Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios (1 Cor 2, 12), el Espíritu de su Hijo, que Dios envió a nuestros corazones (Gal 4,6). Y por eso predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,23-24). De modo que si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1,9).
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martes, 1 de agosto de 2017
OBJETIVO "1984": Respuesta cristiana y triunfo definitivo de Jesucristo (por José Martí) [6 de 6]
Frente a un mundo de mentiras, nosotros tenemos las armas necesarias para combatirlo, para su propio bien. Jesucristo ha conseguido ya la victoria para nosotros: "En el mundo tendréis tribulación. Pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). Pero esta victoria, para hacerla efectivamente nuestra, debe de ser por medio de Él, viviendo su Vida en nosotros y estando junto a Él. Tenemos, pues, que poner de nuestra parte. Dios salva a aquellos que desean ser salvados y ponen los medios para ello. Un medio esencial es la fe. Sin ella estamos perdidos, pues "ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4). Según las palabras del mismo Jesús, sabemos que "¡todo es posible para el que cree!" (Mc 9, 23). Razón de más para que le pidamos a Jesús esa fe que tanto necesitamos: "Creo, Señor, pero aumenta mi fe" (Mc 9, 24).
El amor a la verdad es lo único que nos puede salvar; esa verdad que es el propio Cristo: "Yo soy la Verdad" (Jn 14, 6). La union con Él es esencial. "Si permanecéis en mi Palabra, seréis en verdad discípulos míos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres"(Jn 8,32). En cambio, "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34).
¡Jesucristo es el Señor! Y la victoria final será suya, aun cuando ahora es el momento de la oscuridad y de la fe.
Pero eso mismo es motivo de alegría porque una fe probada se fortalece y nos hace crecer en el amor de Dios, ese Dios único manifestado en la Persona de su Hijo el cual, haciéndose hombre, uno de nosotros, sin dejar de ser Dios, nos ha dado la posibilidad de ser uno con Él, con una unión real, que es pura gracia, y que nos hace partícipes de la naturaleza divina: unidos al Hijo, por el Espíritu Santo que se nos ha dado, y en el seno de la Iglesia (Cuerpo Místico de Cristo) podemos dirigirnos a Dios y llamarle realmente Padre, una prerrogativa que lo es sólo de los católicos ... y no por nuestros méritos, sino por su gran amor hacia nosotros, amor incomprensible pero real. De ahí que para un católico su verdadera Patria es el cielo. Aquí estamos de paso. Somos peregrinos. Pero desde ahora somos ya dichosos de poder padecer por el Nombre de Jesús, como hicieron los apóstoles. Es un modo de manifestar nuestro amor a Aquél que tanto nos ha amado, cual es el de compartir su propia Vida: "Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20).
De modo que, puesto que sólo mediante la fe podemos vencer al mundo y escapar de esta ingeniería social que padecemos y que cada vez se parece más a la novela 1984 de Orwell, es preciso que, con carácter de urgencia, volvamos nuestra mirada a Jesús, el Único que nos puede dar las fuerzas que vamos a necesitar para afrontar la situación actual que está atravesando la Iglesia y, en general, el mundo entero.
Mientras nos mantengamos unidos a Jesús nada podemos temer ni nada malo nos puede ocurrir, pues "TODAS LAS COSAS contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8, 28). Claro está: necesitamos tener su Espíritu en nosotros, sin el cual estaríamos perdidos del todo, pues "nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos que están por las regiones aéreas" (Ef 6, 12). Y aunque esto no es algo que podamos conseguir por nosotros mismos, Jesucristo nos da, sin embargo, la solución para lograrlo. Una solución que, en realidad, es bastante sencilla: no tenemos que hacer sino pedirlo. Así dice: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 13). Eso sí: tenemos que pedir con confianza y con un corazón sencillo: "Pedís y no recibís porque pedís mal, para malgastarlo en vuestras pasiones" (Sant 4, 3). Debemos pedir aquello que realmente nos conviene, que coincide con lo que Dios quiere para nosotros. Y no es necesario hablar mucho, sino orar en silencio, porque -así nos lo dice Jesús- "vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis" (Mt 6, 8).
¿Es posible vencer el mal? Lo es, pero no sin sufrimiento. ¿Por qué el sufrimiento? ... ¡A causa del pecado! El misterio del pecado es también el misterio del mal en el mundo. Jesucristo nos lo recuerda en múltiples ocasiones: "Es preciso que el Hijo del Hombre sufra mucho ..." (Lc 9, 22). Y nos dice, además, que "el discípulo no está por encima de su Maestro ... ; al discípulo le basta llegar a ser como su Maestro" (Mt 10, 24.25). Y todo ello con vistas a prepararnos para lo que nos espera si es que, de verdad, queremos ser sus discípulos: "Si me persiguieron a Mí también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20).
Y, sin embargo, esta victoria del mundo es sólo aparente y es permitida por Dios como una prueba que debe servir para aquilatar nuestra fe y nuestra confianza en Él, a pesar de todas las contrariedades y de todos los obstáculos -del tipo que sean- que nos encontremos: ¡que los habrá! Debemos de tener muy claro y no perder nunca de vista (tanto en nuestra mente como en nuestro corazón) que "nada hemos traído a este mundo, y nada tampoco podremos llevarnos de él" (1 Tim 6, 7). Y, lo más importante, que nos recuerda san Pablo, de nuevo: "Ya no sois extraños y advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús, sobre quien toda edificación bien trabada se alza para ser templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois juntamente edificados para ser morada de Dios por el Espíritu" (Ef 2, 19 - 22).
Por una parte, "sabemos que somos hijos de Dios" (1 Jn 5, 19a) y, por otra, sabemos también que "el mundo entero está bajo el poder del Maligno" (1 Jn 5, 19b). Conociendo que todo esto es así, porque así ha sido revelado, ¿qué podemos hacer?
Desde luego, rezar y convertirnos de nuestros pecados, volviéndonos a Dios, manifestado en Jesucristo, el Único que es el Camino, la Verdad y la Vida (cfr Jn 14, 6). En este mundo de maldad y de mentira, sólo una cultura cristiana es capaz de regenerar la sociedad. [Véase el libro "Restauración de la cultura cristiana", de John Senior. Ed. Vórtice]
Y luego, por supuesto, la Palabra de Dios, dentro de la máxima fidelidad a la Iglesia Católica de toda la vida. Me vienen ahora a la mente algunos versículos del Nuevo Testamento que pienso que pueden sernos de utilidad (¡todos lo son!). Uno de ellos es del apóstol san Pedro, cuando dice: "Sed sobrios y vigilad, pues vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar" (1 Pet 5, 8).
De momento tenemos ya identificado quién es nuestro verdadero enemigo, quién está REALMENTE detrás de todo lo que está ocurriendo: el Diablo, el padre de la mentira y de todos los mentirosos. Y es por eso que contemplamos hoy, con asombro, cómo lo más extraño y pernicioso es considerado como lo más normal y saludable. Increíble pero los hechos cantan. Así, por ejemplo, el pecador es ensalzado (por su pecado) mientras que los virtuosos (por su virtud) son condenados y despreciados como hipócritas ...¡y esto lo hacen incluso las mismas autoridades eclesiásticas! Muy pronto se han olvidado las palabras del profeta Isaías: "¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal!" (Is 5, 20). La locura se ha institucionalizado como lo más normal del mundo; y el sentido común se ha perdido por completo.
Esto es muy grave y no podemos permanecer inactivos ante esta defensa de lo malo, que se ha generalizado a nivel mundial. Pero ¿qué armas podemos utilizar para combatir este mal?
La respuesta, como se espera, está en el Nuevo Testamento. Tenemos esa suerte, pues junto al problema, siempre se encuentra la solución; señal inequívoca de que Jesucristo no nos ha dejado solos. Y no sólo eso sino que, además (¡y esto es sagrado!) se ha quedado Él mismo con nosotros, con su Presencia Real (oculta bajo las especies del pan y del vino). El mismo que estuvo presente históricamente hace dos mil años está realmente a nuestro lado (con su cuerpo, sangre, alma y divinidad) y podemos acudir a Él, con toda confianza, sabiendo que seremos escuchados: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 28-30)
Veamos qué nos dice san Pablo: "Tomad la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanecer firmes. Tened, pues, ceñida la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para anunciar el evangelio de la paz, tomando, en todo momento, el escudo de la fe, con el cual podáis apagar los dardos encendidos del maligno. Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, orando en todo tiempo en el Espíritu, con toda clase de oraciones y súplicas; vigilando, además, con toda constancia y súplica por todos los santos" (Ef 6, 13-18)
La victoria de Jesucristo se cuenta muy bien en el Apocalipsis (Ap 19, 11-21). Podemos escribir algún párrafo:
"Y vi el cielo abierto: en él un caballo blanco; y el que lo monta se llama Fiel y Veraz, y con justicia juzga y combate. Sus ojos son como una llama de fuego y en la cabeza tiene muchas diademas; lleva escrito un Nombre que nadie conoce sino él mismo; está vestido con un manto teñido de sangre y su Nombre es: 'el Verbo de Dios'. Los ejércitos celestes, vestidos de lino blando y puro, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones; Él las apacentará con cetro de hierro (...) En el manto y en el muslo lleva escrito un nombre: 'Rey de reyes y Señor de señores' (...) Y vi a la bestia, a los reyes y a sus ejércitos congregados para hacer la guerra contra el que iba a caballo y contra su ejército. Pero apresaron a la bestia y con ella al falso profeta que, en su presencia, hacía prodigios, con los que seducía a los que habían recibido la marca de la bestia y a los que habían adorado su imagen. Los dos fueron arrojados vivos al estanque de fuego que arde con azufre. Los otros fueron exterminados con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo. Y las aves todas se saciaron de sus carnes" (Ap 19, 11-16; 19-21)
Y más adelante continúa:
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y el mar ya no existe. Vi también la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono, que decía: 'Ésta es la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo; y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó. Y dijo el que estaba sentado en el trono: 'Mira, hago nuevas todas las cosas'. Y añadió: 'Escribe: estas palabras son dignas de crédito y verdaderas' " (Ap 21, 1-5)
Y luego:
"Mira, vendré enseguida. Bienaventurado el que guarde las palabras de la profecía de este libro (Ap 22, 7) (...) Mira, he aquí que vengo pronto y conmigo mi recompensa para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Bienaventurados los que lavan sus vestidos; así dispondrán del árbol de la vida y entrarán por las puertas de la ciudad. ¡Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los homicidas, los idólatras y todo el que ame y practique la mentira!" (Ap 22, 12-15) (...)
Y acaba así el libro del Apocalipsis [Revelación]:
El que da testimonio de estas cosas dice: 'Sí, voy enseguida'. Amén. ¡Ven, Señor Jesús! La gracia del Señor Jesús esté con todos. (Ap 22, 20-21)
Recordar finalmente que es fundamental tener en cuenta, y muy en cuenta -y no olvidarlo nunca- que la Virgen María, que es Madre de Jesucristo y también es Madre nuestra, no nos va a dejar solos. Acudirá en nuestra ayuda con total seguridad, pues si una madre, normalmente, no abandona a sus hijos, en este caso podemos tener la absoluta certeza de que ella estará esperando, con ansias de madre, encontrarse con nosotros (uno a uno) para darnos un abrazo. Así lo esperamos. Y si acudimos a ella, de seguro que nos lo concederá.
De ahí la importancia que tiene el rezo del Santo Rosario, a ser posible diariamente; como también la tiene el que hagamos penitencia por nuestros pecados y por los de todos los hombres [ese fue uno de los mensajes de Fátima] en especial por los que formamos parte, por pura gracia, del Cuerpo Místico de Cristo que es la iglesia.
José Martí
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