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martes, 12 de septiembre de 2017

Así vivió (y sufrió) sus últimos meses el Cardenal Caffarra: los "pinchazos" en el Vaticano



En una visita que hice al Cardenal Caffarra en su apartamento de Bolonia, el Cardenal reconoció sentirse vigilado y reveló tener información de que sus comunicaciones estaban siendo intervenidas. Sufría infinitamente por los insultos de quienes le acusaban de ser “enemigo del Papa”.

Hace pocos meses tuve la oportunidad de visitar al Cardenal Carlo Caffarra en su apartamento de Bolonia. Ya había publicado los dubia y muchos francotiradores le identificaban ya como “enemigo del Papa”, algo que, según confesó él mismo, le hacía sufrir infinitamente: “Habría preferido que me acusaran de tener un amante homosexual que ser tildado de enemigo del Papa”, diría.

Debo decir que me conmovió profundamente la sencillez con la que vivía el Cardenal. Caffarra ocupaba un pequeño apartamento en uno de los edificios del seminario de Bolonia. Un apartamento que necesitaba una buena reforma, con las paredes repletas de agujeros y cables colgantes, y un sistema de calefacción más que deficiente. En Bolonia, una ciudad fría, Caffarra pasaba sus horas rodeado de libros, cartas y papeles, y no dejaba de responder a una sola de las cartas o e-mails que recibía de todas partes del mundo. Recuerdo de aquel día, por ejemplo, que tenía que impartir una conferencia en Argentina por videoconferencia, y me pidió que le ayudara a instalar el sistema en el ordenador. Aproveché para recomendarle que se instalara el WhatsApp, así pude comunicarme con él desde entonces.

Tuve ocasión de hablar con él sobre los orígenes del Instituto Juan Pablo II, que iba a inaugurar el 13 de mayo de 1981 cuando el Papa casi muere asesinado por Alí Agka; y de la carta que recibió de Sor Lucía de Fátima, la situación de la Iglesia, la crisis generada por la confusión en Amoris Laetitia y la publicación de los dubia.

Una de las cosas que más le inquietaban era la concepción que algunos tienen del Papado. Recuerdo que detalló dos síntomas: El primero, cuando Pío XII quiso cambiar la disciplina del ayuno eucarístico, pidió a una comisión teológica no que estudiaran el cambio, sino que le dijeran si él tenía legitimidad para realizar esa modificación. Tal era la sensación que tenía el papa Pacelli sobre su pequeñez en el papel de Sumo Pontífice. El otro de los síntomas era el juramento que hacen los cardenales. Decía Caffarra que hasta Pablo VI, los cardenales juraban decir siempre la verdad, “y no aquello que el Papa quiere oír”. Tras la reforma de Montini, los cardenales juran defender al Papa con su sangre. Sobre este aspecto, precisamente, me recomendó leer a un gran intelectual: Josef Seifert.

Le dije que había oído que estaba siendo vigilado, que sus comunicaciones estaban intervenidas. Me dijo que lo sabía, que los cuatro cardenales que habían hecho públicas las dubia estaban siendo observados, que tenían las comunicaciones intervenidas y que poco podían hacer, más que buscar alguna forma de comunicación más segura. Era evidente que no le quitaba la paz que algún curial pudiera conocer los secretos más íntimos de sus conversaciones: Era un hombre de Dios, y era Jesucristo lo que se le caía de la boca cada vez que hablaba.

Sobre los pinchazos en el Vaticano

Los temores de Caffarra, al contrario de lo que podría pensar el lector incauto, no son nada nuevo, ni responden a peregrinas teorías de la conspiración. Como explicaba uno de los vaticanistas más ilustres, Edward Pentin, en un artículo en el Register a raíz del escándalo Vatileaks, los pinchazos son muy habituales en la Curia Vaticana.

Pentin relata, por ejemplo, cómo los oficiales de más alto nivel evitan dar detalles de su trabajo por teléfono, no hablan de nada en la oficina o dejan el móvil fuera de la habitación cuando tienen una reunión confidencial. Los técnicos de IT del Vaticano, de hecho, pueden acceder a los ordenadores de cualquier curial de forma remota, y al no ser la Ciudad del Vaticano ejemplo de garantías procesales, la Gendarmería vaticana puede utilizar ese sistema sin necesidad de obtener una orden judicial.

El propio Vallejo Balda, el sacerdote español que pasó 14 meses preso en la Ciudad del Vaticano, denunció tener 25 ‘bugs’ (gusanos que espían y rastrean la actividad del ordenador) diferentes en su PC y, rápidamente,  la propaganda oficialista le acusó por ello de “paranoico”. Nada más lejos de la realidad.

Yo mismo he vivido cómo un motorista vigila la puerta de la casa de un importante cardenal, tomando nota de quien sube y cuánto tiempo pasa con el purpurado. Ha sorprendido, por cierto, tras la muerte de Caffarra, la premura con la que se han realizado las exequias y el enterramiento.

Estoy seguro que Dios ya se está riendo con la fina ironía y el sentido del humor de su siervo bueno, Carlo Caffarra.
Gabriel Ariza