negó la presencia de la autoridad divina en la tierra, y por ahí mismo provocó la aparición de religiones puramente humanas. Una vez que la razón ha ocupado el lugar de Dios en la dirección moral de la humanidad, a ella le incumbe ser la única señora de las creencias, doctrinas, leyes y costumbres; derecho que ella no tardó en reivindicar y ejercer. Desde entonces, ya no hay ni tradición, ni infalibilidad, ni verdad absoluta, ni derecho divino, ni lazo de unidad en la fe; en otras palabras, ya no hay fe».
¿Qué hace esta razón emancipada? «Cae directamente en la independencia absoluta, mas una independencia que se pliega con vergonzosa indiferencia ante cualquier dictadura, para hundirse luego en la indiferencia y desprecio de toda religión».
2º La emancipación luterana de la razón humana, principio de las aberraciones filosóficas del tiempo moderno
Veuillot constata que «la razón emancipada, es decir, incrédula, no ha hecho otra cosa, desde su victoria, que trabajar por destruir lo que la razón sumisa, es decir, creyente, había edificado durante largos siglos mediante sólidos trabajos»… El resultado fue que «produjo millares de sectas religiosas, e introdujo el desorden en la conciencia».
Un siglo y medio después que Lutero hubiese apartado a la filosofía del «camino amplio y luminoso» que seguía la razón católica, el protestante Leibniz se veía obligado a considerar «el rumbo nuevo y las tendencias fatalistas del espíritu filosófico», anunciando por adelantado las revoluciones que conmoverían a Europa cien años después. Espantado, escribía en 1670:
«Ojalá todos los sabios unan sus fuerzas para derribar el monstruo del ateís­mo, y para no dejar crecer más un mal del que sólo podemos esperar la anarquía uni­versal».
3º La emancipación luterana de la razón humana, principio de las aberraciones políticas de los tiempos modernos
Por desgracia, comentaba Veuillot, «este mal, el mayor y más terrible que haya podido verse jamás, invade ahora las ciencias políticas».
«La razón individual, soberana en religión y en filosofía, logró serlo también en política. Después de fabricarse una religión y una filosofía, el individuo quiso hacerse un gobierno según las ideas y los gustos que lo habían guiado al elegir lo anterior. Cuando la noción de Dios perece en la conciencia y en el espíritu, desaparece también la noción de la autoridad, hija del cielo, dejando campo abierto a los combates de los intereses individuales, armados unos contra otros con toda la energía y tenacidad del egoísmo… Sustraído a los derechos de Dios, el hombre cae inmediatamente bajo el yugo del hombre. En esta parcelación y falsificación de la autoridad, la sociedad, que era una familia, degenera en una mezcolanza de tribus cuyo más ardiente deseo es aniquilarse recíprocamente: viva imagen de las sectas del protestantismo y de las escuelas de filosofía. Mismo principio, mismo resultado».
La consecuencia que saca Luis Veuillot es que
«la política de la razón soberana se reduce a la manipulación de las masas»; ahora bien, «a las masas se las agita con la pasión, el error, el temor; y de esta fermentación se desprende una fuerza que todo lo puede, pero que pasa rápidamente y no crea nada por sí misma; irresistible como el vapor, es sutil y estéril como él». Así es como «la soberanía de la razón, destruyendo la noción de la autoridad, reemplaza la autoridad por el despotismo, la obediencia por el servilismo, la libertad por la esclavitud».
Luis Veuillot demuestra luego, historia en mano, que
«Dios no ha enseñado nada tan cuidadosamente al hombre como el respeto de la autoridad […] El principio protestante, introducido en la política, mina sin cesar esta autoridad, con ataques que deben hacer perecer a la misma sociedad. La autoridad tiene en sí algo de tan legítimo, tan necesario y tan divino, que nada puede conmoverla legítimamente, salvo ella misma. Mientras ella cumpla su misión y haga su deber, cree firmemente en su derecho, y resiste a las más temibles pruebas, apoyada en la conciencia pública. Pero la autoridad conspira contra sí misma y se traiciona cuando se separa de Dios; primeramente, porque pierde ella la protección de Aquél por quien los reyes reinan; y luego, porque no puede ella separarse de Dios sin arremeter contra los derechos de Dios. Ahora bien, todo cuanto haga en este sentido se vuelve necesariamente contra el bien del pueblo, especialmente los débiles y los pequeños, que encuentran su única protección y su bien en el derecho de Dios. Pues bien, el protestantismo, o si se prefiere, el espíritu protestante, después de haber llevado la autoridad a sobrecargarse de poder, la ha corrompido al separarla de Dios, quitándole el temor de Dios y obligándola a asumir empresa tras empresa contra los derechos de Dios».
«Lamento mucho, lo confieso francamente, que Lutero no haya sido entregado al brazo secular, y que no haya habido ningún príncipe lo bastante piadoso y político para movilizar una cruzada contra los protestantes…Nuestros padres creían que el heresiarca era más peligroso que el ladrón, y tenían razón. Una doctrina herética era una doctrina revolucionaria. De ella provenían perturbaciones, sediciones, saqueos, asesinatos, toda clase de crímenes contra los particulares y contra el Estado. Se caía en guerra civil, se hacía alianza con el extranjero, y la nacionalidad se veía amenazada al mismo tiempo que la vida y la fortuna de los individuos. La herejía, que es un grandísimo crimen religioso, era también un grandísimo crimen político […] El heresiarca, examinado y convencido por la Iglesia, era entregado al brazo secular y castigado con la muerte. Nada me ha parecido nunca tan natural y tan necesario. Cien mil hombres perecieron por causa de la herejía de Wyclef, mayor número hizo morir la de Juan Huss, y no se pueden medir los ríos de sangre que costó la herejía de Lutero […] La pronta represión de los discípulos de Lutero, y una cruzada contra el protestantismo, le habrían ahorrado a Europa tres siglos de discordias y de catástrofes en que pueden perecer Francia y la civilización».
Un poco más tarde, en 1857, Luis Veuillot afirmaba que «la Revolución francesa, que es el libre examen en política, no ha producido menos escuelas que sectas produjo el libre examen religioso, su antecesor».
4º La emancipación luterana de la razón humana, fuente de los desórdenes sociales de la época contemporánea
Considerando los desórdenes sociales de su tiempo, y desenmascarando en la Revolución francesa «el último acto de la rebeldía del protestantismo contra la Iglesia de Dios y contra la verdad divina», disfrazado ahora bajo el nombre de libertad de los pueblos, como se había disfrazado bajo el nombre de libertad de las conciencias en tiempo de Lutero, Luis Veuillot revelaba magistralmente que el ataque del «monstruo» ofrecía «el mismo triple carácter que tenía en el siglo XVI: carácter social, político y religioso».
«Lutero ataca el estado social en su raíz, demoliendo la solidez del matrimonio, base de la sociedad cristiana; ataca el estado político en su raíz, desplazando los poderes y aboliendo la jerarquía, desarrollo de la sociedad cristiana; ataca el estado religioso en su raíz, aboliendo el culto exterior, expresión necesaria del culto interior, coronación de la sociedad cristiana. Este triple ataque se hace en nombre de la libertad:
• por la libertad de la carne: el divorcio;
• por la libertad del alma: el pontificado de los príncipes;
• por la libertad del espíritu humano, en nombre de la dignidad de Dios: la decadencia de todo culto exterior».
Ahora bien, afirma Luis Veuillot, 
«la Revolución nos presenta el desarrollo regular y lógico de estas tres libertades protestantes».
«Así como Lutero había proclamado pontífices a los reyes, en nombre de la libertad religiosa, así también la Revolución proclama reyes a los pueblos, en nombre de la libertad de conciencia pública… Lutero decía: Antes Mahoma que el Papa. Ese mismo es el grito de la Revolución».
Conclusión
Como puede verse, Lutero no fue de ningún modo para la Iglesia, como pretende el Papa, «una medicina que luego se haya consolidado en un estado de cosa, en un estado de disciplina, en una forma de creer, de hacer, en un modo litúrgico». Lo que sabemos de él y de los frutos de su reforma, que pronto cumplirá los 500 años, es todo lo contrario: que fue el peor revés sufrido por la Iglesia desde la aparición del Islam, y eso mismo es lo que recuerdan continuamente sus pésimas y prolongadas consecuencias.
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