El asunto es que fui con mi familia a hacer las compras semanales en el supermercado. Estas compras son para mí bastante estresantes, no sólo porque la boleta final cada vez es más difícil de cancelar, sino porque mis hijos, mis siete hijos, han hecho un pacto implícito entre ellos para dejar a sus padres enfermos de los nervios mientras intentamos seguir la lista de compras que mi esposa prepara en casa para que no se le olvide lo que necesita. Mis hijos corren como si los pasillos fueran una pista de carrera, se me esconden entre la multitud y entre los carros. Intento no sacarles la vista de encima, y en varias ocasiones han dejado a su padre al borde de un nuevo infarto cuando uno de ellos se pierde en medio de las estanterías. Estaba en esta labor de vigilancia cuando de pronto alguien me saludó muy afectuosamente:
– ¡Mateo qué gusto verte! ¡Ha pasado tanto tiempo! ¡Hola María de los Ángeles!
Mi esposa saludó a mi amigo y se disculpó con él por no poder quedarse conversando ya que estaba con el apremio del tiempo. Ella se hizo cargo de seis de mis hijos y siguió comprando, y yo me quedé con el menor al que tomé en mis brazos. Ella sabe que cuando me pongo a conversar en el supermercado con alguno de mis conocidos, me descuido con los niños.
-Qué bueno que te encuentro. Justamente por estos días me había estado acordando de ti. ¿Tienes un momento para conversar ahora?
– Imposible. Tal como viste ando con mi familia y tengo que ayudar a Ángeles con los niños. ¿Por qué no vas a mi oficina en la universidad mañana a eso de las diez cuarenta y cinco?
-Perfecto. Estaré ahí sin falta. Quiero invitarte a un movimiento que estoy organizando en defensa de la fe. Me gustaría que dieras algunas charlas y si nos puedes ayudar monetariamente, mejor aún.
Cuando me dijo lo de “movimiento” yo entré a sospechar. Soy bastante reacio a los “movimientos”. Me considero como siempre lo he dicho, católico apostólico romano, a secas, sin nombre de grupos, ni de movimientos, ni de nada.
Quedamos en vernos al día siguiente y mientras corregía unas pruebas de mis alumnos en mi oficina llegó mi amigo. Lo hice pasar y comenzamos una conversación que me dejó un poco alterado.
– Como te conté ayer estoy formando un movimiento para defender la fe de siempre, un movimiento para combatir a la Iglesia conciliar.
El lenguaje lo delató de inmediato. Lo de “iglesia conciliar”, lo suelen usar los sedevacantes y me puse en alerta.
– A ver Celestino espera un momento, ¿de casualidad te has hecho sedevacante?
– Por supuesto Mateo, ¿acaso tú no? Tú siempre has defendido la doctrina tradicional, has combatido los errores, peleaste por la misa tradicional. ¿No me digas que reconoces a este antipapa como papa?
¡Por Dios! – pensé – esto no será fácil. Celestino, cuando yo le conocí, concurría a la antigua parroquia a la que yo también iba a misa a diario en mis tiempos de soltero. Ahí él formaba parte del grupo de los carismáticos. Unos años después se volcó hacia una congregación monástica, luego pasó a un grupo Ecclesia Dei, para después derivar en la Fraternidad. La última vez que lo había visto, fue precisamente ahí un día en que justo había ido yo a misa. Desde ese día ya habían transcurrido cuatro años en los que le había perdido la pista. Tiene una personalidad bastante dominante y se pone un tanto agresivo cuando sospecha que se le está llevando la contra. Posee lo que podría llamar una fuerte tendencia hacia el fanatismo, pues se le hace difícil entender que en la realidad existen las distinciones, tal como lo es en la metafísica, y que además, la Verdad no se puede separar de la Caridad con la cual se predica. La verdad que sostengo no se hará “más verdadera” si le predico con violencia o atacando al oponente con falacias y descalificaciones, y es eso precisamente lo que él no entiende.
En el último grupo religioso en el que estaba, había formado unas “milicias”. Hacían artes marciales y se preparaba para no sé qué clase de guerra religiosa con prácticas de tiro. Yo también practiqué arte marciales cuando estaba bueno y sano, pero nunca lo hice con el fin de agredir a otro, sino como elemento disuasivo y de defensa, pero estos tipos no, andaban buscando con quien probarse, y con quien pelear. Era tal su celo que se ponía afuera de la iglesia y vigilaba, junto a otros de sus compinches, para que ninguna mujer entrara sin velo, llegando al extremo de prohibirles a muchas su asistencia a misa por ir sin él. Una vez yo lo vi siendo muy duro con una jovencita que osó entrar sin su velo. En esa ocasión me acerqué a él y le sugerí tener una cajita con velos para prestárselos a las mujeres que no lo tuvieran.
– Los velos son escasos y no cualquier persona sabe cómo hacer uno, ni dónde encontrarlo. En vez de echarlas y humillarlas, ¿por qué no traes tú una buena cantidad de velos y se los ofreces en el atrio con una amable sonrisa para que lo usen en misa? Tal como lo leí una vez en un blog amigo, no hagas odiosa la Tradición, de lo contrario únicamente consigues alejar a la gente.
Aunque no le había visto en años, sin embargo había tenido otro contacto con él a través de la internet. En esa ocasión se había enfrentado conmigo en una discusión muy fuerte en un foro, donde públicamente me trato de hereje porque yo defendí el bautismo de deseo y de fuego los cuales él negaba. Yo no quise seguir polemizando con alguien a quien no iba a sacar de su posición, y además la discusión por parte suya, se tornó agresiva y descalificadora. Ya daba cuentas del camino que él estaba por tomar. Por eso no dejó de sorprenderme que se acercara a mí como si nada hubiera pasado y encima, quisiera invitarme a su neomovimiento.
Le respondí que seguía siendo igual y que no había girado mi posición hacia ninguna parte.
– No, no soy sedevacante y no pretendo serlo.
– No puedes seguir a un papa falso, porque te estás haciendo partícipe de sus errores y de la destrucción de la Iglesia. Este papa es un hereje y tú lo sabes.
– Me vienes con el silogismo de siempre: un hereje no puede ser papa, Francisco es un hereje, luego no puede ser papa. No sabía que te habían dado autoridad para destituirlo.
-Desde el momento que cae en herejía, queda automáticamente destituido por sí mismo.
– Para eso debe existir una herejía formal. Si bien ha dicho bastante necedades, imprudencias y errores no está en herejía formal hasta donde yo sé. ¿Crees que no me duele ver la crisis que hay? ¿Crees que no soy consciente que cada día que pasa la abominación de la desolación se hace más patente en el seno de la Iglesia? Claro que lo veo, pero no tengo la autoridad para deponer al papa. Quien lo debe destituir es Cristo mismo o un concilio imperfecto, no yo, Mateo, que es un simple fiel que intenta mantener lo que ha recibido: la fe íntegra. Sigo asistiendo a la misa tradicional, me confieso, cumplo mis deberes de estado, procuro estudiar la doctrina. Vivo sabiendo que en Roma está el papa y punto. Cuando diga o haga algo que esté en contra de la fe, lo resistiré, es decir, no lo obedeceré porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Cualquier cosa que esté en contra de lo enseñado por Cristo y por la Iglesia no debe ser obedecida. Pero de ahí a que yo como simple laico, destituya al papa, eso es otra cosa. Un acto de imprudencia y de fuerte celo nos puede llevar a cosas aún peores de las que intentamos salvar. No puedo disparar si no tengo la certeza de que el ruido que escucho en el jardín es de un ladrón o se trata de mi mascota. No tengo yo las herramientas ni la autoridad para juzgar a la autoridad y declararla nula. Lo que hago es no obedecer al error, y eso es algo muy diferente a no reconocerlo como papa.
-Si lo reconoces como papa estás siendo cómplice de sus errores, porque te haces parte de una Iglesia cuya cabeza está en herejía. Por tanto tú también eres un hereje.
– Es la segunda vez que me llamas así. ¿Hasta cuándo insistes en condenarme? ¿De dónde viene este afán tuyo de defensor fidei? Recuerda que Enrique VIII también era defensor fidei y mira en lo que terminó. Cuando la fe está en peligro estamos, como dice Santo Tomás, obligados a predicarla, con firmeza, con claridad, pero no atribuyéndonos funciones y autoridad que no tenemos. Hay que denunciar, gritar si es necesario. Lo que está mal, lo que está en contra de la doctrina y de las palabras de Cristo no se obedece y punto. Ir más allá como lo haces tú es el camino más fácil: formo mi propia iglesia, soy su propio juez. Sabes Celestino, tengo varios amigos sedevacantes. De hecho le tengo un gran aprecio por uno de ellos, tenemos una muy buena relación de amistad porque nunca ha tratado de imponerme su posición teológica, ni me ha tratado de hereje, ni me ha dicho, como tú sí me lo has dicho, que estoy siendo reo de condenación. Hay gente que actúa de buena fe con esto, pero están equivocados. Por lo demás, ¿dónde está el límite? ¿Cuándo quedó la sede vacante según tú? ¿Desde Juan XXIII? ¿Desde Pablo VI? ¿O antes en el Concilio Vaticano I? Si no hay papa, no hay obispos, si no hay obispos no hay sacerdotes, si no hay sacerdotes no hay sacramentos, ¿dónde está la Iglesia? ¿Dónde está el Cuerpo Místico de Cristo, con su jerarquía, con sus sacerdotes, con sus fieles? ¿En tu grupo de sedevacantes? ¿Cuál de todos los grupos de sedevacantes que pululan por el mundo es para ti la Iglesia?
-Sabes que la Iglesia está socavada por el modernismo y sigues recibiendo los sacramentos y asistiendo a su misa motu propio sabiendo la teología que hay detrás y que sólo es parte del ecumenismo. Yo sé lo crítico que has sido con el Concilio Vaticano II y ahora haces beneficio de inventario asistiendo a la misa motu propio y recibiendo sus sacramentos.
– ¿Beneficio de inventario? Bueno, así le dices tú, pero yo no puedo sostener mi vida espiritual sin los sacramentos. Por otra parte, el mismo CV 2 no me obliga a nada, no hay condenas ni listado de errores, ni definición de ningún dogma. En mis cursos les he señalado a mis oyentes que contiene errores que el tiempo se encargará de eliminar, si es que no lo elimina por completo. Te insisto, yo no soy un tribunal. Yo no elegí al papa y por tanto, tampoco puedo destituirlo. No me compete. Me compete salvar mi alma con los medios que Dios me da. Ya tengo bastante con eso y con lo que tengo que luchar interna y externamente para ser un buen católico y no dejarme llevar por la corriente del mundo. No vivo en torno a lo que dice o no dice, hace o no hace el papa, ni a quien recibe, ni las fotos ridículas que se saca. Lo que de verdad me preocupa es que enseñe errores y de eso me ocupo, lo denuncio y lo combato, pero no le declaro papa falso. ¿Por qué voy a tener que abandonar yo la Iglesia? No, resisto desde dentro, combato desde dentro tal como lo hicieron los fieles, sacerdotes y monjes en el siglo IV. Fueron ellos los que conservaron la Tradición, y como dice Newman fueron los obstinados campeones de la verdad católica. Nunca se fueron de la Iglesia ni fundaron una aparte a pesar de que el grueso de los obispos había caído en el arrianismo presionados por el Emperador Constancio. Procuro llegar a ser santo en medio de los lobos, acompañando al Cristo doliente en la Cruz, sabiendo que somos cada día menos los que vivimos conforme a lo que Dios manda.
– ¿Y qué vas a hacer en octubre? ¿Vas a apoyar el documento final de la iglesia conciliar y apóstata a la que perteneces?– me dijo mientras se ponía de pie para despedirse. Sabía que no iba a sacarme de mi posición y yo tampoco iba a convencerlo a él.
– En octubre lo sabremos. No quiero especular, pero no faltan ya los cardenales y obispos que, en caso de ir en contra de lo ordenado por Cristo, resistirán a la autoridad tal como lo haré yo y como lo he hecho cuando algo va en contra de la doctrina.
Se despidió de mí en forma muy fría. Se fue muy molesto. Estaba tan enojado conmigo que estoy seguro que si hubiera tenido una espada me habría cortado la cabeza por ser un hereje según él. Al día siguiente revisé el dichoso foro en el cual me había enfrentado y me encontré con la desagradable sorpresa que volvió a llamarme apóstata, hereje, modernista, cómplice de la iglesia conciliar y un largo etc. No voy a responderle, ni me defenderé de las calumnias, no vale la pena. Yo estoy en paz con mi conciencia: no soy sedevacante ni tampoco papólatra soy un católico tratando de ser fiel a Dios y a la Iglesia.