Para conmemorar el V Centenario de la apostasía luterana, en la acera católica, las Comunidades de Base y el movimiento «Somos Iglesia», se han constituido en los abanderados de la progresía católica para llevar –desde la base-, a plena realización los objetivos del falso ecumenismo.
La denominada hospitalidad eucarística, que consiste en la participación conjunta entre miembros de las iglesias protestantes históricas y católicos, en «la cena del Señor», llega a su apogeo estos días, con la abierta participación de estos grupos progresistas en el culto luterano:
Es de sobra conocido que en nuestros días más que en tiempos del heresiarca Lutero, una idea obsesiva mueve a los modernistas para acercarse a los protestantes: una fórmula que encuentre en éstos aceptación, es decir que para llegar a un acuerdo común, la Iglesia Católica debería renunciar a la integridad del depósito de la fe. Pero ¿cómo podemos hacer concesiones en lo que a la Eucaristía se refiere? O hay Presencia Real de Cristo o no la hay.
I. Continuación perpetua de la Pasión
Acudamos al Cenáculo la tarde del Jueves Santo. Jesús se despide de sus Apóstoles en la Cena ritual, les ofrece la lección básica de que la caridad suya, ha de ser operante, como el lavatorio de pies que Cristo realiza con sus discípulos. Va a morir, y va a quedarse. Su muerte se prolongará a través de los siglos. Antes de entregarse a sus adversarios, Jesús eterniza su Pasión, dejándola viva en la Eucaristía.
Jesús prolongará su Pasión en manos de sus Apóstoles y sus sucesores, los sacerdotes, a quienes dará facultad para hacerle descender realmente desde el Cielo al altar.
Cuando ya ha finalizado la primera Eucaristía del mundo, Jesús indicará, más bien mandará a sus Apóstoles: «Haced esto en memoria mía», virtualizando la consagración a través de todos los siglos y en el escenario de todos los países del mundo.
Afirma San Pablo:
«Porque yo he recibido del Señor lo que también he transmitido a vosotros: que el Señor Jesús la misma noche en que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo, el (entregado) por vosotros. Esto haced en memoria mía. Y de la misma manera (tomó) el cáliz, después de cenar, y dijo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; esto haced cuantas veces bebáis, para memoria de Mí. Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga».[1]
En este párrafo el Apóstol nos enseña las siguientes verdades como directamente recibidas del Señor:[2]
a) la Eucaristía es realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo (24 s.);
b) el Apóstol y sus sucesores están autorizados para perpetuar el acto sagrado (24-26);
c) la Misa es un sacrificio (25); d) el mismo de la Cruz (26); e) la Eucaristía debe recibirse dignamente (27), es decir, con la plenitud de la fe y humildad del que severamente examina su conciencia (28-31). [3]
La Eucaristía es la muerte permanente de Jesús a través de los siglos, una muerte que es vida, ya que lo mismo que del Calvario salió la Redención, del altar donde se sitúa el Cuerpo y la Sangre de Jesús, sigue manando abundantemente la vida.
Desgraciadamente la Eucaristía, puede provocar la muerte del alma, que no la recibe en condiciones de pureza interior de vida, así San Pablo tras anunciarnos la grandeza de la Eucaristía, añade algo que produce terror:
«De modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo (del Señor), come y bebe su propia condenación».[4]
La Pasión de Jesús comienza en el Cenáculo con la institución de la Eucaristía la tarde del Jueves Santo y permanece para siempre entre nosotros como muerte del Jesús del que procede la verdadera y eterna vida.
San Alfonso María de Ligorio afirma que la Santa Misa es de todas las obras la más santa y divina.[5] En efecto, Dios no pudo hacer algo más grande que la Misa.
«La Santa Misa encierra todo el valor del sacrificio de la cruz… Para caer en la cuenta de lo que vale la Santa Misa, es preciso no perder de vista que el valor de ella es mayor que el que juntamente encierran todas las buenas obras, virtudes y merecimientos de todos los santos que haya habido desde el principio del mundo o haya de haber hasta el fin, sin excluir los de la misma Santísima Virgen María».[6]
En la Eucaristía, Jesús está realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
El Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor se hacen presentes bajo la apariencia del pan y del vino por la conversión de toda la sustancia del pan y del vino en toda la sustancia del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Esta conversión admirable recibe el nombre de transubstanciación.[7]
II. Paganización de la Santísima Eucaristía
San Alfonso Mª de Ligorio dijo: «El diablo siempre ha intentado, por medio de los herejes, privar al mundo de la Misa, haciéndoles los precursores del Anticristo quien, antes de nada, intentará abolir y abolirá efectivamente el Santo Sacrificio del Altar, como castigo por los pecados de los hombres, según la predicción de Daniel, “Y se hizo fuerza contra el sacrificio perpetuo” (Dan. 8, 12)».[8]
Era obvio que las Comunidades de Base, serían la punta de lanza para la destrucción de la Misa Católica. La falsificación del Santo Sacrificio, no es el resultado de estos últimos años, es la consecuencia de medio siglo de silencioso y consistente ataque modernista al Sacramento, mediante la agitada y sediciosa Teología marxistizada de la Liberación, ideología desde la que tomó cuerpo la Iglesia Popular, o Comunidades de Base contaminadas por la lucha de clases, en oposición a la Iglesia tradicional, y las que buscaron abiertamente un nuevo concepto de la Misa.
Adulteración del Sacramento Central de la Fe Católica, que por medio siglo ha penetrado en la mente y en la praxis litúrgica, hasta el punto de que muchos se preguntan, si la misa así «celebrada» es válida o no. Si consideramos el largo período distorsionador, millones han participado de ese tipo de eucaristías adulteradas y no conocen otra celebración eucarística que esa.
Evidente destrucción de la Eucaristía, cuando se pone el acento en los movimientos corporales, en la incorporación de ritos paganos, cuando se ha mutado el Sacrificio a una especie de mitin para la «celebración de las luchas del pueblo», o, cuando queda reducido a un simple «impulso religioso», dejando así de ser la perpetuación del sacrificio redentor de Cristo en la Cruz y en la Ultima Cena, y consecuentemente el Santo Sacrificio de la Misa.
Instalar el culto pagano en el lugar santo, es la abominación de la desolación, que es el culto de Satanás mismo.
III. Supresión del Sacrificio
Lutero, el heresiarca blasfemo odiaba la Misa Católica, fue uno de los que más se ocupó de la doctrina de la Eucaristía. Hay que recordar una vez más, que su teoría consistía en sustituir la palabra transubstanciación por la de consubstanciación. El prefijo trans denota un cambio de substancia, en cambio con significa contrariamente que no hay cambio alguno de substancia.
El Sacrosanto Concilio de Trento definió tajantemente al respecto condenando la fórmula luterana. La tesis de Lutero no representaba la Eucaristía.
Lutero negó rabiosamente la naturaleza sacrificial de la Misa declarando: «Ese Canon abominable es una confluencia de albañales de aguas fangosas, que ha hecho de la Misa un sacrificio. La Misa no es un sacrificio. No es el acto de un sacerdote que sacrifica. Junto con el Canon, nosotros desechamos todo lo que implica una oblación».
Llamó a la Eucaristía «abominación», «culto blasfemo y falso», y en su búsqueda de suprimir el culto eucarístico azuzó diabólicamente a sus seguidores para «atacar a los idolatras».
«Yo afirmo –declaró- que todos los burdeles, los asesinatos, los robos, los crímenes, los adulterios son menos inicuos que esta abominación de la Misa Papista».
Expresó su deseo de que algún día «cuando la Misa haya sido destruida, creo que habremos destruido al Papado. Creo que es en la Misa, como sobre una roca, donde el Papado se apoya enteramente todo se colapsará por necesidad cuando se colapse su sacrílega y abominable Misa».
La Eucaristía es la piedra angular de la fe y doctrina católicas, si se quitase la Misa, colapsa con ella toda la fe católica, resulta difícil imaginar lo que de ella quedaría. El Príncipe de la Teología, Santo Tomás de Aquino se refiere a la Eucaristía declarando que todos los otros sacramentos dependen de ella, el mismo bautismo resulta eficaz porque nos capacita para recibirla, y si un bautizado se niega conscientemente a recibirla, esa actitud lo separa de la corriente de la gracia santificante.
La Eucaristía además de sacramento es sacrificio:
«La consagración del crisma o de cualquier otra materia no es sacrificio, como sí lo es la consagración de la Eucaristía».[9]
«Este sacramento tiene sobre los demás la razón de sacrificio».[10]
Sin duda, la supresión del Santo Sacrificio de la Misa, sería la mayor abominación de la desolación: «Este es el Sacrificio de nuestros altares, que entonces, en esos terribles días, será proscrito, en todas partes prohibido; y, salvo los Sacrificios, que podrán celebrarse en las sombras subterráneas de las catacumbas, quedará interrumpido en todas partes».[11]
Si el sólo participar del Santo Sacrificio, allí donde no se celebra la Misa Tridentina, en el que se dan innumerables abusos litúrgicos, en un desprecio a la Presencia Real del Señor, constituye para los fieles a lo largo y ancho del mundo, una tortura espiritual inaguantable ¿qué será lo que nos espera si, como se dice, si se promulgaría una «misa» sin transubstanciación para hacerla «ecuménica»?
Así, la Misa Católica queda reducida a nada. Tal vez una oración, una celebración, un servicio religioso, pero no la Misa, por una real ausencia de Cristo.
Las fórmulas que nos quieren llevar a construir un puente sobre el abismo de una misa sin Eucaristía, no son más que artificios para engañar a una de las dos partes, o a ambas.
Dios no lo permita, fiel a su palabra: las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia.
Pensemos en el profeta Malaquías que hablando en nombre de Dios, cuatro centurias antes de Cristo se refería a la Misa:
«Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi Nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y ofrenda pura, pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahvé de los ejércitos».[12]
Recordemos a Santa María Goretti, quien para ir a Misa Dominical, viajaba 15 millas. Pensemos en Santina Campana, que iba a Misa aun cuando estaba afiebrada. Pensemos en San Maximiliano María Kolbe, quien ofrecía la Santa Misa cuando su salud estaba en estado tan lastimoso, que uno de sus hermanos religiosos tenía que sostenerlo en el altar para evitar que cayera- ¡Y cuántas veces San Pío de Pietrelcina celebró la Santa Misa, aun cuando le sangraban las manos y ardía en fiebre![13]
San Ignacio de Antioquía, camino del martirio, el año 110, escribe en su carta a los Magnesios «¿Cómo podríamos vivir sin Él?», es decir, ¿cómo podríamos vivir sin la Eucaristía?
Si llegara ese día en que desde la cima de la Iglesia se verifique la completa destrucción del Santo Sacrificio, los fieles, junto a los grandes defensores de la Eucaristía como Santo Tomás de Aquíno, Santa Clara, San Norberto, San Pedro Julián Eymard, San Leonardo de Puerto Mauricio, el Santo Cura de Ars, San Pío de Pietrelcina y el ejército de santos defensores de la Eucaristía, hemos de dar si es posible la vida, para que la Santísima Eucaristía no sea pisoteaba y aniquilada, siguiendo el ejemplo de los irlandeses que en tiempos de persecución arriesgaban su vida y las de sus familias porque la Misa es lo único que importa.
Germán Mazuelo-Leytón
[2] Cf. 15, 3; Ga. 1, 11, etc.
[3] Cf. Biblia Straubinger.
[4] 1 CORINTIOS 11, 27-29.
[5] Selva de Materias predicables P. 2, 1.
[6] EYMARD, San PEDRO JULIAN, Obras eucarísticas.
[7] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, El milagro de la transubstanciación.http://adelantelafe.com/milagro-la-transubstanciacion/
[8] The Dignity and Duties of the Priest, o Selva (Londres: Benziger Bros., 1889), pág. 212.
[9] DE AQUINO, Santo TOMÁS, S. Th., III, 82, 4, ad. 1.
[10] Ibid., S. Th., III, 79, 7, ad. 1.
[11] BILLOT S.I., Cardenal.
[12] MALAQUÍAS, 1, 11.
[13] Cf.: MANELLI F. I., P. Stéfano, Jesús nuestro amor eucarístico.