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Se llama Roberto A. Maria Bertacchini y se ha formado en la escuela de tres jesuitas de primer orden: los padres Heinrich Pfeiffer, historiador del arte y docente en la Gregoriana, Francesco Tata, que había sido provincial de la Compañía de Jesús en Italia, y Piersandro Vanzan, escritor de renombre de "La Civiltà Cattolica". Experto en la figura de San Agustín, es autor de libros y ensayos en revistas de teología.
La semana pasada, don Bertacchini le envió a Francisco y al cardenal Gerhard L. Müller, prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, un "Promemoria" de seis páginas muy crítico con las tesis planteadas en una reciente entrevista por el nuevo prepósito general de la Compañía de Jesús, el venezolano Arturo Sosa Abascal, muy cercano al Papa.
"Es una tesis", escribe don Bertacchini, "de tal gravedad que no se puede permanecer en silencio sin ser cómplices de la misma", porque se corre el riesgo de "desembocar en un cristianismo sin Cristo".
El texto íntegro del "Promemoria" se puede leer en esta otra página de Settimo Cielo:
> Promemoria…
Publicamos, a continuación, una SÍNTESIS
La entrevista del general de los jesuitas criticada por don Bertacchini es la que concedió al vaticanista suizo Giuseppe Rusconi y que fue publicada en el blog Rossoporpora el pasado 18 de febrero, después de haber sido controlada palabra por palabra por el propio entrevistado.
Settimo Cielo dio un amplio resumen de la misma en varios idiomas.
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PROMEMORIA
Acerca de la entrevista del general de los jesuitas sobre la falta de fiabilidad de los Evangelios
por Roberto A. Maria Bertacchini
En una entrevista que concedió el pasado mes de febrero, el general de los jesuitas insinuaba que las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio no son un punto de estabilidad teológica, sino que son más bien un punto de partida de la doctrina, que hay que desarrollar después convenientemente. Algo que, en última instancia, podría suceder defendiendo exactamente lo contrario, es decir, la compatibilidad del divorcio con la vida cristiana. Dicha iniciativa ha provocado, en mi opinión, una situación explosiva.
Obviamente, Arturo Sosa Abascal S.I. tiene mucho cuidado en no caer en una clara herejía. Y esto, en un cierto sentido, es aún más grave. Es necesario, por lo tanto, resumir todo el curso de su razonamiento.
La pregunta que plantea es si los evangelistas son fiables y dice: hay que discernir. Por consiguiente, no está claro que lo sean. Una afirmación tan grave debería ser argumentada ampliamente, porque se puede admitir incluso el error en un detalle narrativo; bien distinto es, por el contrario, revocar -y plantear como dudosa- la veracidad de las enseñanzas doctrinales.
Da igual: nuestro jesuita no entra en el mérito de la cuestión, sino que de manera muy hábil apela al Papa. Y visto que Francisco, respecto a la cuestión de parejas separadas y demás, hasta el momento de la entrevista no había citado nunca pasajes en los que Jesús apelase a la indisolubilidad matrimonial, el mensaje implícito de nuestro jesuita es obvio: si el Papa no cita estos pasajes, significa que ha discernido y considera que no son palabras de Jesús. Por lo que, en consecuencia, no serían vinculantes. Pero, ¡todos los Papas han enseñado lo contrario! ¿Y qué importa? ¡Se habrán equivocado! O habrán dicho y enseñado cosas que eran adecuadas para su tiempo, pero que no lo son para el nuestro.
Que quede claro: el ilustre jesuita no dice esto "apertis verbis", pero lo insinúa, lo da a entender. Y así da una clave interpretativa de la pastoral familiar del Papa que se aleja de la enseñanza tradicional. De hecho, hoy "sabemos" que muy probablemente -es más, casi seguro-, Jesús nunca enseñó que el matrimonio es indisoluble. Fueron los evangelistas, que lo entendieron mal.
¿Un cristianismo sin Cristo?
Esta cuestión es de tal gravedad que no se puede permanecer en silencio sin ser cómplices de la misma. El riesgo es desembocar en un cristianismo que reduce el mensaje de Jesús; es decir, en un cristianismo sin Cristo.
En el Evangelio de la misa del 24 de febrero pasado el pasaje del Evangelio era el de Marcos 10, 2-12 sobre el repudio. Pues bien, ¿es aceptable pensar que no se sabe si Jesús dijo esas palabras y que no serían vinculantes?
El "sensus fidei" nos dice que los evangelistas son fiables. En cambio, nuestro general de los jesuitas rechaza esta fiabilidad y omite el hecho que también San Pablo había recibido de la Iglesia esta doctrina como procedente de Jesús. Y como tal la había transmitido a sus comunidades: "A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido; pero si se separa, que permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido; y que el marido no repudie a la mujer" (1 Cor 7, 10-11).
La coherencia de este pasaje con los textos de los Evangelios sinópticos sobre el repudio y el adulterio es muy clara. Y sería absurdo imaginar que aquellos dependen de Pablo y no de tradiciones pre-pascuales. No sólo. En Efesios 5, 22-33 Pablo retoma la enseñanza de Jesús, e incluso la refuerza. La retoma porque cita el mismo pasaje del Génesis citado por Jesús; la refuerza porque Cristo ama a la Iglesia de manera indisoluble, hasta dar su vida, y más allá de la vida terrena. Y dicha fidelidad Pablo la pone como modelo de la fidelidad conyugal.
por Roberto A. Maria Bertacchini
En una entrevista que concedió el pasado mes de febrero, el general de los jesuitas insinuaba que las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio no son un punto de estabilidad teológica, sino que son más bien un punto de partida de la doctrina, que hay que desarrollar después convenientemente. Algo que, en última instancia, podría suceder defendiendo exactamente lo contrario, es decir, la compatibilidad del divorcio con la vida cristiana. Dicha iniciativa ha provocado, en mi opinión, una situación explosiva.
Obviamente, Arturo Sosa Abascal S.I. tiene mucho cuidado en no caer en una clara herejía. Y esto, en un cierto sentido, es aún más grave. Es necesario, por lo tanto, resumir todo el curso de su razonamiento.
La pregunta que plantea es si los evangelistas son fiables y dice: hay que discernir. Por consiguiente, no está claro que lo sean. Una afirmación tan grave debería ser argumentada ampliamente, porque se puede admitir incluso el error en un detalle narrativo; bien distinto es, por el contrario, revocar -y plantear como dudosa- la veracidad de las enseñanzas doctrinales.
Da igual: nuestro jesuita no entra en el mérito de la cuestión, sino que de manera muy hábil apela al Papa. Y visto que Francisco, respecto a la cuestión de parejas separadas y demás, hasta el momento de la entrevista no había citado nunca pasajes en los que Jesús apelase a la indisolubilidad matrimonial, el mensaje implícito de nuestro jesuita es obvio: si el Papa no cita estos pasajes, significa que ha discernido y considera que no son palabras de Jesús. Por lo que, en consecuencia, no serían vinculantes. Pero, ¡todos los Papas han enseñado lo contrario! ¿Y qué importa? ¡Se habrán equivocado! O habrán dicho y enseñado cosas que eran adecuadas para su tiempo, pero que no lo son para el nuestro.
Que quede claro: el ilustre jesuita no dice esto "apertis verbis", pero lo insinúa, lo da a entender. Y así da una clave interpretativa de la pastoral familiar del Papa que se aleja de la enseñanza tradicional. De hecho, hoy "sabemos" que muy probablemente -es más, casi seguro-, Jesús nunca enseñó que el matrimonio es indisoluble. Fueron los evangelistas, que lo entendieron mal.
¿Un cristianismo sin Cristo?
Esta cuestión es de tal gravedad que no se puede permanecer en silencio sin ser cómplices de la misma. El riesgo es desembocar en un cristianismo que reduce el mensaje de Jesús; es decir, en un cristianismo sin Cristo.
En el Evangelio de la misa del 24 de febrero pasado el pasaje del Evangelio era el de Marcos 10, 2-12 sobre el repudio. Pues bien, ¿es aceptable pensar que no se sabe si Jesús dijo esas palabras y que no serían vinculantes?
El "sensus fidei" nos dice que los evangelistas son fiables. En cambio, nuestro general de los jesuitas rechaza esta fiabilidad y omite el hecho que también San Pablo había recibido de la Iglesia esta doctrina como procedente de Jesús. Y como tal la había transmitido a sus comunidades: "A los casados les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido; pero si se separa, que permanezca sin casarse o que se reconcilie con el marido; y que el marido no repudie a la mujer" (1 Cor 7, 10-11).
La coherencia de este pasaje con los textos de los Evangelios sinópticos sobre el repudio y el adulterio es muy clara. Y sería absurdo imaginar que aquellos dependen de Pablo y no de tradiciones pre-pascuales. No sólo. En Efesios 5, 22-33 Pablo retoma la enseñanza de Jesús, e incluso la refuerza. La retoma porque cita el mismo pasaje del Génesis citado por Jesús; la refuerza porque Cristo ama a la Iglesia de manera indisoluble, hasta dar su vida, y más allá de la vida terrena. Y dicha fidelidad Pablo la pone como modelo de la fidelidad conyugal.
Por consiguiente, es evidente que hay una clara y manifiesta continuidad en la enseñanza entre la predicación pre-pascual y la predicación post-pascual; y es también evidente la discontinuidad con el judaísmo, que conservaba el repudio. Por lo tanto, si el propio San Pablo funda sobre Cristo dicha discontinuidad, ¿tiene algún sentido poner en duda los Evangelios? ¿De dónde procede ese salto que inspiró la praxis de la Iglesia antigua, sino de Cristo?
Obsérvese que en ambiente greco-romano se admitía el divorcio y, además, existía el concubinato que, sin dificultad alguna, podía desembocar en un vínculo conyugal, como demuestra, por ejemplo, la historia de San Agustín. Y en la historiografía vale el principio según el cual una inercia cultural no se cambia sin causa. Por consiguiente, al estar el cambio históricamente demostrado, ¿cuál sería la causa del mismo sino Jesús? ¿Y si fue Cristo, por qué dudar de la fiabilidad de los Evangelios?
Por último si Jesús no pronunció esas palabras, ¿de dónde nace el drástico comentario de los discípulos ("Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse") en Mateo 19, 10? Entre esos discípulos estaba Mateo y no salen bien parados: demuestran ser lentos en entender y estar apegados a las tradiciones que Jesús contesta. Por consiguiente, desde un punto de vista historiográfico, la perícopa de Mateo 19, 3-12 es plenamente fiable, tanto por motivos de crítica interna como externa.
El horizonte dogmático
Obsérvese que en ambiente greco-romano se admitía el divorcio y, además, existía el concubinato que, sin dificultad alguna, podía desembocar en un vínculo conyugal, como demuestra, por ejemplo, la historia de San Agustín. Y en la historiografía vale el principio según el cual una inercia cultural no se cambia sin causa. Por consiguiente, al estar el cambio históricamente demostrado, ¿cuál sería la causa del mismo sino Jesús? ¿Y si fue Cristo, por qué dudar de la fiabilidad de los Evangelios?
Por último si Jesús no pronunció esas palabras, ¿de dónde nace el drástico comentario de los discípulos ("Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse") en Mateo 19, 10? Entre esos discípulos estaba Mateo y no salen bien parados: demuestran ser lentos en entender y estar apegados a las tradiciones que Jesús contesta. Por consiguiente, desde un punto de vista historiográfico, la perícopa de Mateo 19, 3-12 es plenamente fiable, tanto por motivos de crítica interna como externa.
El horizonte dogmático
Por otra parte, afirmar que no se sabe si Jesús, efectivamente, pronunció esas palabras y que, en esencia, no serían vinculantes, es una herejía "de facto", porque se niega la inspiración de la Escritura. En la Segunda Carta a Timoteo, 3, está clarísimo: "Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia".
"Toda" incluye, evidentemente, también a Mateo 19, 3-12, porque si no se estaría afirmando que hay "otra" palabra que prevalece sobre la propia Escritura y sobre su inspiración. De hecho, afirmar que algunas palabras de Jesús no son fiables es abrir una brecha en el dique de la "fides quae". Brecha que disgregaría todo el dique. Pongo unos ejemplos:
(a) Si Jesús no ha pronunciado esas palabras, los evangelistas no son fiables. Y si no son fiables, no son veraces. Y si no son veraces, tampoco pueden haber sido inspirados por el Espíritu Santo.
(b) Si Jesús no ha dicho esas palabras, ¿ha dicho realmente todas las otras que nosotros aceptamos como buenas? Quien no es fiable en una cuestión innovadora, podría no serlo en otras, como la resurrección.
"Toda" incluye, evidentemente, también a Mateo 19, 3-12, porque si no se estaría afirmando que hay "otra" palabra que prevalece sobre la propia Escritura y sobre su inspiración. De hecho, afirmar que algunas palabras de Jesús no son fiables es abrir una brecha en el dique de la "fides quae". Brecha que disgregaría todo el dique. Pongo unos ejemplos:
(a) Si Jesús no ha pronunciado esas palabras, los evangelistas no son fiables. Y si no son fiables, no son veraces. Y si no son veraces, tampoco pueden haber sido inspirados por el Espíritu Santo.
(b) Si Jesús no ha dicho esas palabras, ¿ha dicho realmente todas las otras que nosotros aceptamos como buenas? Quien no es fiable en una cuestión innovadora, podría no serlo en otras, como la resurrección.
¿Y si para dar el sacerdocio a las mujeres "La Civiltà Cattolica" no duda en poner en discusión un magisterio solemne invocado como infalible? ¿No sería el caos? ¿A qué autoridad bíblica hay que apelar si los propios exegetas están perennemente divididos, y cada vez lo están más? Así es como el dique se desmorona.
Y no acaba aquí, porque si seguimos las dudas del general de los jesuitas, no sólo se humilla a San Pablo, sino también al Vaticano II. Efectivamente, esto es lo que se lee en "Sacrosanctum Concilium" 7:
"Cristo está siempre presente en su Iglesia […]. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla".
Visto que los pasajes sobre la indisolubilidad del matrimonio se leen en misa y, más concretamente: Marcos 10, 2-12 el viernes de la VII semana del tiempo ordinario y el domingo XXVII del año B; Mateo 19, 3-12 el viernes de la XIX semana del tiempo ordinario y Mateo 5, 27-32 el viernes de la X semana, se deduce que el Vaticano II atribuye estas palabras a la autoridad de Jesús.
Por lo tanto, quien apoya las dudas del general de los jesuitas no reniega sólo del Vaticano II y, además, de una constitución dogmática, sino que duda de la Tradición hasta el punto de reducir a una abstracción inalcanzable la propia autoridad de Jesús maestro. Por consiguiente, estamos ante un verdadero y propio bombardeo en alfombra ante el cual es absolutamente necesaria una reacción firme.
Concluyendo: la transición de una religiosidad de la ley a una del discernimiento es sacrosanta, pero está llena de insidias y exige una formación cristiana de excelencia que hoy, por desgracia, escasea. Y también un amor verdadero y una deferencia hacia la Palabra divina.
En cualquier caso, si se adula al mundo con el único objetivo de evitar conflictos y persecuciones, no sólo se es cobarde, sino que se está totalmente fuera del Evangelio, que exige franqueza y fortaleza en defensa de la Verdad. Jesús no tuvo miedo a la cruz, y tampoco los apóstoles. San Pablo, a este propósito, es claro:
"Los que buscan aparecer bien en lo corporal son quienes os fuerzan a circuncidaros; pero lo hacen con el solo objetivo de no ser perseguidos por causa de la cruz de Cristo" (Gal 6, 12).
Estar circuncidados significaba, por un lado, entrar en la religiosidad reconocida por Roma como legítima y, por otro, complacer al pensamiento corriente. San Pablo sabe que la verdadera circuncisión es la del corazón y no cede.
Carpi, a 19 de marzo de 2017
Una apostilla. En el texto íntegro del "Promemoria", don Bertacchini escribe que el Papa Francisco, el 24 de febrero, unos días después de la publicación de la entrevista al padre Sosa, "reprobó las posiciones del general de los jesuitas" dedicando toda su homilía en Santa Marta –algo que no había hecho antes– al pasaje del Evangelio de Marcos con las palabras clarísimas de Jesús sobre matrimonio y divorcio.
En la homilía, según don Bertacchini, Francisco contestó las dudas del padre Sosa resaltando que "Jesús respondió a los fariseos en lo que respecta al repudio y, por lo tanto, el evangelista es fiable".
Pero en realidad, el comentario del Papa Francisco a ese pasaje del Evangelio de Marcos pareció bastante tortuoso, según los resúmenes autorizados de la homilía publicados por la Radio Vaticana y "L'Osservatore Romano".
De hecho, en un determinado momento, el Papa llegó incluso a decir que "Jesús no responde si [el repudio] es lícito o no lo es".
Y también donde el Papa polemiza –justamente, escribe don Bertacchini– con la que él llama "casuística", aflora una contradicción. Porque, ¿qué pide que sea distinto "Amoris laetitia" cuando solicita que se discierna caso por caso a quien admitir a la comunión y a quien no, entre los divorciados que se han vuelto a casar y que viven "more uxorio"?
Y no acaba aquí, porque si seguimos las dudas del general de los jesuitas, no sólo se humilla a San Pablo, sino también al Vaticano II. Efectivamente, esto es lo que se lee en "Sacrosanctum Concilium" 7:
"Cristo está siempre presente en su Iglesia […]. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla".
Visto que los pasajes sobre la indisolubilidad del matrimonio se leen en misa y, más concretamente: Marcos 10, 2-12 el viernes de la VII semana del tiempo ordinario y el domingo XXVII del año B; Mateo 19, 3-12 el viernes de la XIX semana del tiempo ordinario y Mateo 5, 27-32 el viernes de la X semana, se deduce que el Vaticano II atribuye estas palabras a la autoridad de Jesús.
Por lo tanto, quien apoya las dudas del general de los jesuitas no reniega sólo del Vaticano II y, además, de una constitución dogmática, sino que duda de la Tradición hasta el punto de reducir a una abstracción inalcanzable la propia autoridad de Jesús maestro. Por consiguiente, estamos ante un verdadero y propio bombardeo en alfombra ante el cual es absolutamente necesaria una reacción firme.
Concluyendo: la transición de una religiosidad de la ley a una del discernimiento es sacrosanta, pero está llena de insidias y exige una formación cristiana de excelencia que hoy, por desgracia, escasea. Y también un amor verdadero y una deferencia hacia la Palabra divina.
En cualquier caso, si se adula al mundo con el único objetivo de evitar conflictos y persecuciones, no sólo se es cobarde, sino que se está totalmente fuera del Evangelio, que exige franqueza y fortaleza en defensa de la Verdad. Jesús no tuvo miedo a la cruz, y tampoco los apóstoles. San Pablo, a este propósito, es claro:
"Los que buscan aparecer bien en lo corporal son quienes os fuerzan a circuncidaros; pero lo hacen con el solo objetivo de no ser perseguidos por causa de la cruz de Cristo" (Gal 6, 12).
Estar circuncidados significaba, por un lado, entrar en la religiosidad reconocida por Roma como legítima y, por otro, complacer al pensamiento corriente. San Pablo sabe que la verdadera circuncisión es la del corazón y no cede.
Carpi, a 19 de marzo de 2017
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Una apostilla. En el texto íntegro del "Promemoria", don Bertacchini escribe que el Papa Francisco, el 24 de febrero, unos días después de la publicación de la entrevista al padre Sosa, "reprobó las posiciones del general de los jesuitas" dedicando toda su homilía en Santa Marta –algo que no había hecho antes– al pasaje del Evangelio de Marcos con las palabras clarísimas de Jesús sobre matrimonio y divorcio.
En la homilía, según don Bertacchini, Francisco contestó las dudas del padre Sosa resaltando que "Jesús respondió a los fariseos en lo que respecta al repudio y, por lo tanto, el evangelista es fiable".
Pero en realidad, el comentario del Papa Francisco a ese pasaje del Evangelio de Marcos pareció bastante tortuoso, según los resúmenes autorizados de la homilía publicados por la Radio Vaticana y "L'Osservatore Romano".
De hecho, en un determinado momento, el Papa llegó incluso a decir que "Jesús no responde si [el repudio] es lícito o no lo es".
Y también donde el Papa polemiza –justamente, escribe don Bertacchini– con la que él llama "casuística", aflora una contradicción. Porque, ¿qué pide que sea distinto "Amoris laetitia" cuando solicita que se discierna caso por caso a quien admitir a la comunión y a quien no, entre los divorciados que se han vuelto a casar y que viven "more uxorio"?