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jueves, 23 de febrero de 2017

La pésima siembra del papa Bergoglio (Adelante la Fe)




Tras el magisterio petrino tradicional, que nos ha enseñado claramente a proteger la fe del modernismo, secularismo, comunismo, relativismo, y nos ha acercado a Dios, es necesario darse cuenta de que el “sembrar” del papa Francisco, no siempre reflejo de la doctrina evangélica de la Tradición, desde el inicio de su papado hasta hoy, ha creado no pocas perplejidades, dudas, confusiones y relativos “ruidos” y “silencios”. La última novedad sería una canción del papa Francisco para San Remo. ¡La noticia está tan fuera de lo sembrado que no debemos creerla!

Además, el mundo católico es, en este momento, presa del secularismo y relativismo que, condenado ejemplarmente en su tiempo, es ahora declarado deportiva y desenvueltamente en ciertas afirmaciones del papa Francisco.

Los nudos de Amoris laetitia

La publicación del documento papal Amoris laetitia que, por sus contenidos controvertidos, ha invertido las posiciones teológicamente correctas, ha desencadenado una verdadera división en el pueblo de Dios, también en la jerarquía eclesiástica de sacerdotes, monseñores, abades, obispos y cardenales. Surgen y se difunden dudas y silencios.

La gran polémica sobre los temas de la exhortación apostólica del papa Francisco no ha terminado y ha sido también ampliamente ignorada por la prensa. Se sabe que, el 19 de septiembre pasado, cuatro cardenales autorizados como Carlo Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia (con gran estima por el padre Barsotti), Walter Brandmüller, presidente emérito del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, Raymond Leo Burke, patrono de la Soberana Orden Militar de Malta, y Joachim Meisner, arzobispo emérito de Colonia, enviaron un recurso escrito a la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Gerhard Müller, para pedir, en la modalidad de los dubia, según el lenguaje evangélico del paso de Mt 5, 37, (sea vuestro hablar sí, sí; no, no; lo demás viene del maligno), una respuesta positiva o negativa, al estar dichos cardenales muy preocupados por el desconcierto creado especialmente por el cap. VIII de la Exhortación papal.

Una vez más, el ministerio petrino nos demuestra que no cumple la función de ser el centro de la unidad como debería. Muchos escritores, religiosos, abades, se plantean la cuestión más simple y evangélica que surge en este caso: 

–El Magisterio precedente, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, ¿ha perdido acaso su validez en los puntos en los que “Amoris laetitia” parece estar en contradicción con él? Se trata en el fondo de dudas sobre cuestiones morales y de fe dirigidas al Santo Padre, sucesor de Pedro.

En una entrevista, tanto el papa Francisco como mons. Viganò respondieron que Jesús y la Misericordia han quedado fuera y es necesario hacerlos encontrar con todo el pueblo y, por tanto, “las reglas” pueden cambiar… (Domingo 20/11/16 en TV 2000). Ahora mismo, al final de noviembre, el papa Franciso ha hecho saber, a propósito de lo preguntado por los 4 cardenales: “No malvendo la doctrina, sigo al Concilio… Simplemente me he dejado llevar por el Espíritu”…

El católico siempre supo que el Evangelio es igual ayer, hoy y mañana… El modernismo, el secularismo y el relativismo ¿no deben ser ya evitados? ¿Qué está sucediendo? Esta pregunta me parece más que pertinente si no angustiante. Se puede comprender perfectamente en qué confusión y frente a qué cambio de posiciones se encuentra en este momento el fiel pueblo de Dios.

Es bien sabido que nosotros, católicos laicos, vivimos en este momento en Babilonia, donde hay leyes estatales que son auténticos abominios, como el aborto, las uniones homosexuales, la fecundación in vitro con el alquiler del útero y, dentro de poco, quizá también, la eutanasia; y entre los hombres de Iglesia el sincretismo más abominable, visible ya y deliberado, por este Papa en muchas iglesias.

Somos probados por la falta de respeto por la sacralidad de la vida; la familia natural no es ya el centro de la vida nacional. Nuestro País está gobernado por un católico que afirma no haber jurado sobre el Evangelio (y, sin embargo está bautizado), sino sobre la Constitución, que ahora quiere cambiar a su gusto y, como sus predecesores, nos lleva cada vez más a Babilonia con el apoyo de los católicos que consienten en ello…

Me niego a correr ciegamente hacia un obligatorio pensamiento único que se ha delineado ya en política y ahora también en nuestra fe, contaminándola. El precio sería demasiado alto: ¡nos cambian el Evangelio de Jesús!

Vivimos el tiempo de los banqueros y de los especuladores financieros que, gracias a las leyes que los protegen, están sacudiendo violentamente el mundo, para poner en el centro el dinero y no la persona. ¿Por qué no se habla de esto y de sus consecuencias? No sólo la economía real es socavada, sino que lo es “la persona” misma, mientras que los estados nacionales lo son por la invasión de millones de clandestinos útiles a estos gobernantes para desarraigar la civilización laica y católica, favoreciendo el relativismo de valores. Y los ejemplos son numerosísimos… ¿Por qué entonces no somos guiados a combatir el fácil y gratuito buenismo, no vinculado a la realidad, que también sale de la boca del Santo Padre, especialmente en el tema de los pobres, inmigración y acogida?

Si no se lleva a cabo un discernimiento, tomando distancia de decisiones infames que se desvían del Evangelio, caeremos en un inevitable lavado de cerebro también en la fe. Una operación que modificará mental y espiritualmente a las personas.

La homosexualidad y la cristianofobia

Interrogado por el periodista Eugenio Scalfari sobre el tema del mal, por ejemplo, el papa Francisco contestó, escandalizando a los católicos, porque dijo que “sentir” es subjetivo y que, por tanto, si uno no siente que es pecado, no comete pecado.

Otra afirmación del papa Francisco a Eugenio Scalfari que escandalizó a su rebaño es: Los comunistas piensan como los cristianos, sabiendo perfectamente Bergoglio que Karl Marx murió y que el comunismo fracasó amargamente con un balance de innumerables muertos y que Pío XII excomulgó a los comunistas.

El Papa fue después provocado por los periodistas a propósito de la homosexualidad. También aquí la respuesta relativista. Prefirió esconderse tras un “¿Quién soy yo para juzgar?”. En efecto, no había sido llamado a juzgar a nadie, sino solamente a una práctica contra natura y debería haber dado una respuesta fiel a las Sagradas Escrituras, esto es, afirmar que la práctica de la homosexualidad es pecado. Sin embargo, oficialmente nadie corrigió aquel disparo fallado, dejando el vacío sobre una información papal incorrecta. Sin embargo, nosotros católicos somos apuntados precisamente por este tema y acusados de homofobia solamente si nos expresamos como es debido. ¡Y de esto no se habla!

El papa Francisco evitó dar testimonio, como incluso un simple bautizado debería hacer, ¡cuánto más un sacerdote y un Papa! Sobre este tema fue mejor testigo el honorable Rocco Buttiglione cuando tomó posición contra la legalización de los matrimonios gay en España por obra de Zapatero. Después de su afirmación, fue suspendida en Estrasburgo su candidatura a comisario europeo de la Justicia, Libertad y Seguridad por haber dicho simplemente: “Como católico considero la homosexualidad un pecado…”

Otro ejemplo de testimonio pagado caro proviene de la Corte de Apelación de París, que confirmó la sentencia del Tribunal francés que condenó a la honorable Christine Boutin, presidenta del partido Cristiano Democrático, a una sanción de 5.000 € por haber definido las relaciones homosexuales recurriendo a las palabras de la Sagrada Escritura. Después tuvo que pagar una indemnización de otros 2.000 € a las Asociaciones de la órbita LGTB que se presentados como parte lesa. 

Clarificadora fue la declaración de la honorable: “Nunca he condenado a ningún homosexual. Lo que es un abominio es la homosexualidad, no la persona homosexual. El pecado no es nunca aceptable, pero el pecador debe ser acogido siempre.”. La condena, sin embargo, llegó puntual y fue motivada como “incitación pública al odio y a la violencia”. ¿Pero entonces, somos o no somos perseguidos nosotros los católicos por ser católicos? ¿No vale la pena hablar de ello y comprender cómo comportarse?

Está claro que, en este caso, se comportaron mejor dos políticos que el Papa, que se negó a dar testimonio, ¡aunque para él no habría habido ciertamente consecuencias! Evidentemente lo decidió así para agradar a la mayoría. ¡Es posible entonces que nadie se dé cuenta de que nos encontramos en plena cristianofobia! ¡Más que homofobia! ¡Aquí es dañada al libertad de profesar la religión católica y a este paso volverá el tiempo de las catacumbas!

¿Por qué no recordar a los católicos las fuentes bíblicas sobre el tema? Al menos se sabría cómo contestar. A propósito de Sodoma y Gomorra (Gén 19, 1-29), en la Biblia se habla explícitamente de “pasiones infames”, “contra natura”, de “actos ignominiosos” y de “extravío” (Rom 1, 24-27), y se especifica que los “sodomitas” no heredarán el Reino de Dios (I Cor 6, 9-10). También el nuevo catecismo de la Iglesia Católica define expresamente las “relaciones homosexuales” como “graves depravaciones”, “actos intrínsecamente desordenados” y “contrarios a la ley natural, que no deben aprobarse en ningún caso” (n. 2357).

¡Sin embargo, sobre este tema delicado, el Papa no ha dado ni siquiera una apariencia de “respuesta-verdad”! Y advertirlo y decirlo es tomar conciencia de la verdad que no debe esconderse.

Sincretismo

El Islam y su invasión

Basta referirse al relativismo de valores y nos damos cuenta de que las exhortaciones del papa Francisco han profanado el cristianismo y han provocado la profanación de las iglesias legitimando el islam como religión en un nivel de paridad con la nuestra, aunque el Dios de los musulmanes no es el Padre Nuestro como también afirmaba el p. Barsotti. El Papa ha instituido ceremonias interreligiosas islamo-católicas en las que sacerdotes e imanes se alternan en el altar rezando indiferentemente a Dios Padre y a Alá, evocando a Jesús y a Mahoma como si fueran santos hombres, lo que humilla al Verbo Encarnado y exalta a Mahoma.

¿Por qué nuestros párrocos callan sobre estos comportamientos que, si no son explicados, se convierten en enseñanzas?

La escena del papa Francisco con los luteranos

Lo que sucedió el pasado 31 de octubre en Lund, en el encuentro ecuménico entre el papa Francisco y los representantes de la Federación Luterana Mundial, parece acreditar una nueva religión que no se sabe adónde irá a parar… Se preparan quizá los templos para la Religión global o mundial, otro abominio sobre el cual parece soplar el hálito papal como se evidencia de las palabras pronunciadas: “Ha resonado la exigencia de un camino común que lleve a católicos y luteranos del conflicto a la comunión”.

De las homilías del Papa y del pastor Martin Junge, secretario de la Federación Luterana, ha salido que católicos y luteranos serían “ramas secas” de un único árbol que no da fruto a causa de la separación de 500 años (1517). Si la falta de fruto es verdadera para la “rama seca” del luteranismo, ¿cómo se puede osar decirlo del árbol fructífero del que aquella “rama seca” se arrancó?

Es verdad que los países nórdicos están gravemente en crisis. En Suecia, patria del multiculturalismo y de los derechos homosexuales, sólo hay un 2% de luteranos practicantes, mientras que el 10% de la población practica la religión islámica. ¿Qué comunión augura el Papa? ¡Se debería más bien preocupar de las “grietas” profundas de su rebaño y que no son pocas ni leves! Estamos en plena crisis de autodemolición, no ciertamente por la separación de los luteranos, sino por el abandono de la Tradición, de la práctica católica en un proceso de secularización y modernismo verdaderamente galopantes. Pero, ¿a quién vamos a abrazar?

Ha sido dicho también por el Papa: “Lo que nos une es mucho más de lo que nos divide”. ¡Es falso afirmar esto! ¿Pero por qué nadie lo dice?

Hay un único sacramento que reconocen los luteranos y es el Bautismo, pero ni esto nos une porque, para nosotros católicos, quita el pecado original, pero para los luteranos no puede cancelarlo por cuanto consideran que la naturaleza humana está tan radicalmente corrompida que el pecado resulta invencible. ¿Entonces qué ha soñado decir el papa Francisco? ¿Cuántas informaciones incorrectas han sido difundidas por él entre cristianos de buena fe? El papa Francisco quiere quizá cambiar el pensamiento de Lutero, que considera al hombre incapaz de bien y que no puede sino pecar y abandonarse a la Misericordia divina en una lógica de rigurosa predestinación de elegidos y condenados, que no es ciertamente la fe de nosotros católicos.

Recordemos que los luteranos se fundan en la sola Escritura. Nosotros, católicos, nos fundamos en la Revelación divina contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que por el contrario los luteranos no aceptan. Ellos creen en una relación directa con Dios, sin mediaciones. Y con el principio del libre examen encaran la Sagrada Escritura; de ello deriva obviamente el individualismo y el relativismo contemporáneo que socavan también nuestra formación católica. Véanse las diferentes afirmaciones de sacerdotes, obispos y ahora también el Papa… cada uno por su lado.

Debe ser recordado además que Lutero niega totalmente a la Iglesia y al mismo Papa, que considera un “apóstol de Satanás” o incluso un “Anticristo”. Si los luteranos odian sobre todo al Papa y a la Misa, si niegan el carácter de sacrificio y la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo, ¿qué tipo de comunión podemos esperar con ellos? Y por el contrario… nadie en el mundo católico comenta estas salidas de Bergoglio. ¿A dónde quiere ir a parar este Papa con su proyecto de comunión luterana? Digámoslo claro y alto, al menos entre nosotros, y tomemos distancia… ¿Por qué, decidme, permanecen callados? Todavía no lo he entendido.

Para concluir, quiero hablar de un signo importante: la víspera del encuentro en Lund, esto es, de la oración ecuménica común en la catedral luterana, el pasado 30 de octubre, en el corazón de Italia y de la cristiandad, en Nursia, se derrumban los ladrillos simbólicos de la cristiandad: todas las iglesias de la zona, comprendida la catedral del protector de la Europa cristiana, San Benito.

Y ahora decidme vosotros si es correcto, espiritual y teológicamente correcto, que un Papa católico haya firmado una Declaración común en la que expresa “gratitud por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma” y “deploración por la ruptura de la unidad de la Iglesia”

Si no me equivoco, la historia nos dice que la ruptura fue producida por Lutero y la Iglesia abrió precisamente por esto un Concilio, el de Trento (1545-1563), con el fin de responder a las herejías de los luteranos y con la intención, de resultado vano, de llamarlos de nuevo a la verdadera Iglesia.

R.Gh.

Cuando la corrección pública se hace urgente y necesaria (Roberto de Mattei)





¿Se puede corregir públicamente a un papa por un comportamiento reprensible? ¿O debe, por el contrario, ser la actitud de un fiel la obediencia incondicional, hasta el punto de justificar toda palabra o gesto del Pontífice, aunque sea abiertamente escandalosa? Según algunos, como el vaticanista Andrea Tornielli, es posible manifestar cara a cara al Papa la disconformidad, pero sin manifestarla públicamente.

Con todo, esta tesis contiene una importante admisión. El Papa no es infalible sino cuando habla ex cathedra. De lo contrario no sería lícito disentir ni siquiera en privado, y no quedaría otra alternativa que la del silencio religioso. Por el contrario, el Papa, que no es Cristo, sino sólo su representante en la Tierra, puede pecar y equivocarse.

Ahora bien, ¿es cierto que sólo se lo puede corregir en privado y nunca en público? Para responder a esta pregunta, es importante recordar el ejemplo histórico por excelencia, el que nos presenta la regla de oro del comportamiento. El llamado incidente de Antioquía.

San Pablo lo recuerda en estos términos en su epístola a los Gálatas, escrita probablemente entre los años 54 y 57. "[…] Viendo que a mí me había sido encomendado el evangelizar a los incircuncisos, así como a Pedro la evangelización de los circuncisos –pues el que dio fuerza a Pedro para el apostolado de los circuncisos me la dio también a mí para el apostolado de los gentiles–, y reconociendo la gracia que me fue dada, Santiago, Cefas y Juan, que eran reputados como columnas, nos dieron la mano a mí y a Bernabé,  en señal de comunión, para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos, en cambio, a los de la circuncisión" (Gal 2, 7-9) [...] "Cuando Cefas (nombre arameo con el que era conocido San Pedro) vino a Antioquía, le resistí cara a cara, por ser digno de reprensión. Pues él, antes que viniesen ciertos hombres de parte de Santiago, comía con los gentiles; mas cuando llegaron aquellos se retraía y se apartaba, por temor a los que eran de la circuncisión. Y los otros judíos incurrieron con él en la misma hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por la simulación de ellos. Mas cuando yo vi que no andaban rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: 'Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿cómo obligas a los gentiles a vivir como judíos?' " (Gal 2, 11-14).

Por miedo a herir la susceptibilidad de los judíos, San Pedro favorecía con su comportamiento la postura de los judaizantes, que creían que a todos los conversos al cristianismo se les debían aplicar la circuncisión y otras disposiciones de la ley mosaica.

San Pablo dice que San Pedro había errado manifiestamente, y por eso lo resistió cara a cara, o sea en público, para que Pedro no causara escándalo en la Iglesia sobre la que ejercía la autoridad suprema. Pedro aceptó la corrección de San Pablo, reconociendo su error con humildad

Santo Tomás de Aquino habla de este episodio en muchas de sus obrasObserva ante todo que «el Apóstol de los Gentiles se enfrentó a San Pedro en cuanto al ejercicio de su autoridad, no en cuanto a su autoridad para gobernar» (Super Epistolam ad Galatas lectura, n. 77). San Pablo reconocía en San Pedro al jefe de la Iglesia, pero consideró legítimo resistirle dada la gravedad de la cuestión, que afectaba la salvación de las almas. «La manera de amonestar fue adecuada, porque fue público y manifiesto» (Super Epistolam ad Galatas, n. 84). 

Este episodio, observa también el Doctor Angélico, contiene enseñanzas tanto para los superiores como sus subalternos: «A los superiores se les dio ejemplo de humildad para que acepten las amonestaciones de sus inferiores y súbditos; y asimismo, a los súbditos se les dio ejemplo de celo y libertad para que no tengan temor de corregir a sus superiores, sobre todo cuando la falta por la que se corrige es pública y redunda en peligro para muchos» (Super Epistulam ad Galatas, n. 77).

En Antioquía, San Pedro demostró una gran humildad, y San Pablo una ardiente caridad. El Apóstol de los Gentiles no sólo fue justo, sino también misericordioso. La amonestación a los pecadores se cuenta entre las obras de misericordia espiritual, conocida por los moralistas como corrección fraterna. Se hace en privado si el pecado es privado, y en público si éste es público. 

El propio Jesús indicó cómo hacerla. «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo entre tú y él solo; si te escucha habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo un hombre o dos, para que por boca de dos testigos o tres conste toda palabra. Si a ellos no escucha, dilo a la Iglesia. Y si no escucha tampoco a la Iglesia, sea para tí como un pagano y como un publicano. En verdad os digo, todo lo que atareis sobre la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatareis sobre la tierra será desatado en el cielo» (Mat 18, 15-18). 

Cabe suponer que después de haber intentado convencer a San Pedro en privado, San Pablo no dudó en amonestarlo públicamente, pero –dice Santo Tomás– «como San Pedro había pecado ante todos, era necesario amonestarlo delante de todos» (In 4 Sententiarum, Dist. 19, q. 2, a. 3, tr. it., ESD, Bologna 1999).

La corrección fraterna, como enseñan los teólogos, no es un precepto opcional, sino obligatorio, sobre todo en el caso de quienes ejercen cargos de responsabilidad en la Iglesia, porque emana del derecho natural y el derecho positivo divino (Dictionnaire de Théologie Catholique,vol. III, col. 1908). 

La amonestación puede ser también de los inferiores a sus superiores, e incluso de los seglares a los prelados. A la pregunta sobre si hay obligación de reprender públicamente al superior, Santo Tomás responde afirmativamente en su Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, señalando no obstante que siempre se debe obrar con sumo respeto. Por eso, «los subalternos no corrigen a sus superiores en presencia de todos, sino con humildad y en privado, salvo que exista un peligro para la fe; en ese caso, el superior se haría de hecho inferior, en caso de caer en la infidelidad, y el inferior superior» (In 4 Sententiarum, Dist. 19, q. 2, a. 2).

El Doctor Angélico se expresa en los mismos términos en la Suma Teológica: «[…] En caso de peligro próximo para la fe, los inferiores deben reprender a los superiores, incluso públicamente. Así pues, San Pablo, que estaba sujeto a San Pedro, lo reprendió públicamente con motivo de un peligro inminente de escándalo en materia de fe. Y, como dice el comentario de San Agustín, el propio San Pedro dio ejemplo a los que ejercen autoridad para que, en caso de apartarse del buen camino, no rechacen, considerándola indebida, una corrección hecha por sus súbditos (ad Gal. 2, 14)» (Summa Theologiae, II-IIae, 33, 4, 2).

Retomando el pensamiento de los Padres y Doctores de la Iglesia, Cornelio a Lapide escribe: «[…] Los superiores pueden ser amonestados con humildad y caridad por sus inferiores al objeto de defender la verdad. Esto es lo que declaran, basándose en este pasaje [Gal. 2, 11], San Agustín (Epist. 19), San Cipriano, San Gregorio, Santo Tomás y otros arriba citados

Enseñan claramente que, a pesar de ser superior, San Pedro fue reprendido por San Pablo […]. Con razón, pues, dijo San Gregorio (Homil. 18 in Ezech.): “Pedro calló a fin de que, siendo el primero en la jerarquía apostólica, fuese también el primero en la humildad”. Y San Agustín afirmó (Epis. 19 ad Hienonymum): “Al enseñar que los superiores no deben rechazar las amonestaciones de los inferiores, San Pedro dio a la posteridad un ejemplo más excepcional y santo que el de San Pablo, enseñando que, en la defensa de la verdad, y con caridad, el menor puede tener la audacia de resistir sin temor al mayor”» (Ad Gal. 2, II, in Commentaria in Scripturam Sacram, Vivès, París 1876, tomo XVII).

La corrección fraterna es un acto de caridad. Entre los más graves pecados contra la caridad está el de cisma, que consiste en apartar de la autoridad de la Iglesia o de sus leyes, usos y costumbres. Un papa también puede caer en cisma si divide a la Iglesia, como explica el teólogo Suárez (De schismate in Opera omnia, vol. 12, pp. 733-734 e 736-737) y confirma el cardenal Journet (L’Eglise du Verbe Incarné, Desclée, Brujas 1962, vol. I, p. 596). 

Hoy reina la confusión en la Iglesia. Unos cardenales valientes han anunciado una posible corrección pública del papa Bergoglio, cuyas iniciativas se vuelven más inquietantes y divisivas de día en día.

Su negativa a responder las dudas de los mencionados cardenales con relación al capítulo 8 de la exhortación Amoris laetitia corrobora y fomenta las interpretaciones heréticas y próximas a la herejía en el tema de la comunión para los divorciados vueltos a casar

Favorecida de este modo, la confusión crea tensiones y luchas internas, es decir una situación de oposición religiosa que es preludio del cisma. La corrección pública se hace más urgente y necesaria.

Roberto de Mattei

(Traducido por J.E.F)