FUENTE: INFOVATICANA
Suele ser argumento recurrente de un cierto tipo de pensamiento: en cada ocasión en que se relaciona la comisión de atentados yihadistas con el islam –una obviedad- se esgrime alguna cita del Antiguo Testamento para justificar que los textos coránicos más violentos no juegan papel alguno en la radicalización islamista: en la Biblia también hay pasajes violentos y crueles que llaman a la persecución y a la lapidación.
En una situación de normalidad moral e intelectual bastaría con recordar que nadie asesina a sus semejantes en el nombre del Deuteronomio o inspirado por el Levítico. Si acaso surgiera algún individuo que tal cosa hiciera sería, en efecto, un caso aislado y no parte de una cosmovisión compartida por millones de personas. Y no hay duda de que quienes siguen las enseñanzas contenidas en ellos censurarían rotunda y públicamente el crimen.
Lamentablemente, la realidad que vivimos es cualquier cosa antes que una situación de normalidad moral e intelectual. La situación que vivimos le debe mucho más a la ideología que a la razón. Y no digamos que a la realidad. Por lo que conviene recordar algunas cosas al respecto de las diferencias existentes entre el Corán y la Biblia.
La palabra de Dios
Tanto la Biblia como el Corán se reclaman la palabra de Dios. Pero las diferencias saltan a la vista: la palabra de Dios bíblica es inspirada, no dictada. La Iglesia ha reconocido la autoría de los textos veterotestamentarios desde hace mucho tiempo; de su exégesis y estudio se ha llegado a la conclusión de que hay una variedad de autores humanos del Pentateuco, quizá hasta cuatro distintos, y que la paternidad atribuida a Moisés puede estar ciertamente en el origen del mismo pero que, con posterioridad, se han efectuado aportaciones de distintos redactores.
La exégesis que siempre se ha hecho de la Biblia –no se trata de una explicación oportunista en tiempos de relativismo, sino de la interpretación tradicional- es que Dios habla a su pueblo de distintas formas según los tiempos; por tanto, hay implícita una flexibilidad en los textos bíblicos.
Exactamente lo contrario de lo que afirma el Corán. El texto sagrado del islam fue dictado, palabra por palabra, por el propio Dios a través del arcángel Gabriel. En apoyo de esta idea, los musulmanes aducen la belleza literaria de la redacción del Corán, imposible para un hombre como Mahoma, que era analfabeto y que sólo transmitía a los distintos escribas que le acompañaban las palabras que le eran reveladas.
Ningún musulmán puede poner esto en duda sin ser considerado apóstata; la idea de que Mahoma o cualquier otro ser humano, o espiritual, pudo haber influido en la redacción del Corán es inaceptable.
Sin embargo, lo cierto es que el Corán se recopiló tras la muerte del profeta y también se produjo una depuración de los textos que, apenas una década tras la muerte de Mahoma, habían dado lugar a numerosas interpretaciones dispares. Finalmente se consiguió un libro unificado.
En cualquier caso, no hay religión alguna en la que exista un libro como el Corán; nadie afirma que Dios dictó palabra por palabra su texto sagrado, excepto los musulmanes (y los judíos ortodoxos respecto de la Torá). No hay nada en el Corán que no sea exactamente la palabra de Dios. No hay sinónimos, sino los términos exactos que Allah dictó a Mahoma. Y esto no cabe ponerlo en duda ni matizarlo.
La Biblia es un conjunto de 73 libros que fueron elaborados a lo largo de una cantidad considerable de siglos, de los cuales 46 pertenecen al Antiguo Testamento. En cuanto a su origen, hay teorías para todos los gustos.
No falta quien supone que los primeros cinco libros –el Pentateuco, la Torá- se retrotraen al siglo XV antes de Cristo, y tampoco quien los sitúa mil años más tarde. La elaboración del Antiguo Testamento es indudablemente antigua y se ha efectuado a lo largo de distintas épocas. Al menos cuatro tradiciones literarias alimentan los distintos géneros literarios que lo componen, entre ellos el histórico y el poético. Se trata, pues, de un proceso desarrollado a lo largo de varios siglos.
El Antiguo Testamento es también un libro respetado en el islam, como el Nuevo Testamento, pero los musulmanes insisten en que ambos están falsificados por los judíos y por los cristianos. Ni lo justifican ni dan pruebas de ello, pero siguen manteniéndolo casi desde la fundación misma del islam. Numerosos musulmanes creen que, dado que el Corán denomina a los libros de la Biblia como “libros luminosos”, la alteración de los textos bíblicos se tuvo que producir después de la irrupción del propio islam; algo que, desde el punto de vista histórico, carece de fundamento.
Pero, desde luego, dicha presunta alteración no tiene nada que ver con los textos violentos que aparecen en algunos pasajes del Antiguo Testamento.
Tanto la Biblia como el Corán se reclaman la palabra de Dios. Pero las diferencias saltan a la vista: la palabra de Dios bíblica es inspirada, no dictada. La Iglesia ha reconocido la autoría de los textos veterotestamentarios desde hace mucho tiempo; de su exégesis y estudio se ha llegado a la conclusión de que hay una variedad de autores humanos del Pentateuco, quizá hasta cuatro distintos, y que la paternidad atribuida a Moisés puede estar ciertamente en el origen del mismo pero que, con posterioridad, se han efectuado aportaciones de distintos redactores.
La exégesis que siempre se ha hecho de la Biblia –no se trata de una explicación oportunista en tiempos de relativismo, sino de la interpretación tradicional- es que Dios habla a su pueblo de distintas formas según los tiempos; por tanto, hay implícita una flexibilidad en los textos bíblicos.
Exactamente lo contrario de lo que afirma el Corán. El texto sagrado del islam fue dictado, palabra por palabra, por el propio Dios a través del arcángel Gabriel. En apoyo de esta idea, los musulmanes aducen la belleza literaria de la redacción del Corán, imposible para un hombre como Mahoma, que era analfabeto y que sólo transmitía a los distintos escribas que le acompañaban las palabras que le eran reveladas.
Ningún musulmán puede poner esto en duda sin ser considerado apóstata; la idea de que Mahoma o cualquier otro ser humano, o espiritual, pudo haber influido en la redacción del Corán es inaceptable.
Sin embargo, lo cierto es que el Corán se recopiló tras la muerte del profeta y también se produjo una depuración de los textos que, apenas una década tras la muerte de Mahoma, habían dado lugar a numerosas interpretaciones dispares. Finalmente se consiguió un libro unificado.
En cualquier caso, no hay religión alguna en la que exista un libro como el Corán; nadie afirma que Dios dictó palabra por palabra su texto sagrado, excepto los musulmanes (y los judíos ortodoxos respecto de la Torá). No hay nada en el Corán que no sea exactamente la palabra de Dios. No hay sinónimos, sino los términos exactos que Allah dictó a Mahoma. Y esto no cabe ponerlo en duda ni matizarlo.
¿Una falsificación?
La Biblia es un conjunto de 73 libros que fueron elaborados a lo largo de una cantidad considerable de siglos, de los cuales 46 pertenecen al Antiguo Testamento. En cuanto a su origen, hay teorías para todos los gustos.
No falta quien supone que los primeros cinco libros –el Pentateuco, la Torá- se retrotraen al siglo XV antes de Cristo, y tampoco quien los sitúa mil años más tarde. La elaboración del Antiguo Testamento es indudablemente antigua y se ha efectuado a lo largo de distintas épocas. Al menos cuatro tradiciones literarias alimentan los distintos géneros literarios que lo componen, entre ellos el histórico y el poético. Se trata, pues, de un proceso desarrollado a lo largo de varios siglos.
El Antiguo Testamento es también un libro respetado en el islam, como el Nuevo Testamento, pero los musulmanes insisten en que ambos están falsificados por los judíos y por los cristianos. Ni lo justifican ni dan pruebas de ello, pero siguen manteniéndolo casi desde la fundación misma del islam. Numerosos musulmanes creen que, dado que el Corán denomina a los libros de la Biblia como “libros luminosos”, la alteración de los textos bíblicos se tuvo que producir después de la irrupción del propio islam; algo que, desde el punto de vista histórico, carece de fundamento.
Pero, desde luego, dicha presunta alteración no tiene nada que ver con los textos violentos que aparecen en algunos pasajes del Antiguo Testamento.
Una interpretación literal
Sin duda, una diferencia sustancial radica, precisamente, en que el Corán hay que leerlo de forma literal. El hecho de que haya sido dictado por Dios no deja margen a otra cosa, mientras que la Biblia, por el contrario, admite numerosas interpretaciones a partir del hecho de que se trata de textos inspirados (del Corán ciertamente hay también numerosas interpretaciones, pero todas son –o se pretenden- literales).
La literalidad del texto sagrado musulmán lleva a muchos musulmanes a aprender el árabe, dado que es el idioma en que Dios ha hablado. Y la fidelidad a las palabras divinas es segura: Mahoma, poco antes de morir, revisó con el arcángel Gabriel todo lo escrito hasta el momento.
Esa condición del texto coránico dota de inflexibilidad al mensaje y favorece, innegablemente, las versiones fundamentalistas. Las palabras del Corán son “al-wahy”, provienen directamente de Dios.
Mientras que el Corán, por esto mismo, fija para siempre la palabra, es doctrina cristiana creer que Dios habla a los hombres también a través de la Escritura de acuerdo a los tiempos. Un aspecto importante del mensaje de salvación cristiano es que Dios se va revelando a lo largo de la historia de la forma más conveniente para los hombres.
Así, Jesús viene a establecer la Nueva Alianza, que reemplaza a la antigua (aunque también la culmina y completa). De ese modo, basta con recordar el pasaje de la adúltera y los lapidadores (“aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra”) para comprender que las prescripciones al respecto de la lapidación que aparecen en el Pentateuco han sido abrogadas en el cristianismo.
A lo largo del Nuevo Testamento, la piedad y la misericordia se convierten en parte central de la fe cristiana. Jesús predica a sus seguidores el amor a Dios y al prójimo, y les instruye para que amen a éste como cada uno se ama a sí mismo, constituyendo la caridad –el amor- el eje de su mensaje.
La violencia que hoy existe en el mundo occidental –copiosa- no se produce a causa de su carácter cristiano, sino a su pesar. Y es innegable que, a la luz de lo que está sucediendo en el mundo, los musulmanes yihadistas justifican su violencia en los textos coránicos, mientras el mundo occidental no justifica la suya en los Evangelios o, más genéricamente, en la Biblia.
Nadie asesina en el nombre de la Biblia. El Antiguo Testamento ha sido superado por el Nuevo, y la realidad es que para los cristianos los textos del Pentateuco no juegan papel alguno en su fe (con la parcial excepción, quizá, del Génesis), por lo que a nadie se le ocurriría esgrimirlos en ningún sentido; y, en todo caso, nadie invoca el Deuteronomio o el Levítico, el Éxodo o Números, para perpetrar crimen alguno.
Claro, que hay ideologías que dan al olvido toda referencia a la realidad.
Sin duda, una diferencia sustancial radica, precisamente, en que el Corán hay que leerlo de forma literal. El hecho de que haya sido dictado por Dios no deja margen a otra cosa, mientras que la Biblia, por el contrario, admite numerosas interpretaciones a partir del hecho de que se trata de textos inspirados (del Corán ciertamente hay también numerosas interpretaciones, pero todas son –o se pretenden- literales).
La literalidad del texto sagrado musulmán lleva a muchos musulmanes a aprender el árabe, dado que es el idioma en que Dios ha hablado. Y la fidelidad a las palabras divinas es segura: Mahoma, poco antes de morir, revisó con el arcángel Gabriel todo lo escrito hasta el momento.
Esa condición del texto coránico dota de inflexibilidad al mensaje y favorece, innegablemente, las versiones fundamentalistas. Las palabras del Corán son “al-wahy”, provienen directamente de Dios.
Mientras que el Corán, por esto mismo, fija para siempre la palabra, es doctrina cristiana creer que Dios habla a los hombres también a través de la Escritura de acuerdo a los tiempos. Un aspecto importante del mensaje de salvación cristiano es que Dios se va revelando a lo largo de la historia de la forma más conveniente para los hombres.
Así, Jesús viene a establecer la Nueva Alianza, que reemplaza a la antigua (aunque también la culmina y completa). De ese modo, basta con recordar el pasaje de la adúltera y los lapidadores (“aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra”) para comprender que las prescripciones al respecto de la lapidación que aparecen en el Pentateuco han sido abrogadas en el cristianismo.
A la luz de la realidad
A lo largo del Nuevo Testamento, la piedad y la misericordia se convierten en parte central de la fe cristiana. Jesús predica a sus seguidores el amor a Dios y al prójimo, y les instruye para que amen a éste como cada uno se ama a sí mismo, constituyendo la caridad –el amor- el eje de su mensaje.
La violencia que hoy existe en el mundo occidental –copiosa- no se produce a causa de su carácter cristiano, sino a su pesar. Y es innegable que, a la luz de lo que está sucediendo en el mundo, los musulmanes yihadistas justifican su violencia en los textos coránicos, mientras el mundo occidental no justifica la suya en los Evangelios o, más genéricamente, en la Biblia.
Nadie asesina en el nombre de la Biblia. El Antiguo Testamento ha sido superado por el Nuevo, y la realidad es que para los cristianos los textos del Pentateuco no juegan papel alguno en su fe (con la parcial excepción, quizá, del Génesis), por lo que a nadie se le ocurriría esgrimirlos en ningún sentido; y, en todo caso, nadie invoca el Deuteronomio o el Levítico, el Éxodo o Números, para perpetrar crimen alguno.
Claro, que hay ideologías que dan al olvido toda referencia a la realidad.