El Papa no puede erigirse en intérprete único de la Palabra de Dios, tal y como está ocurriendo, por desgracia, a base de declaraciones en ruedas de prensa, homilías diarias en Santa Marta y Motus Proprios a mogollón. Para colmo está la desfachatez con la que se rodea de cardenales que piensen como él y destituye a quienes respetan y aman la Tradición de la Iglesia. Los ejemplos son incontables, pero se me viene a la cabeza el caso del Cardenal Schönborn, el encargado oficial de interpretar la Amoris Laetitia quien, con un descaro total, afirma de la AL que es un acto de Magisterio, siendo así que se opone al Magisterio de dos mil años de enseñanza de la Iglesia, en sentido contrario.
¿Qué Magisterio es éste que rechaza la palabra de Jesucristo y considera que la palabra de un Papa es superior a la Palabra de Dios?
Es preciso y urgente que el pueblo cristiano recupere su identidad y vuelva a Dios, pues la Iglesia católica se ha transformado en una religión del hombre y se está olvidando de Dios, encarnado en Jesucristo, el Unigénito de Dios, hecho hombre, el Mesías prometido al pueblo judío en el Antiguo Testamento y cuya venida esperaban todos con ansia. En Jesucristo, en sus dichos y en su vida, se cumplieron y se hicieron realidad todas las promesas, contenidas en el Antiguo Testamento, que hacían referencia al Mesías. Y, sin embargo, "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11)
En la actualidad eclesial se está llegando a situaciones y declaraciones completamente inimaginables e impensables hace muy pocos años. La revolución que se pretende hacer en la Iglesia, el "armen lío" del Papa Francisco no es la revolución que Jesucristo vino a traernos.
Como muy bien dijo el papa León XIII, "el peor tipo de hereje es el que, mientras enseña mayormente la verdadera Doctrina católica, AÑADE una palabra de herejía, como UNA GOTA DE VENENO en una taza de agua".
Los últimos cuatro años y medio, en los que actúa como Sumo Pontífice el papa Francisco, están suponiendo una auténtica demolición de todo lo sagrado en la Iglesia. La última jugarreta ha sido el cambio de la liturgia, un cambio que puede dar lugar a una escisión y a un cisma total en la Iglesia. Mucha razón tenía Bergoglio cuando dijo de sí mismo que "es muy posible que pase a la Historia como el Papa que dividió la Iglesia" ... pues eso es, efectivamente, lo que está ocurriendo.
[Hay un artículo de Bonifacio Gómez de Castilla, del 4 de enero de 2017, en el que analiza, con bastante detalle, la deriva peligrosa por la que atraviesa la Iglesia. El título es: "¿Grave división en la Iglesia? Un resumen de la situación al inicio de 2017". De esto hace ya casi nueve meses. Y mucho ha llovido también en estos nueve meses. Se podría hacer un añadido a dicho artículo hasta el momento presente. Resultaría ciertamente demoledor ... ¡y lo que todavía nos falta por ver!]
[Hay un artículo de Bonifacio Gómez de Castilla, del 4 de enero de 2017, en el que analiza, con bastante detalle, la deriva peligrosa por la que atraviesa la Iglesia. El título es: "¿Grave división en la Iglesia? Un resumen de la situación al inicio de 2017". De esto hace ya casi nueve meses. Y mucho ha llovido también en estos nueve meses. Se podría hacer un añadido a dicho artículo hasta el momento presente. Resultaría ciertamente demoledor ... ¡y lo que todavía nos falta por ver!]
¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Cómo lo ha permitido Dios?
La respuesta, en realidad, es sencilla: durante los últimos cincuenta años los cristianos (en general) no se han alimentado de la verdadera Palabra de Dios, sino que ésta se les ha ocultado; se ha sustituido por meras palabras humanas: solidaridad, comprensión, consenso, diálogo, estar con los pobres, derechos humanos, etc... [las mismas que usan los políticos]. Por eso los cristianos, en su inmensa mayoría, no conocen a Jesucristo, al Jesucristo real, el que viene explicado en los Evangelios y en el Nuevo Testamento, y sobre cuya figura se ha escrito tanto y tan bien por todos los doctores y todos los Padre de la Iglesia, a lo largo de tantísimos años. La Tradición, en la Iglesia, es fundamental para que ésta pueda sobrevivir. El Magisterio auténtico es el que representa esa Iglesia, con el Papa como cabeza visible de la misma, al cual hay que prestar obediencia, como si del mismo Cristo se tratara, siempre y cuando predique la Palabra de Dios, en consonancia con lo que siempre se ha dicho, conforme a la clásica expresión de san Vicente de Lerins, en el Conmonitorio, que nos sirve para distinguir la verdad del error en lo que se refiere a la enseñanza de la Doctrina católica. Esto decía:
La respuesta, en realidad, es sencilla: durante los últimos cincuenta años los cristianos (en general) no se han alimentado de la verdadera Palabra de Dios, sino que ésta se les ha ocultado; se ha sustituido por meras palabras humanas: solidaridad, comprensión, consenso, diálogo, estar con los pobres, derechos humanos, etc... [las mismas que usan los políticos]. Por eso los cristianos, en su inmensa mayoría, no conocen a Jesucristo, al Jesucristo real, el que viene explicado en los Evangelios y en el Nuevo Testamento, y sobre cuya figura se ha escrito tanto y tan bien por todos los doctores y todos los Padre de la Iglesia, a lo largo de tantísimos años. La Tradición, en la Iglesia, es fundamental para que ésta pueda sobrevivir. El Magisterio auténtico es el que representa esa Iglesia, con el Papa como cabeza visible de la misma, al cual hay que prestar obediencia, como si del mismo Cristo se tratara, siempre y cuando predique la Palabra de Dios, en consonancia con lo que siempre se ha dicho, conforme a la clásica expresión de san Vicente de Lerins, en el Conmonitorio, que nos sirve para distinguir la verdad del error en lo que se refiere a la enseñanza de la Doctrina católica. Esto decía:
"En la misma Iglesia católica es necesario velar con gran esmero para que profesemos como verdadero aquello que ha sido creído en todos los lugares, siempre y por todos. La expresión suena mejor en latín: "Quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus creditum est". (Aquí)La institución del Papado es esencial, así como la constitución Jerárquica de la Iglesia. Ésta no es una democracia ni puede serlo.
En cuanto al hecho de que Dios permita lo que está ocurriendo en el seno de la Iglesia tiene su razón más profunda en el respeto absoluto y total de Dios por esa libertad que Él nos concedió al crearnos.
Dios nunca nos obliga a que lo amemos, aun cuando no desea otra cosa, pues nos quiere y quiere nuestro bien, el cual sólo será posible si estamos junto a Él y Él está junto a nosotros.
Por eso tenemos que vivir agradecidos, por una parte, pues "de su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia" (Jn 1, 16). O, como decía san Pablo "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo que tienes lo has recibido, ¿de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (1 Cor 4, 7). De nada podemos vanagloriarnos, pues nada tenemos de nosotros mismos, comenzando por nuestro propio ser, que hemos recibido de Dios. Y, por otra parte, debemos escuchar con atención y con fe, meditándolas en nuestro corazón, esas palabras que dijo Jesús a sus discípulos ... y que van dirigidas también a cada uno de los que, por la gracia de Dios, somos cristianos: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15, 15).
Jesucristo es nuestro Señor y nuestro Dios. Pero también es nuestro amigo, porque así lo ha querido. Entonces, ante los requerimientos de amor que Jesucristo nos hace: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él; y cenaré con él, y él cenará conmigo" (Ap 3, 20) ... y puesto que Dios requiere una respuesta de nosotros y no podemos no decidirnos: "El que no está conmigo, está contra Mí" (Mt 12, 30) y, además, en esa respuesta nos lo jugamos todo, qué bueno sería, por nuestro propio y auténtico bien que le abriéramos a Jesús, de par en par, la puerta de nuestro corazón y que pudiéramos decir, con san Pablo: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21).
(Continuará)