No hay duda de que las lecturas de este domingo apuntan a la necesidad de comprender que la fe en Cristo no es algo exclusivo de una raza, una cultura, una forma de entender la vida. La clave de la fe no es el lugar de nacimiento, la descendencia de Abraham, la tierra de Israel. Judíos y gentiles llamados a ser de Cristo.
La fe en Cristo siempre se ha entendido así … hasta hoy.
Apenas un siglo después de la resurrección, la fe en Cristo estaba extendida por todo el imperio romano, en España estaba, por ejemplo. A la vez, estaba penetrando en lo que hoy es Rusia. Europa central estaba. Resulta impactante la preocupación por llevar la fe en Cristo a toda tierra conocida: América, Filipinas, África… Santos como Francisco de Asís, empeñado en llevar la fe a países islámicos, o Francisco Javier evangelizador de Oriente, nos hablan hoy de la fuerza de la predicación que entendía que la fe en Cristo es para todos y entendía como una obligación grave el anuncio del evangelio a todos los pueblos y naciones.
Así se ha entendido siempre … hasta hoy. Porque hoy nos encontramos con un abandono del celo apostólico y un miedo a la proclamación auténtica del evangelio de Jesucristo, camuflados bajo un supuesto respeto cultural, y la falsa propuesta teológica de que, en definitiva, todas las religiones son caminos de igual trazado para llegar a Dios y que hablar de Cristo a los ateos, agnósticos o creyentes de otras religiones, en lugar de ser un abrir sus ojos a la verdad del evangelio, es faltarles al respeto. No digamos nada si se trata de cristianos no católicos.
Tan es así todo esto, que estamos pasando del celo por las almas y la urgencia del anuncio del evangelio según nos ha sido transmitido en la iglesia católica, a declarar todo anuncio del evangelio como proselitismo y prohibirlo en la práctica. Me consta la orden expresa de un obispo a sus sacerdotes para que, ante la pregunta de algunas personas por Cristo, les inviten a buscar respuestas en internet.
No se comprende otra relación con las personas que no sea la pura solidaridad humana. Es lo que quizá se predique este domingo en muchas parroquias, tomando la primera lectura por los pelos. Es fácil detenerse en lo del derecho y la justicia, y olvidarse que aquí se habla de aquellos “que se han unido al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que observen el sábado sin profanarlo y mantienen mi alianza…”
El Señor nos pedirá cuentas por negarnos a predicar la verdad de Cristo. Con los argumentos de hoy, lo de evitar el proselitismo, muchos podrían lanzar soflamas contra los apóstoles, los santos Cirilo y Metodio, los evangelizadores de América y san Francisco Javier, empeñados en hacer proselitismo en lugar de quedarse en su casa, y que se empeñaron en hablar de Cristo cuando lo que tenían que haber hecho era limitarse a la humana solidaridad.
Hoy, como siempre, es momento de predicar, de hablar a tiempo y a destiempo, de anunciar el nombre de Cristo a vecinos, amigos, a todas las personas con las que tenemos relación. Sí, a los musulmanes también.
Dejemos de lado falsas disculpas. No evangelizar tiene solo una causa: la falta de fe, y la consecuencia es el miedo a lo que nos pueda pasar. Así que mejor dedicarnos a la mera solidaridad humana, siempre aplaudida … por el mundo, que no por Cristo.
Oh Dios, que te alaben los pueblos. Que todos los pueblos te alaben. Que así sea.
Padre Jorge