Padre jesuita estadounidense James Martín, asesor de Scorsese en su película blasfema "Silencio". Según él, una obra maestra. |
Durante los últimos tres años, he escrito un gran número de artículos en los que advertía que la negación de la doctrina constante de la Iglesia sobre los actos intrínsecamente malos iba a tener consecuencias desastrosas. Por desgracia, numerosos teólogos, moralistas e incluso obispos y cardenales han rechazado en la práctica esa doctrina con la excusa de un vago “discernimiento” que nunca se define, comenzando por diversos participantes de los dos Sínodos de la Familia y siguiendo por diversas declaraciones y cartas pastorales posteriores a los mismos.
El primer desastre causado por esta negación de un principio moral fundamental de la moral católica fue la asombrosa práctica “pastoral” de permitir que los adúlteros no arrepentidos comulguen, proclamada a los cuatro vientos por los obispos argentinos de la región de Buenos Aires, por los obispos de Malta y por la mismísima diócesis de Roma. Es evidente que esta forma de actuar, en la práctica, equivale a aceptar en la Iglesia el divorcio y un nuevo “matrimonio”, con lo que de hecho se abandonan tanto la indisolubilidad matrimonial como el sexto mandamiento y el propio sacramento del Matrimonio, que se equipara a cualquier unión adulterina. Asimismo, se destruye el sacramento de la Penitencia, porque se acepta la práctica de la confesión sin propósito de la enmienda, lo cual no es más que una forma de decir que el pecado no existe.
No hace mucho, pudimos observar cómo el daño se extendía a la prohibición del suicidio, que también es una doctrina perenne de la Iglesia. Los obispos canadienses de la región de la región del Atlántico escribieron una carta pastoral en la que indicaban que alguien que tomase la decisión de suicidarse podría recibir la comunión y la confesión y sería acompañado por un sacerdote en el proceso. De nuevo, asoma la cabeza la confesión sin propósito de la enmienda y la comunión sacrílega, además del acompañamiento del pecado por parte de la Iglesia y el olvido del quinto mandamiento.
¿Se quedarán ahí las cosas? Evidentemente no, porque, una vez que se ha destruido el principio moral de que hay acciones que siempre son malas (es decir, de que los mandamientos siempre son válidos), es inevitable que haya quien saque las consecuencias para absolutamente todos los pecados. La semana pasada, el P. James Martin, SJ, director de la prestigiosa revista América de los jesuitas norteamericanos, aplicó los mismos criterios “morales” a la apostasía.
Según nos explica el Padre jesuita en relación con la película Silencio de Martin Scorsese, los jesuitas de la historia cinematográfica se vieron “obligados a ‘discernir’ en una situación complicada donde no hay respuestas fáciles”, aunque estaban en desventaja, porque “venían de un mundo en blanco y negro y se ven forzados a tomar decisiones dolorosas en un mundo de grises”.
¿Les suena? Todo esto ya lo hemos oído: discernimiento, decisiones dolorosas, no son cuestiones de blanco o negro sino un mundo de grises, se “ven forzados”… Igualito que en los dos Sínodos sobre la familia, en las tesis del cardenal Kasper, en las cartas de los obispos de Buenos Aires y Malta y en la carta sobre el suicidio asistido de los obispos canadienses. Pero sigamos.
En la película, los perseguidores amenazan al P. Rodrigues, un jesuita que no existió históricamente, con matar a los cristianos que tienen prisioneros si no renuncia a su fe. El jesuita, en efecto, apostata, “no solo porque quería salvar las vidas de los cristianos japoneses, sino porque eso es lo que Cristo le ha pedido que haga en la oración”. Hasta ahora, podría tratarse simplemente de una descripción de la película, en la que efectivamente eso sucede, como consecuencia de un tratamiento del tema carente de matices por parte de Scorsese, a diferencia de la incomparablemente más sutil novela original de Shusaku Endo.
El problema llega cuando el P. Martin da su propia opinión sobre la cuestión moral, respondiendo a una pregunta que él mismo se hace: “¿Cómo podemos comprender eso teológicamente?”. Aquí es donde empiezan las blasfemias.
Asombrosamente, el P. Martin SJ asemeja el hecho de apostatar con un buen fin con la muerte de Cristo en la Cruz para salvarnos. Esa apostasía se puede comprender “contemplando la experiencia de Jesús en la cruz, tal como la cuentan los Evangelios”. “Jesús no quiere morir. Pero entonces dice no se haga mi voluntad sino la tuya. Jesús hace algo a lo que todos los de su círculo se oponen y que no son capaces de comprender […] No tiene sentido para ellos. Sin embargo, Jesús acepta su destino porque eso es lo que quiere el Padre”.
Y por si no ha quedado claro, lo repite: “[El Padre Rodrigues] apostata, finalmente, porque Cristo se lo pide. Y para los que penséis que Cristo nunca pediría algo así, preguntaos cómo se sintieron los discípulos cuando Jesús les dijo que tendría que sufrir y morir”. Para el director de la revista America, Cristo perfectamente puede pedirnos que apostatemos, si es por un fin bueno, y esa apostasía sería análoga a su propia muerte en la Cruz.
Por si eso no era suficiente, el P. Martin SJ explica que la apostasía con un buen fin es el grado más alto de humildad según San Ignacio. “El tercer grado de humildad, que es el más alto, es cuando una persona puede elegir algo deshonroso porque le acerca a Cristo […] Una persona acepta ser incomprendida, quizás por todos, igual que Cristo lo fue. Esto es lo que elige el P. Rodrigues, aunque pueda resultar confuso para la Europa Cristiana, para sus superiores jesuitas e incluso para los espectadores modernos”.
Parece que al director de America no se le ha ocurrido pensar que no hay ninguna semejanza entre negar públicamente a Dios y hacer la voluntad del Padre, entre la humillación de sufrir los peores males por Cristo y el terrible pecado de cometer esos males, entre la humildad de quien hace la voluntad de Dios y la soberbia de quien hace su propia voluntad pensando que la ley de Dios está equivocada y solo él sabe realmente lo que conviene hacer.
Quizá teniendo eso en cuenta no resulte tan extraño encontrar en sus labios la terrible blasfemia de equiparar el Sacrificio de nuestra salvación con un pecado mortal de apostasía. En cualquier caso, es una muestra evidente de a dónde lleva la confusión de los principios morales a la que hemos asistido en los últimos tres años. La nueva norma fundamental es que el fin justifica los medios, aunque esos medios sean un pecado gravísimo. Si es por un supuesto bien de los hijos, puedo seguir adulterando y comulgando. Si es para acompañar a una persona que sufre, un sacerdote puede darle la absolución y la comunión aunque haya decidido suicidarse. Si es para salvar la vida de otros, apostatar deja de ser malo y se convierte en lo que Dios quiere y en una imitación de la Pasión de Cristo.
Una vez que se acepta que el fin justifica los medios, los mandamientos dejan de ser la Voluntad de Dios y pasan a ser meras orientaciones, que se pueden aceptar o no según los casos. En relación con la apostasía, se destruyen otros dos mandamientos. En primer lugar, el octavo, porque el P. Rodrigues miente de forma pública y solemne sobre el hecho más importante de la vida: su fe católica. En segundo lugar y de forma crucial, el primer mandamiento. El amor a Dios sobre todas las cosas queda subordinado al buen fin de salvar la vida a esos prisioneros, sin tener en cuenta que eso coloca el bienestar humano por encima de Dios, antepone la vida material a la vida eterna (que se pierde por el pecado de apostasía) y priva a los cristianos japoneses de lo que más necesitaban en realidad: el testimonio de fe hasta la muerte de su sacerdote.
Tampoco tiene en cuenta el P. Martin que, si fuera lógico renunciar a Dios para salvar a otra persona, también sería lógico renunciar a Dios para salvarse a uno mismo. A fin de cuentas, la propia vida es tan valiosa como la de los demás, de manera que el martirio carecería siempre de sentido. Los más de ciento cincuenta mártires jesuitas (una treintena solo en el Japón) serían unos estúpidos que no hicieron lo que Dios realmente quería, que era que apostataran para salvar la vida. La historia entera de la Iglesia carecería de sentido, empezando por la misma Redención, que podría y debería haberse evitado.
Antes de que alguien me diga que esto no tiene nada que ver con Amoris Laetitia, los obispos bonaerenses y los obispos canadienses, conviene señalar que el propio P. Martin SJ explica que esa es su inspiración: “Algunas de las discusiones en torno a esta película pueden incluso reflejar los debates que se están produciendo hoy dentro de la Iglesia sobre el énfasis que pone el Papa en el ‘discernimiento’ en el caso de personas que se enfrentan a situaciones complicadas, donde un enfoque de blanco y negro parece inadecuado”. En lugar de ese “blanco y negro”, el P. Martin considera que debemos confiar en que Dios actúa a través de la conciencia de las personas y nos ayuda a discernir el camino correcto en “situaciones complejas donde las reglas normales parece que no se adecuan a la realidad de la situación”.
Como señalé hace mucho tiempo, el abandono del principio fundamental de la existencia de actos intrínsecamente malos es una “brecha en la muralla”, porque una vez que se abandona, ya no hay forma de defender la moral de la Iglesia contra el relativismo que ha disuelto la filosofía y la ética de la época post-moderna. Si el enemigo está dentro, ya no hay nada que hacer y la totalidad de la moral de la Iglesia se derrumba.
Siempre se nos asegura que estos cambios sólo van a afectar a unos pocos, poquísimos, casos excepcionales, pero la realidad es que el nuevo principio de que el fin justifica los medios destruye por completo la moral de la Iglesia.
No hay ningún aspecto de la moral cristiana que pueda mantenerse en pie si el fin justifica los medios, porque siempre hay un fin bueno que justifique cualquier cosa, desde el adulterio hasta el aborto, desde el suicidio hasta el asesinato. Como también señalamos, la propia razón se destruye y se acepta lo contradictorio, desde la indisolubilidad que se puede disolver hasta una santa apostasía. El propio P. Martin resalta, como si fuera algo positivo y querido por Dios, que la acción del sacerdote es “contradictoria”, supuestamente a semejanza de la Pasión de nuestro Señor.
No hay ningún aspecto de la moral cristiana que pueda mantenerse en pie si el fin justifica los medios, porque siempre hay un fin bueno que justifique cualquier cosa, desde el adulterio hasta el aborto, desde el suicidio hasta el asesinato. Como también señalamos, la propia razón se destruye y se acepta lo contradictorio, desde la indisolubilidad que se puede disolver hasta una santa apostasía. El propio P. Martin resalta, como si fuera algo positivo y querido por Dios, que la acción del sacerdote es “contradictoria”, supuestamente a semejanza de la Pasión de nuestro Señor.
¿De dónde viene esta nueva moral? La tristísima realidad es que es muy fácil descubrirlo. Preguntemos a los miembros de un parlamento nacional, a los clientes de un bar, a los médicos de una clínica abortista o a cualquier persona por la calle y veremos que nos responden exactamente lo mismo que el P. Martin y que los obispos de Malta, de la Región de Buenos Aires o de la región canadiense del Atlántico: lo importante es la buena intención, si es para algo bueno no pasa nada, la vida es muy compleja y cada uno tiene su verdad, el aborto es una salida en situaciones complejas y llenas de sufrimiento, el derecho a decidir es fundamental, mi vida es mía y tengo derecho a suicidarme si quiero, nadie puede decirme lo que tengo que hacer… Esta nueva moral es la moral del mundo.
Lo que se nos presenta como la vía de la misericordia y del discernimiento no es más que la rendición completa e incondicional ante la amoralidad pagana, la renuncia al discernimiento cristiano y el olvido de la verdadera misericordia.
Lo que se nos presenta como la vía de la misericordia y del discernimiento no es más que la rendición completa e incondicional ante la amoralidad pagana, la renuncia al discernimiento cristiano y el olvido de la verdadera misericordia.
Que Dios nos ayude.
Bruno Moreno