Odiado y venerado; denostado y escandaloso, pero, sobre todo, leído, el novelista francés Michel Houellebecq no es precisamente un autor piadoso. Pero haberse criado en el corazón mismo de la contracultura de Mayo del 68, hijo de padres divorciados y progresistas de los que se sintió pronto abandonado, da al escritor una mirada implacable y certera sobre toda la ruina traída a nuestra civilización por el sueño progresista y ateo.
Obligado a caminar por París con una escolta tras la publicación de su última obra, ‘Sumisión’, una novela de anticipación que imagina una Francia gobernada por el Islam, Houellebecq se ha visto sorprendido en los últimos años por un fenómeno que ni él ni los mandarines de la cultura esperaban: el resurgir de los católicos.
En una entrevista concedida al semanario alemán Der Spiegel, este ateo con añoranza de la fe habla asombrado de “un curioso retorno del catolicismo”, visible en las protestas masivas contra el matrimonio gay de las diversas ediciones de la ‘Manif pour tous’.
“Las manifestaciones contra el matrimonio paritario y los derechos de adopción por parejas del mismo sexo han sorprendido a la clase política con su movilización masiva”, asegura. “Nadie lo hubiera creído posible. Los católicos de Francia se han vuelto conscientes de su propia fuerza. Es como una corriente subterránea que de repente aflora. Para mí, es uno de los momentos más interesantes de la historia reciente”.
El comentario de Houellebecq venía a cuento de una pregunta sobre la deicisión del Consejo de Estado francés del pasado 25 de octubre de retirar la cruz del monumento a Juan Pablo II en Ploërmel, perfecto ejemplo de la incoherencia del laicismo militante: eliminar un símbolo universal y omnipresente en Europa de la estatua de un santo.
La causa real de esta decisión habría sido no “ofender” a la creciente población musulmana de Francia que, esta sí, no tiene apenas problemas para hacer gala públicamente de sus símbolos y su fe.
“Fundamentalmente, la integración de los musulmanes solo podría funcionar si el catolicismo se convirtiera en la religión del Estado”, sostiene, sin miedo a la provocación que suponen sus palabras. “Los musulmanes aceptaría mucho mejor que la situación actual ocupar el segundo puesto, como minoría respetada, en un Estado católico”.
La razón, mantiene Houellebecq, es que los musulmanes pueden entender y aceptar que en un país europeo no sea el islam la religión oficial, pero no el concepto de aconfensionalidad laica. “El profeta Mahoma ha dejado instrucciones sobre los cristianos, los judíos, pero ninguna sobre los ateos. No podía imaginar la existencia de un ateo”.
El futuro de Francia y de toda Europa, en cualquier caso, será de cualquiera menos, precisamente, de la ‘secta’ que presumía de ser el porvenir inevitable. Solo hay que sumar, asegura el autor. “Tiendo siempre a explicar materialmente las cosas: el hecho es que los católicos practicantes están trayendo hijos al mundo, y les transmiten sus valores. Su número crecerá”.
Lo mismo, naturalmente, sucede con los musulmanes, aclara. “Por eso el porcentaje de musulmanes en Europa Occidental seguirá creciendo, tanto en Francia como en Alemania. Y eso alimentará luego los miedos a la alienación y la colonización. No hay que descartar la posibilidad de una guerra civil”.
Quienes, de ninguna manera, heredarán Europa son esos progresistas de izquierdas que siguen dominando por completo el discurso cultural. Sus días, opina Houellebecq, están contados. “La izquierda está agonizando. Sus ideas están muertas. La izquierda ha perdido su fuerza de movilización. He visto morir el marxismo”.
Y concluye: “Los mentecatos de izquierda se han vuelto verdaderamente insoportables desde hace algún tiempo. Se comportan como un animal atrapado que siente que su fin está cerca”.
Carlos Esteban