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Y para que no hubiera duda acerca de su Voluntad con relación a nosotros, y para que sus Palabras llegasen puras hasta el final de los tiempos, instituyó la Iglesia. Pedro fue el primer Papa. La institución del Papado es de naturaleza divina: Jesucristo fue el fundador de la Iglesia y quiso darle el carácter jerárquico que siempre ha tenido. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, del cual Cristo es la Cabeza y todos los demás, los que hayamos sido bautizados, somos sus miembros. Como cuerpo vivo que es, va creciendo, en sus miembros, a lo largo del tiempo, en el sentido de que vamos conociendo cada vez más y mejor el Mensaje de Jesús, al mismo tiempo que le vamos queriendo también más, conforme le vamos conociendo.
Para ello cuenta con la asistencia del Espíritu Santo (Espíritu que es del Padre y del Hijo) que Jesucristo envió sobre los apóstoles diez días después de su ascensión en cuerpo y alma a los cielos, en forma de lenguas de fuego, mientras estaban con la Madre de Jesús, la Virgen María, reunidos en el Cenáculo, por miedo a los judíos. Este Espíritu de Jesucristo es el que guía a su Iglesia para que no se desvíe del recto camino, a medida que crece.
El crecimiento es auténtico y verdadero cuando la Iglesia permanece fiel a su propia identidad, manteniendo el depósito recibido de la fe, sin añadir ni quitar nada: el Mensaje de Jesucristo, aun habiendo sido dado en un determinado momento histórico, sirve para todos los tiempos y lugares: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y lo será por siempre" (Heb 13, 8). Su Mensaje es siempre actual y no tiene que acomodarse a los tiempos, sino que son éstos los que se tienen que dejar transformar por esa Buena Nueva que es la única que puede traer a este mundo la verdadera felicidad, la auténtica.
Y la razón de ello es muy sencilla. Y es que Jesucristo es Dios (además de ser hombre) y por ello pudo decir aquello de que "el cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasarán" (Mt 24, 35) y también aquello otro de que "las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia" (Mt 16, 18). Y es, en este sentido, que debemos de estar tranquilos porque Dios no abandonará a su Iglesia. Como decía san Pablo: "En todo atribulados pero no angustiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados, llevando siempre y por todas partes, en nuestro cuerpo, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo" (2 Cor 4, 8-10)
Y no hay que darle más vueltas: Sólo Dios es Dios. Y Él sabe lo que hace. Cuando todo parece perdido ... entonces Él actúa. Así lo hizo cuando se quedó durmiendo en la barca, mientras sus discípulos, que hacían frente a una gran tempestad, tuvieron que despertarle y decirle: "¡Sálvanos, Señor, que perecemos!" (Mt 8, 25). En realidad no hubiera sido necesario despertarle. Él estaba con ellos, aunque estuviera durmiendo. Eso es lo de menos. Y es por ello que les dijo: "Hombres de poca fe, ¿por qué tenéis miedo?" (Mt 8, 26).
Y eso es lo que nos puede pasar también a nosotros cuando observamos la tormenta que amenaza a la barca de Pedro y parece, a todas luces, que ésta se va a hundir. Se trata, ciertamente, de una gran prueba, pero es permitida por Dios con vistas a acrecentar nuestra fe: "Ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13, 11). No es algo que deba sorprendernos demasiado pues, como decía san Pablo a los corintios, "es conveniente que haya entre vosotros desacuerdos, para que se pongan también de manifiesto entre vosotros los que son de probada virtud" (1 Cor 11, 19).
Ante los graves aprietos en los que nos encontramos, no tenemos una mejor solución que acudir al Señor pues, como decía el profeta David: "Es mejor caer en manos del Señor, cuya entrañable misericordia es grande, que caer en manos de los hombres" (2 Sam 24, 14). Entonces se pondrá de manifiesto que el Poder y la Gloria son de Dios y no son nuestros. Y ante las palabras que Jesús dijo a san Pablo: "Te basta mi gracia, pues mi fuerza se hace perfecta en la flaqueza" (2 Cor 12, 9a), podemos hacer nuestra la actitud del Apóstol: "Por tanto, con mucho gusto me gloriaré en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2 Cor 12, 9b) ... "pues cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor 12, 10)
[La expresión anterior de san Pablo, traducida al latín, es la que he adoptado finalmente para dar un título a este blog. Antes era: "Blog católico de José Martí (1). Y ahora es: "Cum infirmor, tunc potens sum" ("cuando soy débil, entonces soy fuerte"). Creo que no habrá demasiado problema en este sentido pues, aunque no entiendo mucho de informática, sí sé que la url del blog, que es: josemartiflorenciano.blogspot.com.es se sigue manteniendo. Espero que esto no suponga demasiados inconvenientes].
La prueba por la que está atravesando hoy la Iglesia es completamente nueva y desconocida. Y eso, tal vez, podría desconcertarnos, pues jamás había ocurrido nada semejante a lo largo de la Historia de la Iglesia, tal y como se nos ha transmitido, de generación en generación durante casi veinte siglos. Han habido grandes y graves problemas, pero nunca se había puesto en duda la veracidad del Evangelio, a nivel eclesial (no así a nivel particular, de cada uno). Hoy comienza a discutirse hasta la indisolubilidad del matrimonio, lo cual, lo diga quien lo diga, aun cuando fuera el Papa, no puede ser aceptado, pues contradice las enseñanzas de Jesús, directamente. [Y esto no es sino el primer paso en el proceso de intento de demolición de la Iglesia, al que estamos asistiendo cobardemente]. Y en cuanto a lo de atenerse a los tiempos y lugares ya hemos hablado de ello. Se está falsificando el Mensaje de Jesús y se escamotean muchas verdades al pueblo cristiano, el cual no las conoce porque no se les predican ... de lo cual tendrán que dar cuenta ante Dios todos cuantos hayan adulterado su Mensaje.
Hoy en día se cuestiona abiertamente la existencia histórica de Jesucristo, así como los milagros que hizo; no se admite su resurrección ni su ascensión a los cielos en cuerpo y alma, ni su presencia real (sacramental) en la Eucaristía.
En cuanto a los dogmas, muchos de ellos son desconocidos por los mismos católicos, dado que ni siquiera se los explicaron cuando hicieron la catequesis de primera comunión. Una inmensa mayoría de católicos no conoce hoy la doctrina católica.
Y luego están los que, conociendo de su existencia y de su importancia esencial en el Cristianismo, han perdido la fe y no creen en esos dogmas, aun cuando no lo manifiesten de un modo explícito [algunos, y cada vez más, sí lo hacen ya ... y no sólo no se ocultan sino que se vanaglorian de hacerlo]. Son falsos pastores, que merecen la reprimenda de Jesús: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis el Reino de los cielos a los hombres. Porque ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que quieren entrar!" (Mt 23, 13).
Entre los misterios poco o nada conocidos podríamos citar el de la Santísima Trinidad así como el de la Encarnación del Hijo de Dios, la Virginidad de María y su Asunción, en cuerpo y alma, a los cielos, la existencia de los ángeles, etc... Todo eso se considera "superado". Pertenece al pasado: le sirvió a aquella gente, en aquella época histórica, pero hoy [en los tiempos "modernos" en los que vivimos] no se puede creer ya en esas cosas. Como vemos, la situación es muy grave, porque se ha extendido en el seno de la misma Iglesia, Jerarquía incluida, a modo de caballo de Troya, y esto a nivel planetario. Es muy preocupante.
Y así podríamos seguir hablando sin parar. Pero lo dejamos para otra ocasión, dado que me he extendido demasiado en estas dos entradas.
José Martí
De mis recuerdos de juventud me viene ahora uno a la mente, que es especialmente simpático -al menos a mí me lo parece. Tenía un profesor de matemáticas que nos hacía trabajar mucho, aunque explicaba muy poco. Éramos nosotros quienes teníamos que estudiar el libro y luego dar las correspondientes explicaciones del tema en cuestión. Bueno, pues cuando alguien preguntaba algo a lo que él no sabía responder ésta era automáticamente su respuesta: "Es que yo no soy Dios ...", ¡con la consiguiente, y explicable, risa de todos los alumnos, por ese ingenio tan ocurrente para salir del aprieto! Por cierto, este recurso que él utilizaba para estos casos, no era una mera anécdota aislada, sino que era algo que repetía todos los años cada vez que la ocasión lo requería. Como sabemos perfectamente, los alumnos se comunican entre sí, de modo insuperable, cuando se trata de hablar acerca de cómo son los profesores que tienen o los que tuvieron.
Y viene a cuento esta historieta porque me parece que ésa es la actitud (no sólo pero también) que tenemos que tomar los cristianos cuando no entendamos algo o, por mejor decir, cuando no entendamos prácticamente nada de lo que está ocurriendo hoy en la Iglesia.
Sí: indagaremos mucho, intentaremos buscar todas las soluciones, habidas y por haber, que estén a nuestro alcance, tanto de tipo natural (que son necesarias: redes sociales, entrevistas o ponencias de personalidades muy cualificadas, etc. ) como sobrenatural (que son las más importantes: la oración, los sacramentos, etc). Y tendremos, además, la obligación de hacerlo, pues somos cristianos por la gracia de Dios, dado que la Iglesia está atravesando por una situación extraordinariamente grave, tal vez la más grave de toda su Historia ... y, lógicamente, no podemos cerrar los ojos y esconder la cabeza, como el avestruz. Es más: por mucho que hagamos, en todos los sentidos, siempre será poco, puesto que el amor no conoce límites.
Ahora bien: dicho esto, pienso sinceramente que, al final de los finales, nuestra actitud (tanto interna como externa) tendrá que ser muy parecida a la de este profesor mío que tuve. Es preciso (por nuestro propio bien y el de los que nos rodean) reconocer, con humildad (y con verdad, que viene a ser lo mismo, al decir de santa Teresa) que hay cosas que no dependen de nosotros, que nos sobrepasan, que no todo está en nuestras manos. Y cuando no entendamos algo, poner nuestra confianza en Dios y decir: "¡Es que yo no soy Dios...!
Si no lo hiciéramos así, estaríamos cayendo, de manera más o menos consciente, en la herejía pelagiana que, como sabemos, consiste en actuar como si nuestra salvación dependiera, exclusivamente, de lo que hagamos, siendo así que -en realidad, de verdad- esa salvación nos viene sólo de Dios. Sólo Él nos la puede conceder. Sólo Él nos puede salvar ... no olvidando, sin embargo, que Dios no impone a nadie la salvación, sino que la condiciona a nuestro deseo de ser salvados.
Nos conviene no olvidar esta verdad que es fundamental, y traerla, con frecuencia a nuestra memoria. Y es que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8) y que actúa siempre por amor, nos ofrece su Amor, que no otra cosa es la salvación ... pero no nos lo impone. El amor no puede imponérsele a nadie pues un amor impuesto no es amor: es una contradicción. La libertad es intrínseca al amor.
Pues bien: Dios es profundamente respetuoso con nuestra libertad; por lo tanto, aun cuando "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4) no salvará a nadie que no quiera ser salvado, aunque ame a todos los hombres, no exigirá de ningún hombre que corresponda a su amor. Él estará siempre ahí, a nuestro lado, esperándonos, pero no nos coaccionará a que lo amemos. De hacerlo, ¿dónde estaría nuestra libertad? ¿dónde nuestro amor?. No existiría tal amor, pues éste es, por naturaleza, recíproco: se ama a Dios y se es amado por Él. Ambas circunstancias deben darse. Su amor hacia nosotros es indudable; no así el de nosotros hacia Él. Y, si no hay respuesta a su Amor, entonces no puede hablarse de perfección en el Amor. No existe tal amor, al no darse la reciprocidad del uno al otro y del otro al uno. Y, además, en totalidad.
Esa es la razón por la cual no todos se salvan. No es que Dios quiera que nadie se condene: eso es absurdo; sino que, al dar libertad al hombre, en cierto modo se ha atado las manos, dado que no podrá salvarnos, aun cuando ésa sea su voluntad con relación a nosotros si nosotros no queremos saber nada con Él.
Y al igual que el movimiento se demuestra andando, expresión atribuida al filósofo griego Diógenes el Cínico (412-323 a.C), también el amor se demuestra amando. ¿Cómo podemos saber que realmente amamos a Dios? Pues Jesucristo nos lo dejó bien claro en estas palabras dirigidas a sus discípulos: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos ..." (Jn 14, 15). Tenemos, pues, que poner todos los medios que Él ha puesto a nuestro alcance para mostrarle que nuestro amor por Él es verdadero y que no se queda sólo en frases bonitas, lo cual no dejaría de ser sino una hipocresía. "Si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él" (Jn 14, 23). "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor" (Jn 15, 10).
Recordemos la respuesta que dio Jesús al escriba que le preguntó acerca del primero de los mandamientos. Fue ésta: "El primero es: 'Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor. Y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12, 29-30). A continuación añade, aun cuando el escriba no se lo preguntó: "El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Mc 12, 31).
Jesús hablaba refiriéndose al Antiguo Testamento, el cual no había venido a abolirlo sino a darle su plenitud (cfr Mt 5, 17). Sin embargo, más adelante, la víspera de la fiesta de la Pascua, poco antes de su muerte en la cruz, les dijo a sus discípulos: "Un mandamiento NUEVO os doy: que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34; 15, 12). La referencia no es ahora "el amor que uno se tiene a sí mismo" sino "el amor que Jesús tiene hacia cada uno de nosotros", un amor que llega hasta dar la vida por la persona a la que se ama, pues se dice que "Jesús, habiendo amado a LOS SUYOS que estaban en el mundo los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). Asimismo, Jesús proclamó claramente que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por SUS AMIGOS" (Jn 15, 13).
Nos interesa ser sus amigos. Así su amor hacia nosotros será aún mayor, como ocurría con Juan, el discípulo amado; Jesús, como perfecto hombre que era, tenía también sus preferencias, como las tenemos también nosotros. En su caso, aquellos a quienes más quería (aunque por todos estaba dispuesto a dar la vida, como así lo hizo) fueron Pedro, Santiago y Juan (en particular este último). Y volvemos a lo mismo: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que Yo os mando" (Jn 15, 14). El amor a Dios, el amor a Jesucristo, en quien Dios se ha manifestado, el amor a los demás hasta dar la vida por ellos, como hizo Jesús y la guarda de sus mandamientos ... todo ello va íntimamente unido.
José Martí
(continúa)