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jueves, 31 de agosto de 2017

¿Es irreversible la Reforma Litúrgica? (Observaciones personales)

SAN PÍO V



FRANCISCO 

EN INGLÉS
[TRADUCIDO A CONTINUACIÓN]

Francis: "We can affirm with certainty and with magisterial authority that the liturgical reform is irreversible"

Pope Francis gave an address on the liturgical reform of Pope Paul VI today, speaking to participants of the 68th Italian National Liturgical Week. In it, Francis declares: "After this magisterium, after this long journey, we can affirm with certainty and with magisterial authority that the liturgical reform is irreversible."

Francis' remarks ironically read like a Quo Primum for the Novus Ordo

Pope St. Pius V's Quo Primum (1570), which has never been revoked or abolished by any pope, decreed that the Traditional Latin Mass, which the saintly pontiff promulgated in accord with the directives of the Council of Trent, would be "valid henceforth, now, and forever" and "cannot be revoked or modified, but remain always valid and retain its full force." 

Furthermore, St. Pius V warned that if anyone, including any future pope (by implication), would alter his missal, they would "incur the wrath of Almighty God and of the Blessed Apostles Peter and Paul". 

[However, it seems that ...]

The Reforms of Vatican II are IRREVERSIBLE ... unlike Jesus' words on marriage and adultery, which are totally reversible!

[Incredible!...what is happening in the Church?]

Pope Benedict XVI, in Summorum Pontificum, reiterated that the Traditional Latin Mass "was never juridically abrogated and, consequently, in principle, was always permitted." 

Benedict continued: "What earlier generations held as sacred, remains sacred and great for us too, and it cannot be all of a sudden entirely forbidden or even considered harmful."

For Francis, however, not the Traditional Latin Mass, but the reforms that deformed it are what are truly "irreversible."

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Francisco: “Podemos afirmar con seguridad y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible

El papa Francisco dio el pasado día 24 de agosto un discurso sobre la reforma litúrgica del papa Pablo VI, frente a los participantes de la 68º Semana Nacional de Liturgia. En él, Francisco declara: “Después de este magisterio, después de este largo camino, podemos afirmar con seguridad y autoridad magisterial que la reforma litúrgica es irreversible.”

Los comentarios de Francisco se leen irónicamente como un Quo Primum para el Novus Ordo

El Quo Primum del papa San Pío V (1570), que aún no ha sido revocado ni abolido por otro Papa, decretó que la misa tradicional en latín que el santo pontífice promulgó de acuerdo a directivas del Concilio de Trento, es “válida de aquí en más y para siempre” y nadie puede “ anular la presente intrusión o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza.” 

Es más, San Pío V advirtió que si alguien, incluso un futuro Papa (por implicancia) alterara su misal, habrá “incurrido en la indignación de Dios Omnipotente y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”.

[Sin embargo, parece ser que ...]

¡Las reformas del Vaticano II son IRREVERSIBLES ... a diferencia de las palabras de Jesús sobre el matrimonio y el adulterio, que son totalmente reversibles

[¡Increíble! ¿Qué está pasando en la Iglesia?]

En Summorum Pontificum, el papa Benedicto XVI reiteró que el rito tradicional en latín “no ha sido nunca jurídicamente abrogado y, por consiguiente, en principio, ha quedado siempre permitido”

Benedicto continuó: “ Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial.”

Sin embargo, para Francisco, lo verdaderamente “irreversible” no es la misa tradicional en latín sino las reformas que la deformaron.

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OBSERVACIONES PERSONALES

- Es evidente que el "magisterio" de Francisco,  con poco más de cuatro años de Pontificado, no coincide con el "Magisterio de la Iglesia de dos mil años". ¿Es posible que en una misma Iglesia haya dos Magisterios? ¡No lo es! 

- ¡Algo muy grave está ocurriendo en la Iglesia católica y es necesario clamar a Dios y a su madre, la Virgen María, para que la Iglesia vuelva a ser lo que siempre ha sido, lo cual no es un retroceso sino un signo de aquello en lo que consiste el auténtico progreso, el cual está relacionado con la fidelidad al depósito de la Fe que se ha recibido para transmitirlo en toda su integridad. Una fidelidad sin la cual no es posible hablar de amor verdadero: El que ama nunca traiciona a la persona amada. En este caso, se trataría de una traición al mismo Jesucristo, quien claramente afirmó, como una premonición, en cierto modo, aun cuando es algo de sentido común: "Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado y cae casa sobre casa" (Lc 11, 17)

Una Iglesia traicionada desde dentro, tal y como está sucediendo, se dirige, de modo inevitable, por pura aplicación de la lógica, a su propia autodestrucción; o lo que es igual, a la Apostasía General que es la que anuncia el fin de los tiempos y la segunda venida de Jesucristo ... y esta vez no vendrá a sufrir, sino que lo hará con Poder y Majestad (Mt 24,30), y dará a cada uno según sus obras (Ap 22, 12)

No conocemos el momento, pero sí sabemos algo muy importante que dijo Jesús con relación a los tiempos finales ... y es que "si no se acortasen tales días, nadie se salvaría; pero por los elegidos se abreviarán aquellos días" (Mt 24, 22), lo cual no es sino un eco de aquellas otras palabras de Jesús, cuando dijo: "Pensáis que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe sobre la Tierra?" (Lc 18, 8).

¿Y qué podemos hacer? Dado que "aquel día vendrá de improviso" y "caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra" (Lc 21, 34-35), éste es el consejo que el Señor, nuestro amado Maestro, nos da: "Velad, pues, orando en todo tiempo, para que podáis escapar de todo lo que va a suceder, y podáis estar firmes ante el Hijo del hombre" (Lc 22, 36). 

Este vivir en vela, esperando la venida de Jesús, hace que toda nuestra vida tenga el más hermoso de los sentidos, cual es el del amor, máxime cuando de lo que se trata no es de amar a cualquiera sino al mismo Dios, encarnado en la Persona de su Hijo, el cual sabemos, con certeza, por la fe, que nos ama, de un modo personalísimo y único, como así se lo decía a su propio Padre en la oración sacerdotal de la última cena: "Padre, quiero que donde Yo estoy, estén también ellos conmigo, los que Tú me has confiado, para que vean mi Gloria, la que me has dado, porque me amaste antes de la Creación del mundo" (Jn 17, 24).

De manera que no nos queda sino vivir felices, en medio de esta tormenta que asola a la Iglesia? Él está a nuestro lado. ¿Acaso necesitamos algo más? Ésta es una prueba de fe, de la cual saldremos victoriosos, pues contamos siempre con su ayuda, que nunca nos va a faltar si ponemos en práctica los medios que Él nos ha dado para ello.

"Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se aproxima vuestra Redención" (Lc 21, 28). ¿Hay algo más bello y más consolador que estas palabras que Jesús nos dirige a cada uno, personalmente? Desde luego que no. De ahí que un cristiano no debe tener miedo nunca, puesto que tiene puesta su confianza en Dios, completamente. 

Y puesto que "no somos de este mundo, al haber sido escogidos del mundo" (Jn 15, 19) por Jesús,  " y no somos extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2, 19). Y "sabemos que si esta tienda, que es nuestra mansión terrena, se deshace, tenemos otra casa que es de Dios, una morada eterna en los cielos, no construida por mano humana" (2 Cor 5, 1), no nos queda sino vivir agradecidos, expectantes y alegres, teniendo, como tenemos, esta seguridad, que nos ha sido dada por pura gracia, pero que es absolutamente real. Dios no nos engaña.

Acabo estas reflexiones con las últimas palabras del Apocalipsis: "Dice el que da testimonio de estas cosas: "Sí, voy enseguida". Amén. ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20) 

José Martí

Buscando la Tradición: "No podemos dar lo que no tenemos" (Zane Williamson) [Incluye comentario personal]



El artículo original está en inglés. Quien domine el inglés es preferible que lo lea directamente en ese idioma. Siempre es posible usar un traductor, como el de Google, pero no es lo mismo.

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As many have recently noted, there is a deficit not in the deposit of faith, but in our access to it. Take, for example, Aaron Seng’s recent article “Exiting ‘SquishyChurch,” Eric Sammons’s explanation on the “Old Evangelization,” and OnePeterFive’s mission of “Rebuilding Catholic Culture. Restoring Catholic Tradition.”

When I returned to the faith, having abandoned the shelter of the Church’s wings early in my youth, I remember being zealous for the Church’s permanence and unchanging truths. Such zeal was well placed but confused, for I experienced a tumultuous year when I discovered, among other things, that the liturgy I celebrated had existed a mere fifty years, that religious liberty is opposed by the Church, and that the Catechism was not the bulwark of clear teaching I thought it to be. While I pray that my struggle deepens my faith and draws me closer to Him Who is, I still have yet to be as comfortable as I briefly was upon returning to the Church.

Although this is good for my soul on an individual level, for it demands better study of the faith and, most of all, to trust in our beloved Lord, it is not, I believe, good for the Catholic culture as a whole. Ambiguity, uncertainty, and confusion do not foster the faith, but instead obscure it to the point where many abandon the Church. Those who could rest within her walls freely wander out, carefree of the errors that poison their thoughts, words, and deeds.

The deposit of faith, in which lies so deep a well of knowledge and life, seems to be hardly accessible to us in modern times. We are as a nomadic people who travel the deserts to find even the smallest spring. Just as nomads cannot create for themselves life-giving water, today, we cannot give the truth we do not have. St. Paul, in his letter to the Romans, said, “For, ‘every one who calls upon the name of the Lord will be saved.’ But how are men to call upon him in whom they have not believed? And how are they to believe in him of whom they have never heard? And how are they hear without a preacher? And how can men preach unless they are sent?” (Rom 10:13-15).

Just consider what was passed down to many of us when we were children. One common primer for children in the ’80s taught that the Eucharist is about friends, family, community, sharing, and any other number of sweet-sounding terms – terms that agree with and don’t offend Protestants and non-Christians. Never did it teach what the Eucharist truly is: the body, blood, soul, and divinity of our Lord Jesus Christ.

Even today, the well intentioned “orthodox” Catholicism – through which I returned to the faith – can be summed up as merely pro-life and anti-contraception. This is not necessarily due to every individual’s intentions for I believe most of these Catholics are striving to follow Christ as they know how. Rather, it is simply about all that remains of the patrimony of the faith! Those two things are indeed good, but what of the teaching that the poor will always be with us regardless of whatever new humanistic solution we might endeavor to enforce? What of the Church’s teachings condemning religious liberty, indifferentism, and universalism? More importantly, what of her teachings on salvation, grace, the necessity of the sacraments, divine worship, and the dogma that there is no salvation outside of the Catholic Church?

There is, simply put, a major defect in our knowledge of the faith in the Catholic culture today. This defect must be overcome if Catholics are going to actually live as Catholics once again. It must be rooted out if we are to share the Catholic faith with the world. It is a defect I sadly share and greatly lament.

As many of us have come to realize, the rapid abandonment of the deposit of faith and further obscuring of truth gathered steam throughout the past century. In many of our lives, liturgical innovation has reigned, moral tradition has been scoffed at and scorned, and even the veracity of the Catholic faith is cast in the mud. All this is done not by non-Catholics – they had long been doing so since the heresiarch Martin Luther – but often by those who claim the name Catholic. These Catholics were aptly defined by Pope St. Pius X as modernists. Drawing strength from a lack of clarity brought forth by the Second Vatican Council, a modernist rebellion has swept through our Catholic culture. This synthesis of all heresies destroyed the beauty of our Church through iconoclasm, falsely claimed the right of authority over themselves as Protestants do, and sought to remake the Catholic faith into humanistic secularism with a “Catholic” veneer.

Their full frontal assault failed, for no enemy can defeat Him Who has already triumphed. However, the damage they caused and still cause today is the reality of the Catholic culture we live in. We are children bereft of our patrimony. The deposit of faith has been kept from us, so we cannot share it with others. We are like the ancient tribe of Israel who lost the scrolls of the Law and unknowingly violated it (2 Kings 22-23).

As did ancient Israel, we must humble ourselves, do penance, restore the deposit of faith lost by our fathers, and reform our Catholic culture. We must diligently search out our patrimony, so long buried and even now obfuscated by modernist members of the clergy and hierarchy, and restore it in our homes, our parishes, and our dioceses. We must return to the very fundamentals of the faith – fundamentals that a vast majority of Catholics do not know or explicitly deny.

Though it seems as though no faith would be found were Christ to return today, the Holy Spirit is at work – not in novel ways, as many claim, but by preserving the Faith and enlightening those who seek it. We must respond to Him by digging deep and dusting off the grime that has covered the gems of the Faith that were abandoned by our present age. We must study Tradition and seek out these precious gems – like the beautiful truth on the sacraments taught by the Council of Trent and the prudent warnings of recent popes like Pope St. Pius X and Pope Leo XIII.

When the Holy Spirit leads us to these great treasures, we must sell everything we have to own them. Once owned, we must give our lives to proclaiming the truth of the gospel, for to keep Him to ourselves is to violate the last words He said to us: “Go forth and make disciples of all nations” (Matt 28:19).

We are called to go forth, but we cannot go forth unprepared and empty-handed. We must go forth with Him in our hearts and in our minds and with His praises upon our lips. To do this most fully, we need to be aware of our defect of knowledge and give ourselves to recovering what we ought to have received.

In seeking to restore the deposit of faith, let us heed closely Pope Leo XIII: “With humble and united prayer, therefore, let us all together beseech God fervently to pour out the spirit of knowledge on the sons of the Church, and to open their minds to the understanding of wisdom”(On the Restoration of Christian Philosophy According to the Mind of St. Thomas Aquinas, the Angelic Doctor, 1879).

The Holy Spirit is at work restoring us to Tradition. Pray we have the strength and grace to respond to His call and faithfully, with His grace, accomplish the part He has given to us – be it in raising our children or sharing Him with friends. Let us raise our voices in lament and pray that the most Holy Spirit might guide us and, through His power, grant us a true Catholic revival, especially through the rediscovery of our stolen patrimony, the full deposit of the Catholic faith.

Immaculate Mother, Seat of Wisdom, pray for us to the Lord, our God, that we may be once again restored to the full deposit of the Faith. May we be granted the strength to do our part in the restoration of the Catholic faith. May the Holy Spirit work in us and give us strength to study Tradition so that we may rediscover what has been lost, and even what we don’t yet know is missing.


Zane Williamson

[En traducción libre de los últimos párrafos y resumiendo] 

Afirma Zane Williamson que la cultura católica fue barrida a raíz de la rebelión modernista que se metió de lleno en el Concilio Vaticano II. El modernismo había sido declarado por el papa San Pío X como la síntesis de todas las herejías.  Introducido el modernismo en el Concilio destruyó la belleza de nuestra Iglesia a través de la iconoclasia ... Nos han robado el depósito de la fe. De modo que no podemos compartirlo con los demás ni dárselo a conocer hasta que, como niños, volvamos a aprender de nuevo las verdades que Cristo nos reveló para que las proclamáramos por todo el orbe. Y continúa diciendo que tenemos la obligación de estudiar la Tradición y de buscar las gemas preciosas que nos han sido escamoteadas, como la hermosa verdad sobre los sacramentos, enseñada en el Concilio de Trento y las prudentes advertencias de papas recientes como León XIII y san Pío X.

Cuando el Espíritu Santo nos lleve a estos grandes tesoros, debemos vender todo lo que tenemos para poseerlos. Y una vez poseídos, debemos dar nuestras vidas para proclamar la verdad del Evangelio, porque guardarla para nosotros mismos sería violar las últimas palabras que Él nos dijo: "Salid y haced discípulos de todas las naciones" (Mt 28:19). 
Estamos llamados a salir, pero no podemos salir sin estar preparados y con las manos vacías. Debemos salir llevándole a Él en nuestros corazones y en nuestras mentes y con su alabanza en nuestros labios. Para poder realizar esto con la mayor perfección posible, necesitamos ser conscientes de nuestra carencia de conocimientos y entregarnos de lleno a nosotros mismos, poniendo todos los medios a nuestro alcance para recuperar lo que deberíamos haber recibido. 

Y acude finalmente a la Virgen María:
Madre Inmaculada, Sede de la Sabiduría, ruega al Señor, Nuestro Dios, por nosotros, a fin de que podamos llegar a conocer el depósito completo de nuestra Fe ... y que se nos conceda la fuerza para que pongamos todo de nuestra parte en la restauración de la fe católica. Que el Espíritu Santo trabaje en nosotros y nos dé la fuerza suficiente para estudiar la Tradición y poder redescubrir lo que hemos perdido y también lo que ni siquiera sabemos que nos falta


COMENTARIO PERSONAL:

Básicamente, el autor relata la necesidad de volver a la Tradición, de buscar dónde se encuentra la verdadera Iglesia ... pero no se puede dar lo que no se tiene. ¿Cómo se puede evangelizar a los demás si nosotros no conocemos nuestra propia fe? Hay mucha ignorancia entre los "católicos" acerca de su fe, pues lo que han recibido, por desgracia, a lo largo de su vida han sido palabras mundanas más que la Palabra de Dios.

Es imprescindible la reconstrucción de la cultura católica y la restauración de la Tradición católica, que son los pilares básicos que han hecho posible el progreso verdadero de la humanidad, tanto en su aspecto humano y científico como también, y sobre todo, en el aspecto espiritual. Y no una espiritualidad cualquiera, de tipo subjetivo, sino aquella que procede del conocimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que es la que nos lleva a amarle y la que nos puede hacer felices, ya en este mundo, en la medida en la que esto es posible.

Como sabemos, después de enseñar Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm que Él era el Pan de Vida y que sólo quien come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna y Él lo resucitará en el último día (cfr Jn 6, 48.54) prácticamente todos sus discípulos, a excepción de los doce apóstoles, le abandonaron, diciendo: "Dura es esta enseñanza. ¿Quién puede oírla?" (Jn 6, 60). Y entonces Jesús, en lugar de suavizar sus palabras, preguntó a los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67).

Es emocionante escuchar la respuesta que le dio Pedro a Jesús, en representación de todos los apóstoles: "¿Y adónde iríamos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). 

¿Acaso Pedro y los demás habían comprendido lo que Jesús había dicho en su discurso? Con toda seguridad que no ... ¡pero se fiaron de Él! Lo conocían muy bien, habían tratado con Jesús durante tres años y Su figura les sedujo: sin Jesús, ¿adónde podrían ir? ¿qué harían? Su vida no tendría ningún sentido. ¿Por qué? Pues porque habían conocido y creído que Jesús era realmente Dios; habían experimentado su amistad y su amor hacia ellos, en todo momento. Junto a Él se sentían y eran verdaderamente felices, y esa felicidad no la habían conocido nunca ... hasta que Jesús se les dio a conocer. Desde ese momento, lo dejaron todo y le siguieron. 

¿Qué vieron en Jesús que les llevó a dar ese paso? Él había dado sentido a sus vidas. ¿Cómo lo iban a dejar ahora? Desde que lo conocieron, sus vidas cambiaron radicalmente. No podían concebir su vida si no es estando con su Maestro y Señor (y también amigo). Y así se lo hicieron saber, por medio de Pedro, que actuó como portavoz de los Doce. ¿Adónde iríamos, Señor?

Pues eso mismo es lo que tenemos que hacer aquellos que queremos ser fieles a la Palabra de Dios, contenida en los Evangelios y en el resto del Nuevo Testamento (fundamentalmente). Lo primero de todo, el trato con el Señor en la oración, meditando todos y cada uno de los pasajes bíblicos, que son los que nos dicen cómo es Jesús y cómo podemos imitarlo ... acudiendo siempre a las fuentes de la Tradición para no caer en el peligro de una interpretación personal que pudiera estar en contra de la fe de la Iglesia de toda la vida. Los grandes referentes, en este sentido, aunque no exclusivamente, son San Agustín y santo Tomás de Aquino.

Y junto al trato con el Señor vendrá, necesariamente, el amor hacia Él, junto con el entusiasmo y la alegría de poder conocerle y amarle, porque sabemos que "todo el busca encuentra" (Mt 7,8) y que, como Él nos dijo: "Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11, 19). Haciendo todas estas cosas, con perseverancia, podemos tener la absoluta seguridad de que Dios nos concederá cuanto le pedimos y, en particular, su propio Espíritu, que es el único que nos podrá llevar a entender y nos dará fuerza para proclamar el Evangelio, con nuestras palabras y con nuestra propia vida.

José Martí