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martes, 18 de julio de 2017

OBJETIVO "1984": Gran Hermano e Ideología de Género (por José Martí) [1 de 6]





Esta situación a la que alude la anterior entrada me recuerda (salvando las distancias) la famosa obra de George Orwell: 1984. Un libro tremendo, lleno de contradicciones, las cuales son la esencia de ese "nuevo mundo" que se impone a todos de modo inexorable y en donde el comunismo y el nazismo, con sus cientos de millones de muertos, se quedan en una simple anécdota, si se la compara con la Ingeniería Social a la que son sometidos todos los habitantes de este "mundo. Un libro en donde la naturaleza humana no existe, en donde se reescribe continuamente el pasado para que quede constancia sólo de aquello que le interesa al Gran Hermano que hubiera ocurrido y esto es lo que pasará a la historia como lo que realmente ocurrió. De manera que nada de lo que existió y ocurrió, en verdad, nada de ello pasará a la historia: nunca habrá existido ni ocurrido. La realidad la marca el Gran Hermano. Todos tienen que prescindir de su memoria y de su modo natural de razonar. No existe el amor, ni el placer, ni nada agradable. Esos pensamientos deben ser eliminados de raíz. Sólo cuenta el odio; el odio a todo aquello que se oponga a la voluntad del Gran Hermano. Un odio que afecta a lo más íntimo de los seres humanos que componen este planeta, si es que tiene algún sentido hablar aquí de humanidad.

Porque, además, no es suficiente "actuar" conforme a lo que GH desea. Es necesario que todos, absolutamente TODOS, piensen y sientan conforme a lo que GH quiere que piensen y sientan. El órgano oficial que se encarga de llevar a cabo esta misión es la Policía del Pensamiento, que es inflexible. Todo aquel en quien se descubra que no es fiel a GH es un "hereje" y debe de ser eliminado. Eso sí: primero será sometido a una serie de torturas inaguantables e impensables, con el resultado de que acabará "queriendo" al Gran Hermano y renegando de todo aquello que ve, piensa, siente y experimenta. Su final es la muerte: todos lo saben. Pero una muerte en la que, cuando muera tienen que hacerlo, necesariamente, "amando" al Gran Hermano, que es lo único que cuenta y renegando de todo lo que se supone que han visto, pensado o sentido alguna vez en su vida: todo eso no ha existido jamás.

En este mundo puede ser cierta una cosa y la contraria, al mismo tiempo. En verdad, eso es lo de menos. Lo único que importa -y lo único real- es lo que GH dice que es importa y que es real; de modo que 2 + 2 pueden ser cinco o seis o lo que sea. El resultado de esa suma será lo que el Gran Hermano ha decidido. NADIE puede ejercitar su capacidad de pensar o de razonar, de sentir o de amar. El hacerlo es un atentado contra el Gran Hermano y debe de ser castigado con la muerte, pasando previamente por su "conversión" a la "realidad", la cual consiste en la abdicación de su condición de personas, como seres que piensan, sienten y son capaces de amar ¡Es algo terrorífico y aterrador!


¿Y no es algo parecido a lo que ocurre en la actualidad, tanto en el mundo como en el seno de la misma Iglesia católica? Como siempre, la única solución es rezar mucho y sacrificarse por las intenciones de la Iglesia, de la Iglesia de siempre, la Única, la que Cristo fundó, aquella que es santa e inmaculada en sí misma; aquélla que confesamos en el Credo como Una, Santa, Católica y Apostólica.

El Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es santo, aun cuando no lo sea en todos sus miembros y lo sea sólo en sus santos. Muchos atribuyen los errores de algunos miembros de ese Cuerpo, al mismo Cuerpo, es decir, a la Iglesia, Cuerpo visible de Cristo en la tierra. Eso puede indicar o no maldad; pero, en todo caso, siempre indica ignorancia. 

Es difícil de entender que la Iglesia sea santa si no lo son todos sus miembros. Ése es el misterio de la Iglesia. Realmente es un misterio y requiere, por lo tanto, de fe. Y es por eso que decimos en el Credo: "CREO" en la Iglesia. Tal creencia es, efectivamente, un acto de fe y de auténtica fe.

El problema que se nos presenta hoy en día, sin embargo, es muchísimo más grave que los problemas que siempre ha tenido la Iglesia, a lo largo de su historia. Ayer como hoy había pecadores (siempre los ha habido). La enorme diferencia entre un pasado de dos mil años y el pensamiento "moderno" actual es que antes a las cosas se las llamaba por su nombre: "al pan, pan y al vino, vino". Al pecado se le llamaba pecado (puesto que lo era) y la virtud era considerada como virtud (pues eso es lo que también era) ...  ¡Y es que todavía se creía en Dios! 

¡Hoy esta fe ha desaparecido! ... y  hasta lo evidente es negado!. Decir, por ejemplo, que "un niño tiene pene y una niña tiene vagina" te puede traer problemas e incluso te puede llevar a la cárcel por promover el odio (¡?).  Y cualquiera que afirme algo tan obvio como que el aborto y la homosexualidad son pecados "contra natura", ya tiene contra él a todo un ejército de lobbies e incluso al propio Gobierno, que los apoya.

El hombre de hoy ha dejado de creer en Dios y se ha fabricado sus propias leyes al margen y en contra de las leyes divinas y de la ley natural, sustituyendo el ser por el sentir. Las cosas ya no tienen un carácter objetivo, sino que son aquello que a cada uno le parece que son

Esto no debería pillarnos de sorpresa, puesto que está ya anunciado que iba a suceder: "Llegará un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad, volviéndose a las fábulas"  (2 Tim 4, 3-4). Y ese tiempo es hoy.

Lo más grave es que esta "ideología" (¡falsa y diabólica!) se está propagando en la sociedad, a marchas forzadas, por obra y gracia de (prácticamente) todos los medios de comunicación: radio, periódicos, internet, televisión, etc; y ante ese martilleo constante, hay muchas personas que acaban creyendo, por ejemplo, que el aborto y la homosexualidad son algo normal. Y no sólo eso, sino que, además, son una señal de progreso ... ¡Qué poco conocen de la Historia los que así piensan o hablan! La descomposición moral de una sociedad ha sido casi siempre [por no decir siempre] la causa de su destrucción. Una buena prueba de ello, que no la única, la tenemos en la caída del Imperio Romano. 
Hoy, de un modo apenas perceptible, pero continuo, se está volviendo, otra vez (y ahora con más culpa que antes) a la barbarie y a la bestialidad más inhumanas que se puedan imaginar. ¡Y esto, lo diga quien lo diga, no es un progreso, sino un clarísimo retroceso hacia etapas de la humanidad, que ya habían sido más que superadas con la venida de Jesucristo a este mundo! 

(Continúa)