Rorate Caeli, Corrispondenza Romana y otras webs católicas han difundido una excelente conferencia de monseñor Athanasius Schneider titulada «Interpretación del Concilio Vaticano II y su relación con la crisis actual de la Iglesia». Según el obispo auxiliar de Astaná, el Vaticano II fue un concilio pastoral y sus textos deben leerse y juzgarse a la luz de la enseñanza perenne de la Iglesia.
De hecho, «desde un punto de vista objetivo, las afirmaciones magisteriales (del Papa y de los concilios) con carácter definitivo tienen más valor y más peso comparados con las de naturaleza pastoral, que son de por sí mudables y temporales en función de las circunstancias históricas o de situaciones pastorales circunscritas a un momento determinado, como sucede con la mayoría de las declaraciones del Concilio Vaticano II».
Al artículo de monseñor Schneider ha seguido la publicación, el pasado 31 de julio, de un equilibrado comentario del padre Angelo Citati FSPX, según el cual la postura del obispo alemán recuerda mucho a la que constantemente reiteró monseñor Marcel Lefebvre: «Decir que evaluamos los documentos del Concilio a la luz de la Tradición quiere decir, evidentemente, tres cosas inseparables: que aceptamos los que se ajustan a la Tradición, interpretamos según la Tradición los que son ambiguos y rechazamos los que son contrarios a la Tradición» (Monseñor M. Lefebvre, Vi trasmetto quello che ho ricevuto. Tradizione perenne e futuro della Chiesa, edición de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro, Sugarco Edizioni, Milán 2010, p. 91).
Al haberse publicado en el sitio oficial del distrito italiano, el artículo del P. Citati nos ayuda también a entender cuál podría ser la base para un acuerdo que regularizase la situación canónica de la Fraternidad San Pío X. Hay que añadir que, a nivel teológico, se pueden y deben hacer todas las distinciones para interpretar los textos del Concilio Vaticano II, que fue un concilio legítimo: el vigésimo primero de la Iglesia Católica. Sus documentos podrán calificarse a veces de pastorales o dogmáticos, de provisionales o definitivos, de conformes a la Tradición o discordantes con ella.
En sus últimas obras, monseñor Brunero Gherardini nos brinda un ejemplo de lo claro que puede ser un juicio teológico cuando se quiere ser preciso (Il Concilio Vaticano II un discorso da fare,Casa Mariana, Frigento 2009 e ID., Un Concilio mancato, Lindau, Turín 2011). Para el teólogo, cada texto tiene un carácter particular y un grado distinto de autoridad y fuerza persuasoria. Por tanto, el debate sigue abierto.
Ahora bien, a nivel histórico, el Concilio Vaticano II constituye un bloque macizo: posee unidad, una misma esencia y naturaleza. Teniendo en cuenta sus raíces, su desarrollo y sus consecuencias, puede calificarse como una revolución de la mentalidad y el lenguaje que ha alterado profundamente la vida de la Iglesia, desencadenando una crisis religiosa y moral sin precedentes. Si el juicio teológico puede ser vago y general, el histórico es implacable y sin apelación. El Concilio Vaticano II fue algo más que un concilio frustrado o fallido: fue una catástrofe para la Iglesia.
Ya que este año se cumplen cien de las apariciones de Fatima, centrémonos en ello. Cuando se inauguró el Concilio en octubre de 1962, los católicos de todo el mundo esperaban la revelación del Tercer Secreto y la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María. El Ejército Azul de John Haffert (1915-2001) había emprendido hacía años una activa campaña con este fin.
¿Qué mejor ocasión para Juan XXIII (fallecido el 3 de junio de 1963), Pablo VI y los aproximadamente 3000 obispos reunidos con ellos en el corazón de la Cristiandad de cumplir de manera unánime y solemne los deseos de la Virgen? El 3 de febrero de 1964, monseñor Geraldo de Proença Sigaud entregó personalmente a Pablo VI una petición firmada por 510 prelados de 78 países que imploraba que el Sumo Pontífice, en unión con todos los obispos, consagrase el mundo, y de modo explícito a Rusia, al Inmaculado Corazón de María. El Papa y la mayoría de los padres hicieron caso omiso de la petición. De haberse llevado a cabo ésta, habrían llovido gracias sobre la humanidad. Se habría emprendido un movimiento de regreso a la ley natural y cristiana.
El comunismo habría caído con muchos años de antelación, y no de modo ficticio sino auténtico. Rusia se habría convertido y el mundo habría conocido una época de paz y de orden. La Virgen lo había prometido. La frustrada consagración ha permitido que Rusia siga difundiendo sus errores por el mundo y que dichos errores alcancen la cúpula de la Iglesia, atrayendo con ello un terrible castigo para toda la humanidad. Pablo VI y la mayoría de los padres del Concilio tomaron sobre sí una responsabilidad histórica cuyas consecuencias podemos evaluar actualmente.
Roberto de Mattei
(Traducido por J.E.F)