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Los muertos son ya casi cuarenta, los heridos mil. Es el precio de un mes de manifestaciones populares, también de solo mujeres vestidas de blanco, contra la presidencia de Nicolás Maduro, en un Venezuela que está en las últimas.
Un Venezuela en el que ha aparecido últimamente un factor nuevo, a saber, la agresión creciente y sistemática contra hombres y edificios de la Iglesia católica.
Las fuentes vaticanas, empezando por "L'Osservatore Romano", aunque informan detalladamente sobre el desarrollo de la crisis, son parcas en lo que atañe a las agresiones a la Iglesia.
Ni siquiera el Papa Francisco las menciona en su carta del 5 de mayo a los obispos venezolanos, que ese mismo día publicaron una firme declaración contra el anuncio hecho por Maduro de una "asamblea constituyente" para reformar el estado a su antojo, es decir, tal como denuncian los obispos, para imponer "un sistema totalitario, militar, policial, violento y opresor" peor, si cabe, que el "socialismo del siglo XXI" instaurado por el predecesor de Maduro, Hugo Chávez, líder que aún hoy sigue siendo ensalzado por muchas izquierdas populistas latinoamericanas, y no solo.
Para el domingo 21 de mayo, los obispos han convocado una "Jornada de oración por la paz en Venezuela". Mientras tanto, he aquí una primera reseña del aumento de las agresiones contra la Iglesia católica, publicada por la periodista venezolana Marinellys Tremamunno en La Nuova Bussola Quotidiana del 27 de abril:
Sucede de todo. Amenazas de muerte y blasfemias escritas en las paredes de las iglesias. Misas interrumpidas por la irrupción de "colectivos" chavistas. El cardenal de Caracas Jorge Urosa Savino acallado durante la homilía y obligado a abandonar la iglesia. La venerada imagen del Nazareno en la catedral de Valencia cubierta con excrementos humanos. Las curias de las diócesis de Guarenas y Maracay saqueadas. Robo de hostias consagradas en Maracaibo. La sede de la conferencia episcopal arrasada. Un sacerdote asesinado en Guayana y otro secuestrado.
Pero no acaba aquí. El 4 de mayo dañaron las puertas de la catedral de Caracas y cubrieron sus muros exteriores con textos ensalzando al gobierno. El mismo día, una manifestación de estudiantes de la Universidad Católica marchó hacia la sede arzobispal en signo de solidaridad.
Porque los obispos ya son un "enemigo", por lo que son atacados con violencia por la presidencia de Maduro, sobre todo después del fracaso del intento de mediación entre el gobierno y la oposición impulsado el año pasado por el Papa Jorge Mario Bergoglio mediante sus enviados:
> Venezuela, una nación al borde del abismo (7.11.2017)
La línea adoptada por las autoridades vaticanas para favorecer un acercamiento entre las partes era la expresada por el cardenal Pietro Parolin, que había sido nuncio en Caracas antes de su nombramiento como secretario de Estado, en la carta que envió a las partes a mediados de diciembre, "en nombre y por disposición del Santo Padre".
En ella indicaba cuatro condiciones para iniciar el diálogo:
- Canales humanitarios para asegurar al pueblo alimentos y medicinas.
- Devolver al parlamento (en el que los partidos de la oposición son mayoría) las prerrogativas previstas por la constitución.
- Liberación de los prisioneros políticos.
- Nuevas y libres elecciones.
El Papa Francisco ha sido puntualmente informado de todo esto, también mediante coloquios directos con obispos venezolanos, entre los cuales el presidente de la conferencia episcopal, el cardenal Baltazar Porras Cardozo, arzobispo de Mérida, que se reunió con el Papa en Roma el 27 de abril, vigilia de su viaje a Egipto.
Se puede comprender, por lo tanto, la decepción y la rabia de muchos venezolanos, obispos incluidos, cuando dos días después, el 29 de abril, en la habitual rueda de prensa en el vuelto de vuelta de El Cairo a Roma, Francisco se expresó literalmente así en relación a la crisis de Venezuela:
"Hubo una intervención de la Santa Sede, y la cosa no resultó, porque las propuestas no eran aceptadas, o se diluían, o era un 'sí, sí' pero 'no, no'. Todos conocemos la difícil situación de Venezuela, que es un País al que yo quiero mucho. Y sé que ahora están insistiendo – creo que de los cuatro Presidentes [de Colombia, España, Panamá y Santo Domingo - ndr] – para relanzar esta facilitación. Yo creo que tiene que ser con condiciones ya. Condiciones muy claras. Parte de la oposición no quiere esto. Porque es curioso, la misma oposición está dividida. Y, por otro lado, parece que los conflictos se agudizan cada vez más. Pero hay algo de movimiento. Hay algo de movimiento, estuve informado de eso, pero está muy en el aire todavía. Pero todo lo que se pueda hacer por Venezuela hay que hacerlo. Con las garantías necesarias. Si no, jugamos al 'tintín pirulero', y no va la cosa".
Al día siguiente, domingo 30 de abril, hablando en el "Regina Caeli", Francesco equilibró un poco las palabras descalificadoras que había dicho en el avión contra la oposición venezolana, a la que inculpaba, prácticamente, del fracaso en el intento de entendimiento entre las partes. Dirigió “un apremiante llamamiento al Gobierno y a todos los componentes de la sociedad venezolana para que se evite cualquier ulterior forma de violencia, sean respetados los derechos humanos y se busquen soluciones negociadas a la grave crisis humanitaria, social, política y económica que está agotando a la población”. Pero esta corrección no ha calmado en absoluto las aguas.
De hecho, doce horas después, la oposición escribió al Papa una carta en la que "no dividida, sino unánimemente de acuerdo", decía que compartía las condiciones planteadas por el cardenal Parolin –lo contrario del gobierno, que las ha rechazado siempre– e indicaba como única vía de salida a la crisis la convocación de elecciones libres.
Es un hecho que, en lo que respecta a la crisis que afecta al país, hay un abismo entre el Papa Francisco y los obispos venezolanos, que han formado un bloque con la población que protesta contra la dictadura y que son apreciados y escuchados como guías autorizados. En cambio, a Bergoglio lo consideran un Poncio Pilato, imperdonablemente complaciente con Maduro y el chavismo e incomprensiblemente reticente en lo que atañe a las víctimas de la represión y las agresiones contra la propia Iglesia.
Es una fractura similar a la que se ha producido en Bolivia, donde el presidente Evo Morales tiene como mayores críticos al régimen a los obispos y, en cambio, como defensor infatigable al Papa. O la que se vio durante el viaje del Papa a Cuba, donde Francisco no escondió su simpatía por los hermanos Castro y, en cambio, no dirigió una sola palabra o mirada a los disidentes.
En la raíz de este comportamiento del Papa muchos individúan su persistente sentimiento populista, típicamente latinoamericano, puesto en evidencia hace unos días por uno de los mayores estudiosos del fenómeno, el profesor Loris Zanatta, de la universidad de Bolonia, en un largo ensayo publicado en "Il Foglio" del 8 de mayo:
"La realidad, repite Bergoglio, es superior a las ideas. Y, sin embargo, su silencio sobre el drama social de Venezuela, es decir, el país que con Chávez se había erigido en modelo de anti-liberalismo invocando los estereotipos amados por el Papa, hace pensar que también él, como muchos, prefiere sus ideas a la realidad".
Sandro Magister