Esto es bueno y es agradable a Dios, puesto que nos une más a Él ... pero es de suma importancia tomar conciencia de que tales sufrimientos nunca deben de llevarnos a la desesperanza: eso sería falta de confianza en Dios y caeríamos, inevitablemente, en la tristeza y en el abatimiento, justamente lo que el Enemigo pretende y desea para nosotros. Tenemos que superar esa tentación, y lo haremos, con la ayuda de Dios, que no nos va a faltar.
No debemos consentir que la desesperación o la tristeza nos embarguen. Eso no es propio de un cristiano. No tenemos más que abrir el Nuevo Testamento por cualquier página. Y casi siempre, por no decir siempre, nos encontraremos con mensajes de lucha y de alegría. Nunca de desánimo.
Hago la prueba, a ver qué ocurre, para comprobar si mis elucubraciones son ciertas. Abro el Nuevo Testamento y leo: "Animaos mutuamente y edificaos unos a otros, como ya lo hacéis" (1 Tes 5, 11). Y leo, un poco más adelante: "Dad gracias por todo, porque eso es lo que Dios quiere de vosotros, en Cristo Jesús" (1 Tes 5, 18). Un mensaje de ánimo y otro de acción de gracias a Dios por todo.
Sería bueno que nos plantáramos en la Presencia de Jesús, a ser posible delante del Sagrario, y que le dijéramos todo aquello que nos ocurre o que nos preocupa, con una sinceridad que nos saliera del fondo del corazón. Un ejemplo podría ser éste:
"Mira, Señor, lo que estoy haciendo y creo que no puedo hacer otra cosa. Ya sabes: rezar mucho por tu Iglesia, sacrificarme, escribir en este blog, procurar ayudar y aclarar ideas a todo aquél que se encuentre en mi camino y esté abatido y hundido al ver que nuestra Santa Madre la Iglesia está siendo demolida ... ¡nada menos que por los mismos Jerarcas que la presiden! Yo mismo estoy realmente confundido. La Iglesia que veo no es la Iglesia que siempre ha sido. Y eso me preocupa ... pero pongo en Tí mi confianza, con la seguridad de que las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella ... aun cuando yo no llegue a verlo en esta vida terrena"Ese diálogo -sincero- con el Señor nos producirá una gran paz interior, pues no es sino la consecuencia lógica que proviene de estar a su lado: "Venid a Mí todos los que estáis cargados y agobiados y Yo os aliviaré" (Mt 11, 28).
En fin: podemos decirle al Señor eso o cualquier otra cosa que se nos ocurra y que salga, de verdad, de nuestro corazón. Cierto que Jesús dijo a sus discípulos [o sea, a nosotros, pues sus palabras son siempre actuales y van dirigidas al corazón de cada persona que las lea]: "Bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis" (Mt 6, 8) ... pero eso no nos priva de la necesidad que tenemos de pedirle cosas, pues tal es Su deseo: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre; pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 24) ... y, sobre todo, de la necesidad que tenemos de hablar con Él y de expresarle nuestro amor: "Mi amado es para mí y yo soy para Él" (Cantar 2, 16).
Sabemos, por la fe, que Él siempre nos escucha y atiende nuestras súplicas, aunque su respuesta no sea, posiblemente, la que nosotros esperamos o deseamos ... pero que no nos quepa la menor duda de que lo que nos ocurra [en tanto en cuanto es permitido por Él y sirve, en cierto modo, de respuesta a nuestras peticiones] será siempre para nuestro bien y será lo mejor... pues nos conoce mucho más que nosotros mismos (cfr salmo 138) y sabe lo que nos conviene; y lo más importante: porque nos quiere de una manera tal que ni siquiera somos capaces de imaginar, según el dicho del apóstol san Pablo: "Ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para aquéllos que le aman" (1 Cor 2, 9). A nuestra mente acuden aquellas palabras que Jesús dirigió a su Padre en la noche de la última cena, con relación a nosotros: "Padre, quiero que donde Yo estoy también estén ellos conmigo, los que Tú me has confiado" (Jn 17, 24). ¡Si esto no es amor ... no sé qué es el amor! ... ¡Dios quiere estar con nosotros! : "Mi delicia es estar con los hijos de Adán" (Prov 8, 31) ... Incomprensible, tal vez, pero cierto.
Por eso, si tenemos fe, de verdad, nunca podremos encontrar motivos para estar tristes ... aunque suframos ... porque no los hay. "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación o la angustia, la persecución o el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? (...) Sobre todas estas cosas triunfamos por Aquél que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida (...) ni la altura ni la profundidad ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro" . Esto decía san Pablo a los romanos (Rom 8, 35. 37-39). Y así le hablaba a los colosenses: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Y es que san Pablo tenía una gran fe, que es, precisamente, lo que a nosotros nos falta y lo que tenemos que pedir con insistencia al Señor para que nos la conceda.
Nuestro sufrimiento, unido al suyo [puesto que formamos parte de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia ...] es un sufrimiento purificador y redentor. Este sufrimiento tiene en Él un sentido, cual es el de la salvación del mundo. Nos convertimos, porque así ha querido Él que sea, en corredentores con Cristo, debido a nuestra unión con Él en su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, por medio del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones, si es que estamos en gracia. Así oraba Jesús a su Padre: "Que todos sean uno: como tú, Padre, en Mí y Yo en Tí: que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). Jesús cuenta con nosotros.
La gente tiene que ver en nosotros a Jesucristo, lo cual ocurrirá cuando seamos uno en Él: ése es nuestro objetivo y eso es lo único que da sentido a nuestra vida. Sabemos, de antemano, que no vamos a entender muchas de las cosas que ocurren, tanto en nuestro interior, como en nuestro entorno ... pero eso no sólo no nos lleva a perder la fe, sino a fortalecerla, pues tenemos presente y sabemos lo que nos dijo Dios, por boca del profeta Isaías: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos" (Is 55, 8). Y en esa lucha estamos: en poner todo de nuestra parte para conformar nuestra mente y nuestra vida a la suya. Cuando Tomás le preguntó a Jesús: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?", Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14, 5-6).
Ésa es una de las ventajas que tenemos sobre nuestros antepasados del Antiguo Testamento; y nunca daremos suficientes gracias al Señor por ello. Los judíos conocían Isaías 55, 8. Nosotros conocemos, además, Juan 14, 5-6. Antes de la venida de Jesucristo a este mundo, por muy grande que fuese el conocimiento que tuvieran de Dios algunos judíos, estudiosos de la Biblia, dicho conocimiento no se puede parangonar con el que nosotros tenemos si es que conocemos a Jesús, el Mesías que ellos esperaban y que vino ya a ellos, pero no supieron reconocerlo. En Él se cumplieron todas las profecías predichas por los Profetas.
Continuará