Extracto de una ponencia del padre Javier Olivera Ravasi
Duración 5:09 minutos
Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está obrando (2 Tes 2,7); pero no sabemos los límites de su poder.
Sin embargo, no hay dificultad en admitir que la Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en Iglesia gnóstica. [¡Atención!]
Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y la otra, la Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como "pusillus grex" (Lc 12, 32) por toda la tierra.
Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. [Defección = Deserción, abandono desleal de una causa o un partido]
Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no serían sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos equívocos y aun reprobables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad.
La eclesiología no ha estudiado suficientemente la posibilidad de una hipótesis como la que aquí proponemos. Pero si se piensa bien, la Promesa de Asistencia a la Iglesia se reduce a una Asistencia que impida al error introducirse en la Cátedra Romana y en la misma Iglesia, y además que la Iglesia no desaparezca ni sea destruida por sus enemigos [Las promesas están contenidas de modo particular en: Mt., 16, 13-20; 28, 18-20; Juan, 14, 16-26.]
Ninguno de los aspectos de esta hipótesis que aquí se propone queda invalidado por las promesas consignadas en los distintos lugares del Evangelio. Al contrario, ambas hipótesis cobran verosimilitud si se tienen en cuenta los pasajes escriturarios que se refieren a la defección de la fe.
Esta defección, que será total, tendrá que coincidir con la perseverancia de la Iglesia hasta el fin.
Dice el Señor en el Evangelio: "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc., 18, 8).