El origen del Instituto Juan Pablo II de la familia se remonta al 13 de mayo de 1981, día en que San Juan Pablo II fue disparado en la Plaza de San Pedro. A raíz de estos hechos, Sor Lucía escribió su profética carta al entonces sacerdote Carlo Caffarra.
En 1980 el Papa Juan Pablo II encarga al joven sacerdote Carlo Caffarra que ponga en marcha un instituto para estudiar el matrimonio y la familia, y para formar a padres, educadores y sacerdotes en este asunto. El sacerdote programa la inauguración del instituto para el 13 de mayo de 1981 por la tarde, con la presencia del Papa.
Sin embargo, ese mismo día, fiesta de la Virgen de Fátima, Alí Agka dispara en la Plaza de San Pedro durante la audiencia general, y está a punto de causar la muerte al Pontífice que, evidentemente, no puede inaugurar esa tarde el Instituto.
Según contaba el propio Caffarra, impresionado por esa coincidencia, decide escribir una carta a Sor Lucía de Fátima, de la que, por supuesto, no espera respuesta.
“Inexplicablemente, ya que no esperaba una respuesta, viendo que sólo había pedido sus oraciones, recibí una larga carta con su firma, la cual ahora se encuentra en los archivos del Instituto”, indicó el Arzobispo italiano.
“En ella encontramos escrito: ‘La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del Matrimonio y de la Familia. No teman, añadió, porque cualquiera que actúe a favor de la santidad del Matrimonio y de la Familia siempre será combatido y enfrentado en todas las formas, porque éste es el punto decisivo. Después concluyó: sin embargo, Nuestra Señora ya ha aplastado su cabeza’”.
El Cardenal Caffarra añadió que “hablando también con Juan Pablo II, uno podía sentir que la familia era el punto medular, ya que toca el fundamento de la creación, la verdad de la relación entre el hombre y la mujer entre las generaciones. Si el pilar fundamental es trastocado, todo el edificio se colapsa y ahora vemos esto, porque estamos justo en este punto y lo sabemos”.
Inquietud ante la refundación.
El martes 19 de septiembre, la Santa Sede hizo pública la carta apostólica en forma de Motu Proprio “Summa familiae cura” del Papa Francisco con la que se instituye el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia, sustituyendo a la anterior institución académica fundada por Juan Pablo II en 1981, el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia.
El anuncio de la refundación del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia ha suscitado no pocas inquietudes, dentro y fuera de la institución. Y más todavía después de la reciente reforma de la Academia para la Vida que trajo consigo polémicos nombramientos como el del profesor Nigel Biggar, que aseguró hace unos años que se inclinaría a trazar la línea para el aborto en las 18 semanas.
De estas inquietudes se han hecho eco vaticanistas como Edward Pentin. En un artículo publicado en National Catholic Register, Pentin señala que, en los últimos tiempos, algunos miembros del Instituto Juan Pablo II se habían convertido en “una espina en el costado” de quienes apoyan una interpretación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia que permitiría a algunos divorciados “vueltos a casar” recibir la Comunión.
El propio presidente fundador del Instituto Juan Pablo II, el cardenal Carlo Caffarra -fallecido dos días antes de la firma de este Motu Proprio- fue uno de los cuatro purpurados que presentaron al Papa las “dubia” pidiendo que aclarara algunos puntos de Amoris Laetitia.
Según indica Pentin, esta situación quedó clara en el transcurso de los sínodos de la familia, cuando algunos profesores del Instituto publicaron documentos resistiendo a los intentos de algunos participantes de permitir el acceso a la comunión a los divorciados “vueltos a casar” que viven en “uniones irregulares”. Miembros del Instituto también han defendido una lectura de Amoris Laetitia en continuidad con la enseñanza tradicional de la Iglesia.
El artículo continúa afirmando que las publicaciones del Instituto han sido consideradas como interpretaciones fieles a las enseñanzas de Juan Pablo II contenidas en Familiaris Consortio y Veritatis Splendor. La refundación del Instituto, por tanto, sería vista desde algunos ámbitos como un paso para eliminar los obstáculos que presentan las enseñanzas de San Juan Pablo II en el camino a nuevos cambios.
Las inquietudes que ha suscitado el contenido del Motu Proprio “Summa familiae cura” se han acentuado a causa de algunas de las razones dadas para instituir el nuevo Instituto Teológico: atender con sabio realismo a la realidad de la familia actual en toda su complejidad -y en sus luces y sombras- y no quedarse en prácticas de la pastoral y de la misión que reflejan formas y modelos del pasado.
Pentin culmina su artículo informando de que ha podido saber, a través de fuentes fiables, que miembros del episcopado alemán, frustrados por el ritmo de la reforma del Papa Francisco, habrían estado ejerciendo presión sobre el pontífice para acelerar el proceso de sus reformas.
Lo que parece evidente, según fuentes del propio Instituto, es que el mecanismo buscado por el Pontífice (la disolución y refundación) le permite acometer sin problemas todos los cambios que necesite, e incluso cesar a todos los profesores: no en vano, se trata de un nuevo instituto, que no debe estar contaminado “por formas y modelos del pasado”, y quiere potenciar “las enseñanzas de Amoris Laetitia”.
Así las cosas, algunos ya ironizaban en Twitter con el posible nuevo nombre que podría dársele al instituto:
El anuncio de la refundación del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia ha suscitado no pocas inquietudes, dentro y fuera de la institución. Y más todavía después de la reciente reforma de la Academia para la Vida que trajo consigo polémicos nombramientos como el del profesor Nigel Biggar, que aseguró hace unos años que se inclinaría a trazar la línea para el aborto en las 18 semanas.
De estas inquietudes se han hecho eco vaticanistas como Edward Pentin. En un artículo publicado en National Catholic Register, Pentin señala que, en los últimos tiempos, algunos miembros del Instituto Juan Pablo II se habían convertido en “una espina en el costado” de quienes apoyan una interpretación de la exhortación apostólica Amoris Laetitia que permitiría a algunos divorciados “vueltos a casar” recibir la Comunión.
El propio presidente fundador del Instituto Juan Pablo II, el cardenal Carlo Caffarra -fallecido dos días antes de la firma de este Motu Proprio- fue uno de los cuatro purpurados que presentaron al Papa las “dubia” pidiendo que aclarara algunos puntos de Amoris Laetitia.
Según indica Pentin, esta situación quedó clara en el transcurso de los sínodos de la familia, cuando algunos profesores del Instituto publicaron documentos resistiendo a los intentos de algunos participantes de permitir el acceso a la comunión a los divorciados “vueltos a casar” que viven en “uniones irregulares”. Miembros del Instituto también han defendido una lectura de Amoris Laetitia en continuidad con la enseñanza tradicional de la Iglesia.
El artículo continúa afirmando que las publicaciones del Instituto han sido consideradas como interpretaciones fieles a las enseñanzas de Juan Pablo II contenidas en Familiaris Consortio y Veritatis Splendor. La refundación del Instituto, por tanto, sería vista desde algunos ámbitos como un paso para eliminar los obstáculos que presentan las enseñanzas de San Juan Pablo II en el camino a nuevos cambios.
Las inquietudes que ha suscitado el contenido del Motu Proprio “Summa familiae cura” se han acentuado a causa de algunas de las razones dadas para instituir el nuevo Instituto Teológico: atender con sabio realismo a la realidad de la familia actual en toda su complejidad -y en sus luces y sombras- y no quedarse en prácticas de la pastoral y de la misión que reflejan formas y modelos del pasado.
Pentin culmina su artículo informando de que ha podido saber, a través de fuentes fiables, que miembros del episcopado alemán, frustrados por el ritmo de la reforma del Papa Francisco, habrían estado ejerciendo presión sobre el pontífice para acelerar el proceso de sus reformas.
Lo que parece evidente, según fuentes del propio Instituto, es que el mecanismo buscado por el Pontífice (la disolución y refundación) le permite acometer sin problemas todos los cambios que necesite, e incluso cesar a todos los profesores: no en vano, se trata de un nuevo instituto, que no debe estar contaminado “por formas y modelos del pasado”, y quiere potenciar “las enseñanzas de Amoris Laetitia”.
Así las cosas, algunos ya ironizaban en Twitter con el posible nuevo nombre que podría dársele al instituto:
Instituto Enrique VIII para estudios del matrimonio y la familia.
COMENTARIO
Se nota que hay mucha prisa y urgencia en destruir la doctrina católica, a base de motus proprios (ya lleva dieciséis). El anterior a éste, la semana pasada, Magnum Principium, sobre traducciones litúrgicas. Y ahora éste sobre el Matrimonio y la Familia.
Pero, como dice el vaticanista Pentin, lo más grave del caso es que los cardenales alemanes, según se dice, están ansiosos en el sentido de que quieren que las reformas que ahora se hagan no puedan ser revertidas por un futuro Papa. Y por eso es posible que quieran hacerlo, para fijarlas en piedra, mediante una Constitución Apostólica.
El mismo Papa Francisco ha dicho en privado que quiere asegurarse de que sus reformas sean irreversibles, una opinión compartida por uno de sus más cercanos confidentes.
El mismo Papa Francisco ha dicho en privado que quiere asegurarse de que sus reformas sean irreversibles, una opinión compartida por uno de sus más cercanos confidentes.
[Se trata del famoso Tucho Fernández, escritor fantasma de Amoris Laetitia y de Evangelii Gaudium, en un artículo publicado en la Croix titulado: 'No hay vuelta atrás']
No deja de ser llamativo ese deseo de transformar rápidamente la Iglesia y convertirla en otra cosa, en completo desacuerdo con dos mil años de historia anteriores; y pretender, por otra parte, que lo que ellos digan ahora (en unos pocos años) sea completamente irreversible e imposible de cambiar en el futuro. Ni tiene fuste lo que están haciendo ni tampoco (menos fuste aún) lo que pretenden.
Es absurdo e ilógico todo lo que estamos viendo que ocurre en la Iglesia, pero es real: ¡no lo estamos soñando, por desgracia! De ahí la urgente necesidad que tiene la Iglesia de que surjan santos, como san Atanasio o santa Catalina de Siena, que vuelvan a colocar las cosas en su sitio. Y para ello, tenemos que pedir al Señor, con más urgencia que lo hacen los cardenales alemanes a Francisco, que haga surgir de las piedras a estos santos ... o su Iglesia se va a ir a pique.
Ciertamente, Él no lo va a consentir ... aunque no está nada claro el cómo lo hará: lo desconocemos totalmente ... porque se lo estamos poniendo muy difícil.
Estamos atravesando en la Iglesia un momento de máxima oscuridad. Esto es algo que salta a la vista de aquellos que aún se mantienen en la fe de Jesucristo. Y, sin embargo, aunque parezca extraño lo que voy a decir, (¡y realmente lo es, desde un punto de vista meramente humano) estamos también en el momento de la máxima luz ... ¿Por qué?
Acudamos a la historia. Veamos lo que le ocurrió al apóstol san Pablo. Él mismo nos lo cuenta: "Para que no me engría, me fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee y no me envanezca. Por esto rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí; pero Él me dijo: 'Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza'. Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo". Y continúa: "Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12, 7-10).
Otro pasaje histórico, muy importante, es el de la tempestad calmada. Nos lo cuentan los tres sinópticos. Elijo el relato de san Marcos, que me parece el más completo: "Ese día, al atardecer, les dijo: 'Crucemos la orilla'. Y despidiendo a la gente, lo llevaron con ellos en la barca, tal como se encontraba; y otras barcas lo acompañaban. En esto se levantó un fuerte vendaval y las olas saltaban por encima de la barca, hasta el punto que ya se anegaba. Él estaba durmiendo sobre un cabezal en la popa. Lo despiertan y le dicen: 'Maestro, ¿no te importa que perezcamos?'. Levantándose, increpó al viento y dijo al mar: '¡Calla, enmudece!'. Y el viento cesó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: '¿Por qué tenéis miedo?. ¿Todavía no tenéis fe?'. Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: '¿Quién crees que es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?'" (Mc 4, 35-41)
Y, a mi modesto entender, la lección que debemos aprender es ésta: Si el Señor está a nuestro lado nada malo nos puede pasar, pues teniéndole a Él lo tenemos todo. No importan las dificultades, del tipo que sean y por graves que, humanamente hablando, soportemos. Si somos conscientes de que Él está en nosotros y junto a nosotros. Y si no nos separamos de Él, nada tenemos que temer. Aquí viene a relucir el "ser como niños" para poder entrar en el Reino de los Cielos.
Por eso digo que cuando la oscuridad ha llegado, en nuestra vida, a situaciones extremas, entonces se pone de manifiesto, en todo su esplendor, la luz de Nuestro Señor. Y entonces, y sólo entonces, es cuando podemos decir, con verdad, aquello que decía san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado; y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 19b-20a)
José Martí